La gran polémica de la semana ha sido la nueva reforma laboral. Uno del PP ha votado a favor (no se sabe si por tonto o por listo), los otros de la derecha han votado en contra de la “reforma comunista”, los de Ciudadanos han votado a favor por aritmética electoral y un par de navarros han votado en contra porque Yolanda Díaz es vicepresidenta de Pedro Sánchez que a su vez habría pactado con Bildu que a su vez tendría relaciones con la ETA.
¿Y a mí qué me importa nada de eso? La única cuestión debería ser analizar el contenido real de la nueva reforma laboral, para después evaluar si es negativa o positiva. Lo negativo es que no deroga la reforma laboral del PP de 2012 en varias cuestiones clave: el despido barato, la prevalencia del convenio de empresa (más allá de tablas salariales), la posibilidad de hacer un ERE sin autorización administrativa y la desaparición de los salarios de tramitación. El PSOE y Ciudadanos la aprueban precisamente porque apenas modifica la del PP. Si el PP no ha votado a favor es solamente para no regalarle apoyo a Pedro Sánchez.
Yolanda Díaz ha decidido presentar como un gran logro lo que es un relativo fracaso. Y digo ‘relativo’ porque la reformilla sí trae un par de mejoras. Prevalece el convenio sectorial sobre el de la empresa (en cuestión de salarios y jornada laboral). Los convenios colectivos alcanzados por los trabajadores seguirán automáticamente vigentes hasta ser sustituidos por uno nuevo. Se elimina la posibilidad de despedir a los trabajadores fijos de las Administraciones Públicas por causas económicas. Se reduce el número de contratos temporales que se pueden encadenar antes de ser considerado trabajador indefinido. Los contratos temporales solo podrán ser formativos o estructurales (para cubrir necesidades imprevistas).
Es así de sencillo. Estas son las carencias y los aciertos de la reforma laboral. En dos párrafos. Ni comunistas ni ETA ni pandereta. Las derechas que han votado ‘no’ lo han hecho simplemente porque desprecian a las clases bajas, porque son gente que hereda fortuna y tarados mentales que creen que la riqueza la generan los empresarios y que la prosperidad depende de bajar los impuestos (especialmente aquellos que afectan a sus fortunas y empresas). Son aquellos que tildan de “reforma comunista” un texto que ni siquiera recupera las condiciones laborales de la España de 2012. A ver si va a ser que vivíamos en Cuba y no nos habíamos dado cuenta. En fin, con esta gente no hay debate. Son los enemigos de todos los que somos asalariados: mis vecinos, mis amigos, mi familia y la mayor parte de quienes que fueron conmigo al instituto público y al ejército. Si el lector es uno de aquellos que dice ‘no’, que deje de leer este texto. Que deje de seguirme en redes sociales. Y que se cambie de acera si se cruza conmigo.
Los independentistas son harina de otro costal. Han dicho que les parece poco y han votado en contra. Pero, ¿qué legitimidad tendrán para pedir más amparo social aquellos que quieren despedazar el primer amparo social de los trabajadores, que es la nación? Los del PNV le habían pedido una condición al gobierno para aprobar la reforma: que los convenios autonómicos prevalezcan sobre los estatales. Es decir, que un trabajador de Bilbao pueda vivir mejor que uno de Cádiz. ¿Son estos los defensores de los trabajadores? La estrategia de los independentistas es otra: cuanto peor le vaya al conjunto de España, mejor para ellos. Por eso, mancillando el nombre de la justicia social, intentan impedir hasta las míseras mejoras que esta reformilla trae.
Los que no queremos ver España arder, preferimos un par de mejoras antes que nada. Eso sí, que no nos lo vendan como el logro del siglo. Que no nos engañen. Es lo mismo que se le pedía a la final de Eurovisión. Se presentó como un concurso de elección popular, pero luego llegó un “jurado de expertos” e impuso su candidatura ganadora [ https://www.elespanol.com/opinion/tribunas/20220203/elites-rebelan-democracia-eurovision/647305268_12.html ]. La favorita del público era la canción en gallego de las Tanxugueiras. La segunda favorita era Rigoberta Bandini, con un tema reivindicativo de la lactancia. Pero los tecnócratas prefirieron el spanglish al gallego y la sensualidad a la maternidad.
Al capitalismo globalista la dan miedo las tetas, pero no las que están por todas partes como reclamo publicitario, sino las que se asoman inoportunamente para dar de mamar. Es el mismo miedo que dan los bebés llorando en algún espacio público lleno de gente que solo quiere circular y consumir sin que nadie les perturbe. Es el mismo miedo que dan los pectorales del papá, que se ha puesto fuerte a base de llevar en brazos el carrito del bebé, molestando a los coches de la calle o a los consumidores de la escalera mecánica, ya que la ciudad no está adaptada para carritos. Es el mismo miedo que dan, en general, las familias, en esta sociedad que cree que la humanidad es contaminante y que amar es reaccionario.
Lo que da miedo al sistema es sacarse un pecho fuera al estilo Delacroix. Es decir, como en el cuadro de La Libertad Guiando Al Pueblo. Allí una mujer se saca un pecho, sí, pero da miedo especialmente porque sostiene un fusil; sacar el pecho acompaña la revolución pero no es la revolución en sí; la lucha simbólica sirve a la lucha material. Se saca un pecho, pero da miedo porque a sus pies hay un hombre con el pubis al aire; dan miedo tanto la mujer como el hombre cuando (ex)ponen sus cuerpos contra la tiranía. Se saca un pecho, pero da miedo porque no representa la emancipación de una chica cualquiera, sino a la figura de la república que amamanta al pueblo; no es una imagen del feminismo de cuarta ola sino de la antigua Roma. Se saca un pecho, pero da miedo porque lidera a hombres, niños y ancianos; no es una reivindicación de nichos, de identidades ni de tribus, sino del pueblo entero.
Y eso tienen en común el Congreso y Eurovisión, que en ambos da miedo el día en que la libertad guíe al pueblo contra las élites, cuando las madres saquen la teta y los padres se abran el botón del pecho como legionarios y los ancianos sabios se rasguen las vestiduras.