Epílogo de la humanidad (I)

Epílogo de la humanidad (I). Lomas Cendon

Desilusión y esperanza

La ilusión, esa dama demiurga que en India llaman Maya, tiene su origen etimológico en la voz latina illuso, engaño, mofa, timo, fraude, broma. Es la misma raíz de eludiren cuanto a disimular con astucia; la misma que lúdico como algo relacionado al juego. Vivir ilusionado significa vivir engañado, sin comunicación con la Verdad, atrapado en la burlesca evanescencia proyectada por unos sentidos que confunden y que fueron concebidos para confundir.

En algún momento del siglo XIX, la palabra ilusión en lengua española empezó a entenderse también en su acepción de esperanza. En ese mismo siglo, Friedrich Nietzsche dejó por escrito que “la esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre», lo que no deja de ser un plagio de un versículo del Samkhya Karika, una obra clásica de pensamiento hindú. Ilusión o esperanza como vana perpetuación del sufrimiento bajo la dudosa promesa de un futuro clarificador. Algunos modernos lo llamarán pesimismo; otros, realismo. Pero todos, y tú y yo con ellos, nos aferramos como una lapa a una ilusión de continuidad del hoy para ver qué pasa mañana. ¿Ganas de vivir? No, curiosidad malsana y que no nos queda otra. Desplegamos nuestros lemas existenciales, nuestras consignas de autoayuda, nuestros pensamientos positivos. “La esperanza es lo último que se pierde”, escuchas en la iglesia; “Crea tu propia realidad”, dice un youtuber; “La diferencia entre ganar y perder, frecuentemente, es no rendirse“, dijo Walt Disney; “Quien resiste, gana”, reza el epitafio de Camilo José Cela; “Hasta la victoria siempre”, mentía el Ché Guevara; “No te canses de luchar”, se lee en un cartel de la sala de espera de oncología… y todas estas frases me suenan a artificio para evitar pronunciar la verdad, tan verdad como devastadora, proporcionalmente absoluta e insoportable: la existencia en este mundo es un calvario. No hay hombre ni dios que la aguante. Vivir es una tortura in crescendo y ni el clímax de la muerte nos libra de ir sembrando dolores y pesares a nuestro paso, antes, durante y después de ella.

Lector, valora mi honestidad sin tener en cuenta la brutalidad de lo que te voy a decir: vivimos en un mundo diseñado como jaula para que subvivan reses cuyas miserias alimentan a ocultas criaturas del averno. Se trata de una colonia penitenciaria sin escapatoria. No tenemos plan de fuga. Nuestra ciencia es falsa. Nuestra historia, mentira. Nuestras religiones conforman diversos métodos de adiestramiento y explotación.  Desde 2020 se ha entrado en un proceso de perfeccionamiento del control en esta granja que conlleva la aniquilación de tu libre albedrío, de tu esencia humana, de tu dignidad. En muy poco tiempo, cualquier pensamiento discordante del oficial será identificado y neutralizado. Si quieres zafarte de este sistema de control, te harán la vida imposible. Si buscas librarte de su represión, te perseguirán. Si pretendes buscar vías alternativas, te arruinarán, te aislarán y te harán pasar frío y hambre. Si estás seguro de que quieres oponerte a sus planes, prepárate para la soledad, la calumnia, el ostracismo. Las relaciones personales serán sustituidas por redes sociales. Nuestra creatividad será despreciada; nuestro arte, vilipendiado; nuestras facultades humanas serán usurpadas por una siniestra inteligencia artificial fundida con nuestro organismo. Abrazos y amistades sustituidos por emoticonos y contactos de WhatsApp; pornografía y artefactos sexuales como sucedáneos del amor y la alegría erótica; teletrabajo en vez de cooperar con la naturaleza; videos de YouTube en vez de libros; Big Data en vez de bibliotecas; ruido, convulsiones y necios hits en vez de música; avatares en vez de personas; storiesde pocos segundos en vez de preguntarte cómo te encuentras.  La realidad dejará de ser real y pasará a ser virtual. La verdad será relativa, simplona, minúscula, un engendro llamado postverdad, un híbrido entre la opinión y un constructo social. Burdos embustes como el cambio climático, las pandemias, las guerras orquestadas, se alzarán a la categoría de hechos a través del sufrimiento, la miseria y el genocidio. Dudar será una falta; cuestionar será delito; pensar estará tipificado como crimen.  Justificarán lo injustificable, se aceptará lo inaceptable, y nos convencerán de que lo hicieron por nuestro bien. El bien común. ¿Común a quién? Nadie entenderá lo que está pasando. Nadie sobrevivirá sin adaptarse a estos nuevos parámetros inhumanos impuestos. Nadie dirá nada, como nadie estará dispuesto a escuchar estas palabras.

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