En un artículo anterior me ocupaba del cambio de paradigma en la Relaciones Internacionales, protagonizado por Trump: del paradigma liberal al realista. Aclaraba también que ha defendido siempre el paradigma de la multipolaridad en RI, paradigma que no es el de Trump. La principal diferencia es que, para el paradigma realista, los estados-nación son los actores fundamentales de las RI, mientras que, para el paradigma de la multipolaridad, los actores van a ser polos de poder que coinciden con las grandes civilizaciones. Es cierto que algunos estados actuales, que formalmente son estados-nación, coinciden con grandes espacios civilizacionales, y se perfilan como los principales actores de este mundo multipolar: Rusia, China, India, ¿USA?
La idea de las civilizaciones como actores no es original de Dugin. Cuando el historiador inglés Arnold J. Toynbee[1] público su monumental obra Estudio de la Historia, (12 volúmenes, 1934-1961), definió las civilizaciones como “campo inteligible de estudio”, y defendió que no se podía entender por si sola la historia de un estado-nación sino se le referenciaba a la civilización a la cual pertenecía.
Más recientemente, Samuel Huntington publicó en 1993 un artículo en la revista Foreign Affairs, con el título “El choque de civilizaciones”, que posteriormente, en 1996, se convertiría en un libro del mismo título[2]. Inspirándose en Toynbee, y en contra de las tesis de Fukuyama expuestas en El fin de la historia y el último hombre, Huntington, con gran clarividencia, auguró un futuro multipolar, en que las civilizaciones serían los actores, siempre en un conflicto potencial.
Inicialmente, los grandes actores de esta multipolaridad son grandes estados que coinciden con espacios de civilización: Rusia (Euroasiática), China (Sínica), USA (occidental anglosajona), y, potencialmente la India (hindú). Las civilizaciones fragmentadas en estados son más difíciles de definir, y la posibilidad de que se constituyan en un polo de poder está únicamente en potencia.
La multipolaridad ofrece una oportunidad para la constitución de una plataforma hispanoamericana o iberoamericana. En ella, España podría jugar un papel importante. Sin embargo, dado el doble eje (hispanoamericano y europeo) de la actuación internacional de España, cuando esta era una potencia que influía realmente en el mundo (hasta el siglo XVII), debemos aclarar primero el ambiguo concepto de “civilización occidental”.
En su descripción de las civilizaciones, Huntington se refiere a la “civilización occidental”, pero aclara, y esto es importante, que en su seno se pueden distinguir tres “subcivilizaciones”: la norteamericana (o anglosajona), la europea y la hispanoamericana o iberoamericana.
España se encuentra en la articulación entre la civilización europea y la hispanoamericana o iberoamericana. Sin embargo, antes de continuar, cabe hacer un alto y analizar a que nos referimos cuando hablamos de “civilización europea”.
Como muy bien señalo Ortega y Gasset en su libro Una interpretación de la historia universal[3], la civilización europea es deudora de otra anterior, la grecorromana. Esta civilización es destruida por las invasiones germanas (el proletariado exterior, según Toynbee). Sin embargo, estos invasores son seducidos por la civilización destruida. No solamente se convierten al cristianismo, sino que sienten “nostalgia” del Imperio destruido. Así, los francos, de la mano de Carlomagno, fundan el Sacro Romano Imperio; y, más tarde, los germanos fundarán el Sacro Imperio Romano-Germánico. De esta fusión nacerá la Cristiandad medieval, única y genuina civilización europea, que incorpora los tres elementos fundamentales que la identifican: la filosofía griega, el derecho romano y la idea romana de Imperio, y la herencia cultural del catolicismo.
Es obvio que, cuando hoy en día se habla de “civilización europea”, o “valores europeos” se habla de otra cosa. La putrefacción actual de la Europa de la UE es producto de una larga decadencia.
Dugin, por su parte[4], distingue la civilización Iberoamericana de la Occidental. Afirma que esta civilización occidental es la heredera de Cristiandad medieval que a su vez procede del Imperio romano de occidente, mientras que la Euroasiática, cuya espina dorsal es la Ortodoxia, procede del Imperio de oriente o Bizantino.
No estamos de acuerdo con esta tesis. Eso que llamamos “civilización occidental”, hasta hace poco USA más UE (ahora parece que la UE solita), no es la heredera de la cristiandad medieval, sino que es el resultado de su decadencia y putrefacción. La Europa de la UE es un no-lugar que ha renunciado a sus raíces, que niega permanentemente su identidad cultural, que muere demográficamente y que alienta una sustitución poblacional que acabara por destruirla del todo.
Esta decadencia, esta autodestrucción que ha llevado a la civilización europea al nihilismo contemporáneo y a la absoluta renuncia a sus auténticas raíces, es la consecuencia de un largo proceso. Para nosotros el proceso se inicia con el cisma y la herejía protestante, de la que derivarán las monarquías absolutas que, a su vez, darán origen a los estados-nación. Hay que señalar que el Imperio Hispánico lucho contra este proceso. Desde Carlos I de España y V emperador de Austria hasta Carlos II, España peleo por la unidad de la cristiandad europea. La derrota dio lugar a la Paz de Westfalia.
El segundo paso es la Revolución Francesa, el ascenso de la burguesía al poder y la generalización del liberal-capitalismo. El imperio napoleónico, a pesar de su pretensión de entroncarse con el Imperio Romano, extendió el liberalismo y el nacionalismo de corte romántico por toda Europa. Aquí vemos otra vez el papel de España, cuando se resiste a la invasión napoleónica, a pesar de la traición borbónica y el afrancesamiento de una parte de sus élites. Los españoles que empuñan las armas contra Napoleón son conscientes de que no lo hacen solamente contra un invasor territorial, sino contra un enemigo ideológico. Las guerras carlistas van a ser una continuación de este levantamiento popular.
Con la Primera Guerra Mundial y, sobre todo, con la Segunda, la decadencia de Europa empieza a tocar fondo. La única nación continental con estatus de vencedora es Francia. Todas las demás son naciones derrotadas o liberadas. La Europa oriental queda sojuzgada a la URSS y la occidental a Estados Unidos, promotores del Mercado Común Europeo, antecesor de la actual UE.
El paso siguiente es la caída de la URSS. El globalismo, promovido abiertamente por USA, avanza decidido hacia el “gobierno mundial”, siendo la UE su brazo económico y la OTAN su brazo militar. La Europa de la UE se impregna de todas las ideologías basura paridas en las universidades “progres” norteamericanas: ideología de género, multiculturalismo, homosexualismo, neofeminismo e histeria climática, que, por arte de birlibirloque, se han convertido en los “valores europeos”.
Sin embargo, las esperanzas globalistas se ven truncadas por la emergencia de nuevas potencias. La Rusia de Putin se reivindica como potencia regional y se opone a la expansión de la OTAN. China, como gigante económico, le disputa a USA su liderazgo en la globalización. Otras potencias emergentes, como la India o Brasil, auguran un futuro multipolar, con más polos de poder.
La victoria de Trump en USA marca el último capítulo, con la vuelta al estado-nación y al paradigma realista. La UE se ha quedado sola con el globalismo, y la OTAN, sin USA, corre hacia la nada. La UE, como un pollo sin cabeza, protagoniza reacciones histéricas, como la llamada a la “guerra santa” contra Rusia, o el intento de descabezar y de cancelar movimientos políticos que crecen en la propia Europa contra el globalismo: caso de Le Pen en Francia, y de la anulación de las elecciones en Rumania.
En estas circunstancias, ¿Cuál debería ser el papel geopolítico de España? En primer lugar, afianzar una plataforma Hispana o Iberófona (con Portugal), cuya viabilidad puede aumentar en un mundo multipolar. En segundo lugar, afianzar una alianza con las naciones del sur y del este de Europa, así como con los movimientos anti-globalistas europeos, con la finalidad de destruir la UE.
Claro que, para ello, primero tenemos que librarnos de este régimen nefasto, el del 78, y de sus dos patas, PSOE y PP, pero esto ya es otra historia.
[1] Toynbee, A. (1952) Estudio de la Historia. Buenos Aires, Emecé Editores.
[2] Huntington, S. (2015) El choque de civilizaciones. Barcelona, Editorial Paidós.
[3] Ortega y Gasset, J. (1959) Una interpretación de la historia universal. En torno a Toynbee. Madrid. Ediciones de la Revista de Occidente.
[4] Obra citada