Esquizocracia

Esquizocracia. Lomas Cendón

“Doblepensar significa el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente. El intelectual del Partido sabe en qué dirección han de ser alterados sus recuerdos; por tanto, sabe que está trucando la realidad; pero al mismo tiempo se satisface a sí mismo por medio del ejercicio del doblepensar en el sentido de que la realidad no queda violada. Este proceso ha de ser consciente, pues, si no, no se verificaría con la suficiente precisión, pero también tiene que ser inconsciente para que no deje un sentimiento de falsedad y, por tanto, de culpabilidad. (…) Decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego, cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido sólo por el tiempo que convenga, negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar ni por un momento de saber que existe esa realidad que se niega… todo esto es indispensable.” George Orwell, 1984

Lo de Orwell de 1984 son pamplinas si se compara con lo nuestro de 2021. El IngSoc de la novela resultó ser el parvulario de la actualidad, donde los gobernantes y periodistas aprendieron las bases de lo que hoy con desfachatez llaman post-verdad. Desde marzo de 2020 hasta el día en el que estás leyendo este texto, todo lo que hicimos fue un ejercicio de doblepensar, el doublethink orwelliano “indispensable” para seguir con vida en sociedad, si es que a esta supervivencia le podemos llamar vida, y si es que en estas ruinas hubiera algún otro más que entienda mis palabras.

Todo empezó con el doblepensar raíz: la humanidad avanza en triunfal progreso ascendente, a la vez que nos hundimos en el lodazal del desastre y el fracaso. Evolucionamos tecnológicamente hacia la felicidad mientras nos vemos cada vez más esclavos, más desgraciados, más miserables, más insanos. Pertenecemos a una inmensa aldea global arropada por una multitudinaria red social, al mismo tiempo que, cada día, estamos más atomizados, más vulnerables, más aislados, más solos.

Tras este trabajo previo de desgajar al ser humano de su comunidad, después de destruir su vínculo orgánico con su familia, cultura y tradición, se empezó con la operación en la que ahora nos encontramos. Desde marzo de 2020 se subió la dosis del doblepensar: vivirás enfermo para no contraer la enfermedad; vas a sacrificar tu vida por el miedo a perderla; vas a morir lentamente para no encarar la muerte. Y así, con un virus que existe y que no existe, que surgió al mismo tiempo de un murciélago y de un pangolín, de un mercado y de un laboratorio, de China y de no-China a la vez, entramos en la espiral orwelliana de encerrarse en casa hasta enfermar para evitar enfermar y quedarse en casa. Dejar de vivir para que todos y nadie pueda vivir. Arruinarse por el bien de nuestra ruina. Denunciar entre todos al irresponsable que intente ser responsable por sí mismo. Y de esta manera, se hicieron obligatorias unas mascarillas que no servían para eso, se dieron diagnósticos con testes PCR con los que no se pueden dar diagnósticos, y se lavaron un millón de veces las manos de personas que ya las tenían limpias, blancas, impolutas, siempre inocentes. Muchos de ellos murieron. El doublethink dio otra vuelta de tuerca más: aplaudimos a los médicos negligentes que mataron a nuestros abuelos con respiradores para salvar vidas y sedantes eutanásicos, ovacionamos a la policía que nos pisó la cabeza contra la acera a la voz de “¡Documentación, caballero!”, y sufragamos con millones de euros a los periodistas de los medios que no hicieron otra cosa que descojonarse de risa de los muertos, y mentirme, y mentirte, y mentirnos…  

Y del «España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado»de Fernando Simón (que después nos enseñara su moto Suzuki y su chupa de cuero en El País), pasamos a la proclamación del “hemos derrotado al virus” para acto seguido decretar un Estado de Alarma de seis meses que ha dejado tarumba al que no lo estuviera ya. Todas las libertades civiles fueron demolidas sin resistencia. Se persigue cualquier forma de pensamiento, no digo ya disidente, sino meramente propio: se legisla para perseguir el precrimen, el crimen de intención (Ley Orgánica 7/2021), se reescribe la historia al antojo del aparato (Ley de Memoria Democrática), se actualiza el relato periodístico oficial a tiempo real con agencias de verificación (eufemismo posmoderno de la censura autoritaria de toda la vida). La represión de la libertad de expresión ha llegado a tales aberrantes cotas de chifladura, que ya sólo por leer este artículo, seguro que ahora mismo un escalofrío recorre tu espinazo: ¿Y si seguir leyendo esto me fuera a meter en problemas? Pues prepárate.

Orwell dijo en 1984 que “la libertad es la esclavitud; la ignorancia es la fuerza.” Pedro Sánchez actualizó este dogma dictatorial el 11 de abril de 2021 al decir: “La libertad hoy es vacunar, vacunar y vacunar.” En efecto: tiene razón; y sinrazón también tiene. Las vacunas contra el covid-19 son tan eficaces (eficacia del 90% probada) que no consiguen que no contraigas la enfermedad y que no puedas contagiar. Con sólo dos dosis estás inmunizado. Tan inmunizado que nadie te garantiza que no puedas enfermar de nuevo y morir, ni si quiera con la tercera y la cuarta dosis que ya están planeando ponerte. Es necesario vacunar a todos, incluidos los niños, aunque los niños no lo necesiten. Cuanto más rápido y sin reflexionar, mejor. Las vacunas contra el covid-19 son buenas para la salud, aunque no tengan nada que ver con la salud sino con tecnología, operaciones de ingeniería demográfica y social. Las vacunas contra el covid-19 no son obligatorias, pero sin ellas no podrás viajar, ni trabajar en el área de salud ni trabajar en nada en realidad. El ostracismo siempre será opcional, en última instancia. De hecho, aunque no sean obligatorias, el que no quiera vacunarse merece morir en una UCI por irresponsable y memo. Porque son tan seguras, que los laboratorios no se hacen cargo de los efectos indeseados que produzcan; son tan seguras que tenemos que hacer campaña para convencerte de lo seguras que son; son tan seguras que los trombos reconocidos por la Agencia Europea del Medicamento como causa de muerte de vacunados, no existen. Bueno, existen… pero casi no existen, como si no existieran, son muertes fake.  

Esta es la locura que nos gobierna, desde ya hace tiempo. Esquizocracia, yo le llamo. Tenemos al mando a auténticos dementes, peligrosos desequilibrados, majaras como maracas de Machín. Los enfermos mentales han dado un golpe de estado y quieren que te unas a ellos. Cambiad el nombre de vuestros partidos: Partido Sociópata Obsesivo Español, Partido Psicópata, Ciudadanos Bipolares, Esquizofrenia Unida, y al que le gusten los nombres cortos, TOC (siglas del Transtorno Obsesivo Compulsivo). Política de manicomio. La posmodernidad democrática y sus majaderos progresistas aspiran a liberarnos de todo, incluso de la lógica, la coherencia y el sentido común que nos queda. 

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