Falacias para el día a día

Hoy traemos un artículo distinto y algo largo, aunque esperamos que provechoso. No espere el lector nada muy original ni elaborado, siquiera una exposición de tesis inauditas o reveladoras. Es más, el lector puede encontrar lo que aquí simplemente se va a exponer en cualquier manual de retórica/dialéctica. Es una lista lo que aquí traemos, pero una lista que, aunque un tanto larga y que quizá pueda llevar al tedio en su lectura, es, a su vez, concisa y útil, sobre todo a la hora de analizar los discursos políticos. Nos referimos a una lista de falacias. Es una mera «guía práctica» que esperamos guste a nuestros lectores y que, si es preciso, estos pueden leer hasta por partes en distintas ocasiones. Y es que en nuestros pandémicos y mediáticamente azucarados días, hemos podido ver -igual que se ha podido ver siempre pero, quizá, con una mayor magnitud- que la mentira y la demagogia son armas fundamentales de la política de bajos vuelos de nuestras democracias capitalistas. Tanto en lo que respecta al combate sectario entre partidos como en lo que respecta a la comunicación, con eso que llaman pueblo, por parte del Gobierno. Y si bien ambas, mentira y demagogia, son armas políticas tampoco se puede admitir que toda la política se reduzca a ello, o al menos se intente. Quizá tras esta lectura, a quien interese, le sea posible ver una sesión parlamentaria, un telediario o incluso una rueda de prensa gubernamental -a veces basta con unos pocos segundos- y maravillarse por la cantidad de falacias que comete quien le habla desde la pantalla. Consciente o inconscientemente es, en la mayoría de los casos, lo de menos, como veremos.

Así pues, comenzaremos aclarando que, a la hora de ver la argumentación (posiblemente falaz) que estos sujetos elegidos democráticamente nos exponen, hay que ver al menos un par de cosas:

1º. ¿Es un texto o discurso argumentativo? Lo primero que hay que ver es si es un texto o discurso argumentativo, es decir, si se pretende argumentar, defender, una determinada tesis alegando razones o pruebas. Pues bien podría ser un texto o discurso que trate de convencer sin argumentos. Hay que ver qué posturas asume el autor y qué argumentos alega.

2º. ¿Hay argumento? Lo segundo sería determinar si en el texto o discurso hay en verdad argumento. Porque puede que no los haya, y para ver si sí o si no se hace necesario ver las falacias. Una falacia no es algo sinónimo de falsedad ni de mentira, esto hay que tenerlo claro. La falacia tampoco implica de por sí una valoración moral. No son tampoco argumentos manifiestamente erróneos. Las falacias son argumentos que son malos argumentos pero que pueden parecer buenos argumentos, no son falsos argumentos sino argumentos falsos. Son maneras de argumentar que son susceptibles de error y, sobre todo, que llevan a error, intencional o no. Si bien, también hay que tener en cuenta que aunque las falacias suelen ser vistas como argumentos falsos, pueden no resultar del todo incorrectas o inadecuadas dependiendo del contexto en que se enuncia. Este último punto no es baladí.

Dicho esto entramos al tema:

Un tipo de falacia, que casi no es argumento pues no hay premisas, sólo conclusión, a el argumento ad lapidem (lapidario). Consiste en querer aparentar una absoluta certeza de algo, como si fuese algo definitivo, con total seguridad. Hay un énfasis y seguridad en la afirmación, pero sin exponer una argumentación propiamente, que se da implícita, tan sólo es una afirmación lapidaria. Y esta seguridad puede llevar al auditorio a creer que es verdad esa falacia. Aunque hay situaciones en las que el auditorio puede estar en condiciones de inducir las razones de la afirmación, también puede suceder que el auditorio no esté en condiciones de entender las razones y, entonces, casi de una forma paradójica, estas afirmaciones lapidarias puede que no estén tan fuera de lugar. Estas afirmaciones lapidarias serían falacias, por tanto, cuando sí que hubiese posibilidad de argumentación.

Otra manera de falacia emparentada con esta es la argumentación ad nauseam. Consiste en intentar convencer al auditorio mediante la repetición continua del argumento o la afirmación hasta la náusea, de ahí el nombre. Aunque no se proporcione una prueba o un argumento, la misma repetición hasta el paroxismo lleva al convencimiento -como decía el ministro de propaganda nazi: no hay mentira que no se haga verdad si es mil veces repetida-. Tampoco hay argumentación propiamente dicha, sino que se da una reiteración continua de una conclusión. Caso típico es el de la propaganda política o en la comercial.

Otra falacia que también rehúye la argumentación es la falacia relativista. Es una manera, un recurso defensivo, que tiene como objetivo el blindaje contra todo tipo de argumento en contra de tu propia posición. Sería el caso de un texto o discurso descriptivo en el que únicamente se exponen las propias opiniones sin argumentarlas. Se relativiza la conclusión y se elude el debate y la argumentación: «Para ti no lo será, pero para mí sí»; «Respeto tu opinión, pero me quedo con la mía», «Es lo que opino y debe respetarse». Ahí queda la cosa, en puro subjetivismo. No hay razonamiento ninguno, ni premisas aceptables por el interlocutor, no hay discurso posible. Es un refugio en el que se sustituye la argumentación por la información de las opiniones propias que rompe todas las reglas del discurso. Puede ser una falacia en el sentido de que puede ir acompañado de un «metaargumento».

Estas tres falacias o malos argumentos podemos entenderlas, por tanto, como una negativa a dar razones. Ya sea simplemente porque sólo afirma, porque sólo repite o porque lo relativiza todo.

Otra forma más sutil de falacia emparentada con estas tres anteriores es la de eludir la carga de la prueba. Aquí tampoco hay argumento propiamente dicho. Porque cuando alguien defiende algo lleva la carga de la prueba[1], es quien defiende, afirma o demuestra algo quien tiene que cargar con la prueba de lo que defiende. Quien hace una afirmación es quien tiene la carga de la prueba de que eso que afirma es verdadero, probable o al menos verosímil. Y eludir la carga de la prueba es una forma de no argumentar; no es que el argumento sea malo, sino que directamente no lo hay. Y la forma más típica de eludirlo es atribuírselo al otro. Esto, en la situación más simple, es un contexto dialógico, hay dos posturas. Pero ¿tienen ambas la misma carga? Hay veces que no, se producen disimetrías. Por ejemplo, en las afirmaciones de existencia: si lo que se discute es si algo existe o no la carga no es simétrica, quien dice que algo existe es quien debe cargar con la prueba, pero no quien lo niega. Por decirlo así, y aplicando el modelo de la pretensión de inocencia jurídica, que «nada existe hasta que no se demuestre lo contrario». Otra asimetría son las tesis afirmativas: quien afirma es quien tiene más peso en la prueba. Otra es la acusación: es quien acusa, y no quien se defiende, quien tiene la carga de la prueba. Otra serían las tesis contrarias o la opinión común: si se defiende algo contrario a la opinión común quien lo defiende es quien tiene que probar que eso que contradice la opinión común es verdadero. Y por último podemos encontrar los actos no obligatorios: se da en aquellos casos en los que te piden que hagas algo, como un favor, es decir, en contextos no obligatorios, y sin embargo se te pide alguna explicación si no se quiere hacer eso que se te pide. En lugar de intentar convencerte a ti te obligan a alegar tú razones para negarte. Suelen utilizarlos las sectas y cosas por el estilo.

También podemos encontrar en este contexto la argumentación ad ignorantiam. Consiste en obligar a los demás a demostrar que es falso lo que tú defiendes en lugar de argumentar a favor de lo que se defiende. Más que un mal argumento es una elusión del argumento, se descarga de la carga de la prueba. Aunque, como siempre, esto no siempre es malo, hay situaciones o contextos en los que liberarse así la carga de la prueba es legítimo.

Hay otras maneras típicas de no argumentar debidamente, o, más bien, de hacer como que se argumenta. No es que no haya argumento, como en los anteriores casos, pero es sólo un argumento aparente. Una es la presuposición, otra es la petición de principio, otra es la circuncidad (en caso de círculo vicioso) y otra es la remisión al infinito. En todas estas formas hay argumento en el sentido de que hay premisas y hay conclusión, pero son pseudoargumentos puesto que en todos ellos se está presuponiendo lo que se quiere demostrar, y un argumento debe ser tal que las premisas justifiquen la conclusión, pero no la contengan. Si se hace esto en realidad no se argumenta. Son argumentos válidos, pero no cogentes, no son aceptables (por alguien, eso sí, que no acepte de entrada la conclusión).

La presuposición es la más engañosa, es dar por supuesto algo. Presuponer algo es dar algo por supuesto, pero no afirmarlo explícitamente. Tú afirmas algo si es verdadera o falsa otra cosa anterior, que es lo que se presupone (pero no se dice).

A presupone B si y sólo si:

Si B es V, entonces A es V o F.

Si B es F, entonces A no es ni V ni F.

Si quieres demostrar, por acudir a un ejemplo de lo más clásico, que el rey de Francia es calvo y alguien te quiere decir que no, que es melenudo, la verdad o la falsedad de esa afirmación es irrelevante, porque ya se está presuponiendo la existencia del rey de Francia. Se ha aceptado el presupuesto. Ya te han concedido lo que a ti te interesa. Este es el truco y el engaño de la presuposición. Las preguntas complejas es el caso típico de presuposición. Si te preguntan si has dejado de beber (alcohol, se presupone) y contestas da igual si contestas que sí o que no, pues respondas lo que respondas al responder presupones ya que bebías. Se acepta la presuposición sólo por el hecho de responder la pregunta. Es una pregunta que no deja opción, para responderla hay que aceptar la presuposición. La trampa. Cuando haces una afirmación presuponiendo algo, en este contexto lo importante no es la verdad o la falsedad de lo que se afirma, sino que se presupone la verdad de lo presupuesto de lo que se afirma.

La petición de principio es aquel argumento en el que se parte de la propia conclusión. Se presupone aquello que se quiere demostrar. Sólo convence a aquellos que ya están convencidos de la conclusión.

El círculo vicioso es una variante de lo anterior, que no termina nunca (de ahí que se le llame círculo).

La remisión al infinito es un argumento parecido al anterior, pero que admite añadir nuevos elementos. En la remisión al infinito en el argumento contamos con una premisa tan cuestionable que, para defenderla, tienes que argumentar con otra premisa igualmente cuestionable, y, a su vez, tienes que argumentar con otra igualmente cuestionable, etc. Es un argumento no concluyente porque, aunque se concluya, no hay razón para ello, pues lo mismo se podría parar al principio que nunca.

Todas estas falacias son cosas que se pueden hacer para convencer sin siquiera argumentar. Basta con que haya argumentación aparente. Aunque, como hemos recalcado ya varias veces, no es necesariamente malo eludir la argumentación, depende del contexto.

Otra forma sutil de eludir la argumentación, aunque, al menos formalmente, hay argumentación puesto que hay premisas, es la argumentación ad hoc. Se ha visto a veces en algún caso de alguna teoría científica, cuando se quiere blindar una teoría que tiene visos de refutarse (por ejemplo: el caso del flogisto). Una explicación ad hoc es una explicación que se proporciona sólo para explicar un caso, pero una explicación verdadera debe ser capaz de explicar no sólo un caso. De hecho, estas explicaciones bloquean la posibilidad de extender la explicación a otros casos. Estas explicaciones o hipótesis ad hocno permiten predecir nada más que ese hecho, es una explicación a la medida del hecho o del caso, pero que ni siquiera se puede contrastar pues permite blindar la explicación contra toda refutación. No hay forma de demostrar que es falsa esa hipótesis ni de realizar nuevas predicciones a partir de esa hipótesis o argumento. En una argumentación ad hoc la argumentación se aplica a ese caso y sólo a ese caso (aunque el caso pueda ser prácticamente el mismo en otras situaciones). Pero para aplicarlo en un caso y en otro idéntico no debe ser justificado, debe justificarse por qué para ese otro caso no se utiliza, cosa que, de todas formas, el que argumento ad hoc no suele hacer. Un ejemplo típico es el de la parapsicología.

Razonar ad hoc suele utilizarse también para salvar las contradicciones -o cabalgar las contradicciones, como se ha puesto de moda decir-, suspendiendo las premisas que llevan a contradicción cuando conviene. Pero, en una argumentación seria. se tienen que asumir todas las consecuencias que se sigan de todas las premisas, siempre.

Una vez que hay argumento (y ese argumento es cogente), la segunda norma que debe cumplirse en una argumentación es que sea una argumentación honesta. Hay varias formas de no cumplir esta segunda norma. Para que un argumento sea honesto el que argumenta debe utilizar premisas y conclusión verdaderas, que la conclusión se sigua de las premisas y que las razones del que argumenta sean sus verdaderas razones (que el que argumenta lo haga verdaderamente por las razones que da, y no por otras)[2].Esto último se suele llamar como «dar la razón buena». Dicho en corto, no se debe mentir en ni sobre una argumentación.

Un ejemplo característico de deshonestidad filosófica o argumentativa en general es aquella en la de aquellos que razonan deshonestamente y no lo saben, creyendo que argumentan por una razón y con unas premisas en las que el argumentante se autoengaña sobre la verdad de las razones y las premisas. Es lo que se llama pensamiento desiderativo, que no es otra cosa que confundir los deseos con la realidad. Crees algo no porque sea real, sino porque desearías que fuese realidad. Y si se argumenta apoyándose en ello se argumenta deshonestamente, aunque no intencionalmente, sino de forma autoengañada por el interés propio de que lo que se dice sea verdad. Es un caso bastante frecuente, puede que incluso más frecuente que las argumentaciones deshonestas intencionales. Y esta deshonestidad se nota mucho si vemos que es algo irracional, es decir, que entra en contradicción con otras cosas que el propio argumentador defiende. (Decimos irracional aquí en el sentido de que, dentro de las propias convicciones del que argumenta, no cuadra esa otra creencia o defensa). Por ello es muy difícil argumentar contra el que argumenta así, pues todo lo que le puedas decir ya lo sabe él mismo. Esta forma de argumentar bloquea, a su vez, la argumentación en contra. No es sólo que el otro no se dé cuenta de que se está autoengañando, sino que no quiere darse cuenta. Por eso al principio señalamos que una falacia lo es lo sepa o no quien la está cometiendo, lo pretenda o no.

La más destacada argumentación deshonesta es la falsedad manifiesta, en la que se ve a las claras que las premisas y la conclusión no son consideradas verdaderas ni por quien argumenta, pero tampoco cree que la conclusión se sigue de las premisas y tampoco cree en las razones que ha dado para argumentar sobre algo.

Ahora vamos a centrarnos en las falacias que sí tienen argumento propiamente dicho.

Un posible argumento falaz es aquel en el que la conclusión es algo muy vacuo. Bien porque no tenga contenido o bien porque es muy obvia. Se supone que la conclusión de un argumento tiene que tener un contenido que sea relevante, que sea con contenido. Por ello, a la hora de evaluar un argumento, es importante que se defienda realmente una tesis, aunque pueda ser discutible. Si no queremos caer en una falacia no debemos nunca defender dicha tesis de tal forma que se convierta en una tautología. Ni tampoco hay que cambiar la conclusión del argumento sobre la marcha.

Un argumento no válido es lo que se suele llamar un argumento non-sequitur: aquel argumento en el que la conclusión no se sigue de las premisas. Como es el caso de la afirmación del consecuente (si A → B, luego si B → A) o el de la negación del antecedente (si A → B, luego si ¬A → ¬B) (ambas tienen que ver con los formatos condicionales). Estas confusiones se dan a menudo porque en el lenguaje natural o coloquial cuando decimos «si…., entonces…», lo que queremos decir en realidad es que «si y sólo si». Metemos una premisa implícita sin darnos cuenta. Estas son falacias típicas en argumentos deductivos.

Otras falacias, pero en argumentos inductivos, tienen que ver por ejemplo con la generalización precipitada. Una generalización es precipitada cuando los casos en los que se basa la generalización no son suficientes. Es decir, cuando los casos recogidos no justificanla conclusión. La generalización precipitada suele derivar a menudo del prejuicio que uno puede tener sobre algo. Debido a ello, a ese prejuicio, podemos llegar a considerar que un caso concreto justifica una generalización. Por tanto, un tipo de generalización precipitada es cuando se realiza con casos insuficientes. Pero, en general, las generalizaciones precipitadas no se producen por falta de casos. Las más frecuentes son por casos sesgados. La cuestión falaz no estaría en estos casos por la cantidad de datos sino por su calidad o fiabilidad. Y es que en muchas ocasiones cuanto menos sesgados sean los datos menos datos necesitas para hacer la generalización, lo importante es que sea una muestra representativa o parte alícuota. Muestra que puede ser recogida al azar o de forma planificada.

Otro tipo de generalización precipitada frecuente es la que se hace a partir de los casos conocidos. En este tipo de generalización no se investiga o no se buscan más casos, sino que se tiende a generalizar a partir de uno, dos, o unos pocos casos conocidos por todos. Y otra generalización precipitada parecida a los casos conocidos es la realizada a partir de los casos llamativos, no a partir de casos conocidos o famosos pero sí llamativos, curiosos, que mueven al interés. Aunque no tiene nada de malo a veces la generalización a partir de un solo caso -como venimos remarcando, los contextos ontológicos no se pueden eludir-. Por ejemplo, si pones una vez la mano sobre una plancha muy caliente y te quemas no necesitas repetir el caso para generalizar y decir que eso es peligroso. Otro ejemplo es el caso en el que se hace un experimento científico muy bien preparado, con todas las garantías, y se hace una sola vez; de ahí se puede generalizar a partir de un solo caso. Si el caso está bien elegido, si no hay ningún factor diferencial que haga diferente ese caso de los demás, es legítima la generalización a partir de un solo caso. Lo contrario de todo esto es la generalización por accidente. En la que se atribuye la razón de algo a un caso que es puramente accidental, que no tiene importancia en el asunto. Se atribuye como parte de la explicación un dato que es puramente accidental.

Otro tipo de error de argumentación es el de la falsa causa, en la que podemos diferenciar al menos tres tipos: en primer lugar la post hoc ergo propteroc, que es deducir de la causa de una cosa que otra segunda cosa tenga la misma causa (después de…, luego, a causa de…); en segundo lugar laconfusión causa/efecto, en la que puede haber una conexión causal pero la consideras al revés, puedes considerar que la causa es el efecto; y por último la falacia de ignorar la causa común, que es pensar equivocadamente que hay una conexión causal entre dos hechos cuando lo que hay es en realidad una causa común.

Otras falacias emparentadas con esas serían los argumentos de falsa consecuencia -que no hay que confundir con la argumentación ad consecuentiam, que consiste en rechazar algo debido a que no agraden las consecuencias de algo, rechazar una tesis porque no agradan las consecuencias (no es, por otro lado, argumentar ad consecuentiam no aceptar una tesis porque las consecuencias sean falsas, esto no sería una falacia)-. La falsa consecuencia es establecer una conexión causal en hechos o cosas totalmente independientes, es pensar a partir de datos previos que va a ocurrir algo sin tener en cuenta las variables y probabilidades sobre ese algo -es decir, pensar cosas sin justificación alguna-, o intentar racionalizar algo que no tiene sentido racionalizar. Es una falsa consecuencia a partir de datos previos. Otro argumento falaz de falsa consecuencia es el argumento de pendiente resbaladiza, que consiste en argumentar añadiendo cosas que no tienen por qué suceder.

Respecto a las falacias en lo que corresponde a la elección de las premisas un caso muy común es el del falso dilema. Se caracteriza por permitir sólo dos opciones a elegir, cuando puede haber más. Se parte de A v B y puede ser un falso dilema porque haya otra opción, que sea C, o que haya otra opción que sea A ^ B. Es muy típico de posturas maniqueas («o estás conmigo o estás contra mí», «si no eres de derechas eres de izquierdas»). El caso contrario está en negarte a que haya un dilema cuando realmente sí lo hay, que es la falacia del término medio. Es decir, introducir un término medio donde no hay término medio. Cuando hay que elegir entre una opción u otra, el que argumenta mediante una falacia del término medio introduce una opción más que no existe para no tener que elegir, o para justificar una postura que no está en esas dos opciones ni existe. Se suele utilizar esta falacia para disfrazar posiciones muy agresivas y extremas, intentando rebajar las otras dos opciones y poniendo esa como más modesta y no tan extrema cuando sí lo es.

Otro tipo de falacias que tiene que ver con la mala argumentación es la falacia de composición y la falacia de división. La falacia de composición es atribuir al todo las propiedades de una parte, y la falacia de división es atribuir a las partes las propiedades del todo. También están los errores categoriales en los que se le atribuye a un todo o a una parte propiedades que no puede tener.

Otra manera de argumentar mal es la supresión de prueba. Consiste en obviar datos relevantes para el caso en la argumentación. El caso más típico es el de ocultar pruebas en los juicios o en las investigaciones policiales.

Falacias que eluden la cuestión, falacias que argumentan por exceso y falacias que apelan a las emociones.

Vayamos ahora a por otro tipo de falacias. Y las distinguimos porque todas estas falacias no necesariamente lo son, sino que pueden serlo, son tipos de argumentos que pueden caer en falacia. Ni tienen por qué ser irrelevantes. Normalmente se suele pensar que una falacia lo es porque las premisas son muy pocas o son débiles, pero también puede ser que haya demasiadas premisas o la argumentación sea excesiva, pues si algo que no necesita demasiada argumentación la argumentas mucho lo que haces es debilitar tu posición. Este exceso lleva al auditorio a dudar sobre la consistencia de aquello que defiendes. Por tanto el sobre-explicar o sobre-justificar algo puede ser perjudicial, pues haces que aquello que puede ser obvio o claro deje de serlo, y el auditorio puede empezar a pensar que hay algo que no percibe que en realidad no hay.

En estos casos puede hablarse de premisas redundantes. En las que las premisas se repiten y hay más de las necesarias, lo cual lleva al interlocutor a realizar el esfuerzo de tener que asimilar más de lo adecuado. También está el error de la premisa de no independencia, que se da cuando una de las premisas es deducible de algunas otras pero que aun así la introduces de manera innecesaria; esto no quita validez al argumento, pero sí le quita cogencia al argumento. Otro tipo de falacias muy frecuentes son aquellas en las que lo importante no es si las conclusiones se siguen del argumento, sino que eluden la cuestión y los argumentos; si es que lo son, no vienen a cuento y lo único que pretenden es desviar la cuestión, sin relevancia. Uno de estos casos es el conocido como el del hombre de paja, que consiste modificar la postura del otro y en lugar de rebatir su posición, rebatir otras posiciones, deformándolas y criticándolas, pero sin rebatir la del oponente. Es una falacia que pretende parecerse a un argumento por analogía, que sí es totalmente válido. Pero aquí hay otro tipo de falacia de tipo del hombre de paja, que es la extensión de la analogía, que consiste en llevar la analogía más allá del argumento, exagerar la analogía de tal forma que ya explica demasiado.

Otra forma de eludir la argumentación, frecuentísima, es el argumento ad hominem, que consiste en criticar a la persona que defiende el argumento en lugar del argumento en sí (es la forma más habitual entre parlamentarios). Aunque, de nuevo, no siempre es falaz este tipo de argumentación. Hay muchas formas de argumentar así, como puede ser el ataque personal, en la que se ataca personalmente al oponente. Otra es la de envenenar el pozo, que consiste en predisponer al auditorio contra el otro, manipularlo para que los demás ya vean mal al otro y, por tanto, a sus argumentos como malos o falsos, y también a los que sigan a ese otro. Otra forma muy frecuente de argumento ad hominem es el tu quoque, que consiste en acusar al otro de hacer cosas peores o iguales a las que te acusa él, cosas por el estilo como «pues tú más» o el «y tú también». Tristemente esto también podemos verlo a diario entre nuestros dirigentes.

Sin embargo, los argumentos ad hominem no necesariamente tienen que ser atacar a la persona eludiendo la cuestión, sino que a veces es relevante si la persona es atacable por su condición moral o por su falsedad en sus intenciones, o cosas por el estilo.

Otro tipo de argumentación que puede eludir la cuestión es la utilización de las buenas intenciones para convencer a alguien («yo pretendía tal cosa, pero…»). Pero las buenas intenciones no hacen bueno el argumento, aunque puede conseguir predisponer al auditorio a la aceptación de tu argumento. Es una forma de falacia que apela a cuestiones no estrictamente relevantes a lo argumentado.

Otra posible falacia son los argumentos de autoridad. Consisten en argumentar basándote en la autoridad de lo que han dicho otros. Lo primero para argumentar así es asegurarse de que a la persona a la que se cita es realmente una autoridad en la materia sobre la que se está argumentando, y, además, si eso que dice la persona con autoridad tiene apoyo por parte de otros especialistas en la materia y no es sólo una opinión suya. Estos argumentos no tienen buena fama, sin embargo no tienen nada de malo siempre que no se usen maliciosamente, pues la mayoría de nuestros conocimientos se basan en la autoridad de otros que son considerados expertos en eso que dicen. Así que un argumento de autoridad es, en principio, bueno, pero tiene que cumplir las condiciones para que sea bueno. Ocurre que cuando se cuestiona un argumento de autoridad también suele ser un argumento ad hominem, pues se cuestiona la elección y la intención del que argumenta. Pero no por ello la acusación tiene que eludir la cuestión, pues en caso de ser cierta sería relevante

Otras falacias que introducen cuestiones que no vienen a cuento son la de novedad/antigüedad. La de novedad consiste en decir que algo es bueno porque es algo nuevo, y la de antigüedad en decir que algo es bueno por ser antiguo. Muchas veces cuando se defiende lo nuevo no se argumenta sino que sólo se califica algo como nuevo, y también ocurre que se presenta como nuevo cuando en realidad no lo es. Se puede ver muy a menudo en los anuncios comerciales. También ocurre con la antigüedad, se presenta algo como antiguo cuando no lo es o se presupone que es bueno por su longevidad. La argumentación incluye, como vemos, elementos axiológicos.

Otra posible falacia es argumentar apelando a una práctica (o creencia) común (ad populum). Es un tipo de argumento de autoridad, una argumentación populista que a veces concuerda con la de envenenar del pozo. Se dice que algo es bueno porque todo el mundo lo hace o lo cree. Si bien es cierto que esto no tiene por qué ser siempre una falacia, pues puede ser legítimo y relevante apelar a una creencia o una práctica común.

También se puede cometer falacia cuando se pretende defender algo por el mero hecho de ser original. Es una especie de ad populum pero al revés, en lugar de apelar al consenso común se apela a su originalidad y se pretende demostrar que es algo bueno por ser único y aunque sólo algunos, una élite, lo acepten. También puede ser falaz cuando lo que se presente como original y aceptado por muy pocos en realidad no sea original y sea, además, aceptado por muchos.

El argumento ad rumenam es el argumento que se basa en la imitación de lo que hacen los ricos por el hecho de serlo, porque como son ricos deben de ser lo que saben de cosas. Pero también existe un argumento contrario, que consiste en exaltar lo que sabe la gente pobre.

Estas últimas falacias son falacias que apelan a los sentimientos. Aunque, como siempre, no siempre es irrelevante o malo apelar a las emociones. La parte emocional, dado un contexto de discusión retórica o dialéctica, es siempre necesaria en un argumento. Hay que tener siempre en cuenta el auditorio. Lo que es falaz es dejar de lado completamente la argumentación y centrarse sólo en lo emocional. Pero, insistimos, no toda apelación a las emociones es falaz.

Una falacia que lo es porque apela sólo a las emociones es la ad baculum (del palo). Consiste en utilizar el miedo, la intimidación o aludir malas consecuencias de algo para convencer al otro. Otra sería la argumentación ad misericordiam, que consiste en apelar a la pena, a la piedad o a la misericordia, aunque no tiene por qué ser falaz. Otra sería la argumentación mediante el ridículo, que consiste en presentar algo como ridículo, no como absurdo, sino como algo que provoca risa y que deja al que lo dice o hace como un hazmerreír -aunque tampoco tiene que ser irrelevante-. Otra falacia emocional sería la argumentación bandwagon, es parecido al ad populum pero más emocional. Consiste en presentar los argumentos de forma que creen un vínculo emocional entre el que argumenta y el auditorio, como intentar crear un grupo en el que todos opinan lo mismo.

Modos de la argumentación.

Una vez recorrida toda esta lista de falacias podemos concluir señalando, en lo que respecta a los modos de argumentación, tres aspectos que pueden ser muy importantes -así lo señala el filósofo Grice, y nosotros consideramos que con acierto a pesar de estar en coordenadas muy alejadas a las que solemos manejar-. Aspectos en los que hay formas rectas y formas torcidas de conducirse a la hora de argumentar.

Relevancia de la claridad. Todo esto que hemos visto tiene que ver con la relevancia dentro de la argumentación, que se relaciona con una de las normas de Grice de conversación. Pero también es muy importante otra cosa que también señalan las reglas de Grice: la claridad. Es muy importante porque puede ocurrir que un argumento se convierta en una falacia por la falta de claridad. Pues, recordemos, una falacia no es sólo un mal argumento, sino un argumento que puede parecer bueno. Un mal argumento no sería una falacia, sino un argumento no válido. Lo que hace la falacia en muchas ocasiones es la falta de claridad, de un uso de lenguaje oscuro. Es necesario que el discurso sea claro, lo cual no quiere decir que sus argumentos sean correctos o válidos, lo que no serán los argumentos si son claros es falaces. También hay que tener en cuenta al auditorio, según sea éste el discurso será más o menos claro, ya que dependerá del nivel del auditorio. Por ello siempre que se busque convencer hay que adaptar el discurso al auditorio y hacérselo claro. Pero a su vez hay que tener cuidado de no ser simplista y hacer falsamente claro algo que no es claro, ahí estaríamos tergiversando. Es cuestión de buscar un punto justo entre la necesidad de claridad y la complejidad propia del tema.

Los defectos que podemos encontrar en un discurso respecto a la claridad son:

La vaguedad, que no hay que confundir con la ambigüedad. Un término vago es un término que no tiene sus límites bien delimitados. La vaguedad puede estar causada porque no se defina bien el término, o porque no se delimite bien el contexto en el que se usa ese término, porque no se define bien a qué se contrapone o con qué se compara, etc. Un caso muy típico de la vaguedad en argumentos sofísticos es el de la predicción vaga, es decir, hacer predicciones tan generales o tan poco específicas que lo que se predice pase, ocurra, pero no por ser acierto sino por pura amplitud. Un lugar en el que podemos verlo con facilidad es en los horóscopos: «Debes tener cuidado con la salud», «Se te pueden abrir perspectivas muy interesantes».

La vaguedad da también lugar a una famosa paradoja que es el sorites -que está emparentada con la pendiente resbaladiza -. La paradoja del sorites es a lo que da lugar el uso de términos vagos, y consiste en hacer que cada paso del argumento resulte correcto por el uso vago de los términos. Con esta paradoja se puede demostrar cualquier cosa. El sorites es el paradigma, por decirlo así, de las falacias con los términos vagos. Sin embargo, hay que tener en cuenta, como siempre, que el uso de términos vagos no siempre es incorrecto, depende también del contexto.

Respecto a la ambigüedad, es hacer que un mismo término tenga varios significados, pero bien delimitados. El problema es usarlos bien, pues si un término tiene varios significados pero se deja claro en qué sentido se usa no pasa nada. Pero cuando no se usa de forma consistente el mismo sentido a lo largo de todo el argumento y se van variando los sentidos se incurre en falacia. El caso más típico es el de la falacia de la equivocidad, mezclar sentidos. Un caso extremo es la equivocidad sobrevenida, que es cambiar los términos según vas argumentando. Otro tipo de equivocidad es usar el sentido usual o coloquial del término y el sentido etimológico del término, reintroducir el sentido etimológico muchas veces puede ser totalmente un uso falaz. Otro tipo de ambigüedad es la anfibología, que es ambigüedad por la estructura de la frase y no por el uso de los términos, es la propia estructura de la frase la que no define bien el sentido que tiene. Otra ambigüedad es la que se puede ejercer entre el uso de una expresión de dicto y de re, y es que una oración se puede usar de dicto o de re. Si digo «Pedro es el que está sentado en la quinta fila», cuando digo «el que está sentado en la quinta fila» lo que quiero decir es, de hecho, el que está en la quinta fila, pero si Pedro se sienta en otra fila sigue siendo Pedro; lo que hago es designa a esa persona y hago un uso de re, es una manera de señalar algo. Si yo digo «El presidente del gobierno es el elegido por el Congreso de los Diputados» hago un uso de dicto porque es verdadera sea quien sea el que haya sido elegido. Si esa persona deja de ser la elegida por el Congreso de los Diputados dejaría de ser presidente. Y este es un tipo de ambigüedad muy frecuente y muy peligrosa.

Relevancia de la brevedad. Es importante también que el discurso y la argumentación no sean excesivamente largos, pues esto puede cansar a auditorio -esta queja la hemos podido ver estos pandémicos días cuando Pedro Sánchez ha salido los sábados a hablar a la nación y entre discurso y preguntas ha ocupado más de una hora-. Pero también en la brevedad se pueden cometer errores. Una forma errónea en la brevedad es la pompa y circunstancia, que consiste en no desarrollar y simplemente solemnizar algo excesivamente, utilizando expresiones y términos muy rimbombantes y solemnes, muchas veces con el fin de impresionar e incluso asustar al auditorio para evitar que éste contradiga lo que se diga. Otro error en la brevedad está en la reiteración continua de una idea, ad nauseam, para que la repetitividad sustituya la argumentación.

Relevancia del orden. Es muy importante que el discurso y la argumentación estén bien ordenados, y cuanto más complejo sea el argumento más necesario es, para que el auditorio lo entienda. Una forma de cometer falacias en este aspecto es la de argumentar desordenadamente para confundir al auditorio y persuadirlo. Otra forma de cometer falacias respecto al orden se da cuando uno de los interlocutores desordena el argumento del otro para intentar hacerlo confuso. Un recurso también muy típico es la abundancia de interrogaciones, para no dejar claro cuál es el tema que se discute. Si se plantean muchas cuestiones a la vez o se cambia la interrogación continuamente lo que se hace es bombardear al auditorio, de forma que al final no se sabe de qué se habla. Otro recurso que rompe el orden es modificar progresivamente las premisas, según se vea que llevan o no a la conclusión que se quiere.

Y hasta aquí nuestra lista de falacias. Esperamos que el tedio no haya sido excesivo y que nuestra claridad, nuestra brevedad y nuestro orden haya sido el suficiente como para ser de utilidad a los lectores.


[1]Por ejemplo, en un juicio la carga de la prueba la lleva el que acusa, el acusado es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Es el que acusa el que tiene que demostrar que el acusado es en verdad culpable, pues mientras no se demuestre es tenido como inocente. Pero esto es extrapolable a todo.

[2]Argumentar ad hoc es una forma de argumentación deshonesta.

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