George Orwell: Covid19-84

A la hora de reseñar, siempre es convenido que se opte por contextualizar la obra en cuestión para poder así dotarla de significado y sobre todo hacerla inteligible, de manera que no sea un fogonazo abstracto que induzca a la confusión, sino que nos permita ante todo alcanzar el pensamiento que el autor quiso compartir. Por ello, es un ejercicio más que necesario saber quién fue Eric Arthur Blair, más conocido como George Orwell.

El escritor inglés nació hace 117 años, el 25 de junio de 1903, en Motihari, ciudad perteneciente a Gran Bretaña cuando ésta dominaba colonialmente la India. Tras dar varios bandazos en el país asiático, decidió volver a Inglaterra para experimentar la indigencia antes de poder volver a una vida fuera de las calles.

Eric, pasando por París y adoptando el seudónimo de George Orwell, empieza a realizar estudios y análisis sociológicos que le empujan a denunciar la miseria y pobreza de miles de familias de la época; pero siempre marcando distancias con las ideas izquierdistas británicas en las cuales encuentra elementos denunciables e hipocresía. Por ello, empujado por un sentido de justicia y una inquietud innata, decide ir a España a combatir contra el bando nacional argumentando que alguien debía hacerles frente. Sumido en las filas del POUM y convaleciente tras recibir un disparo en el cuello, empieza a observar y denunciar las prácticas estalinistas del PCE y sus mentiras, las cuales eran usadas como propaganda para la manipulación informativa. Como consecuencia, estuvo cerca de ser asesinado en Barcelona en 1937, descubriendo cómo su ensoñación Trotskita era incompatible con la filosofía soviética.

Tras escribir Rebelión en la granja, genial cuento en el que se detiene a explicar la disputa entre Trotski y Stalin para finalmente reflejar la realidad del Stalinismo y su falsa lucha de clases, decide acometer la obra por la que se haría famoso: la distopía 1984.

En 1984, George Orwell nos trae una historia que se va a enmarcar en una hipotética Londres dentro de un tiempo futuro e indeterminado. En la época que vive Winston, protagonista, el mundo está dividido en tres superpotencias: Oceanía, que engloba casi todo el mundo anglófono; Eurasia, agrupando Europa y lo que era la antigua URSS; y Asia Oriental, donde China, las Coreas y Japón conforman una superpotencia. Además, África, la India e Indochina resultan ser territorio en disputa permanente.

De entrada, resulta llamativo observar un mundo tan polarizado y la semejanza con el de hoy, en el que EE. UU. y China pelean entre sí por ser quien domine mientras la Unión Europea trata de convertirse desesperadamente en una superpotencia, temerosa de quedar a merced (más, si cabe) de los gigantes norteamericanos y asiáticos. En la distopía del autor inglés, un elemento clave era la guerra permanente mediante la cual las tres potencias cambiaban de bando para perjudicar la una a la otra, lo cual me hace pensar en cómo la UE se acerca o aleja de las potencias anteriormente mencionadas en lo que quién sabe si en un ejercicio de puro interés o bien de contrapoder. La guerra comercial desatada hace dos años y las consecuencias que se derivan de la crisis del Covid19 son meros ejemplos de cómo las potencias reaccionan entre sí quién sabe si para hundir al rival. Si no, ¿qué lógica tiene el oscurantismo chino con la información de la pandemia durante los primeros meses? Las reuniones y sonrisas de los líderes internacionales en las cumbres la ONU y demás contubernios de asociaciones internacionales carecen de sentido ante el comportamiento que el Partido Comunista Chino ha tenido desde el primer minuto de la pandemia. El discurso de un mundo pacífico y amigable se viene abajo con los hechos que podemos observar. Y, sin embargo, seguirán reafirmando que estamos en paz, ensalzando uno de los eslóganes repetidos en 1984: “La Guerra es Paz”, uno de los lemas del Ingsoc, partido que domina la sociedad orwelliana. La puntería de Eric resulta ser asombrosa.

Más allá de los paralelismos geopolíticos que encontramos con la novela orwelliana, además hay elementos en 1984 que merecen ser analizados y reflexionados en el contexto que comprende nuestros días. Entre ellos, un concepto que tiene gran vigencia en la actualidad: el doblepensar, el cual es un proceso de adoctrinamiento mediante el cual los sujetos aceptaban como verdadero algo que claramente era falso o incluso la aceptación de ideas contradictorias al mismo tiempo, conviviendo en la mente del individuo. El famoso 2+2=5 tiene hoy día más validez que nunca, véase rápidamente cualquier hemeroteca de contradicciones gubernamentales de los últimos noventa días, por ejemplo.

La sociedad de hoy día, lejos de rechazar las contradicciones del sistema, prefiere aceptarlas y repetir lo que se diga desde los medios. Mejor repetir que cuestionar, hay que recordar que el Ingsoc disponía de un sistema tan totalitario que incluso forzaba al individuo a rechazar su intimidad a cambio del control partidista. Siempre observados, siempre controlados. Ello bien merece una reflexión sobre el papel de los celulares en nuestras vidas. Hoy día, el Gran Hermano de Orwell se extiende a una digitalización en la que el individuo decide entregar su intimidad a cambio de una pantalla mediante la cual estar permanentemente localizado, pero socialmente integrado. Una de las consecuencias de la pandemia será un mayor control en aras de la seguridad. Y como si de una ecuación simple se tratará, si aumentas la seguridad el resultado inmediato es la reducción de la libertad.

Así, llegamos a otro lema del Ingsoc: La Libertad es EsclavitudMerece la pena reflexionar hasta qué punto lo que hoy se defiende como libertad no es más que una maraña de ataduras y engaños mediante los cuales nos creemos más libres. ¿Es acaso la libertad decir que sí a nuestras pasiones? ¿O reside en la capacidad de rechazarlas? En nuestros días, mediante el bombardeo publicitario tendemos a pensar que toda moda, gusto o apetencia que socialmente esté aceptado lleva aparejado el ejercicio de la libertad. ¿Acaso es realmente así? La sobreestimulación de nuestros días nos empuja a aceptar vehementemente toda pasión, y darles pie desmedido a las pasiones nos empuja a la esclavitud respecto a ellas. Pero jamás lo olvidemos, La Libertad es EsclavitudEsta encrucijada resulta ser casi irresoluble si se le añade el profundo autoconvencimiento de que se es libre, lo cual se nos lleva enseñando y promocionando desde nuestro nacimiento. Toda afirmación que sea contraria va a ser perseguida y lapidada, lo cual enlaza con otro elemento fundamental en la distopía orwelliana: la policía del pensamiento.

Esta organización que Orwell desarrolla en su obra se caracterizaba por arrestar a todo ciudadano que pensase ideas o cosas contrarias a los dogmas del partido. Así, conformaba una masa deshumanizada que mediante pantallas controlaban a los integrantes del partido. Además, el papel policial se extendía también a los mismos miembros del partido, quienes se encargaban de denunciar incluso a sus propios padres si cometían algún crimental, como eran llamados los crímenes mentales.

Relacionado con el crimental, destacar cómo en la obra orwelliana se pone énfasis a los esfuerzos que el partido realizaba de cara a crear nuevos términos, cómo el Ingsoc jugaba a

vaciar de contenido unas palabras para rellenar otras. Al lector le dejaré pendiente la tarea de reflexionar sobre lo que ahora quieren llamar “nueva normalidad”.

El tercer eslogan del partido era “La Ignorancia es Fuerza”. Ello se debe a que mantener a las proles sumidas en la ignorancia, controlándolas desde la educación, se evita toda posible rebelión que pudiera darse. Quién sabe si los ciudadanos de a pie somos una masa de ignorantes y gracias a ello se nos mantiene a raya y desmoralizados. Ello explicaría bien la volatilidad de la legislación educativa que tenemos en España, con materias cada vez más alejadas de la filosofía, la religión, la música y demás humanidades a la par que se redoblan esfuerzos en los perfiles más productivistas. Por algo será.

Otro elemento que hace de total actualidad la novela de Eric A. Blair es la liga femenina que existía dentro del Ingsoc, conformada por mujeres que se creían libres por no necesitar del varón, por rechazar el amor y el sexo. En este punto volveré a delegar en el lector la reflexión relacionada con las oleadas feministas que al leer estas líneas le han venido a la cabeza.

Por último, hay una idea orwelliana que a raíz de las manifestaciones del movimiento Black Lives Matter y su guerra a las estatuas se me vienen a la cabeza. “Quien controla el presente, controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro”. El escritor inglés agudamente señala la importancia de dominar la narrativa histórica debido a que sobre ella se van a educar a las generaciones venideras. Hay una guerra declarada a la Historia, la cual debe ser derribada para poder levantar una nueva narrativa. Hay dogmas de fe que son inviolables porque se edifican sobre un relato que ambienta un pasado de sufrimiento y la venida de una liberación. En Occidente, la partitocracia se nos vende como un bien supremo y cuestionar su caciquismo conlleva el señalamiento. La narrativa de nuestros días se centra en calificar como civilización la democracia de partidos (y sus privilegios) mientras trata de bárbaros a todo lo que lo cuestione. Ahora, está dando un paso más allá y vemos cómo se arremeten contra personalidades históricas hispanas y católicas acusándolas de crímenes propios del anglosajonismo. Por algo será por lo que pretenden reescribir la historia.

De manera global, podemos decir que George Orwell nos ofrece una novela en la que refleja sus temores: una sociedad distópica en la que cuestionar los dogmas de fe edificados por el partido te arrastre a la muerte. Bajándola a la realidad, podemos ver cómo en nuestros días alzar la voz contra lo que se estipula como correcto conlleva el rechazo y repulsa sociales. Tal vez Orwell no viera que en el siglo XXI sería más letal ocupar una portada de un telediario que un tiro en las sienes. Muriendo tan joven, con 46 años, en 1950, no pudo hacerse la idea de que su distopía pudiera quedarse incluso corta. Eric no concebía que en el futuro sus mecanismos distópicos los adoptaran los autodenominados liberales y progresistas, los teóricos abanderados de la libertad y del progreso. Sin embargo, son ellos mismos los que llevan a cabo un perfecto ejercicio de doblepensar al acabar con la libertad en nombre la libertad, al matar el progreso en nombre del progreso.

Nunca tus palabras fueron de tanta actualidad. Gracias por tu obra, Eric.

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