Gramsci o el porqué de la vacuidad doctrinal de la Derecha

Las casi dos mil páginas de los Cuadernos desde la Cárcel de Antonio Gramsci, aunque la mayoría indescifrables, esconden no obstante las claves para entender la vacuidad de la Derecha política en general y de la española en particular[1]. Como son variadísimas las interpretaciones que se han realizado de estos escritos, nos permitiremos una lectura laxa, liberada de los considerandos puristas y las eternas disputas entre posmarxistas[2]. Todo ello con el único fin de desvelar una hipótesis: la llamada Derecha –en cuanto que doctrina política- no existe y es una mera extensión atenuada de la hegemonía cultural de la Izquierda. Esta evidencia imposibilita la existencia de una intelectualidad conservadora que muchos esperan y que nunca llegará.

Sociedad civil y sociedad política: la sublimación democrática

Uno de los tótems de la derecha liberal es la equívocamente denominada sociedad civil, término cuya popularidad actual se debe curiosamente al neomarxismo. Gramsci, al contrario que Marx, intentó distinguir en la superestructura[3] varios elementos importantes en las transformaciones políticas, entre ellos la sociedad civil. La nueva propuesta se enfrentaba al marxismo ortodoxo al afirmar que no eran meramente las relaciones y fuerzas de producción (la economía o estructura) las que movían la historia y transformaban la superestructura. Gramsci otorgó un papel fundamental a agentes integrados en la superestructura –fueran culturales o políticos- a la hora de explicar cambios o revoluciones sociales. Hoy en día, por el contrario, la Derecha liberal ha asumido el principio del marxismo más ortodoxo, según el cual la economía (y como mucho la asunción de unos ciertos valores que nunca se definen con claridad) es el garante del progreso, entendido este como mero bienestar (término igualmente críptico o vacuo).

A diferencia de Gramsci, cuando desde la Derecha política se habla de sociedad civil, meramente se expresa un concepto vacío o un imaginario de individuos “libres” que ejecutan el contrato social roussoniano. Recuérdese la famosa frase de Margaret Tatcher: “La sociedad no existe, sólo los ciudadanos”[4]. Por ello, bajo la percepción liberal neoconservadora, la sociedad civil democrática es meramente un conjunto de individuos que han alcanzado unos estándares de bienestar gracias a la gestión económica de un Estado por parte de unos cargos electos. Pero propiamente no son sujetos o agentes políticos.

Por su parte, Gramsci, aunque su pensamiento fue variando, en esencia percibió que una cosa era la sociedad civil –como sujeto real de la acción política- y otra la sociedad política o Estado[5]. La Derecha, diría Gramsci, ha olvidado que “entre la estructura económica y el Estado, con su legislación y su coerción, se halla la sociedad civil”[6]. Este olvido tendrá un doble efecto. Por un lado, los programas electorales conservadores y/o liberales se acabarán centrando meramente en la gestión de lo económico (como hemos señalado, paradójicamente asumirán el economicismo marxista); y por otro lado, se sublimará la idea de Democracia, pasando de ser una mera forma de gobierno que contempla la representación social, a instituirse como el único modelo político viable de “progreso”.

En el pensamiento liberal, esta identificación entre organización sociedad ideal y democracia[7], permite un autoengaño que le impide trascender de la Pequeña política la Gran política[8]. En palabras de Perry Anderson, interpretando a Gramsci: “El parlamento, elegido cada cuatro o cinco años como la expresión soberana de la voluntad popular, refleja ante las masas la unidad ficticia de la nación como si fuera su propio autogobierno. Las divisiones económicas en el seno de la «ciudadanía» se enmascaran mediante la igualdad jurídica entre explotadores y explotados, y, con ella, la completa separación y no participación de las masas en la labor del parlamento. Esta separación es, pues, constantemente presentada y representada ante las masas como la encarnación última de la libertad: la «democracia» como el punto final de la historia”[9]. En esta ficción participarían actualmente tanto la derecha liberal burguesa, como la socialdemocracia[10].

La Democracia burguesa como sistema de partido único

Desde este planteamiento, se concluye que la Derecha ha confundido la sociedad civil también con el ámbito económico y éste como sujeto principal de la política; y la Izquierda se asienta como la llamada a enfrentarse a una clase opresora y restablecer una justicia social. Pero esta dialéctica, para Gramsci, es falsa. Para el revolucionario italiano, todo Estado burgués está compuesto por una sociedad civil en la que diversas cosmovisiones se concretan en partidos (teóricamente correspondiente a diferentes clases sociales). Pero esto, sigue argumentando el italiano, es mera apariencia pues, en el fondo, constituyen corrientes de un único partido del estado burgués.

La novedad que aporta Gramsci en la comprensión de la partitocracia en un Estado burgués capitalista, es que la existencia de diferentes partidos no supone una lucha de clases sino que los partidos tienen razón de ser no en sí mismos sino en su relación con otros. Así por ejemplo la única razón de ser de un partido de derechas es la existencia de otro de izquierdas. De tal forma que todos se complementan y cumplen una función para el sostenimiento del sistema. De ahí que se pueda afirmar que la Democracia, tal como la conocemos en cuando modelo dominante, es en realidad un sistema monopartidistas, con subpartidos o facciones que representan un amplio abanico de opciones. En palabras de Gramsci y tomando como ejemplo la política italiana de su época: “La multiplicidad [de partidos] existente con anterioridad era sólo de carácter `reformista´ … pero cada parte suponía las demás, hasta el punto de que en los momentos decisivos, cuando se han puesto en juego las cuestiones principales, la unidad se ha formado y verificado en bloque”[11]. Esta descripción política de hace casi un siglo es perfectamente aplicable a nuestra democracia.

El elenco de partidos, “divididos funcionalmente”, especialmente los considerados como derecha liberal o conservadora y los socialdemócratas, junto a otros elementos u organizaciones sociales, constituirían la sociedad civil, frente a la política o Estado. En este punto debemos introducir otra de las claves gramscianas para entender el papel de la Derecha en el actual sistema. Gramsci, frente a la ortodoxia marxista que planteaba el Estado como una estructura burguesa a derrocar, propone que la toma del poder no puede ser meramente por confrontación de la clase obrera contra el Estado represivo. Y el motivo principal que aduce es simple: el Estado no siempre es represivo, sino que su poder se mantiene combinando dominio (estructuras represivas) con consenso (provocando la asimilación cultural o ideológica de sus opositores)[12].

Es aquí donde entra en juego el difícil, pero a la vez fundamental, concepto de “hegemonía cultural”. Gramsci presupone que entre los grupos o facciones que componen la sociedad civil, la clase obrera podría alcanzar el poder, pero si previamente era capaz de imponer una hegemonía cultural sobre el resto de facciones o partidos. En la actualidad, es evidente que del proletariado no ha quedado la más mínima sombra[13]. No obstante la lucha por la hegemonía cultural entre las diferentes facciones –léase partidos políticos actuales- es inevitable. Y sólo la llamada Izquierda parece haber emprendido ese camino de conquista.

Ideología y hegemonía cultural

Bien es cierto que para Marx la “ideología” no dejaba de ser más que un mero barniz de la superestructura que rápidamente se desvanecería cuando cambiaran las relaciones de las fuerzas de producción (la estructura). Pero Gramsci, hereda de Croce un concepto de ideología mucho más consistente, en cuanto que cosmovisión que permite no solo tomar el poder sino también liderar la sociedad sin ningún tipo de resistencias. De ahí que para Gramsci que una de las facciones del sistema democrático burgués/liberal consiga la hegemonía cultural es determinante para el devenir político de una sociedad[14]. Pues esa facción (o mejor dicho sus elites), aunque no ostente el poder directamente, será el verdadero dirigente, pues hasta la facción gobernante deberá rendirse a su hegemonía cultural[15]. En el caso del estado burgués/liberal español, la hegemonía cultural ya la consiguió monopolizar casi en su totalidad la izquierda.

Por eso cuando en España el partido conservador dominante llega al poder, no tiene más remedio que gobernar en función del liderazgo ejercido por la hegemonía cultural de la izquierda. Más aún, el subconsciente colectivo de la clase política conservadora subyace la intuición de que siempre que alcanzan el poder es de forma accidental y temporal. Pues la estructura del Estado es en sí misma ya burguesa y revolucionaria, y siempre se tendrá que gobernar bajo esa premisa. Por el contrario, en el orden consciente, la Izquierda siempre reclama el gobierno del Estado como un derecho propio que cada cierto tiempo la Derecha le usurpa (por triunfo electoral, pero usurpación al fin y al cabo). Para Gramsci, alcanzar la “hegemonía cultural” es tan fundamental en un proceso revolucionario que llega a afirmar que no es un medio, sino un fin en sí misma.

La Derecha española, que podría ser considerada como una mala versión de la Izquierda, carece de liderazgo cultural y está harto alejada de poder ejercer una hegemonía en ese sentido. Repetimos lo dicho más arriba, la Derecha ha caído en el economicismo marxista, pensando que su misión histórica es arreglar la economía cuando la estropea la Izquierda. Y en cuanto a la propuesta cultural (entiéndase de cosmovisión), brilla por su ausencia y siempre tiene que ir a remolque de las directrices revolucionarias. Tras cuarenta años inmersos en esta dinámica la Derecha ya está incapacitada intelectualmente para ofrecer la más mínima propuesta que no sea una repetición de lo que pregonan ciertas elites neoconservadoras o socialdemócratas u otras elites de carácter metapolítico. Todo ello sin convencimiento ni reflexión.

Según Gramsci, los intelectuales orgánicos (de los que carece la Derecha) no son simplemente escritores, sino las del discurso conservador)las man) cepta que lograr la hegemonque ir a remolque de las directrices revolucionarias.ene mo (foríderes, directores y organizadores comprometidos en la construcción de una nueva sociedad, no meramente en la reforma o conservación de la ya existente (otra de las manías del discurso conservador). Frente a la intelligentsia que equívocamente se consideraba como una clase diferenciada del resto de la sociedad, para Gramsci el “intelectual orgánico” es el que produce una clase determinada pero que es capaz de mediante el lenguaje de la cultura, las experiencias y el sentir que las masas no pueden articular por sí mismas, genera una fuerza transformadora. La intelligentsia conservadora está castrada para esa función. Posiblemente durante dos siglos, pero especialmente en los últimos cuarenta años, el conservadurismo español ha sufrido una Ermattungstrategie –una “estrategia de desgaste”- a la que le ha sometido el pensamiento revolucionario proveniente de la izquierda. El pensamiento conservador no ha sufrido una Niederwerfungstrategie –una “estrategia de derrocamiento”[16]-, pues al menos sería consciente de su absoluta derrota en la batalla por la hegemonía cultura. Y siendo consciente de cuando has sido derrotado tienes posibilidad de rehacerte. Pero la vacuidad del pensamiento de la Derecha es tal que ni siquiera sus elites dirigentes son conscientes de que carecen de pensamiento político.

 

[1] Para evitar una indigestión gramciana, se puede recurrir a Antonio Gramsci. Antología. selección, traducción y notas de Manuel Sacristán, Akal, Madrid, 2013.

[2] No marearemos al lector con las evoluciones y contradicciones que generaron los propios escritos gramscianos. Simplemente rescataremos aquellos que puedan sernos útiles en nuestra reflexión independientemente del momento en que se generaron y la evolución que se produjo en ellos.

[3] La superestructura sería la manifestación en el ámbito cultural, político, religioso de la verdadera esencia de la sociedad que sería la “estructura” económica, esto es las relaciones y fuerzas de producción.

[4] Cuando la derecha española ha querido enfrentarse ideológicamente al nacionalismo, ha utilizado el mismo argumento envenenado de individualismo que elimina la doctrina de los cuerpos sociales: “no pagan impuestos las comunidades sino los individuos”.

[5] Gramsci a veces consideró el Estado como un concepto globalizante de la sociedad civil y la sociedad política, y a veces meramente como un sinónimo de sociedad política.

[6] Antonio Gramsci, Quaderni del carcere II, p. 1.253.
 Las referencias a la obra de Gramsci las tomamos de la edición crítica de Valentino Gerratana: Antonio Gramsci, Quaderni del carcere, Turín, 1975.

[7] El triunfo del metarrelato moderno ha consistido precisamente en esta identificación, excluyendo del discurso político las clásicas formas de gobierno contempladas desde el pensamiento griego, y sus desviaciones. Hoy, el metarrelato sobre la organización política sólo contempla la perversa dicotomía entre tiranía o democracia.

[8] La pequeña política comprende las cuestiones cotidianas en el interior del Estado. Las fuerzas que se desencadenan son las de meras facciones por el control temporal del gobierno del Estado. Por el contrario, la gran política –para Gramsci- comprende cuestiones vinculadas con la creación de nuevos Estados, la lucha por la destrucción, defensa o conservación de determinadas estructuras económico-sociales. Es en este ámbito donde partidos de derecha o liberales manifiestan de forma patente de ser incapaces de actuar políticamente y simplemente se limitan a seguir metarrelatos y proyectos de unas elites que les desbordan.

[9] Cf. Perry Anderson, Las antinomias de Antonio Gramsci. Estado y revolución en Occidente, Fontamara, Barcelona, 1981.

[10] No olvidemos que el pequeño-burgués Lenin, nunca dejó de atacar a los que se llamaban de izquierdas acusándoles de poseer una enfermedad que calificaba como un “infantilismo” pequeño burgués.

[11] Antonio Gramsci, La política y el Estado Moderno, Península, Barcelona, 1971, p. 84.

[12] Gramsci, mucho más realista que otros marxistas, acepta que lograr la hegemonía cultural, exigirá ciertos niveles de sacrificio ideológico y cesiones a los que denomina consenso: “El hecho de la hegemonía presupone que se tienen en cuenta los intereses y tendencias de los grupos sobre los cuales se va a ejercer la hegemonía, y que debe darse un cierto equilibrio de compromiso –en otras palabras, que el grupo dirigente debe hacer sacrificios de tipo económico-corporativos”, Antonio Gramsci, Quaderni del carcere III, p. 1.591.

[13] Cf, Javier Barraycoa, El trabajador inútil, Scire, Barcelona, 1999.

[14] «Las ideologías previamente desarrolladas se transforman en «partido», entran en conflicto y confrontación, hasta que sólo una de ellas, o al menos una sola combinación, tiende a prevalecer, imponiéndose y propagándose a través de la sociedad. De este modo, consigue no sólo una unificación de los objetivos económico y político, sino también la unidad intelectual y moral, planteando todas las cuestiones sobre las que surge la lucha no en un plano corporativista, sino universal. Crea así la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados», Antonio Gramsci, Quaderni del carcere, III, p. 1.584.

[15] Al respecto, Gramsci escribía: «Un grupo social puede, y de hecho debe, ser dirigente [tener el control de la hegemonía cultural] antes de conquistar el poder gubernamental (esta es una de las principales condiciones para la conquista del poder mismo); después, cuando ejerce el poder y lo mantiene firmemente en su puño, se convierte en dominante, pero también sigue siendo `dirigente´», Quaderni del carcere III, pp. 2.010 y s.

 

[16] El inventor de la antítesis entre Ermattungstrategie y Niederwerfungstrategie fue Hans Delbrück, el historiador militar más original de su tiempo, del que pensadores revolucionarios tomaron la terminología militar para aplicarla a la lucha de clases.

 

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