Ideologías totalitarias globales

Ideologías totalitarias globales. Duzan Ávila

Ideologías totalitarias globales, minorías ofendidas y perdón universitario. Apuntes sobre un caso real.

En Sociología, la existencia de dicotomías o dualismos constituye una parte característica de la morfología de esta disciplina. De entre muchas otras, distintos autores señalan como paradigmática la dualidad existente entre individuo y sociedad. Podrían llenarse océanos de tinta con todo lo que se ha escrito sobre el tema. Sin extendernos en ello, diremos -vulgarmente- que el debate gira en torno a la sociedad como la suma de las individualidades, o los individuos como el producto de la sociedad. 

Pero ¿por qué traemos a colación esta cuestión? se preguntará el amigo lector. Esta dualidad aparece en un hecho acontecido el pasado 8 mayo, que, por desgracia, constituye un fenómeno cada vez más común en cada vez más diversos ambientes. El fenómeno se relaciona con lo que algunos han llamado posmodernamente cancelation culture o Counter Culture. La “cultura de la cancelación” o más castizamente, censura de toda la vida de Dios, está enmarcada en el contexto digital contemporáneo al tiempo que movida por los resortes de este auto-titulado progresismo, cultura woke, o ideología Baizuo

Terminologías aparte, creo que al día de hoy es posible saltar al ruedo y agarrar el toro por los cuernos sin precisar demasiado, pues Tirios y Troyanos ya están al tanto de los polos. El día 8 de mayo, el periódico New Zealand Herald (NZHerald), en su edición digital, publicaba el artículoWaikato University professor apologises after using n-word in lecture”[1].En éste, se abordaba un incidente ocurrido en dicha universidad, un supuesto comportamiento “supremacista” de una profesora blanca. Al parecer, la docente habría mencionado la palabra negro, haciendo referencia a una de las palabras que se han usado en la historia para discriminar a grupos de personas específicos. La clase en cuestión, precisamente abordaba el tópico de los términos que se han utilizado para ofender o discriminar en la historia reciente.

Al menos tres elementos han de ser destacados aquí, más allá de otros detalles anecdóticos del incidente, que el lector podrá encontrar en el artículo. El primero, que la estudiante que alega haberse sentido incómoda (“uncomfortable”) con la situación, basa su argumento en el uso de una palabra. Específicamente, la palabra “negro”. Y se refiere a ésta en tanto palabra en uso. O sea, como conjunto de signos, vocales y consonantes organizadas, pronunciadas de manera sonora. Esto es que, según ella, el origen de su sentimiento de incomodidad no habrían sido los significados -infinitos- presuntamente atribuidos a este vocablo, sino el mero sonido; el resultado cuasi acústico en sus oídos, frágiles a semejante ‘palabro’. Todo esto, como si se tratase de una especie de fuerza vibratúrgica interna capaz de cambiar la realidad de su entorno. De la misma manera en la que entre algunas religiones semitas, el nombre de Dios no debía ser pronunciado a riesgo de acarrear la muerte del infractor. 

En segundo lugar, salta a la vista en el alegato que la mención a la palabra prohibida[2]  resultó aún más chocante para ella que quien la pronunció fue una profesora blanca. Este particular, además, llama la atención por otro hecho. Resulta que laestudiante reconoció que la afrenta no la tomaba como propia. Según su análisis, así como la profesora no tiene derecho siquiera mencionar el asunto racial, la estudiante tampoco podía ofenderse del todo, al no ser ella miembro de la minoría supuestamente aludida. De aquí que su denuncia tenga la forma de “inconformidad” y no de una autodefensa, por no haberse sentido directamente ofendida. 

En palabras de la acusación, sus señorías, al no ser ella negra, afroamericana o afrocaribeña, sino asiática y siendo ella a veces catalogada por el color de su piel, no le asiste otro derecho más allá que el de incomodarse con la situación. Los sentimientos de incomodidad experimentados al ver que una blanca anglosajona (y protestante, por qué no) hace uso de esta palabra, reservada para ser utilizada únicamente por miembros de una así denominada minoría racial desfavorecida, no fueron únicamente personales  ni particularmente traumáticos para ella. Sin embargo, no le impidieron realizar semejante acusación pública, sin medir consecuencias, ni atender a posibles repercusiones dados los tiempos que corren. 

Por último, la tercera de las cuestiones de interés radica en el hecho de que la profesora, según nos cuenta el artículo y corroboran fuentes consultadas por quien redacta esta nota, que prefieren permanecer en el anonimato; habría pedido perdón a los estudiantes por haber utilizado el vocablo, “sin haber tenido derecho a ello”. Aquí suponemos que esta falta de derechos -lingüísticos, digamos- viene dada porque esta señora no se habría sentido jamás discriminada por su color de piel y no sabría de qué estaría hablando cuando analiza el tema es cuestión. El análisis y comentario de un razonamiento de esta naturaleza resulta en extremo difícil; no ya por la estulticia del argumento, sino por el lipori (vergüenza ajena) que despierta el sólo hecho de verlo utilizado con la ligereza con la que hoy se hace.  Ante esto, la sola existencia de las ciencias y el conocimiento, que al decir del poeta: “nos abre amundos antes ignotos”. En una palabra, el saber nos permite entender lo que no conocemos, lo que no hemos visto, lo que no hemos experimentado en carne propia. Que en pleno siglo XXI tengamos que hablar de estas cosas en la civilización que desarrolló el pesar científico-racional, resulta por lo menos inquietante y dice algo acerca de hacia dónde nos estamos dirigiendo.    

A parte de ésta, muchas y muy variadas sería las lecturas que podrían hacerse de estos hechos. En el presente, únicamente hemos reparado en estos tres elementos, ya que nos parece que resumen muy bien un fenómeno que excede por mucho los estrechos marcos de la institución donde han tenido lugar. Casos como éste resultan cada vez más comunes en países occidentales, con consecuencias incluso más trágicas que las relatadas en el presente. Una somera búsqueda en internet bajo el rótulo “denuncias por racismo a profesores” dirigirá al lector interesado a cientos de ejemplos similares al aquí narrado. 

Pero no nos detendremos en ello. Lo que nos interesa señalar aquí es la existencia de unas prácticas materiales que responden a una ideología de fondo, y que por su grado de asentamiento en la realidad ya son capaces de generar comportamientos nuevos en individuos, grupos, clases y acaso sistemas sociales enteros. Estas ideologías -dizque progresistas- se insertan en nodos ideológicos de moda, que entremezclan ideas éticas, conductas morales y demandas políticas sin distinguirlas entre sí. Como resultado de ello, la confusión de conceptos tantas veces observada en los reclamos de estos defensores de las neominorías contemporáneas. Sin menoscabo de que pudieran existir buenas intenciones entre algunos de estos freedom fighters, -hecho políticamente insignificante- lo cierto es que, en la realidad, estás conductas ideológicas toman cuerpo en la realidad, como entes disolventes de la cohesión social. Lo cual, a nuestro juicio, constituye el verdadero factor de peligro en toda esta (a veces denominada) “cultura global”. Pues las “culturas” son los modos materiales (institucionales) de la vida humana, y van mucho más allá del campo de los pensamientos: se manifiestan enteramente en el campo de las ideas y las cosas. Y las ideas, como tantas veces señaló Gustavo Bueno, son entes materiales que ¡vaya si actúan! en la realidad operativa de los hombres.

Si se analizan las palabras de la estudiante (quien no por casualidad fue primero a un periódico de tirada nacional y de tendencia liberal como el Herald, antes que a hablar con la profesora en cuestión) podría encontrarse una cierta lógica crónica (temporal) y de comportamiento que está latente. Sus argumentos acerca del derecho o no que se tiene de pronunciar ciertas palabras, de analizar ciertas temáticas, de sostener determinados argumentos, todo ello en función de la pertenencia o no a ciertos grupos sociales constituye la cristalización de una ideología que ha venido administrándose a las sociedades occidentales por diversas y muy poderosas fuentes. Desde grandes medios de comunicación, políticos de diverso pelaje, activistas, influencers, estrellas de Hollywood, redes sociales, ONGs, y un largo etcétera. 

Pero entre todos éstos, un rol destacado indiscutible lo tienen -oh paradoja- las propias universidades. Sí, precisamente éstas, otrora centros de altos estudios, donde supuestamente debían analizarse y debatirse las ideas todas. Pues han sido, nada menos y nada más, donde se habrían gestado, y acaso propagado con mayor fuerza, todas estas “ideologías basura”. No es de extrañar entonces que observemos ejemplos como el analizado, donde una joven hace uso lógico y natural (tranquilo e irresponsable), de lo que ve en todos los cardinales de su contexto sociológico. 

Que actúe de esta manera es aterradoramente “normal”, pues la “norma” hoy es, por desgracia, que se piense, razone y hasta se actúe como esta joven ha hecho. Es en este punto donde nos permitimos conectar con la pregunta que dio lugar al análisis: la dualidad existente tantas veces comentada en sociología. Estos hechos nos permiten preguntarnos con toda justificación: ¿estamos observando un comportamiento social individualizado, o la manifestación de una individualidad coincidente con otras en el espacio-tiempo del Occidente contemporáneo, que en conjunción fundan un comportamiento social?

Sin adentrarnos en divagaciones teóricas, nos disculpará el amigo lector que vayamos directamente a nuestra posición al respecto. Ésta se apoya en la hipótesis de que no habría ni individuos ni sociedades separados unos de otros. De aquí que este debate entre huevos individuales y gallinas colectivas sea estéril. Lo que tendríamos más bien son dos momentos de un mismo fenómeno dialéctico. Pues si dijéramos que individualidades como éstas son fruto de lo social, aquellas de signo ideológico contrario son también la resultante de colectividades sociológicamente identificables, y no están al margen de las primeras. 

En una palabra, es inútil debatir quien tiró la primera piedra en estas disputas globalísticas. Lo necesario, y acaso lo urgente, es partir (in medias res) de las dialécticas existentes. Entre otras razones, porque tanto individuos como colectividades -sociedades enteras, si se quiere- están siendo, día a día, profundamente perjudicados por este globalismo cismático. Aquí la apuesta, como el riesgo, no es únicamente de los individuos. Si partimos de la tesis que sostenemos, estaríamos todos (globalistas y patriotas, soberanistas y mundialistas) subidos en el mismo barco, cuyo hundimiento nos afectará sin distinciones. 

Este razonamiento nos concierne en lo tocante a la tercera de las cuestiones propuestas.  Concretamente, la respuesta de la profesora “acusada”. En este sentido, si tenemos en las lógicas (ideologizadas) antes mencionadas una cierta tesis-hegemónica, como hemos intentado demostrar- deberíamos encontrar también una antítesis: un tipo de reacción que la equilibre y otorgue “sentido” al hecho, para que este sea reseñable y aprovechable mediáticamente. En este caso, la propuesta antitética la aporta el perdón-rogado por la profesora- que, a fin de cuentas, da título al artículo comentado. En ese perdón se encontraría la supuesta respuesta ‘natural’ y ‘correcta’ deseada por la progresía a acusaciones como las vertidas. 

Con este perdón, no se estaría más que completando el ciclo dialéctico establecido, y “progremente” aceptado, para imponer no sólo estas ideologías, sino las respuestas particulares que han de dársele. Es así como, más que unas ideas particulares en temas concretos, lo que se busca en realidad es imponer toda una dialéctica que imponga tanto la idea hegemónica, como las posibles “alternativas” a estas. 

Al hincar la rodilla en la tierra antes sus estudiantes, esta profesora estaría, como tantas veces hemos visto en los medios de comunicación, completando el rito de imposición colectiva de éstas (y no otras) formas depensar, y por supuesto, de ser. Este es el gesto simbólico, como gusta llamársele en esta neolengua, que hace que el hecho sea “memorable” y de esta forma digno de ser comentado por un medio liberal de tirada nacional. Si el debate se hubiera dado únicamente por una de las partes (una estudiante que acusa a una profesora por no sé qué motivos), no habría tenido mayor repercusión. Pero aquí la madre del cordero es que se ha completado el ciclo indicado por la religión global, y por ello ha de ser debatido en los púlpitos dominicales de la progresía mundial.   

Esta secuencia, según los términos evidenciados en este caso, estaría conformada por las siguientes etapas: 1) la ejecución de un acto sacrílego; en este caso, una ofensa al sacramento minoritario; 2) la denuncia de éste ante los tribunales inquisitoriales de las amorfas masas digitales, donde no hay defensa ni presunción de inocencia posible; y por último, 3) el reconocimiento de sus faltas por parte del hereje. Es decir, su solicitud de clemencia y la consecuente aceptación del castigo ejemplarizante vía estigmatización pública. Con su comportamiento, la acusada en cuestión no estaría sino dando razones a quienes la han señalado para que hagan otra vez esta vejación ritual a otros de sus similares. Desgraciadamente podríamos decir que si bien esta mujer (y digámoslo así a ver si alguna feminista se entera) ha sido la víctima en este caso, sus acciones la han convertido en victimaria de otros que padecerán situaciones similares. 

Ante esta conclusión, se podría alegar que las circunstancias particulares de la acusada no permitían otra conducta, que aquí las biografías individuales importan y que las específicas necesidades de cada uno quizá obliguen a bajar la cabeza de vez en cuando. Ante ello no podríamos más que coincidir, pero únicamente hasta cierto punto. Específicamente, hasta aquel que nos permite reconocer que la presión social puede ser terrible, y de hecho es, sobre aquellos seleccionados como “chivos expiatorios”, sacrificados por el perdón de los pecados de Occidente. Esto haría muy difícil de juzgar a quienes, por temores, necesidades personales, dependencias económicas, etcétera, cederían a presiones de este tipo. 

Sin embargo, a nuestro juicio, en el caso analizado, este argumento no se sostiene. Y no tanto por razones axiológicas, sino, y ante todo, por motivos estrictamente profesionales. En este sentido, la labor de maestro, como la de médico y otras, exigen compromisos éticos/morales que vienen dados con la profesión. En este caso, no caben singularidades de ninguna naturaleza, pues hay un compromiso con los grupos que se tiene a cargo. Si se piensa que una de las tareas principales, si no la fundamental, de un educador es la de preparar a un joven o niño para el futuro, dándole herramientas de análisis capaces de descubrir, procesar, clasificar y transformar su realidad, la de su tiempo, no hay dudas de que esta profesora habría fallado a todo ello con su comportamiento. Al ceder ante un ataque a su persona, ataque que recibió por utilizar argumentos racionales, o sea crítico/metodológicos establecidos en el ejercicio de su profesión, dejó la puerta abierta a la posibilidad de utilizar el cuestionamiento personal como vía para la descalificación y eliminación de argumentos, ideas y formas de pensar distintas a las nuestras. Y le ha dado esta lección, nada menos y nada más que a sus estudiantes, a jóvenes universitarios, al genio de una sociedad. 

Al exigirle a la profesora ante las “faltas” cometidas que se rectifique, no ya sus ideas o argumentos, lo que se hizo fue atacar a la constitución misma de su persona utilizando para ello argumentos raciales. Esta alumna se estaría basando en un mantra muy de moda, que se viene intentando imponer desde estas plataformas liber-progres, según la cual únicamente los “miembros y miembras” de estas “minorías” oficialmente aceptadas desde la moral (superior) progre pueden referirse a sí mismos usando los términos, palabras e ideas que juzguen pertinentes. Verbigracia de esta misma lógica, pero por inversión, nadie fuera de estos círculos sociales cerrados podría hacer uso de ninguno de estas denominaciones, so pena de estar cometiendo lo que ahora se denomina como “apropiación cultural”. Ésta, y sólo ésta, es la razón por la cual una profesora blanca anglosajona, por su sola constitución biológica -es decir, su color de piel- y sin necesidad alguna de reparar en su formación académica, ni sus convicciones morales es vetada de tratar (si quiera de vocalizar) términos discriminatorios relativos a otras razas “minoritarias”. 

Dislates y delirios aparte, toda esta situación viene a mostrar una realidad en extremo peligrosa que se cierne sobre nuestras sociedades. Un tipo de fundamentalismo dogmático, que está reviviendo en Occidente las más ridículas teorías raciales, en formas tan extremas que harían palidecer al más consagrado de los frenólogos decimonónicos. Y esto está pasando, no ya desde plataformas pseudo-científicas como las utilizadas por la frenología, sino a través de la imposición de verdaderas religiones seculares, con todo y sus catecismos: mártires, santos, tribunales inquisitoriales y por supuesto, herejes. 

Con pavor y estupor observamos como el “sueño” del doctor King, de que sus cuatro hijos pequeños“vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel sino por el contenido de su carácter” es enterrado. O quizá algo peor: está siendo secuestrado por estas ideologías corrosivas y divisorias de lo social. Es por esto que, sin saberlo o sin planteárselo en estos términos, la estudiante del caso se hace eco de este dogma, haciendo uso ella misma de aquello a lo que supone que se estaría enfrentando. O sea, que se juzguen las cualidades morales, intelectuales, éticas, espirituales o neumáticas -por citar otra vez a Gustavo Bueno- de personas y grupos, a partir de determinadas características fenotípicas, tales como el color de su piel. 

Esta noción no es muy distinta de la que pudo haber tenido un ateniense del siglo IV a.c sobre un bárbaro (blanco, seguramente) de alguna de las islas o tierras cercanas al Peloponeso. O acaso un terrateniente romano, frente a un ario (después alemán) de las tribus bárbaras de las fronteras occidentales del imperio. O quizá un jefe de clan en el imperio mongol, ante alguno de los prisioneros esclavos (eslavos quizá, de donde viene esta palabra) habitante de la actual Asia Central. De la misma manera que un miembro del partido nazi frente a un judío, un esclavista holandés ante un negro del Níger, o incluso un bereber (acaso negro también) tratante de otros esclavos negros de tribus o clanes distintos al suyo. 

Sin ir más lejos, los ejemplos históricos evidencian las complejísimas relaciones entre esclavitud, guerra, racismo, economía, política y dialéctica de imperios, clases y naciones. Lo grave del tema que nos ocupa, es que nada de esto se manejó con la estudiante. Si bien habría que extenderlo a sus compañeros de clase, quienes presumiblemente habrían estado atentos a los resultados de la polémica, la actitud cobarde de la docente y de la institución Universitaria no hace más que evidenciar una falta de compromiso adquirido en guiar a las generaciones a que se instruyan por la senda de la racionalidad y el uso de la inteligencia para la resolución de las diferencias. 

Si el mensaje que mandó la alumna es explosivo, ya que pone una espada de Damocles en la cabeza de cualquier docente universitario en las así autodenominadas naciones “libres y democráticas”, la falta de contundencia mostrada por la acusada no es menos reprobable. Ante una circunstancia de esta naturaleza, no cabría otra actuación que la exigencia del cumplimiento del deber de todo maestro, quien según el célebre pedagogo cubano José de la Luz y Caballero, ha de ser “un evangelio vivo”. Es decir, dando como respuesta a la acusación otra de naturaleza racional y metódica, reconduciendo el debate del campo de las personas corpóreas al territorio dialéctico de las ideas. 

De esta manera, no solo se hubiese dado cuenta del verdadero espíritu “universalista” que han defendido (al menos en papel) las universidades durante siglos, sino que se estaría dando la batalla precisamente donde el globalismo hegemónico que se nos impone no quiere que se plantee de ninguna manera. En estos casos, este reencauzamiento es fundamental, ya que permitiría triturar todas estas ideologías basura que -créaseme cuando lo digo- no resisten 30 segundos de un mínimo debate crítico. Además, porque se enviaría a quienes tengan la tentación en el futuro de hacer uso de estas “ideas fuerza” el siguiente mensaje: hay quienes son capaces de resistir el embate y la falsa acusación pública con valentía, al tiempo que están dispuestos a plantar cara a las personas, organizaciones e ideologías que se atrevan a verterlas, con la sola fuerza de sus argumentos. 

Sobra decir que este combate ha de ser dado por las ideas, sí, pero mirando (o escribiendo) directamente a quienes cobardemente hacen uso de ellas por intereses personales. He aquí la única medida profiláctica posible ante estas nematologías que intoxican nuestro presente en marcha. Esta conducta es esencial, hoy más que nunca, gracias a que, contrariamente a lo que se piensa, toda esta propaganda ideologizante no es todopoderosa ni invencible, por muchos fondos de Soros y perros de presa Antifaz con los que cuenten. 

Para la consecución de sus objetivos finales, todavía es esencial que a sus organizaciones e individuos pagados los acompañe una masa acrítica de seguidores capaces de actuar por su cuenta como lobos solitarios. Es más: sin estos no sería posible el triunfo final de ninguna ideología totalitaria. El secreto de su éxito es precisamente convencer a una parte de la mayoría de que el discurso hegemónico no solo pueden usarlo en beneficio de clases, estamentos, sectores u organizaciones, sino que también ofrece ventajas a individuos aislados. Estas podrían ser tanto de tipo material, incluso monetario -como hemos visto en muchos actos y protestas “espontáneas” a lo largo de occidente-, sino además (y quizá, sobre todo) psicológico. 

En un mundo donde el bombardeo “identitario” es masivo, donde las sociedades han venido cultivando lo peor de un individualismo ramplón y ñoño, donde ‘destacar’ y ‘hacerse notar’, visibilizarse(en las redes sociales, sobre todo) es un imperativo para la socialización, ideologías tóxicas como la propuesta por este neoevangelio woke constituyen herramientas muy tentadoras para atraer la atención sobre unos agentes singulares, frustrados ante la imposibilidad de cumplir con estas metas prototípicas sugeridas por los avatares de las GAFAN. La responsabilidad, tanto social como individual ante este panorama no exige otra actitud que el inclaudicable compromiso con la racionalidad, y el enfrentamiento sin ambages a este pensamiento hegemónico. En esta tarea, todos los educadores tenemos que ser la vanguardia, sean cuales sean las consecuencias que ello nos traiga sobre nuestras biografías personales.


[1]Profesora de la Universidad de Waikato se disculpa después de utilizar la palabra-N en una clase.

[2]n****” tal y como se simboliza por el rotativo

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