II concurso de relatos: A mi hijo Milo

Publicamos un sexto trabajo perteneciente al II concurso de relatos “Una carta a un hijo”organizado por la escritora y farmacéutica, Esperanza Ruiz Adsuar, en colaboración con Posmodernia y las Bodegas Matsu perteneciente a la Denominación de Origen Toro. Dicho concurso durará hasta el próximo 31 de octubre de 2020. Bases para la participación en el concurso

Título: A mi hijo Milo

Pseudónimo: Perica de los palotes


Acabo de deshacerme de las últimas pruebas de tu existencia en este mundo. Un chupete, unos patucos y una prueba de embarazo. Por no hablar de los cachitos de mí que me han arrancado de las entrañas. Legrado. Sabes que yo hubiera querido que te quedaras dentro de mí, aunque eso supusiera irme contigo. Milo, hijo mío. Sí, hijo. Porque así te sentí desde el principio y nadie va a venir a decirme las semanas que son necesarias para que se produzca el amor, el profundo amor de una madre por un hijo. Milo, de milagro. Porque lo eras, lo eres. Por improbable e inesperado, como todas las cosas buenas. Me has cambiado, para siempre. Ahora soy madre, aunque madre sin hijo. Una madre que nunca ha notado el calor de la piel de su cachorro sobre sus pechos. Una madre que no ha podido brindarte el sacrificio del dolor para traerte a este mundo. Mi cuerpo no ha podido protegerte, bebé mío. Y por culpa de la prudencia, ni siquiera sabe nadie más que yo que sucediste, que fuiste, que estabas vivo. Bueno, sí. Las médicos y enfermeras que nos han atendido. Que han agarrado mi mano en todo momento, que me han abrazado y me han dado el pésame. El pésame, Milo. Si recordara cómo era la alegría casi sonreiría porque alguien me haya dado las condolencias por tu pérdida, porque así sé que no has sido solamente un sueño mío. 

Hemos pasado poco tiempo juntos, pero lo has cambiado todo. Para siempre. No soy la misma mujer que tembló, presa de un cóctel de emociones a un tiempo, al ver que el resultado del test era positivo. La que se puso delante del espejo para poder contárselo a alguien. La recuerdo con la ternura e indulgencia con la que se mira a un niño. Con nostalgia por la inocencia y la ilusión que ahora veo que he perdido. 

Ya no podré ponerte Las chicas de oro, Oliver y Benji, Los pitufos ni el Inspector Gadget. No podré saber si tienes sus ojos o los míos, si eres zurdo o diestro. Rockero o chirigotero. O ambas cosas. Cuando me tocaba la tripa fantaseaba con oírte decir “¡Mamáaaaa, eres muy pesada!”, y sentía como si mi mano acariciara tu frondosa cabellera dándote algún tironcito. No podré disfrazarte de E.T. o de ewook, aprovechando el tiempo en que serías demasiado pequeño como para poder oponerte. Ni me pasaré noches sin dormir velando tu sueño, sin perder la oportunidad al llegar el día de presumir en redes sociales de lo dura que es la maternidad y lo cansada que estoy. Porque hubiera sido cierto. Pero ya no podré ponerme esas hermosas medallas, ni decir que por mucho que te lo cuenten no sabes lo que es hasta que no lo vives. 

Me he deshecho de tus patucos. Los compré hace unos días, en un arrebato. Pensaba armarme de valor y hablarle de ti a tu padre. Aún ahora no sé si debería hacerlo. ¿Es amar ahorrar sufrimiento? ¿O es entregarse, mostrarse sin miedo? No lo hice antes por orgullo de madre. Eres Milo, mi Milo, mi milagro, mi regalo de la vida. Todavía lo sigues siendo, porque eres parte de mí. Porque te quiero más que a mí. Y no podía soportar la idea de que alguien te viera de otro modo. Ni siquiera tu propio padre. Ahora es tarde, en muchos aspectos. Porque no podrá tocarme la barriguita sabiendo que estás ahí. Porque le he privado del placer de hablarte, y a ti del lujo de escuchar su voz. He cometido un pecado, por amor. He esperado demasiado, he dejado que el miedo, las inseguridades y la incertidumbre se antepusieran al derecho que tenías como hijo de ser conocido y reconocido. De sentir su calor y cercanía como sentías los míos. De dormirte escuchándole recitarte, cantarte o hablarte, como hacías conmigo. Esos patucos que compré, en todo caso, ya no me podrán servir para darle la noticia. Porque ahora sólo hay vacío, y no sé cómo llenarlo. No me despido de ti al final de esta carta, Milo. Sería absurdo. ¿Acaso se despide alguien de sus orejas, su nariz o su corazón? Ahora vivo buscándote en las estrellas, en el rocío de la mañana, en el arrullo de las olas del mar. Siento que tengo que darte ejemplo, que ser una buena madre, una de la que te sientas orgulloso allá desde donde me mires. No pude darte mis apellidos pero ahora tú lo nombras todo en mi vida. Antes de ti me acompañó muchos años una fuerza que, cada vez que podía tocar la felicidad con las yemas de los dedos, me asestaba un golpe de ansiedad en el pecho y me repetía que eso no era para mí, que no merecía tenerlo. Ahora me levanto y me acuesto sin ganas, fuerzas ni iniciativa. Porque tú no estás. Pero, a la vez, tengo un motivo para dar un salto de la cama, para pasar por todo lo que esta vida me quiera hacer vivir, para no reunirme todavía contigo. Que fui, soy y seré la madre de Milo. 

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