II concurso de relatos: Carta a una hija desde la mar

II concurso de relatos: Carta a una hija desde la mar

Publicamos el cuadragésimo quinto trabajo perteneciente al II concurso de relatos “Una carta a un hijo” organizado por la escritora y farmacéutica, Esperanza Ruiz Adsuar, en colaboración con Posmodernia y las Bodegas Matsu perteneciente a la Denominación de Origen Toro. La participación en dicho concurso terminó el pasado 31 de octubre de 2020. Bases para la participación en el concurso

Título: Carta a una hija desde la mar

Pseudónimo: Manuel Lois


Querida Hija:

Imagino te sorprenderá recibir una carta mía. Parecerá ridículo en este mundo de inmediatez digital, pero me gustaría que pudieras conservar estas palabras que siguen, para volver a ellas cuando lo necesites.

Me dice tu madre, que andas muy ilusionada con un chico. Y eso me hace comprender que ya no eres la niña pequeña de trenzas doradas y ojos azules como mi uniforme, que en brazos del abuelo Francisco, me saludaba desde el muelle. ¿Cuándo ha pasado cariño? Sé que no he estado junto a ti cuanto te hubiera gustado, ni tampoco lo que yo hubiera deseado. En la vida los privilegios, suelen llevar aparejados renuncias, y, a la fortuna de servir a mi patria por mares y océanos, le acompaña la desdicha de dejaros a tu madre y a ti en casa. Saber eso, es quizá el primer consejo que te doy hoy.

Bajo este manto de estrellas luminosas, que como bien decía Juan Ramón Jiménez parecen islotes de gloria en el mar de la noche austral, quiero contarte una historia: cuando era joven (sí,  lo fui), aún un guardiamarina, tu madre y yo acudimos a Misa en una pequeña iglesia de un pueblecito costero. No recuerdo donde, pero sí recuerdo que era pequeña, limpia y pobre. Con una virgen del Carmen muy guapa, que miraba algo triste hacia la puerta, como contando a los marinos que habían dejado de entrar con el correr de los años. Por entonces, todavía no me había acostumbrado al uniforme y disfrutaba del pequeño acto exhibicionista de mostrarme ante todos vestido con él. Cuando la liturgia terminó, una pareja muy mayor se acercó para hablarnos. Ella era pequeña y algo encorvada, con ojos vivos y chispeantes; él, era alto, calvo y con una nariz de boniato plantada en medio de su cara, surcada por mil arrugas que solo pueden provocar el miedo y la brisa marina. Ninguno de los dos dejaba de sonreírnos. Le preguntaron a tu madre si éramos novios. Tu madre dijo que sí (menos mal porque salíamos desde hacía poco tiempo), y la viejecita sonriendo aún más la felicitó por tener un novio tan guapo (entonces yo lo era, aunque te cueste creerlo).

– A él, le conocí aquí mismo hace 60 años- nos dijo la anciana, señalando con una mano nervuda al viejo a su lado- ¿y sabes lo que me dijo?: Tú y yo, nos vamos a casar. Yo me reí y le contesté que era muy feo (entonces el viejo se rio divertido). Pero ¿sabes qué? Luego pensé en donde nos habíamos conocido y… (también se rio) Tenemos 12 hijos y 20 nietos ¡fíjate! 

En todo ese tiempo, él, no había dejado de sonreír y de mirar a la Virgen, con la complicidad de quienes guardan un secreto mutuo.

Te preguntarás quizá, cual es la moraleja de esta historia. Y yo, te diría una frase con la que tu madre y yo hemos construido una vida juntos: el enamoramiento te pasa, el amor se construye; o quizá esta otra de un hombre que siempre he admirado: “el corazón tiene sus razones, que la razón no entiende. Pero también la inteligencia tiene su forma de amar, como acaso no sabe el corazón”.

 Sé que hoy nos bombardean con la importancia del sentimiento, de las emociones y de la búsqueda de uno mismo. Y yo te digo que desconfíes de los fanáticos del “carpe Diem”, de los que persiguen su conciencia en horizontes que nunca alcanzan, en sensaciones que llenan, pero que no sacian. Te lo dice un marino que ha recorrido medio mundo, y que encontró todo, en el brillo de tus ojos de niña.

Tu bisabuelo Isidro, jamás salió del pueblo. Dedicó su vida a trabajar la tierra y al pequeño negocio que alimentaba a sus 5 hijos. Murió poco después de la Guerra, tras ver, como 4 de sus hijos morían asesinados o en el frente por España, con una cruz en sus manos. Estoy seguro, de que nunca dudó de quién era él, ni de cual era el sentido de su existencia.

Querida hija, ten siempre a tu madre y a la Virgen, como ejemplo de mujer para tu vida. Y ten siempre seguro, mi amor y mi orgullo de padre por ti.

No te canso más, hija mía. En dos meses habré regresado a casa si Dios quiere y hablaremos despacio de muchas cosas. Mientras te mando todo mi amor y mis oraciones. Dale un beso a tu madre y a tu hermano y diles que les extraño.  

Te quiere

Papá

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