II concurso de relatos: Carta a una hija inexistente

II concurso de relatos: Carta a una hija inexistente

Publicamos el cuadragésimo sexto trabajo perteneciente al II concurso de relatos “Una carta a un hijo” organizado por la escritora y farmacéutica, Esperanza Ruiz Adsuar, en colaboración con Posmodernia y las Bodegas Matsu perteneciente a la Denominación de Origen Toro. La participación en dicho concurso terminó el pasado 31 de octubre de 2020. Bases para la participación en el concurso

Título: Carta a una hija inexistente

Pseudónimo: Mudejarillo


En realidad, no sé nada de ti. Ni la edad que tienes, ni si eres alta o baja, rubia o pelirroja, ama de casa, ingeniera o traviesa de guardería. Ni siquiera sé si eres mujer, pero tu sexo es un requisito del guion. Te escribo como se escribe a un fantasma imposible cuya existencia se intuye en su ausencia. 

John Lennon decía que Dios era una fórmula, un sistema de medida, mediante el que evaluábamos la intensidad de nuestra pena. No estoy de acuerdo. A mí Dios se me apareció un día en lo más hondo de mi pozo y lo reconocí por el alivio que dejó en mi corazón. Pero quizás tú sí seas el pincel con el que se dibujan mi soledad, o mi vecindad sobrellevada con cierta angustia. A lo mejor eres algo así como una hija invisible y esta carta sea sólo un modo de lanzarte un manto de palabras para intentar darte forma. La imagen es muy hermosa, lo sé, pero no es mía. A ti no puedo engañarte: la utiliza Nick Cave al hablar de Dios. 

No sólo eres una hija ausente, sino que ni siquiera tuvimos tiempo de concebirte. No ya en las entrañas de la que hubiera sido tu madre, sino ni siquiera en nuestra imaginación. Una gran barrera se interpuso en el curso normal de las cosas, que al final resulta que rara vez es normal para alguien, porque a cada persona le asalta, a traición, alguna excepción. No entraré en detalles porque esta es una carta extraña, al tiempo privada y pública, y debo protegerme de la indiscreción. Algo ocurrió, grave, y decidimos renunciar a soñarte, antes incluso de que hubiéramos podido empezar siquiera a anhelarte, a desearte. Por eso no tienes forma, ni puedes tenerla. Eres lo que no es, un agujero negro, un drama enterrado, una ausencia imposible. Eres una brisa oscura que me acaricia el rostro para recordarme cuán frágilmente se tejen los hilos de la vida, cuán inesperadamente la existencia se resiste a nuestro diseño, y cobra vida propia, y te arrastra, y te agita, y bromea contigo, o te golpea sin piedad. Tardas mucho en entender, enredado en tus juegos de persona de provecho. Pero el mensaje es claro: Eres frágil y tu arrogancia es inútil.  Poco, o nada, de lo que tanto te importa, verdaderamente importa. Te dejaste atrapar por las cosas, pero son las vibraciones las que perfilan tu modo de estar el mundo. O tu modo de vagar por él. O de escapar. Son los mundos sutiles los que permiten que emerja algo parecido a la gracia. En ese punto de fuga donde una revelación esquiva, como manto de humo, te envuelve misteriosa. He aprendido a dejar corretear a los fantasmas, libres y ligeros de equipaje. Si pensara tu rostro, te desvanecerías, como cuando intentas identificar al protagonista de un sueño y te despiertas agitado. 

¿Qué puedo decirte? En realidad, tan sólo que te echo de menos. A veces pienso si aquella vieja decisión que trastocó nuestra vida no fue un error no forzado. Si no debimos lanzarnos a la aventura, con la inconsciencia de los lirios del valle, a ponernos en manos del destino. Otras me digo que la poesía sólo alimenta a los poetas, que todo hubiera sido muy cuesta arriba, difícil, esforzado… Pero ni la comodidad ni las certidumbres son alimento suficiente para la vida. Al contrario, apenas pueden encubrir las ganas de más, la necesidad de otra cosa. En mis días épicos creo que hubiéramos podido con todo, que quizás tú hubieras sido nuestra oportunidad para la gloria. Nos imagino a los tres, triunfantes, superando todos los desafíos, todas las dificultades, como si yo tuviera esa rocosa encarnadura humana de las generaciones que nos precedieron: su solidez, su generosidad, su enraizamiento en la verdad de la vida. Me imagino como un héroe de las viejas películas, o como aquel niño, Garrone creo que se llamaba, de ‘Corazón’, que tanto me marcó en la infancia. Disfruto mucho con esos sueños como de cine clásico de los años 50, que tu fantasía alimenta y propicia. Incluso me imagino como el heroico arquitecto de ‘El manantial’ ascendiendo verticalmente hacia la cima de su edificio, en una elevación fálica que parece no tener fin. “La vida quiso ponerme la zancadilla, pero la he doblegado”, me digo a mí mismo con voz interior engolada y un poco patética. Eso en los días épicos, que son pocos; en los demás, apenas tengo energías para mirarme con piedad y envidiar las aventuras domésticas del Sr. Marbury.   

Tengo que admitirlo. Podrías ser una excusa, un trampantojo para ocultar alguna otra sima del alma. Podrías ser sólo un truco para ganar un concurso literario, o podrías ser señal de alguna dolorosa verdad que emborrono ahora, cual Francisco Umbral, para que nadie sepa distinguir la verdad de la leyenda. Quizás te extrañe la cita, pero es que acabo de ver ‘Anatomía de un dandy’ y me ha impresionado su confesión de que sólo vivió de verdad cinco años de su vida, aquellos que compartió con su hijo Pincho, prematuramente fallecido. Al principio me pareció que cinco años eran muy pocos. Pero luego lo he pensado mejor y ya no sé qué decirte. ¿Cuánta verdad, de esa verdad de la que habla Umbral, hay en mi vida? No sé si esta invención mía de ti apunta en la dirección del desvelamiento o del encubrimiento.  No sé si estás aquí para que pueda enfrentarme a una herida sangrante, y quizás sanarla, o para que levante un nuevo telón tras el que esconderme en el juego de fingimientos de la vida. ¿Cuánto de verdad hay en tu ficción? El dolor que invoco con tu fantasmal ausencia ¿es auténtico o es literario? Quizás yo soy también un alienígena más de ‘La invasión de los ladrones de cuerpos’ que actúa por simulación. Quizás esta carta sea sólo una petición de ayuda. No sé si me apena o alivia que no puedas responderme.

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