II concurso de relatos: Carta desde la isla

II concurso de relatos: Carta desde la isla

Publicamos el quincuagésimo sexto trabajo perteneciente al II concurso de relatos “Una carta a un hijo” organizado por la escritora y farmacéutica, Esperanza Ruiz Adsuar, en colaboración con Posmodernia y las Bodegas Matsu perteneciente a la Denominación de Origen Toro. La participación en dicho concurso terminó el pasado 31 de octubre de 2020. Bases para la participación en el concurso

Título: Carta desde la isla

Pseudónimo: Sirena


Niño mío,

Ayer mismo partiste para la mansión de aquel amigo de tu padre. Donde vive su esposa, esa mujer que tantos disgustos, que tanta tragedia nos ha causado a todas las, al contrario que ella, siempre hemos venerado y respetado a nuestros maridos. ¡Ah, qué dolor imaginar que tus preciosos pies, esos pies suaves que tanto besé cuando te cambiaba los pañales…! Digo, ¡qué dolor imaginar que tus pies andan por los mismos salones que ella pisa! Límpiate esos pies, mi niño. No te haces idea de cuánta suciedad hay por donde ella se encuentra, en todo lo que ella toca. Aunque parezca de oro y huela a perfume de nardo y cipreses y a melocotones. ¡Con lo bella que es tu alma!

Juguetito mío, muñequito, que no conociste a tu padre. Él se marchó hace veinte años de casa, para aquella maldita guerra que, a pesar de la victoria, sólo nos ha traído ausencia. «Todos regresaron ya a sus casas, con sus esposas y sus hijos», me han dicho año tras año los mercaderes, los comerciantes, los marineros, los mensajeros que recalan en el puerto. Los pescadores nunca lo han vuelvo a ver, y ya he olvidado su rostro. Sólo tú eres una especie de retrato suyo. ¡Ah, mi niño, vuelve a casa ya, que quiero verte!

Nada más perderse tu barco en el horizonte, empecé a temblar. ¡Ah, si tu padre supiera lo gallardo que eres! Todo lo que has rezado para que crecieras rápido, porque querías dejar de ser mi niñito, de piel de cereza, y querías convertirte en un hombre recio, barbado, áspero, implacable, que infundiera miedo. Con tal de defender a tu madre. Y con tal de ayudar a tus abuelos. ¡Ah, tu abuela! La angustia se la llevó hace un par de años; no dejaba de llorar y de pedir al Cielo que la aliviara con la muerte. ¡Ah, tu abuelo! Pasa el día suspirando en el viñedo, oteando por si avizora un navío como el de tu padre.

Consigue saber algo de tu padre. Y ojalá que podáis venir juntos. Y que te hable como hombre que eres. Y que te cuente por dónde ha estado, qué países y qué gentes ha conocido. Y que sólo tú sepas si se ha consolado con otros brazos. Pero no seas como él. No. Y que te pida perdón. Porque se aprestó a una guerra que pensaba lo haría aún más rico. Una guerra que pensaba que lo haría más famoso. Era el más listo, sí, pero él quería que todos se lo dijeran. Quería ser más osado que nadie, y que todos se admirasen ante él. «Nunca ha habido un hombre más audaz, más temario, más ingenioso, de mayor sagacidad que tú», es lo que él quería oír. Eso era lo que anhelaba. Lo ansiaba más que verte nacer, que verte crecer, que jugar contigo y enseñarte a ser hombre. Yo estaba embarazaba y débil, y rabiosa, y no quise ni despedirme de él.

Vuelve con él, pero nunca seas como él. Que no te intimide. Defiéndete de él, de sus vicios, de lo mal padre que ha sido. No le dejes entrar aquí sin que se humille y te pida perdón. Y no te fíes demasiado. No se lo pongas fácil. Es un viejo zorro. Siempre lo fue. Un canalla que me sigue fascinando. Es un conquistador. Me subyugó a mí igual que a esa ciudad que acabó derrotando él. Sí, porque todo se debió a su astucia. El Cielo siempre le da las mejores ideas y él siempre las aprovecha. Yo sólo soy cenizas, hijo mío, como esa ciudad, antes próspera.

No seas como él, querido niño mío. No. Has de saber que no paro de rezar para que tengas buena esposa. Aquí hay dos chicas guapas y hacendosas que me encantaría tener como nueras. Lo sabes. A mí no me engañas; no eres como tu padre. Pero, ya te enamores de una extranjera en este viaje, ya logre convencerte yo cuando estés de nuevo en casa, nunca duermas fuera de tu lecho conyugal ni una sola noche. En cuanto te cases, trata a tu mujer al contrario de como tu padre me ha tratado. Y quiera el Cielo que yo pueda verte mecer a tu propio bebé, ver cómo le haces carantoñas, ver cómo juegas con él, ver cómo le enseñas a manejar el arco. Quiero, hijito mío, que seas mi victoria, mi venganza sobre tu padre. Quiero que tú seas el campo de batalla, la estratagema en que yo lo derrote a él, a ese canalla cuyas barbas me arañaban las mejillas y la cara entera cuando me besaba apretándome como la piedra del molino estruja las olivas para sacarles el aceite. ¡Ah, qué goce de sólo pensarlo! ¡Y también de recordarlo!

De modo que, antes de sellar esta carta, me despido de ti implorándote que me seas todo lo fiel que ese atractivo canalla nunca ha sido.

Que los dioses te protejan, Telémaco.

Te adora tu incondicional madre, Penélope.

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