II concurso de relatos: Child is father to the man

Comienza el II concurso de relatos “Una carta a un hijo”organizado por la escritora y farmacéutica, Esperanza Ruiz Adsuar, en colaboración con Posmodernia y las Bodegas Matsu perteneciente a la Denominación de Origen Toro. Dicho concurso durará hasta el próximo 31 de octubre de 2020. Bases para la participación en el concurso

Título: Child is father to the man

Seudonimo: Tevye

Querida Miriam, nunca pretendí ser “tu padre”, nunca pedí ni quise este papel, pero es lo que me ha dado la vida. No sé a quién culpar por este dolor, ni se si hay alguien a quien poder declarar culpable. Estos últimos años han sido sin duda los más duros. Aún resuena en mi menoría la primera vez que me llamaste “papa” y como se me llenaron los ojos de lágrimas al ver tu expresión. He sido tantas cosas para ti a lo largo de los años, pero nunca pensé que el destino me tuviera reservado este papel. Lo tome come me fue dado y busque consuelo en la alegría de tus ojos. Conforme los años avanzaban todo se fue perdiendo, todo menos el cariño que sé que se escondía en tu mirada. No sé muy bien si esas miradas eran para mí o para otras personas de tu pasado. Solo sé que ejercer de “padre” para ti, fue de las pocas satisfacciones que esta enfermedad nos trajo. Te quise como la hija que no tuve, te quise como la mujer a la que siempre volvía. Los primeros años como padre e hija fueron sin duda los más duros. Mi desconocimiento ante el nuevo papel que me asignabas en tu vida fue un dolor que tarde en asimilar. Perdías a un hijo, pero ganabas un padre. El trabajo fue agotador, me hablabas de historias que no concia y que pedias, demandabas, exigías que las terminara por ti. Te enfadabas ya que no sabía cómo continuar. Esos cuentos, esas historias eran tu vida, una vida que veías como se te escapaba. Tuve que volver a las viejas cartas, a las viejas historias y conversaciones familiares en busca de ti. Y en su búsqueda nos encontré a los dos. Fuiste perdiendo todo lo que fuiste. Primero perdiste a tu marido, él había partido mucho tiempo antes que tú. Volviste a estar solara sin darte cuenta, a tener 20 años, a corretear por la judería y soñar con casas llenas de jazmín y azahar. Con cuentos de toreos y piconeros, con leyendas de la plazuela del Moreno y patios con gitanillas y geranios. Luego, sin avisar, perdiste a tus hijos. Nos esfumamos de tu vida para no volver jamás. No te diré el dolor que esto nos causó. Sabíamos que ese día llegaría, lo que no sabíamos es como de destrozados nos dejaría. Un buen día desde esa oscuridad en la que te sumergiste surgió un inesperado rayo de esperanza. Volviste a tu adolescencia y con ella, llegue yo, “tu padre” y tu hermana Rocío, la tía que nunca conocí. En esos días leí, devoré los viejos diarios del abuelo para saber quién fue, para saber quién era yo ahora a tus ojos. Hasta cierto punto puedo entender que quisieras que yo fuera él. Leí sobre aquellos años duros de tu infancia, de las ausencias, de mis ausencias, y de todo aquello surgió mi deseo de compensarte por todos aquellos años perdidos por no poder yo estar a tu lado, por no poder verte crecer como ambos hubiésemos querido, la amargura y la pena se me hacían un nudo en la garganta cuando después de acostarte me sumergía en ellas. ¿Cuantas veces puedo repetir en esta carta la palabra “dolor” sin caer en el absurdo? El dolor del ausente es algo por lo que no existen palabras o yo no las tengo. Dicen que la gente no deja de amar por no estar con la persona querida. Como en tu caso y en el del abuelo, algunas veces no hay otra forma de amar. Hice todo lo que estuvo en mi mano para compensarte aquellos años  de tu infancia. Al cuarto año de enfermedad, me preguntaste un día “Papa, ¿esta semana vas a Murcia?” y yo te dije “no, mi niña, me quedo toda la semana contigo”. Tu cara de felicidad compensó toda la desazón de saber que nunca volvería a ser tu hijo. Quisiste abrazarme y besarme, pero ya en aquellos entonces apenas si te podías mover sin ayuda. Aun así lo hiciste. Desde ese momento la pregunta se volvió nuestro juego particular, “papa,¿esta semana vas a Murcia?” Yo siempre te contestaba igual, “no, mi niña, me quedo toda la semana contigo”. Era lo único que te hacia volver de ese profundo pozo donde permanecías  agazapada. Con los años la pregunta aparecía cuando menos me lo esperaba, en mitad de la noche, durante tu aseo, en un paseo… y de pronto un día ya no dijiste nada más. Yo aun así seguía repitiéndote “no, mi niña, me quedo toda la semana contigo” y esa simple frase te hacia tener luz en la mirada. Pase gran parte de mi vida queriéndote como a mi madre, pero te he querido estos últimos diez años como a mi hija. Espero haberte dado tanto carió como el que recibí. Un día te fuiste y no pude llorarte, no sabía a quién llorar. 

Te siento por última vez.

Como me pasas la mano y me acaricias. Y tu lágrima se junta con la mía. Y me las llevo a la boca. A tu boca. Te quiero. Te digo que te quiero mi niña.

Todo termino, ¿verdad?”.

– “Sí”.- le contesto.

Ya no habrá más amaneceres. Ni lágrimas. Se terminó. “Yo” también desapareceré

poco a poco. No quedara nada. Unas tristes cenizas. De un recuerdo. De un amor. El de

una madre y un hijo. De Un padre y una hija. Siento como el dolor desaparece. Ya no me escucha. Se ha ido.

Limpio las marcas de su cuerpo con una toalla húmeda. Cierro sus ojos. Tapo su cuerpo.

Dejo caer una hoja. Vuela. Una última carta. De mi amor por ti.

Te quiero.

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