Publicamos el vigésimo noveno trabajo perteneciente al II concurso de relatos “Una carta a un hijo” organizado por la escritora y farmacéutica, Esperanza Ruiz Adsuar, en colaboración con Posmodernia y las Bodegas Matsu perteneciente a la Denominación de Origen Toro. Dicho concurso durará hasta el próximo 31 de octubre de 2020. Bases para la participación en el concurso
Título: Querida hija
Pseudónimo: Scardanelli
Querida hija.
No sé por dónde empezar. Me he sentado frente a este trozo de papel en blanco y vacío, y vacío realmente el que se siente soy yo. Quizá sólo sea el reflejo de mi desánimo. No afloran las palabras. No hay consuelo. Puede que el escribirte haya sido un atrevimiento por mi parte. Un atrevimiento falaz porque carece de esperanza. Y de eso quizá nazca mi osadía. Porque no espero o simplemente no sé qué esperar. Y tengo miedo. Miedo de que me leas y veas mi alma rota. Miedo de permitirme pensar, por un fugaz instante, que te niegues a escuchar este desesperado intento de indulgencia. Por eso te digo, te suplico que sí aún hay en ti un rescoldo de estima, por pequeño que sea, te aferres a él y te sumerjas en mis súplicas de clemencia. En tus manos está el concedérmelo.
Mis ideas son desordenadas, las nubla la sinrazón de mis cuitas. Pero ten claro que en toda esta amalgama que vuelco aquí hay una necesidad imperiosa de expresarte que siempre, siempre, te he querido. Y siempre lo haré.
Cuando tu madre murió lo pude ver en tu cara. El dolor. Lo supe reconocer en ti porque yo lo sentía igual. Era desgarrador. Quería gritar con todas mis fuerzas. No pude, no supe expresarlo. Únicamente me quedé allí quieto y mi rostro impasible te miró fijamente como quien mira el infinito. Y cuando clavaste en mí tus ojos borrosos de lágrimas distinguí otro tormento. Pude ver como el rencor, disimulado y aferrado al dolor, hacía esfuerzos por destacarse. Me asusté y no supe alcanzar a consolarte. Por orgullo.
Por eso te pido perdón.
Te pido perdón por todos aquellos momentos en los que no me mostré como ese padre que necesitabas. Abandoné esa responsabilidad en tu madre. Era fácil para mí. Realmente siento que te desatendí desde muy joven. Pero hay veces que cuesta volver atrás, dar ese paso para reconocer un error y afrontarlo. Yo no pude hacerlo y continué separándome de ti, aunque fuera tu presencia lo que más deseaba. Tu comprensión, tu cariño. ¿Pero cómo pedirte aquello que yo mismo te negaba?
Tengo que pedirte perdón por tantas cosas…
Pero, sobre todo, por no ser yo el que haya muerto. Es lo que más lamento. Haber perdido a tu madre… Mi amor. Mi único amor. Mi penitencia es vivir con su pérdida. Por no saber amarla bien en vida. Por ser tan egoísta de permitir que el cáncer se la llevara y no ofrecerme yo en su lugar. Hasta ese punto fui cobarde. Dejar que marchase y negarte la posibilidad de compartir su tiempo, vuestro tiempo. Ese tiempo que ahora es nuestro pero que en el fondo presiento que ya nunca lo será. La vida ha sido injusta con nosotros. Ahora tu madre descansa en paz. Nosotros en cambio vivimos con desasosiego y en una lucha interior continua. Y yo que debería ser faro en tu camino y espejo en el que reflejarte, no soy más que un obstáculo y una carga añadida a tus pesares. Y lo siento. Lo siento tanto.
Es tan grande el pecado, ahora lo veo, que no alcanzan ni mil perdones en esta vida…
Disculpa, me estoy comportando infantilmente. No pretendo añadir más dolor. No me extenderé demasiado.
Por eso una última vez. Te pido perdón una última vez. Te pido perdón por no enseñarte estas líneas, por no dejarte leer la tristeza que azota mi maltrecha alma. Porque una vez más mi orgullo se alza y triunfa, comportándome como un cobarde que no permite que lo veas vencido y humillado ante la constante equivocación que ha sido su vida. No obstante, no destruiré esta carta. La doblaré y guardaré en un sobre a tu nombre en mi mesilla de noche, con la tonta esperanza de que un día, tras mi muerte, puedas encontrarla y halles en ella el consuelo que te niego ahora, esperando que puedas perdonar en mi muerte lo que no supe pedirte en vida.
Tu padre, que nunca dejó de quererte.