Kissinger y el canto de cisne

El canto de cisne del Nuevo Orden Mundial 

A sus 96 años Henry Kissinger -miembro permanente de la nobleza negra, mano derecha de David Rockefeller, hombre clave del Council on Foreign Relation y del Club Bildelberg, y cerebro de la Operación Cóndor que asoló Hispanoamérica, así como amigo de Su Majestad Juan Carlos I y autor de Diplomacia (1996), Orden Mundial (2014) y de la frase «cuando España es importante es peligrosa»- escribió el pasado 3 de abril en The Wall Street Journallo que podríamos considerar el canto de cisne del «Nuevo Orden Mundial», porque los dolores de parto de esta crisis sanitaria indudablemente anuncian que algo nuevo a nivel internacional se avecina. (Una traducción al español del artículo puede leerse aquí: https://www.elconfidencial.com/mercados/the-wall-street-journal/2020-04-06/pandemia-coronavirus-transformaraorden-mundial-henry-kissinger_2534980/).

La vieja gloria del Nuevo Orden Mundial ha vivido tanto que incluso va a poder asistir a la configuración de un nuevo orden mundial, es decir, un cambio en la configuración de los poderes internacionales. «Cuando la pandemia del Covid-19 se termine, se percibirá que las instituciones de muchos países han fracasado. El hecho de que ese juicio sea objetivamente justo es irrelevante. La realidad es que el mundo nunca será el mismo después del coronavirus. Discutir ahora sobre el pasado solo hace más difícil hacer lo que se debe hacer». Y añade: «Los líderes están lidiando con la crisis desde una perspectiva principalmente nacional, pero los efectos corrosivos que el virus tiene en las sociedades no conocen fronteras. Si bien el ataque a la salud humana será -esperemos- temporal, la agitación política y económica que ha desencadenado podría durar generaciones. Ningún país, ni siquiera los Estados Unidos, puede, en un esfuerzo puramente nacional, superar el virus. La atención a las necesidades del momento debe ir unida en última instancia a una visión y un programa de colaboración global. Si no podemos hacer ambas cosas a la vez, nos enfrentaremos a lo peor de cada una».

Pero, por usar sus propias palabras, hay que decir que las instituciones globalistas de pretendida gobernanza mundial han fracasado, y esta pandemia viene a ser algo así como su remate. Ahora bien, las familias poderosas y grandes multinacionales que sobrevivan, que no tienen por qué ser pocas, tendrán que reestructurar buena parte de su mapamundi, como al fin y al cabo nos va a pasar a todos, incluso a la potencia presumiblemente vencedora de esta crisis si va a tomar el relevo de la hegemonía mundial (nos referimos a China). Esas familias, dado su inmenso poder, sabrán buscarse nuevos clientes; tal vez en la propia China, cuyo modelo de globalización es centrípeto. De hecho, el propio Kissinger, artífice de la «diplomacia de ping-pong»en los años setenta con el gigante chino, ya se reunió con Xi Jinping el 8 de noviembre de 2018 en Pekín (https://www.youtube.com/watch?v=eIbWxzbKhiQ). Y el 7 de septiembre de 2019 el ex secretario de Estado hizo un llamamiento a la cooperación entre China y Estados Unidos en el Foro de Desarrollo de China, una reunión anual que se celebra en Pekín con personalidades del mundo de los negocios y de la política que discuten temas actualidad; lo que recuerda un poco a las reuniones del Club Bilderberg pero sin tanto secretismo (http://spanish.xinhuanet.com/2019-11/23/c_138576546.htm).

China y Estados Unidos «tienen un gran compromiso con la paz y el progreso del mundo como para encontrar caminos de cooperación» (https://www.youtube.com/watch?v=FBG_ZH160YM). Pero ¿a qué paz se está refiriendo el incansable diplomático? ¿A la paz china o a la paz americana? ¿O acaso está invocando la Alianza de las Civilizaciones? No es muy creíble que el carnicero de la Operación Cóndor sea un pensador Alicia, aunque es cierto que el Gobierno Mundial de los globalistas tiene ciertas semejanzas con el Ideal de la Humanidad que Julián Sanz del Río plagió del filósofo alemán Karl Christian Friedrich Krause. 

Sea como fuere, ya no se puede hablar nunca más de «Estado Mundial».Y siempre se habló en tales términos de modo acrítico y archimetafísico o, si se prefiere, aureolar, dentro de un esquema de globalización centrífuga o expansiva; esto es, Estados Unidos como Imperio Universal; aunque siempre en sólida alianza con las finanzas de la City y Su Majestad. De hecho, en 1995 el propio Kissinger fue investido como «Caballero» por la Reina Isabel II de Gran Bretaña (Honorary Knight Commander in the Most Distinguished Order of Saint Michael and Saint George). 

Ante la crisis del COVID-19, Kissinger propone desarrollar «vacunas adecuadas para ser aplicadas de forma masiva». Internet está lleno de teorías de la conspiración o directamente conspiranoicas que especulan que con la vacuna nos introducirán un microchip que nos conectaría a un ordenador central y desde allí el gobierno (el «Gobierno Mundial», ni más ni menos) nos controlaría a todos. Con lo cual se llegaría a un globalismo «totalitario» sobre el control de las personas, y así el Género Humano sería esclavo del «Gobierno Electrónico Mundial». Otros hablan de «gran dictadura mundial». 

Bill Gates, el cofundador de Microsoft y gran accionista de Monsanto, multinacional estadounidense cotizada en bolsa productora de agroquímicos y biotecnología destinados a la agricultura, está en el punto de mira de estas teorías. E incluso llega a decirse que es el creador del coronavirus, a través del cual tendrá la excusa perfecta para introducirnos dicha vacuna con microchip de propina. Bill Gates ha salido en defensa de China y ha dicho que son injustas e incorrectas las críticas que se han lanzado contra el gobierno de Pekín. «China hizo muchas cosas bien al principio, como cualquier país donde aparece un virus por primera vez» (https://www.elimparcial.com/mundo/Bill-Gates-defiende-papel-de-China-frente-a-la-pandemia-de-coronavirus-20200426-0165.html). Y asegura que la respuesta de Estados Unidos al COVID-19 ha sido «particularmente mala» en comparación con otros países. Gates también defendió a la OMS, a la que Trump ha suspendido de la cuantiosa financiación que recibía de Estados Unidos y que tachó de «chinocéntrica». De ahí que Gates, en calidad de «filántropo», se ha comprometido a financiarla. Pero volvamos con el doctor Henry Kissinger y dejemos a Bill Gates para otra ocasión.   

Kissinger se asombra de la contradicción que para los globalistas ha traído el coronavirus: «La pandemia ha provocado un anacronismo, un renacimiento de la ciudad amurallada en una época en que la prosperidad depende del comercio mundial y el movimiento de personas». Dicho sea con los términos del materialismo filosófico: la globalización positiva que ha llevado a cabo el coronavirus expandiéndose por prácticamente todos los países del planeta ha hecho que en estos días de crisis sanitaria y confinamiento y distanciamiento social por peligro de contagio se interrumpa la globalización positiva del comercio mundial y el movimiento de personas por todos los ángulos del globo. 

Luego se ha puesto en suspenso esa globalización que ha hecho posible la construcción de instituciones empresariales multinacionales cuyas mastodónticas riquezas e innegable poder han ido configurando la ideología de la globalización aureolar, la globalización geopolítica del Gobierno Mundial, la globalización que quería el difunto David Rockefeller y su mano derecha Henry Kissinger: la globalización del «Nuevo Orden Mundial». 

Es decir, en la época de la globalización positiva, la que ha hecho posible la propagación del virus en tiempo récord, los Estados han decidido amurallarse y no abrirse para evitar más contagios y a su vez luchar contra el virus con sus propias fuerzas, aunque con ayudas puntuales (como la que está haciendo China con España, Italia, Venezuela y otros países; aunque también Estados Unidos, pese a sus complicaciones internas, está prestando ayuda, y asimismo hace lo propio Rusia, con sus soldados trabajando en Italia). Pero no hay nada sobre cómo acabar con la enfermedad desde algún organismo de supuesta gobernanza mundial (ONU) o sus «laboratorios» (UE). Ni tampoco la OMS, por mucho que la financie Bill Gates, y que además cuenta con la hostilidad de Estados Unidos.

El ex secretario de Estado afirma que Estados Unidos es «un país dividido», lo cual va a complicar y mucho la hegemonía mundial del Imperio realmente existente. ¿Y en qué consiste esa división? Pues no sólo en el enfrentamiento por la Casa Blanca entre demócratas y republicanos sino, fundamentalmente, entre globalistas y nacionalistas (distinción que es transversal a burros y elefantes). Y Donald Trump es el primer presidente antiglobalista y por ende nacionalista que ha tenido Washington en muchos años.

De hecho, los conspiranólogos se refieren a la actual crisis como el último recurso, aliándose con el gobierno comunista chino, que los globalistas han planeado para derrocar al rubiales, tras fracasar el Impeachment e imponerse el presidente en múltiples batallas, y tenerlo todo a favor para ser reelegido en noviembre (pese a no contar con la mayor parte de los medios de comunicación, muy hostiles al magnate; y no sólo en Estados Unidos).   

Kissinger hace apología del globalismo mal llamado por los conspiranoicos «Illuminati»: «Las democracias del mundo necesitan defender y mantener sus valores de la Ilustración. Un retroceso global del equilibrio entre el poder y la legitimidad hará que el contrato social se desintegre tanto a nivel nacional como internacional. Sin embargo, esta problemática milenaria entre la legitimidad y el poder no puede resolverse a la vez que ponemos todo el esfuerzo en superar la plaga del Covid-19. Hace falta moderación en todas las partes, tanto en la política nacional como en la internacional». Nuestro protagonista recurre a mitos oscuros y confusos como la «Ilustración» y el «contrato social» como sustento que las democracias del mundo necesitan defender. Pero es innegable que la inestabilidad que se va a vivir tanto a nivel de dialéctica de Estados como a nivel de dialéctica de clases va a ser pavorosa, como todos los pronósticos auguran dada la recesión económica mundial: una crisis sin precedentes en este mundo positivamente globalizado

Finalmente Kissinger propone que se salvaguarden «los principios del orden mundial liberal», esto es, volver a los días que nunca volverán, puesto que él mismo lo reconoce: «La realidad es que el mundo nunca será el mismo después del coronavirus». Por tanto, ese capitalismo liberal que con el derrumbe del Imperio Soviético impuso su indiscutible hegemonía hasta al menos la crisis financiera de 2008, se manifiesta en las palabras de Kissinger en forma de testamento; porque una nueva era va a arrojar al Nuevo Orden Mundial a la papelera de la historia; del mismo modo que la Batalla de las Ardenas, en la que Kissinger en su artículo presume que luchó alistado en la 84ª División de Infantería del Ejército estadounidense, y más aún el holocausto nuclear contra Japón trajeron «un mundo de creciente prosperidad y mayor dignidad humana», asegura con espíritu progresista (muy presente en las élites globalistas; que, de hecho, son los principales financiadores de la mayoría de partidos y movimientos que se autoproclaman progresistas). 

El Proyecto Manhattan y el Plan Marshall auparon a Estados Unidos al codominio mundial, en «guerra fría», junto a la Unión Soviética. Tras las Ardenas vino Bretton Woods, y con los acuerdos allí firmados se fundó el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización de las Naciones Unidas (institución, por cierto, desaparecida en la crisis desencadenada por el COVID-19, como también fue irrelevante durante 2003 con la guerra de Irak).

Pero este mundo, el segundo virus del SARS y la hegemonía de China lo van a finiquitar. El coronavirus ha hecho que el Nuevo Orden Mundial se diluya en el caos, pero sólo de ese humus saldrá el nuevo orden mundial, esto es, la nueva dialéctica de Estados cuyo desarrollo dependerá de las fuerzas con las que cada potencia salga de esta crisis. Y parece que China, como hace dos siglos temió Napoleón, va a llevarse el premio gordo (el tiempo dirá si la apariencia es verazfalaz). 

Ahora bien, ni mucho menos hay que dar a Estados Unidos por «perro muerto»: ya sea con globalistas o con nacionalistas en el poder, pues dicho Imperio siempre estará luchando para impedir su hundimiento y no convertirse en otro ortograma imperial que acabe naufragando. El juego, aunque ahora entra en una nueva fase muy impredecible y previsiblemente más dura, aún no ha acabado: the show must go on.  

La «sensación de peligro incipiente» del devastador coronavirus nos arroja hacia una nueva realidad geopolítica, y sobre la esencia de la misma la incertidumbre que nos sobrecoge es abismal. Sin duda esta crisis viral -como sostiene Kissinger- es «un momento que definirá una época», y si los líderes mundiales no llevan a cabo un plan para poder gestionarla «podrían dejar el mundo en llamas». 

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