La LOMLOE, café para todos

La LOMLOE, café para todos. Pedro López Ávila

Cada vez que me hablan de los currículum escolares revolucionarios, me provocan enormes contrariedades que no puedo soportar y, llegado el momento, hasta un exceso de ácido clorhídrico. El Ministerio de Educación ha remitido dos borradores por los que se regirá el marco de este nuevo diseño educativo:  “la enseñanza dejará de ser enciclopédica y memorística para centrarse en aprender contenidos esenciales aplicados a la vida diaria”. La retórica de esta Ley Orgánica de Mejora de la Loe (LOMLOE), que suena como los estribillos de las canciones veraniegas, nos conduce  a una enseñanza en la que, como de costumbre, cada comunidad adaptará el currículum a como mejor les venga a sus intereses partidistas o independentistas, pues el modelo curricular es abierto y flexible. Pero, lo que es más importante: el nuevo currículum se basará en el llamado modelo competencial. y el temario “se aligerará” con objeto de que el alumno no tenga que sufrir la injusta presión devastadora de la escuela en lo referente al trabajo, al esfuerzo y al ejercicio de la memoria.

Toda reforma de la enseñanza lleva siempre aparejada la reforma del currículum y de las intenciones educativas. Digámoslo de otra manera: si el currículum es la concreción de determinados fines (sociales, culturales y otros mucho más profundos) que se le asigna a la escuela,  siempre estará plagado de componentes ideológicos y políticos de los grupos de poder; por tanto, debe saberse, que cuando cambian las condiciones ideológicas en el modo de interpretar la realidad, también cambia el currículum. Desde hace muchísimo tiempo Schiro, (citado por Gimeno, 1988) hablaba de ideologías curriculares. Esta es la razón fundamental por la que esta nueva Ley Orgánica ha sido recurrida al Tribunal Constitucional, primeramente por VOX y días más tarde por el PP.

Y aunque sea verdad que en nuestros días se están produciendo importantísimos cambios técnicos-científicos y socioculturales, acelerados diariamente por los efectos de la pandemia y sus consecuencias, no es menos cierto que en España desde hace tiempo vivimos instalados en un escenario político inimaginable. Con la llegada de una izquierda radical y una derecha excesivamente timorata, se han generado en las últimas legislaturas transformaciones estructurales severas y dañinas por las distintas reformas educativas, cuyo resultado hasta el momento, ha sido la frustración, el abandono escolar o devastadores informes PISA que se han tenido que tragar, sin sonrojo alguno, nuestros distintos gobiernos, pues recordemos que estos informes no evalúa al alumnado, sino al sistema educativo del país.

Ahora con el nuevo marco propuesto por la Ministra Celaá en la enésima Ley de Educación (LOMLOE) se pretende dar una vuelta de rosca más al tornillo del atraso moral y cultural en el que se encuentra sumido nuestro país. Esta atmósfera de ruindad y de indolencia que respiramos todos los días  no es, sino la semilla de lo venidero y todos los acontecimientos que se suceden en la actualidad no son sino el resultado de las transformaciones hechas en el pasado. Así que seguimos instalados en la insatisfacción generalizada con respecto a las exigencias que nos demanda a gritos la sociedad y hasta la propia naturaleza humana. 

Las líneas esenciales de los borradores remitidos por el Ministerio a las CCAA se centran fundamentalmente en el modelo competencial y en desterrar el modelo memorístico. Pues bien, cuando hablamos de competencias debemos entender cuál es la interpretación semántica que tiene el profesorado de las mismas; de hecho, pueden considerarse sinónimas términos tales como aptitud, habilidad o disposición para el desempeño de una actividad. La RAE las define como pericias, aptitudes o idoneidades para hacer algo o intervenir en un asunto determinado. 

Por consiguiente, los objetivos que debe alcanzar un alumno se formulan en actuaciones que tienen más que ver con los aspectos difíciles de operativizar o mensurables que en los aspectos instructivos; la acción educativa debe dirigirse, de esta manera, a desarrollar las estructuras, esquemas o competencias que subyacen en la conducta manifiesta del alumnado. ¡Toma ya! Casi nada. Para que se me entienda, de manera muy coloquial: no se mide al alumno o a la alumna por el esfuerzo, por el trabajo, por la constancia, por el sacrificio, por su talento o por su actitud ante el trabajo, sino que se evalúa con un rasero igualitarista  -no a la solvencia individual-, en el que no importa  que no sepa realizar determinadas  operaciones matemáticas o respuestas adecuadas a un contenido concreto, eso es lo de menos; lo importante es que tenga habilidades para…, actitudes para…, relaciones interpersonales, para…  o que se investigue sin un conocimiento teórico previo, sobre algo desconocido. Y ya está, eso es todo, como si estos chicos y chicas que hoy educamos hubieran nacido para permanecer siempre entre edredones, con el objetivo de que el esfuerzo para ir a la escuela sea el mínimo posible, aprobarlos y, por fin, hemos acabado de un plumazo o, mejor dicho, de un decretazo con el fracaso escolar. 

Así las cosas, la memoria no interesa en su labor de hacer, de razonar de comprender, de aprender, de relacionar, de construir, de fabricar…,  ni siquiera como ingrediente en la construcción de las emociones o sentimientos de alto rendimiento artístico en nuestra historia literaria, ni, al menos, como una secuencia irremediable de la temporalidad humana. Cuanto más inculto sea un pueblo mejor para los grupos de poder. ¿Para qué tanta memoria? Aquí la única memoria que cabe es la memoria histórica.

Y para rematar el estrépito el texto del anteproyecto contempla la educación inclusiva normalizada dentro de la misma aula tanto para alumnos y alumnas con discapacidades o necesidades educativas especiales junto al que tiene motivaciones o potencialidades distintas en el proceso de enseñanza- aprendizaje; es decir café para todos, pero de esto hablaremos otro día. 

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