La segunda muerte del mundo de ayer

La segunda muerte del mundo de ayer. Santiago Mondejar

Aunque sea pueril tratar de predecir los efectos a largo plazo de la operación militar rusa en Ucrania, parece razonable presumir que nos hallamos a las puertas de una realidad diferente, que transformará la política internacional hasta extremos que apenas podemos intuir, pero del que no podemos excluir un «sálvese quien pueda» en Europa, tan pronto como las ondas de choque de la guerra alcancen de lleno al bolsillo del votante.

Con todo, la falta de unidad de las sociedades occidentales, y la desorientación y falta de propósito que transmiten sus líderes contrastan con la voluntad de poder y afirmación internacional que muestran los nuevos actores internacionales, por lo que, incluso si somos capaces de evitar una conflagración bélica que bien podría ser la última, hace muy difícil sacudirse de encima la sospecha de que estamos atravesando el umbral de una nueva era, que patentiza la segunda muerte del mundo de ayer.

Pocas cosas simbolizaron mejor aquel mundo que el dominio del dolar americano, que aún en estos días de cambio más que una moneda, sigue siendo el eje alrededor del cual giran los asuntos comerciales, de seguridad y culturales  de EE. UU a nivel global, hasta el punto de que ha existido una cardinalidad directa entre los liderazgos financiero y militar de Norteamérica a nivel global en los últimos 100 años, pero especialmente desde los tiempos de la presidencia de Richard Nixon[1].

A fin de entender esto mejor, y comprender a la vez los incentivos de las potencias emergentes por minar esta hegemonía monetaria, es necesario repasar la cronología que ha llevado al dólar americano tener un papel dominante en la economía mundial, para lo cual es necesario remontarse al sistema de tipos de cambio fijos de Bretton Woods[2] que se acordó por los Aliados poco antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, mediante el cual la mayoría de las economías occidentales y asimiladas fijaban sus tipos de cambio a la cotización del dólar americano, cuyo valor estaba respaldado por su paridad con las reservas de oro norteamericanas, lo que puso fin al Patrón Oro[3], que había estado vigente desde el siglo XIX, poco más o menos como lo había concebido David Hume en 1752.

El sistema de Bretton Woods fue una fórmula transitoria para permitir un cierto grado de apertura financiera a nivel mundial, brindando mayor accesibilidad y certidumbre cambiaría al mercado de divisas, dominado por los grandes bancos internacionales.  Sin embargo, al comienzo de los años 70, el sistema demostró sus limitaciones debido a que la expansión económica de a incipiente globalización demandaba más dólares de los que las reservas de oro norteamericanas podían respaldar.

Ante esta situación, se puso en marcha el Acuerdo Smithsoniano[4], bajo el paraguas de la OCDE, mediante el cual se creó un sistema en el que podían operar a las divisas flotando libremente dentro de un margen de tolerancia del 2%, tanto por abajo como por arriba.  Dicho de otro modo, tuvo lugar la adopción generalizada del  dinero fiduciario, es decir, respaldado por la fe en la estabilidad y fortaleza de la economía del país del banco emisor.

Siendo durante décadas, y de lejos,  la única dotada de la profundidad y liquidez que tienen sus mercados de capital, apoyados en la robustez de sus instituciones políticas y su peso económico, el dólar americano se convirtió en la moneda refugio a todos los efectos, lo que derivó en la enorme  capacidad estadounidense para financiarse mediante la colocación de bonos soberanos -o lo que es lo mismo, endeudarse en una moneda cuya emisión y tipo de cambio controla: EE. UU. financia su déficit astronómico gracias a la demanda de dólares por los demás países-, en los que terceros países depositan parte de su inversión exterior y los bancos centrales sus reservas de divisas. Ninguna otra nación dispone de esta capacidad, lo que permite a EE. UU. emplear las sanciones financieras (e.g. embargo de activos financieros denominados en dólares) a otros Estados asimétricamente, esto es,  sin que exista la más mínima posibilidad de que el país afectado responda recíprocamente a las medidas punitivas que le infligen. Del mismo modo, Norteamérica dispone de herramientas como la Ley de Control de Activos Extranjeros de la Oficina del Tesoro[5], con las que impone sanciones a personas físicas y jurídicas que no están bajo la jurisdicción de EE. UU, algo que,  como mínimo pone en tela de juicio cuestiones  de legitimidad, soberanía, y seguridad jurídica.

Estas sanciones tienen un alcance que va más allá del mero perjuicio directo ocasionado al sancionado, ya que su efecto se extiende indirectamente como consecuencia de  la renuencia  de terceras partes  a hacer negocios con entidades y países sancionados por temor a verse a su vez sancionados u obstaculizados al  tratar con entidades financieras norteamericanas, lo que hace del dólar americano un poderoso instrumento de coerción económica internacional. No es de extrañar entonces que los poderes emergentes del nuevo orden en ciernes breguen por mitigar la capacidad norteamericana para usar su músculo monetario como instrumento de política exterior.

Al fin y al cabo, el dominio del dólar americano su condición de  moneda de reserva es en definitiva  más un síntoma que una causa, por cuanto si los  bancos centrales de terceros países tuvieran menos activos en dólares estadounidenses,  las diferencias en el tipo de cambio o las tasas de interés del dólar estadounidense serían marginales. Así con todo, el porcentaje de reservas nacionales  en dólares americanos y su preponderancia en el comercio de divisas apenas ha mostrado síntomas de desgaste, pese a la aparición del euro y el sustancial crecimiento de China en este siglo, aún a pesar del exorbitante déficit de cuenta corriente y fiscal norteamericano ya citado, por lo que la capacidad coercitiva de la moneda estadounidense sigue intacta.

Aunque los intentos de las demás potencias económicas por librarse de esta espada de Damocles han dado resultados modestos hasta la fecha (e.g. la creación por  Francia, Alemania y el Reino Unido de INSTEX, una alternativa a  SWIFT, el sistema electrónico americano de transacciones bancarias; el lanzamiento por China del mercado de Shanghái de futuros de hidrocarburos, la redenominación en euros de los contratos intergubernamentales de los socios de la Unión Europea, o el arriba mencionado acuerdo de compraventa sin dólares entre Rusia y la India), las realidades del nuevo escenario policéntrico mundial hacen inevitable que el peso relativo de cada uno de los bloques emergentes logre tener autonomía estratégica en el terreno financiero,  por lo que es de esperar un incremento sostenido de los esfuerzos multilaterales por erosionar la hegemonía del dólar americano, y con ella, el monopolio de la coerción no armada. Todo esto, en definitiva, será el epitafio de la prosperidad que las democracias liberales disfrutaron desde el final de la Segunda Guerra fue fruto del análisis llevado a cabo por las élites políticas occidentales ante la amenaza comunista, que concluía que la principal amenaza para la democracia liberal era el desempleo.

Ello dio lugar a la promoción de políticas comunes orquestadas para lograr que los niveles desempleo se mantuviesen por debajo del 5%. En la práctica significaba virtualmente el pleno empleo y un Estado del bienestar providencial capaz de combinar políticas keynesianas con la inclusión benefactora en el sistema del restante cinco por ciento de la población y que no podía integrarse en el mercado laboral. Y es aquí cuando comienzan a desarrollarse las contradicciones internas.

Tal y como argumentó Michał Kalecki[6] en los años 40, una vez que se alcanza una situación de pleno empleo, los alicientes de los trabajadores para permanecer en un mismo puesto de trabajo se reducen drásticamente, lo que obliga a incentivar la contratación y retención de empleados mediante incrementos salariales.

Lo cual, a su vez, lleva a que las empresas eleven los precios de sus productos y servicios. Es decir, creando inflación y contrayendo deuda para crecer. Esta es precisamente la dinámica en la que entraron las democracias avanzadas: a mayores niveles de empleo, mayores niveles de inflación, lo cual quedó de manifiesto en el bienio 50-60, un periodo en el cual se alcanzó un escenario en el que los niveles de desigualdad se situaron bajo mínimos históricos gracias a la contención de los beneficios empresariales y la amortiguación del peso de la deuda merced a la inflación.

Naturalmente, esta inflación inducida, en realidad significaba un impuesto sobre los rendimientos de los inversores y los prestamistas que veían así sus retornos restringidos y por ende menguados. A todo lo cual tanto las empresas como las entidades financieras reaccionaron promoviendo un nuevo paradigma económico en el que el pleno empleo pasaba a un segundo plano en beneficio de la estabilidad de los precios, lo que inevitablemente condujo a la inducción del desempleo como medida correctora de las dinámicas inflacionistas antes descritas.

Esto llevó a un estricto control salarial que tuvo como consecuencia el predominio de un mercado de acreedores, creando la ficción de un estancamiento inflacionario acoplado a un aumento de la productividad estimulado por la inversión y basada en deuda que en términos reales solo beneficiaba a los proveedores de capital. Por supuesto, este modelo no era sostenible, y así, la crisis de 2008 obligó a los bancos centrales a poner las imprentas a toda máquina para inyectar papel moneda en una economía que una vez más adolecía de contradicciones internas acentuada por la falta de liquidez monetaria. De nuevo, los rendimientos del capital se situaron bajo mínimos, aunque esta vez a causa de la deflación provocada por tipos de interés virtualmente negativos, colocando a los trabajadores en activo en una situación insostenible ante un mercado laboral precario y volátil, unos niveles de endeudamiento incremental desproporcionados y una constricción salarial sistémica.

Todo eso nos lleva al 2017, momento en el que los ciudadanos descubren inadvertidamente el poder que el voto les otorga para darle una patada al monetarismo en la espinilla de la democracia liberal, un síntoma de la desafección de amplios sectores de la población trabajadora que, que adolece de una educación formal limitada y resiente los efectos laborales de la globalización en su forma de vida, impeliéndoles a una alienación de facto que es fácilmente explotable por movimientos populistas que recogen la perdida de dignidad social y respecto que perciben quienes no se benefician de la globalización. Durante varios lustros cundió el espejismo de que encajes como la Tercera Vía de Giddens[7] podrían llegar a un equilibrio político basado en una economía mixta, y así tomar la iniciativa para superar la crisis en la que la socialdemocracia occidental la entro al albur de la implosión del bloque soviético.

En la práctica, este intento acabó por ser su canto del cisne, encarnado por el pacto con el diablo de Clinton y Blair con los mercados de capital y los productos financieros como las hipotecas subprime que catalizaron el colapso del sistema bancario en 2007, y sirvió para incubar la respuesta popular que surgió del colapso ideológico de los partidos socialdemócratas que debían haber sabido contener la desesperación de las víctimas de la crisis canalizando en positivo el desapego a un sistema que ya no encontraban relevante mas allá de una función asistencial que tiende al paternalismo y a la manipulación, erosionando la dignidad de los trabajadores que aborrecen no ser útiles a la sociedad. Sectores sociales éstos que acaban, a falta de alternativas sugestivas, retrayéndose del mercado de trabajo y de la vida social en general, subsistiendo con ayudas públicas que solo logran cimentar su convencimiento de ser una carga para una sociedad que prescinde de ellos, y que pocas lágrimas derramarán en el funeral del dólar americano.

 


[1] https://economipedia.com/actual/por-que-estados-unidos-abandono-el-patron-oro.html

[2] Steil,. B (2016) La batalla de Bretton Woods. Deusto, Madrid.

[3] https://baripedia.org/wiki/Triunfo_internacional_del_patr%C3%B3n_oro:_1871_-_1914

[4] https://prezi.com/-zlz301egn1g/el-acuerdo-smithsoniano/

[5] https://iusaequitas.net/la-oficina-de-control-de-activos-extranjeros-ofac-sanciones-consecuencias-y-medidas-legales/

[6] https://economipedia.com/definiciones/historia/michal-kalecki.html#:~:text=Una%20de%20las%20contribuciones%20m%C3%A1s,las%20empresas%20los%20%C3%BAnicos%20agentes.

[7] https://www.meer.com/es/49081-anthony-giddens-la-tercera-via

Top