La vuelta del 8m

La vuelta del 8m. Tiago López

El 8m ha vuelto por fin a escena tras dos largos años de encerrona vírica. Eso sí, parece que no lo ha hecho con tanta fuerza como le hubiera gustado debido a las múltiples escisiones que en el seno feminista han tenido lugar; sobre todo, en entorno a cuestiones tales como la del género en tanto que constructo “social” (mentalista, diría yo) y la abolición de la prostitución. Obviamente, no es tarea nuestra la de resolverles aquí estos problemas. Pero eso sí, no por dejadez o mala inquina hacia nuestras compañeras feministas sino porque toda vez superadas tales diatribas en campos ajenos al feminismo, quizá sea mejor que nuestras amigas lleguen por sí mismas a igual solución; aunque sea a golpe de pequeñas guerras civiles como las vistas en las manifestaciones del día 8. Además, que así de paso nos libramos un poquito de esa tendencia tan nuestra (congénitamente masculina, según parece) que se manifiesta en la necesidad de ser <<condescendientes para con ellas>>, que diría Errejón.

Así que no, si estamos aquí es más bien para constatar y denunciar la tendencia que el movimiento feminista, al menos una parte de quien así se considera, tiene por desbordar los problemas y objeciones que les son dados desde el otro sector: el machista, quiero decir. ¡Y ojo! porque decimos desbordar, que no resolver, puesto que lejos de recoger los argumentos en contra, algunas, algunos y algunes tratan de ofrecer el mayor de los circunloquios a fin de alcanzar el mismo punto de partida; pero olvidándose, eso sí, de las piedras en el camino. De hecho, algo como esto ha sucedido ya con esas desavenencias internas que señalamos, en tanto en cuanto se pretende mostrar (y así lo hacía recientemente en un artículo la escritora Elisabeth Duval) que las diferencias doctrinales son tan sólo meros arañazos a coser una vez ganada la guerra al machismo. Sin embargo, la autora no parece percatarse (ni plantearse) que tales heridas sean quizá las roturas de aquellos huesos que mantienen al organismo en pie, como un todo atributivo funcional. Por mi parte, no creo estar pecando de falsa dicotomía si señalo, por ejemplo, que es harto complicado compaginar la prostitución como un método de empoderamiento femenino sobre el cuerpo (entre otras formas según se dice desde un lado del feminismo) con ese otro juicio donde el consumo de sexo perpetúa un sistema en el que, dicho cuerpo, se convierte en objeto de consumo previo pago de la mercancía (cosa que también afirman pero desde el otro lado) ¿Puede una mujer “ser libre” para hacer aquello que permite a otra, sino a ella misma, seguir perpetuando la mercantilización atribuida a la prostitución; por “voluntaria” que ésta sea?

Algo similar a estas incompatibilidades sucede con una “Izquierda” que, pretendiéndose una, no logra cuajar esa unidad tan deseada (como bien ya explicó ya en su momento el filósofo español Gustavo Bueno en su obra “El Mito de la izquierda”): no porque dos partes se resguarden bajo el mismo nombre se hace posible que sean familia; más que nada porque igual no comparten el mismo apellido ni la misma sangre.

Pero en fin, de entre todos estos circunloquios feministas ha cobrado cada vez más fuerza ese otro que, ante el supuesto de que puedan existir hombres perjudicados por alguna que otra discriminación positiva, afirma que el feminismo es la herramienta que puede librar a los hombres de su propia toxicidad. Obviamente debemos entender, women spreading mediante, que hay cadenas masculinas que no serían sino un resultado más del propio heteropatriarcado, mostrándose necesario así asumir “positivamente” tales discriminaciones. O dicho de otra manera: que a través de problemas tales como el suicidio o el abandono escolar, que afectan más a hombres que a mujeres, no sería legítimo crear un movimiento espejo “masculinista” aunque sí nos permitirían deducir, visto el salto mortal argumentativo, que debido a ellos podamos incluir a los hombres en el movimiento feminista pero por la puerta de atrás: será la “matria”, digo yo. De verdad, no les engaño si les cuento que la propia Ministra de Igualdad ha llegado a afirmar que el feminismo ha venido (además) para liberar a los hombres de su propio machismo. ¡Pues ale! Con lo dicho y con lo puesto, queda todo muy bien arreglao’. ¿Lo ven, no? Vale, pues a ver si así se entiende: que solo el feminismo tiene legitimidad teórica para construir un ente hipostasiado como el patriarcado (porque así lo es en sus términos) a fin de explicar cualquier problema donde la estadística juegue a favor o de un género u otro.

Ahora bien, estén ustedes tranquilos que tampoco he venido para explicar todos y cada uno de los problemas que este ser metafísico mantendría, dada su posición metamérica*, respecto al resto de categorías y clasificaciones sociológicas (es decir, dada su posición de fuente original capaz de subordinar ontológica y gnoseológicamente a toda doctrina o categoría de corte social, que pasarían a explicarse desde y en base a dicho ente). Dicho en otras palabras, el carácter metamérico del patriarcado actual consistiría en sacar a esa noción del ámbito político a fin de que pueda, desde fuera, reorganizar todos los elementos que se incluyan dentro de dicho campo: del político: en este caso. Así por ejemplo, el fascismo, antes que una doctrina política, podría explicarse en último término afirmando que un sistema como éste se dio principalmente por el carácter tóxicamente masculino de alguien como Mussolini: “Sin machismo no hay guerras”, ¿les suena, verdad? Un error éste por el que ideas como democracia o fascismo, así como las relaciones que puedan mediar entre ambas, serían susceptibles de abordarse, prima facie, desde la teoría feminista como noción cultural o antropológica. Un reduccionismo de manual, ya ven.

Pero no nos desviemos, si estoy aquí es para contarles que en caso de aceptar el papel redentor que para los hombres el feminismo nos tiene reservado, no quedaría más que pensar si en verdad existen tantos universos como parecen describir hoy algunos cosmólogos metidos a filósofos. Porque ¿cómo podría ser que nosotros, los hombres, siendo ya machistas, pudiéramos crear un mundo dispuesto a perjudicarnos? Y ojo, que no me refiero al hecho de que los hombres, bien por desconocimiento o bien por incapacidad, no pudiéramos crear un mundo sin algún que otro defectillo en contra; sino a una cuestión aún más crucial (filosófica) según la cual habría que explicar de dónde procede ese carácter machista que los hombres damos a una sociedad patriarcal que todavía está por nacer (ex nihilo, según parece). Pero además, si el patriarcado es perjudicial tanto para hombres como para mujeres ¿podemos seguir calificándolo peyorativamente como “machista” a pesar de sus problemas? Desde luego que sí, siempre y cuando dicho patriarcado haya sido creado por los hombres con el fin de obtener un beneficio neto a costa de sus compañeras hembras. En caso contrario, es decir, si el patriarcado no tuviese origen en el machismo esencial, y ad hoc, de los hombres, ya no podría ser considerado “machista” puesto que sus efectos perniciosos sobre las mujeres no tendrían la intención primera de afectarles más a ellas que a sus viriles compañeros.

Yendo al grano y como decíamos: ¿de dónde procedería ese machismo esencial masculino que nos permitiría construir (aun sin quererlo) un mundo patriarcal y misógino, si los hombres, en tal caso, aún no habríamos sido educados por este sistema “cultural” tan opresivo? Acaso pareciera que previamente a esa sociedad machista que “nos hemos dado”, hubiera de existir otra realidad previa, también machista, en donde encontrar una esencia tan dañina como la masculina. ¿Pero entonces, esta nueva realidad, no necesitaría a su vez de otra capaz de otorgar el carácter machista que, en último término, habría de ser transmitido a los hombres para fundar esta sociedad patriarcal nuestra? 

Quizá puedan ver cierta reminiscencia tomista en esto que digo, concretamente un cierto olor a una de aquellas cinco vías que necesitó el nacido en Roccasecca para demostrar la existencia de Dios. Ahora bien, sin comparar a este titán de la filosofía con este otro cada vez más chusco popurrí contemporáneo (el del feminismo, para más señas), parece que se antoja necesario una especie de regressus ad infinitum que nos acerque a un principio (machista) que no requiera ya de otro principio con igual carácter que lo explique. La diferencia, quede claro, es que al menos aquel dominico del siglo XIII buscó demostrar lo que reconocidamente ya creía por doctrina revelada; algo para nada absurdo si entendemos, entre otras razones, que el feminismo por su parte dice ser científico y ateo; pero recurriendo implícitamente, como vemos, a estructuras con mucho más aroma teológico si cabe. 

Llegados aquí, me despido sin más agradeciéndoles la lectura y esperando que estas líneas hayan sido de su interés. Reciban, para terminar, un sororo y cordial saludo por mi parte (o “sorore”, no vaya a ser que la liemos).

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[1]https://www.filosofia.org/filomat/df035.htm

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