Los Planetas y el apocalipsis zombie

Los Planetas y el apocalipsis zombie. Álvaro García de Lujan

 

“Deberías haberte subido a la azotea con una escopeta”

Los Planetas

 

En la barra del Carmelo solo sirven vinos y cervezas. Bolsas de patatas fritas y latas de aceitunas rellenas de anchoa, como mucho. A veces voy. Son días especiales por desesperados. Por qué no. Encojo los hombros, me atuso el pelo, calzo las adidas gazelle, los pantacas ajustados, cruzo la puerta de mi bloque de las afueras, pillo la vespa y me acerco solo a Carmelo porque es que está en el Centro. Solo porque a veces hay que hacerlo.

El Carmelo es una pequeña casa de principios de otro siglo acosada por bloques desarrollistas de los ´60 de seis o siete plantas que lo rodean. Mirando al Carmelo de lejos, mientras voy llegando, enfilando la calle, guapo como nunca, uno –maldita sea- cree que hay una última rebeldía. Una jodida trinchera.

Casa ancestral, Carmelo, tiene una barra de madera de décadas y nunca hay calefacción ni nada que se le parezca. Porque para qué. Es algo que los asiduos agradecemos aunque haya el más implacable de los crudos inviernos. Nunca nadie se ha quejado. Tras la barra hay botas de vino Fino, Amontillado y Oloroso y botellas de aguardiente cubiertas de polvo en los estantes. No se juega al dominó pero para ir a mear hay que abrir la trampilla de la barra. Una cosa por la otra.

Hace poco Juan Manuel me atendía tras la barra con bufanda y melancolía cuando, un viernes, no sé por qué, me acordé de Los Planetas.

Nueva visita a la casa. Y todo porque caí en que Jota, Floren, Erik, Banin y compañía me las han hecho pasar putas. Se las hizo pasar putas a toda una generación y no solo. Y todo porque son demasiado buenos. No rechisten. Al fin y al cabo tanto ustedes como yo pretendemos ser unos endiablados heterodoxos.

Y es que recuerdo que era finales de la primavera de 1994 cuando al cambiar de canal en una tele Saba los vi por primera vez. A Los Planetas. Poco antes conocí a mi primera novia mientras ambos repetíamos COU en un instituto de las afueras de cualquier ciudad.

Los ´90 fue una década asombrosa. En todos los sentidos. Transitábamos esa edad en la que pasa todo. Aún no habíamos salido del asombro del tamaño de las tetas de la cocinera del comedor del colegio cuando los más osados de la clase fardaban de güisquería castellana y de una disco sospechosa en la última revuelta de la comarcal camino de la costa.

Por entonces Canal Plus emitía en abierto dos programas de media hora con una selección de los videoclips más sensacionales del momento. A la una y media y a las ocho. Así los conocí. De pronto. Aparecieron. La emoción y el desconcierto al ver por primera vez el video a través de la pantalla el qué-puedo-hacer de su primer disco Super 8 (BMG 1994) determinó a partir de entonces mi modo de encarar el extraño mundo que me rodeaba. Y que aún me rodea. Hay cosas peores. Piénsenlo.

Porque Los Planetas nunca sonaron como el resto. Porque supe desde el primer momentos que ellos no eran de los vuestros.

Poco antes, las ciudades comenzaron a estar salpicadas de multicines y el fenómeno del todo-a-cien revolucionó los estándares de compra compulsiva de la clase media. Todo pudo ir a peor. Y así fue.

España, por entonces, agonizaba felipista para atisbar el alumbramiento del aznarismo más soez. Todo siguió igual de mediocre, sin embargo. Un Estado nacional desarticulado en venta con promesas de dicha que nunca llegaron. Multinacionales soberbias, bocadillos de calamares en entredicho, el telediario de Rosa María Mateo aleccionaba pero menos y un sistema en quiebra. Radio 3, quitando el programa de Juan de Pablos, nos aburría como nunca.

El “Pacho Maturana” entrenaba al Atlético de Madrid.

Compré aquel primer cedé de Los Planetas con la ilusión de la primera –entonces no lo supe- y última ilusión. Poco más extraordinario ocurrió en mi vida. No, como aquello no. Algunas chavalas. Frívolo. Posmoderno. Me reprocharán algunos. Y con razón.

La letanía sigue llegando difusa, desde luego. Guitarras sucias, distorsión, desengaño y metáforas de drogas no era la mejor cancha en la que desenvolverse para aquel chaval de 18 años que por entonces era cuando salió el Super 8 de Los Planetas. Y sin embargo lo consiguieron.

Recorramos juntos este viaje. Canción a canción.

Cantar sobre drogas y amor absoluto como pocas veces se ha cantado fue bendecido con De Viaje. El fracaso pop redondo pasado por la sartén vana anglosajona del Qué- Puedo-Hacer. Si Está Bien fue nuestra vida en plena crisis del régimen del 78 como no se cantó jamás, como no dolerá jamás. 10.000 el eslabón perdido ente lo outsider, el puticlub más triste y desalentador y nuestra ex que sale con otro. A Jesús –así se llama el tema- le revive el desconcierto de sus guitarras y de mis vecinas del tercero. Estos últimos días arranca tripas y deseo. El sentimentalismo encantadoramente infantil y perfecto de Brigitte. La angustia drogota del desamor que destila esa cumbre del pop pocas veces alcanzado llamado Rey Sombra.

Nos vamos acercando.

Desorden. Posiblemente sea el mejor tema del disco –lo que es lo mismo que decir que sea uno de los mejores temas jamás hechos en este mundo que gira sin rumbo- duro, sentimental y hermoso. Lo que siempre quisimos, nena. La Caja del Diablo es un ascenso lento y codicioso que nos empuja a rozar un inesperado confortable infierno que descansa en ese mismo rincón del techo que es lo último que ves todas las noches antes de cerrar los ojos; y es también la caricia de la inmortalidad cuando roza el fuego amigo de algún acertado por bendecido francotirador ruso.

Había más vida ahí fuera, claro. La música House agonizaba, Edi Clavo se fue de Gabinete Caligari y El Zurdo escribía en el Gente Aparte del ABC algo después de que le denigraran por declararse falangista. Lo de Chinarro molaba mucho.

Hace poco más de 30 años que salió el primero de Los Planetas.

Después llegaron otros discos, otras vidas y otras perspectivas, no me jodas. Y siempre quisimos salir de ese pozo liberal porque Los Planetas fueron los primeros que nos lo contaron.

Pero es que luego llegó el filósofo Hakim Bey (seudónimo del Peter Lamborn) y su Zona Temporalmente Autónoma sobre la que Jota y compañía crearon una maravilla musical probablemente sin saberlo basada en aquello que este nuestro filósofo neoanarquista de cabecera excesivamente posmoderno denomina: “el mapa no es el territorio”. Hasta eso les perdonamos.

Porque Los Planetas mejoran a Hakim Bey. Hasta eso me juego.

Acabando. He oído que aquella primera novia que tuve cuando salió el primer disco de Los Planetas en el ´94 ahora es encargada de un colmado de clientela boho-chic.

Y es que todo sigue siendo tan jodidamente Planetas que ni nos damos cuenta.

Aunque lo cierto es que todo esto ha sido para contar que una vez estuve de fiesta toda una noche con Floren.

Y que ustedes no.

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