La cosa es que rodábamos hace unos días Goyo y yo en lo alto de una camioneta asiática pick-up color caramelo con una vespa desvencijada en el remolque, dando botes por las calles de Córdoba tal y como si fuésemos en aquel autobús yippie de Ken Kesey camino de un mecánico mesiánico que nos aguardaba en las cocheras unifamiliares del barrio de Santa Rosa.
Yo sí estuve en una manifa negacionista
Maldita sea. Tuve que coger el 7 bien temprano, a la carrera, agarrado a un café en vaso de cartón que se derramaba sobre la acera de la Avenida de Barcelona atestada a esa hora de la mañana de mis-nietos corto de leche en vaso de caña, carajillos, ladrillo visto y belmontes. El olor a churros llegaba hasta el viejo cuartel de Lepanto.
El último veraneo del señor García
Esa medusa pirada y medio muerta languidece a cien metros en la orilla de la playa de La Cala del Moral cuando leo en el periódico local que la última de las agendas globales prevé vacunar niños. El café con leche en caña se tambalea y –demonios, esta vez sí- no es por esa tía atractiva en bikini de la mesa de enfrente que no me quita ojo.