Ola de calor

Ola de calor. Álvaro García de Lujan

“Dime cosas que me lleven a la hoguera directamente, dime atrocidades que cuestionen verdades absolutas”

Luis Alberto de Cuenca

 

La movida es que Rafael y yo no vamos a las exposiciones de la Fundación Botí –el drama va por barrios- porque pasamos demasiado tiempo en un bar. Dicen. Y es verdad.

Siempre es el mismo y no tiene un especial encanto: de sus paredes cuelgan algunas reproducciones castizas enmarcadas con poco esmero en algo del chino dos calles más abajo y otras poco cosmopolitas. Algo de toros, quizás. Hay un calendario grande publicitado por la frutería de la esquina. Todo es adrede, no crean. Quizás un póster disimulado de un skyline de un Abu Dabi que nunca visitaremos ni con escala ninguno de los del bar porque, francamente, nada se nos ha perdido por allí. No es que no nos guste viajar, de verdad, solo es que todo está demasiado lejos del bar. Alguna vez hemos visto por la tele algo sobre algún continente exótico y lejano, quizás. Los taburetes de la barra no son especialmente cómodos.

Hablo del bar de mi barrio, al que acudo diariamente.

Todos los días –de lunes a sábado- vemos juntos a Arguiñano o La Ruleta de la Fortuna por Antena 3, a la hora del aperitivo, siempre a la misma hora. Como un reloj. Alguien comenta que a la azafata le faltan tres pucheros. Asentimos. Todos los días igual. Hablamos poco.

Casi nunca hay tías.

Hay un par de tragaperras y una máquina de tabaco. Rara vez juega alguien y no hay ninguna coctelera a la vista. Se bebe Cruzcampo, sobre todo. Medios de Fino, también. Se ponen pocos vermús. Hoy hace calor. Dice alguien. Vaya. Responde otro. Pasa el tiempo. Lentamente.

Antonio, otra cuando puedas.

Entre el sopor de la tarde y las perspectivas en la siguiente página, siempre hay alguien que dice que la ferretería de la esquina ha cerrado hasta mediados de mes. Estamos en verano en una ciudad de provincias. Vaya faena, dice alguien. Aunque ninguno compramos allí nada desde hace años. En realidad ninguno de los de allí compramos demasiado en ningún sitio.

El mediodía avanza hasta casi tocar la hora del telediario cuando llega César. Ey tío. Tiempo sin verte. Antonio, la siguiente es mía. Va.

Por la tele –porque en los bares siempre se mira la tele- hablan de multiculturalismo y de fútbol femenino. Hay una mosca que se ha colado, sobrevolando los servilleteros y palillos de dientes. Al rato, dejamos de mirar la tele Grundig de enormes pulgadas porque, al otro lado del cristal, vemos pasar enamorados como todos los días a la vecina de siempre y de todos los sueños. Hasta la esquina. Al acecho, la vida pasa delante nuestra junto a todo lo que no tendremos.

Pero eso nunca nos importó. Lo juro. Esta vez es verdad.

Un chiste subido de tono según llega la sección del tiempo por el telediario. ¿Te quedan callos, Antonio? Alguien apura un winston en la puerta del bar.

La vestimenta en invierno es inasequible al desaliento: pantalones de tergal, chaleco cuello de pico fantasía y zapatos de Hipercor. En verano camisa fina a cuadros de colores osados de mercadillo, bermudas los más osados y bambas de rejilla.

¿Cómo ha quedado el Córdoba?

Pasan los días, el otoño, el invierno y la primavera. Llega una ola de calor vida mía y no te tengo a mi vera. Suena de fondo una ranchera de Alejandro Fernández mientras nadie espera un paquete de Amazon ni un Glovo porque, francamente, allí no gastamos esas cosas. Porque para qué.

Queremos creer que somos la última trinchera donde lo woke no entra, una irreductible aldea nada global, un pensamiento que no es único porque no nos sale de las narices.

Para muchos no hacemos otra cosa que perder el tiempo, no otra que tirar por la borda una vida que debería ser más productiva y excitante. Puede que tengan razón. Pero alguien invita a una ronda de medios porque mañana sale de viaje por vacaciones. El resto nos miramos de soslayo, con una leve mueca de compasión.

No somos rabiosamente felices como la gente que sale en los anuncios de viajes o de cervezas sofisticadas y de baja graduación de la tele. No. Pero tampoco podemos quejarnos. Carecemos de otras certezas y así, no sé, nos va bien.

Mañana te pago, Antonio.

Porque mañana te veo.

Aunque la tele diga que hay una ola de calor.

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