Recientemente pude ver un pequeño vídeo sobre un acto que hizo un diputado catalán en 2021 no muy lejos de Barcelona. No diré el nombre del diputado en cuestión, por respeto, además de por producirme urticaria saber que personajillos así tienen cabida como representación de la soberanía nacional. Pero diremos que es un sujeto bien cebado y de apellido muy acorde a su personalidad.
Pero volvamos al vídeo. En ese acto, en un catalán macarrónico, se le sabotea poniéndole el himno nacional y humo. Aunque se le ve cómodo. Supongo que su ideología le hace estar acostumbrado a las cortinas de humo. Pero tras las notas del himno y el humo, se le puede escuchar balbucear cosas del estilo:
«Seguramente quien está haciendo esto son hijos o hijas de clase trabajadora. Y lo que debemos preguntarnos es por qué.»
Debo reconocer que está bien que, por fin, hayan entendido que no se han ganado la oposición de una élite burguesa pseudofascista. Sencillamente se han ganado el desprecio de la clase trabajadora. Ya es mucho. El vídeo no continúa y, aunque hubiera una versión que transmitiera el resto de su explicación, dudo que fuese remotamente verosímil. Puede que haya asumido el síntoma, pero jamás querrá asumir el origen de ese mal. Básicamente porque no sería hacer autocrítica, directamente debería asumir su rol central como culpable de la desvertebración social que sufrimos. Y suelen ser gente con carencias, pero en absoluto humildes.
Me recuerda al sociológo o politólogo francés preguntado sobre la cuestión de por qué antiguos feudos obreros votaban al, entonces, Frente Nacional. Y el sociólogo galo, senecto y engreído, respondió «es que ya no son obreros». ¡Gran alarde de análisis! Ante la obviedad, negar el hecho y así ya no hay pregunta. Porque aceptar la premisa, es asumir la culpa. Y lo saben. Por eso es raro que se reconozca que la clase obrera se les escapa de las manos. Y por eso fían toda su fuerza e influencia a controlar otros colectivos, sea de universitarios amuermados hijos de papá que juegan a las revoluciones, al lumpenproletariado tutti-frutti, a la casta funcionarial o a la cantera de lobbies.
Se niegan a reconocer que son los responsables de enemistarse y de atacar sistemáticamente a la clase productora(porque esto ya no va ni de trabajadores, va de producir). Pero también se niegan a recoger cable y cambiar su discurso obrerista. Lo cual es irónico, porque apelan retóricamente a quiénes han destruido mientras se apoyan en todo lo contrario.
Porque ver sus actos siempre es lo mismo. Mucha retórica de marxista trasnochado, pero los asistentes y los líderes son un festival de petimetres acomodados, rentistas y subsidiados que lo único que producen es vergüenza ajena. Incluso rabia. Por eso saben que es mejor tener cuidado en distritos obreros.
Lo lamento, un Errejón no es un Corcuera. Porque Corcuera, con sus luces y sus sombras, no hacía retórica. Venía de ese obrerismo, no de una facultad pintarrajeada. Aunque luego contribuyese a destruir la industria.
Ese es uno de los muchos factores. Esa izquierda histriónica dirigida por profesorcillos y con bases de estómagos agradecidos, es la última caricatura que ha provocado rechazode las clases productoras. Es imposible aguantar un chaparrón de 40 años en que destruyen la gran industria, la mediana, llenan España de multinacionales predadoras, te fríen a regulaciones e impuestos, controlan a los sindicatos, revientan tus condiciones laborales y anulan las de tus hijos.
Y tras todo ese desastre social, gran desempleo estructural, pérdida de bienestar y de destrucción industrial, te aparece la izquierda posmoderna. El acabose. No teníamos bastante caos, así que se nos añadió la inseguridad, la destrucción de la identidad nacional y la búsqueda de la atomización social. Esa nueva izquierda se llama muy social y se jacta de combatir el neoliberalismo, pero cuando te descuidas, ellos son el neoliberalismo.
Porque tras sus «ningún ser humano es ilegal», su relativismo cultural y su sistemáticos ataques a cualquier institución social que no controlen, como la familia, hay la férrea voluntad de convertirnos es individuos aislados y alienados. Presas fáciles. Si eso no es favorecer a ese sistema que nos quiere precarizados, aislados, sin conciencia y fácilmente manipulables e intercambiables como peones, deberían hacérselo mirar. Llámese neoliberalismo, globalismo o «a mi lo que me me mandan».
Porque, a lo mejor, es eso lo que ha hecho a las clases productoras hostiles a los que se reclaman como socialistas, progresistas y otros pretextos. Es imposible estar tantos años resistiendo estoicamente el chaparrón de una gente que decía defendernos, pero que nos ha estado atacando por todos los frentes. Y, lo peor, que lo hacen en el rato libre que les queda tras besar los zapatos de los poderosos.