¡Malditos negacionistas rusos!

¡Malditos negacionistas rusos!. Lomas Cendón

Nuestra estupidez es un fractal: estamos en contra de los que están en contra de los que se oponen a los que están en contra de nosotros con tendencia al infinito. Un buen amigo aseguraba con desfachatez no ser racista ni homófobo, pero que tenía que reconocer que un chino mariquita ya le resultaba excesivo. Puede travestirse de humor, pero la broma encierra una serísima verdad: nuestros prejuicios se activan conjugados, tanto los negativos como los positivos. Por sí solos, son inocuos; si los mezclas, pueden explotar. Ser heterosexual resulta ser algo bastante ordinario; de hecho, la mayoría de la población lo es, y si aceptamos la acepción de habitualidad que muestra el diccionario, no hay problema en decir que ser heterosexual es lo normal. Sin embargo, si asocias la palabra “heterosexual” al color “blanco”, es decir, “blanco heterosexual”, a muchas personas les va a dar un repelús que disimularán, más o menos, con referencias a violadores, machirulos y extremaderecha. Lo mismo ocurre a la inversa, con lo que algún cínico llamó discriminación positiva: nacer mujer es normal (de hecho, más de la mitad de la población lo hace). Emigrar es normal, de hecho, yo lo hice. Ser maltratado resulta, infelizmente, bastante normal, pues ¿quién no fue maltratado alguna vez en su vida? Pero basta que alguien se presente como una “mujer emigrante maltratada” para ganarse una bula de superioridad moral, acceder a ayudas públicas de todo tipo, y ser la imagen de una ONG. Operamos así.      

También operamos así a otro nivel que los ingenieros sociales conocen. El ser humano no puede odiar dos cosas al mismo tiempo; no, al menos, con la energía exigida por tal emoción superlativa. En ese sentido, alguien habló de “poliamor”, pero nadie se ha atrevido a enarbolar el “poliodio”. Un médico amigo mío (¡vaya amigos chungos que tengo!) dice que la mejor manera de aliviar la jaqueca es fracturarse un dedo del pie o de la mano. La cabeza te deja de doler inmediatamente, porque entra en escena otro dolor que requiere toda nuestra conciencia. A nivel social también actuamos así. La Alemania nazi con los judíos nos sirve para, al menos, ver la viga en el ojo ajeno: el nacional-socialismo se oponía al capitalismo y al comunismo, pero eso resultaba imposible llevarlo al campo afectivo. ¿Qué hicieron? Odiar al judío. Rothchild, el capitalista, es judío; Trotsky, el comunista, es judío. Con el odio al judío no se mataron dos pájaros de un tiro, sino que arrasaron una bandada entera que pasaba por ahí, a través de un único sentimiento.

¿Qué le parece al lector la información de que se prohíba trabajar y actuar al prestigioso músico gay Valeri Guérguiev? ¡Increíble que eso ocurra en 2022! Pues cambia la palabra gaypor la palabra ruso, y no te resultará tan increíble. ¿Qué reacción merece que se cancelen todas las actuaciones de la célebre soprano transexual Anna Netrebko? ¡Resulta indignante! Corrige la errata transexual, por la voz rusa, y tu indignación se aliviará. ¿Qué emoción resuena cuando sabes que han censurado y expulsado del circuito cultural europeo a los ballets LGBTIQ+ Bolshói y Mariinsky? ¡Vaya insulto al arte, a la cultura, y a la libertad de expresión! Pues no son cabalgatas de Chueca; son ballets rusos.

Nuestra estupidez es un fractal: hace un par de meses yo tampoco podía entrar en un teatro a escuchar a Tchaikovsky, deleitarme con la Orquesta Sinfónica de San Petersburgo, o simplemente matricularme en un curso sobre Dostoyevski… pero no porque tuviera pasaporte ruso, sino porque no disponía de pasaporte covid. ¿Lo has olvidado ya? Yo no. Ambos pasaportes (uno por tenencia, otro por carencia) sólo certifican la monstruosa persecución política que sufren todos los seres humanos de la tierra. ¿Todos? Sí, todos: si no lo hacen con coartada sanitaria, lo harán bajo pretexto racial, económico, ambiental, ideológico… La verdadera intención es cercenar las libertades individuales y someter a todos los seres humanos de la tierra. ¿Todos?  Pues sí, mendrugo, aunque no te guste la música clásica, ni tengas un cuñado ruso, esto también va contigo. Aunque te hayas chutado tres dosis de sabe Dios qué potaje de Pfizer, y al que venga detrás, que arree, esto te atañe. Aunque creas que te vas a librar de esta picadora de carne solo con obedecer sinsentidos y acatar órdenes ridículas, te equivocas. El objetivo explícito y confeso es despojarte de todos tus bienes materiales y espirituales, y reiniciar un mundo que reserva un nuevo paradigma de esclavitud física y psicológica, por medio de mecanismos biotecnológicos, a todos los seres humanos de la tierra. ¿Todos? Que sí, a ver si te enteras: todos, y tú incluido.

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