Ortega y Wittgenstein: más cercanos de lo que uno imaginaría

Ortega y Wittgenstein: más cercanos de lo que uno imaginaría. Juan antonio Ortiz Fassa

Es muy probable que el lector piense que el título de este artículo es un clickbait, sin embargo, y aunque sorprenda, no lo es. Ciertamente, estamos ante dos autores que se mueven en corrientes dispares: por un lado, Ortega es lo que podríamos considerar un filósofo continental, hijo intelectual de Heidegger mientras que, por el contrario, Wittgenstein es el Heidegger de la filosofía analítica. Con todo esto, queda claro que la forma de hacer filosofía será bien distinta en ambos casos. Es probable que, en este punto, uno crea que vamos a comentar una posible semejanza situada en la claridad como cortesía del filósofo que sostenía Ortega, no obstante, nos referimos a un asunto metafísico muy importante en la historia de la filosofía: el substancialismo.

Nos referimos a una postura en la que se entiende la realidad determinada, continua, dependiente de algo a lo que denominamos substancia, pues sostiene los pilares del mundo, si se prefiere decir así. En resumidas cuentas, esta idea ha impregnado la tradición filosófica occidental, salvo por algunas excepciones —véase Heráclito, Hume con la Bundle Theory o Nietzsche—. Lo mismo sucede con Ortega y Wittgenstein. Desde este punto de vista, ya no le resultará tan extraño al lector que señalemos una coincidencia entre ambos autores y, ¡fijémonos bien! Estamos hablando de un asunto ontológico. Pero vamos a ir más lejos todavía: la substancia es la misma en ambos filósofos.

En el caso de Wittgenstein, podemos encontrarlo en los inicios del Tractatus Logico- Philosophicus; obra más famosa del susodicho. De acuerdo con él, la substancia serían las cosas (u objetos), pues ve que el mundo es una configuración de un estado de cosas. Podríamos entender esto como una serie de operaciones, de realizaciones posibles tal que una de ellas se acaba materializando. Claro está que Wittgenstein, por lo menos en esta obra (no entraremos a discutir las posteriores) se muestra como un realista y, desde dicha posición, no le es posible definir las cosas. Esto es así ya que, hacerlo, implicaría salir de los límites del lenguaje; tales límites se ven encerrados por las tautologías y las contradicciones, que es donde se da lo contingente pero que, por eso mismo, es posible que se efectúe en la realidad. Aparte, existe algo que Wittgenstein jamás negó, y es aquello que quedaría fuera de los límites del lenguaje: lo místico. Así lo denominó y ahí entraría cuestiones como tratar la esencia del arte (aunque los wittgenstenianos fueron increpados por Danto y Dickie mediante el esencialismo aunque entendido de formas distintas), entre otros menesteres. La ontología, así como la metafísica, entrarían ahí, como la definición de las cosas. Si seguimos con el planteamiento de Wittgenstein, no podemos negarle coherencia, ya que en este punto hizo lo que predicó: callarse la boca. Tal cual. Por ende, no podemos saber qué son las cosas, pero sabemos que estas forman el estado de cosas que, a fin de cuentas, configuran el mundo en el acto.

En lo que respecta a Ortega, de nuevo, veremos que las substancias también son las cosas. Esto lo encontraremos en una de sus obras más famosas: Historia como sistema. Para ser más exactos, tenemos que fijarnos en los inicios del quinto capítulo. Ahí mismo, Ortega lo reconoce explícitamente: “La naturaleza es una gran cosa, que se compone de muchas cosas menores.” A continuación, podemos olfatear la influencia heideggeriana cuando anuncia que todas las cosas tienen en común el hecho de que son. Ahora bien, a nuestro juicio, creemos razonable señalar una posible distancia entre la antropología y la ontología orteguiana. Esto nos muestra de nuestro autor su carácter asistemático, si bien es cierto que en esta misma obra, más específicamente en el primer capítulo, defiende que la filosofía aspira a componerse de ideas sistematizadas. Pero, ¿por qué es distinta su ontología de su antropología? Sencillo: en primer lugar, Ortega no es naturalista; no reduce el ser humano a una cosa. Es cierto que posee un cuerpo; eso lo reconoce. Pero también admite que hay algo incorpóreo que es irreductible a su propio cuerpo: la vida. ¿La de quién? ¡La de él mismo! ¡La de cada uno de nosotros! Lo cual puede entenderse, desde nuestra interpretación, como un producto de la operación resultante del cuerpo con el alma (recordemos que, en principio, intentaba evitar caer en el materialismo y en el espiritualismo). Ahí residiría la substancia, en la vida del individuo.

En conclusión, si se compartiese nuestra perspectiva de Ortega, existiría esta inconsistencia entre su ontología y su antropología pero, claro, esto en caso de que pretendamos sistematizarlo. En cualquier caso, es lo de menos a efectos prácticos de nuestro artículo pues lo que deseábamos señalar es lo que hemos evidenciado: ese punto en común —al menos dentro de la ontología— entre Ortega y Wittgenstein: que ambos parten de un substancialismo cuya substancia son las cosas.

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