Parábola del borrego

Parábola del borrego. José Javier Esparza

Parábola del borrego que prefirió el dolor a la libertad

No siempre le pasan a uno cosas dignas de ser metabolizadas como  alegoría, así que vamos a ello. Jueves 8 de abril, diez de la mañana. Dehesas de la finca Romanillos, donde Boadilla del Monte deja de ser Boadilla para volver a ser Monte. Carrera matinal por el campo, lejos de mascarillas y vigilancias covidientas. De repente, en medio del sendero, un borrego. A la derecha, un cercado de alambre, más de metro y medio de alto. Al otro lado del cercado, cien metros de distancia tal vez, el resto del rebaño, el perro y el pastor. En algún momento, el borrego había franqueado el alambre, sabe Dios por dónde, y había quedado solo y libre. El bicho estaba desquiciado: balaba, gruñía, bufaba… Miraba a un lado, donde el campo se abría infinito, cuajado de hierba fresca y alta, seguramente seducido por la tentación; luego miraba al otro, al lado del cercado, donde seguían el rebaño, el perro y el pastor. No os diré que después me miraba a mí como preguntando, pero podría haberlo hecho.

En eso se acercaron a la carrera el perro y el pastor. Para el fugitivo, era el momento de elegir. El borrego podía salir a escape, donde el pasto se extendía inmenso, y ganar una vida de libertad que nunca había conocido. La otra opción era la del rebaño, pero, ojo: ahí en medio había, alta y tensa, una valla de metal; había que atravesarla y no resultaba tarea fácil. ¿Qué diréis que hizo el borrego? Tomó carrerilla, se estampó contra la valla y la atravesó por debajo, dejando sobre su blanca lana manchas rojas de sangre. El animal habría escogido la opción más dolorosa con tal de seguir en el rebaño. Eligió el dolor porque lo consideraba preferible a la libertad. El pastor me miró, desafiante. El mastín hizo lo propio y os diría que me pareció advertir en su bocaza una mueca irónica. El borrego desapareció entre las lanas de sus congéneres, sólo distinguible por la sangre de su lomo. Y a mí me vino a la cabeza la actitud de todos nosotros con el puñetero Covid.

Los seres humanos necesitamos certidumbres, seguridades. Por eso trazamos caminos en vez de caminar campo a través y por eso dibujamos mapas en vez de lanzarnos a lo desconocido. Desde que empezó la pandemia, el poder (político, mediático, económico) nos ha dibujado un mapa para orientarnos en esta travesía demencial de la Covid-19. Un completo mapa que indicaba el origen del virus, su forma de transmisión, los tratamientos médicos para atender a los enfermos, las medidas para contener su propagación, consignas sobre nuestro comportamiento “solidario, obediente y vigilante” y, al final del camino, la vacunación universal como meta redentora.

Mientras se trazaba el mapa, mientras todos transitábamos por el camino marcado, algunas voces disentían: que si este sendero lleva a un barranco, que si esto de aquí no es llano sino ciénaga, que si el agua de esta fuente no es potable… Asombrosamente, no ha sido posible establecer discusión alguna: el mapa que nos dictaron, eso que se llama “versión oficial” sobre la pandemia, se ha impuesto silenciando cualquier discrepancia, relegada sistemáticamente a la ergástula de los locos o los malvados. “Negacionistas”: infamante sambenito para quienes imaginaban un mapa distinto al que ordenaba el mando. La ciencia –oh, sí- iba a redimirnos doblegando la curva para salvar vidas mientras nuestros gobernantes se ocupaban de no dejar a nadie atrás. No os sorprenderá saber que esa machacona fraseología no es exclusiva del gobierno español, sino que se repite por igual en todo Occidente. Un solo camino. Un solo rebaño.

Pero henos ahora aquí, un año ya de recorrido, y la meta no se ve. Nos pintaron una ruta de sacrificio, suspensión de libertades, depauperación económica y depresión social para llegar a la redención de la vacuna para todos. Pero lo que ahora descubrimos es que la vacunación sólo es, en el mejor de los casos, una garantía a medias. Que todos los planes del poder han fallado por razones que van desde la ambición comercial de los fabricantes hasta la incompetencia (dejémoslo ahí) de los políticos. Que las restricciones políticas y el colapso económico van a seguir azotándonos sin que haya un plan alternativo. Sobre todo: nos miramos ahora y constatamos que se nos ha privado por completo de la posibilidad de gobernar, como personas libres, nuestra propia situación.

“No podemos actuar fuera de la estrategia europea de vacunación”, decía el barón extremeño Fernández Vara. Pero… ¿qué estrategia? Si no hay tal, ¿qué hacemos? La respuesta la daba otro barón, el manchego García Page: “Lo importante es que todos tomemos las mismas medidas, sean buenas o malas”. Atentos al razonamiento: si el camino nos conduce al barranco, no pasa nada, porque lo importante es que nos despeñemos todos juntos. En esas estamos. Y así volvemos a la parábola del borrego.

Esta gente, los capitostes de la política y los medios y las farmaucéticas y la OMS y la madre que los parió, nos ha conducido a una situación donde buena parte de los europeos prefieren seguir sufriendo con tal de no abandonar el rebaño. Nos quieren como a ese pobre borrego que, aterrorizado ante la perspectiva de ser libre, prefirió rajarse los lomos. Hay esclavos a los que no hace falta marcar: ya se marcan ellos solos.

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