Pedro Sánchez y los cañones del Zar de Rusia

Pedro Sánchez y los cañones del Zar de Rusia. Jorge Álvarez Palomino

Después de salir de su retiro de introspección, Pedro Sánchez ha decidido quedarse. Y no lo hace por apego al poder, que eso en él es cosa inconcebible. Lo hace porque se lo ha pedido su mujer y porque le conmovió el clamor de la “movilización masiva”, de ese pueblo “socialista y atento”, a decir de El País, que acudió a llorar en Ferraz en autobuses fletados con dinero de los impuestos. Fuentes del PSOE afirman que lograron congregar hasta 40.000 personas, lo que si es fiable supone la mitad de lo que la Delegación de Gobierno atribuyó a la movilización contra la ley de amnistía el 12 de noviembre del año pasado. En aquella ocasión, Sánchez no se dejó conmover, quizá porque todavía no había descubierto esa vena sensible e íntima nos quiso demostrar este fin de semana.

Pero Sánchez no se queda solo por hacernos un favor. Se queda porque, en su proceso de catarsis personal, ha descubierto que tiene una nueva misión en la vida: salvar la democracia española. ¿De qué? De la mentira y la crispación. Difícil pensar en alguien más cualificado para asumir esta noble tarea.

¿Quién mejor que Pedro Sánchez para poner fin al uso de la mentira en la política? Él, que nos dijo que había escrito una tesis doctoral, y no lo hizo.

Nos dijo que convocaría elecciones “cuanto antes” al presentar la moción de censura en 2018, y luego intentó agotar la legislatura.

Nos dijo que no dormiría tranquilo con Podemos en el gobierno, y gobernó tres años con ellos en coalición.

Nos dijo que no pactaría con Bildu, y pactó con ellos.

Nos dijo que el COVID lo gestionaba un comité de expertos, y no existió.

Nos dijo que el confinamiento era constitucional, y no lo era.

Nos dijo que no hacían falta mascarillas, y luego las impuso.

Nos dijo que no entregaría el Sáhara a Marruecos, y lo entregó.

Nos dijo que el PSOE apoyaba el 155, y luego lo condenó.

Nos dijo que no habría indultos, y los hubo.

Nos dijo que no se modificaría el Código Penal, y lo modificó.

Nos dijo que el PSOE nunca daría una amnistía, y la dio.

Nos dijo que la amnistía no incluiría terrorismo, y lo incluyó.

Nos dijo que no había lawfare en España, y se declaró luego víctima del mismo.

Y cuando nos dijo que estaba profundamente enamorado de su mujer y que pensaba dimitir, todavía hubo muchos que lo creyeron.

También nos dijo ayer que ya era hora de acabar con el insulto y el acoso al rival. Y en menos de 24 horas transcurridas desde ese anuncio, hemos podido ver un claro ejemplo de cómo funciona esta nueva era de regeneración democrática. El ministro Óscar Puente ha amenazado al director de El Debate tildándolo de “carcundia” y “fascismo puro y duro” cuya existencia “apesta la tierra”. Desde Más Madrid, socio de coalición del gobierno de Sánchez, no se han querido quedar atrás en el afán regenerador por reducir la crispación. Rita Maestre ha acusado a Vox, el tercer partido de España, de “nazis”. Su compañero, Íñigo Errejón, ha llamado a Javier Ortega Smith “falangista multipropietario”, y la portavoz, Manuela Bergerot, ha ampliado los ataques hacia Isabel Díaz Ayuso, a la que ha espetado: “¡Es usted un virus para la democracia! ¡Es la nada más insignificante!”. Por su parte, La Sexta, brazo armado de la brigada mediática gubernamental, se ha encargado de explicarnos que aquellos que acusan a Begoña Gómez en los tribunales son “antivacunas, tránsfobos y de extrema derecha”. El propio presidente, quizá aquejado del intenso dolor emocional que sufría el miércoles al escribir su carta, no pudo evitar mencionar compulsivamente, hasta ocho veces, a la “ultraderecha”. Y todo esto en solo el primer día tras el punto y aparte que iba a acabar con la política del insulto.

Ahora nos dice que va a regenerar la democracia, generar consensos transversales como sociedad, garantizar la independencia del poder judicial y la transparencia de los medios de comunicación. En el siglo XIX, un dicho británico advertía de que cuando el Zar de Rusia, líder de un ejército de más de un millón de hombres, comenzaba a hablar melodiosamente sobre paz, había que preparar los cañones para la guerra. A la vista de las palabras de Sánchez, no resulta difícil imaginar qué es lo que nos espera.

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