Podemos y la cuestión nacional

Repensar podemíticamente la España plurinacional

En octubre de 2017, por las mismas fechas del acto bien real de sedición del 1-O (que el Tribunal Supremo interpretó como «ensoñación irreal»), Pablo Manuel Iglesias Turrión, Xavier Domènech y Meri Pita publicaron un libro titulado Repensar la España plurinacional. En el libro se lleva a cabo una distinción entre «uninacionalismo» y «plurinacionalismo». La vía uninacionalista -piensan los podemitas- es la vía de los partidos monárquicos, los cuales necesitan tal uninacionalismo «para tapar su corrupción y privilegios bajo solo una bandera». En cambio, la vía plurinacionalista sólo es posible «desde los valores republicanos». Por ello Turrión habla de «patriotismo plurinacional», que viene a ser aún más cretino y pernicioso que el habermasiano y dialogante «patriotismo constitucional». 

En el diálogo pre-pandémico entre los separatistas de la Generalidad y los sociata-podemistas gubernamentales se afrontó el pseudo problema de la plurinacionalidad de España. Pero una amigdalitis (muy inoportuna de cara al diálogo) le impidió a Turrión asistir a la primera reunión y fraternizar y plurinacionalizar con sus compañeros de viaje.   

Los morados sostienen que en esta España podemítica o podemizante plurinacional o plurinacionalizante cada «nación» tendría «derecho a decidir» siempre y cuando haya planteado tal dilema con especial intensidad. Es decir, si son unos insoportables pelmazos como los separatistas catalanes o vascos, que por ser tan cansinos habrían obtenido tales privilegios.

Pero el caso es que Cataluña -como le pasa al País Vasco o a cualquier comunidad autónoma setentayochista- no es una nación étnica; ni tampoco, de momento, una nación política o Estado nacional. España, como otros Estados, es una nación política de ciudadanos libres e iguales (en teoría) con diversas naciones étnicas. ¿Y cuáles son estas etnias? Pues son los payos, los gitanos, los judíos, los marroquíes, los libios, los guineanos, los chinos, los rumanos, los ecuatorianos, etc. Si Cataluña se separase de España y se formase como nación fraccionaria (por sedición), entonces también sería plurinacional, en el sentido de las naciones étnicas, con muchos moros y afganos adeptos al islam, por cierto. Pero no sería un Estado independiente sino una apariencia falaz, una administración de terceras potencias (que privarían de los recursos nasales de esa región a todos los españoles, lo que es tanto como hablar de expolio). A su vez, tampoco alcanzaría la «independencia» porque Cataluña nunca ha sido una colonia y siempre ha sido España desde que ésta existe. Y además el Imperio Español, en tanto Imperio generador, replicaba las infraestructuras instaladas en la península en las provincias o virreinatos de ultramar, y por tanto no se daba la escisión propia del imperialismo depredador cuya norma consiste en la asimetría entre la metrópolis y las colonias.

El líder de Podemos legitima el robo, o al menos lo propone como opción. Y sostiene: «España será plurinacional o no será». A lo que contestamos: España es plurinacional étnica (como cualquier nación política o Estado nacional), pero si es plurinacional política entonces no será. Y esto es lo que este señor es incapaz de entender. Su caletre no da para estos juegos lógicos. Él prefiere la demagogia y hablar de fraternidad y paz universal, como su estimado Papa Francisco o como buen admirador de Zapatero y su Alianza de las Civilizaciones, un disparate antigeopolítico no muy alejando de los postulados de la Agenda 2030 a la que sirve el señor de la coleta (redefiniendo su alterglobalismo de sus tiempos mozos de doctorando).

Antes que Iceta, Turrión ya había contado las «naciones» que hay en España: «En España hay cuatro naciones que comparten un mismo Estado». Y esas naciones son, atención, las siguientes: Cataluña, País Vasco, Galicia y… ¡España! Curiosamente un mes antes, el 5 de septiembre de aquel polémico 2017, Sánchez había dicho exactamente lo mismo. Es decir, tanto para Sánchez como para Turrión (que hoy ocupan la presidencia y la vicepresidencia segunda del Gobierno) la nación canónica, España, está a la misma altura que regiones que simplemente son partes formales suyas; pues ni Galicia, ni el País Vasco ni Cataluña son naciones políticas y jamás han sido Estados soberanos ni reinos antiguos o medievales; en todo caso hay cierto voluntarismo en determinados políticos de que tales regiones se transformen en naciones políticas, pero en el supuesto caso de que lo consiguiesen serían naciones fraccionarias (no naciones canónicas). Pero -como hemos dicho- no tendrían soberanía porque estarían subordinadas a otros Estados y a diversas multinacionales que esta vez sí explotarían esas regiones como si fuesen colonias (en el caso de que se emancipasen de estos dinosaurios entonces podrían hablar de «independencia»). 

«Para los partidarios de la monarquía -afirmaba Turrión-, asociar la palabra “nación” en el territorio del Estado a algo diferente a España era algo inaceptable». ¡Como que lo es, si nos referimos a la nación política, alma de cántaro! Asimismo habla de «república pluranacional y solidaria». ¿Solidaria contra quién? Solidaria contra España como nación política canónica, eso entendemos.

Así se manifestaba el pensamiento podemítico cuando el gobierno de Mariano Rajoy, con el apoyo de Ciudadanos y el PSOE, aplicó el artículo 155 sobre Cataluña: «El espíritu del 155 como política de vulneración de derechos y libertades democráticas no tiene por qué quedarse en Catalunya». Pero la cuestión es que se trata de un artículo de la Constitución, por lo tanto es imposible que vulnere derechos y libertades democráticas, ya que es perfectamente legal y democrático (según la democracia realmente existente y no la democracia irreal y puritana que tienen estos señores bien incrustada en sus cultivadas seseras).

Turrión entendió el 1-O como «la expresión de una voluntad mayoritaria de la sociedad catalana de decidir su futuro en las urnas y un ejemplo de movilización pacífica frente a la represión ordenada por el Gobierno». Exactamente lo mismo que los partidos que organizaron ese pseudo-referéndum. Lo que no entiende este señor es que una voluntad de catalanes (o de vascos, gallegos o andaluces), por mayoritaria que sea, no pueden decidir -por muchas urnas trasparentes u opacas que se pongan en colegios electorales o al cabo de la calle- no ya el futuro de Cataluña o de la región correspondiente, sino el futuro de España. Si te mutilan un brazo no es sólo cosa de tu brazo, porque tu cuerpo no es que sea tuyo, tu cuerpo eres tú. Si te mutilan un brazo eso te fastidia de manera íntegra. Si Cataluña se separa de España entonces ésta quedaría mutilada y eso afectaría a la economía política de todo el país y a la perseverancia del mismo; porque muy posiblemente, como si fuese gangrena, después harían lo propio el País Vasco, Galicia, Valencia, Baleares, etc. Un delirio que si se consiente sería un suicidio. Y más humillante aún sería si tal mutilación se hiciese democráticamente. Si España cae sin que se derrame ni una gota de sangre entonces merece su derrumbe. 

Aunque, en rigor, se trata de una democracia formal, como se hace en una comunidad de vecinos. Materialmente no es democrático, porque eso, en todo caso, lo deberían decidir no sólo los catalanes sino todos los españoles (¿o qué pasa con lo del sufragio universal?). Si la parte decide por el todo eso no tiene otro nombre que particularismo (todo lo contrario del socialismo). Luego, en rigor, un referéndum legal y pactado no es «una solución democrática», independientemente de que nosotros critiquemos al fundamentalismo democrático como ha quedado claro en las páginas de Posmodernia: https://posmodernia.com/el-fundamentalismo-democratico-como-ideologia/

Y también se atrevía a sostener el líder podemita: «La clave del éxito de la Transición en relación con Catalunya fue pactar el autogobierno que, de hecho, condicionó el conjunto del modelo territorial de España». Turrión y Podemos, les guste o no y pese a su puritanismo, son la quintaesencia del Régimen del 78. En dicha clave, desde luego, estuvo ni más ni menos que el pecado original y ahora padecemos las consecuencias de aquella corrupción no delictiva. Qué razón tenía Camilo José Cela: «Nos llevan al desastre, si los responsables de la Constitución tuvieran vergüenza y honor se habrían pegado un tiro».

Aunque la cosa ya venía cuajando desde el franquismo; porque el Caudillo, después de todo, prefería una España rota antes que roja y con tal pretexto se ensañó más con los comunistas que con los separatistas (lo cuales vivieron muy bien durante el régimen), y ese fue su error. Y ahora tenemos una España casi rota y morada, porque de roja sólo tenemos los colores de un PSOE podemizado. Aunque, en rigor, Podemos no ha sido otra cosa que una copia izquierdosa del PSOE más escorado al sectarismo, como se redefinió el partido en la etapa de Zapatero; con el cual, por cierto, se reunió Turrión el pasado 22 de julio ofreciéndole su apoyo por el caso Dina con el que el partido morado orquestó la campaña electoral de abril de 2019 basándose en un supuesto acoso y derribo a la formación morada por parte las denominadas «cloacas del Estado» (pero en estos días un juez ha decidido retirarlo como perjudicado y es posible que sea imputado).

Turrión también afirmaba que el pacto territorial «había hecho viable España como un Estado que integraba una territorialidad plurinacional compleja». Plurinacional compleja, ¡qué redundancia más pedante! Como si fuese posible una plurinacionalidad simplicísima, al modo de las mónadas leibnizianas. Es más, como si cualquier país no fuese una realidad compleja y en eso España fuese un caso único sobre la redondez del planeta y a lo largo de la historia. España es plural, en efecto; tan plural como Francia, Italia, Gran Bretaña, Estados Unidos… Que España sea una «nación de naciones» es redundante si entendemos la expresión como una nación políticade naciones étnicas. Pero es contradictorio si nos ponemos a hablar denación política de nación política. Pero la conciencia podemítica esto no lo comprende, como no entiende que no se puede llamar «democrático» a una acción en la que una parte decide por el todo, como si los ciudadanos de esa parte tuviesen el privilegio de decidir lo que sea a deje de ser España. 

Como tercera opción entre referéndum y no referéndum el podemita mayor del Reino propone: «La opción más deseada en Catalunya (según las encuestas) sería un nuevo encaje constitucional que reconociera a Catalunya como nación y profundizara su autogobierno». O sea, más privilegios para la casta secesionista catalana. ¡La quintaesencia del Régimen del 78 en estado puro! Las otras dos opciones son la «independentista y la continuista», como si la que él propusiese no fuese todavía peor que la continuista, que es más de lo mismo, esto es, continuista en el sentido de la continua debilitación de España (con el peligro que eso supone en la trepidante dialéctica de Estados, a lo que hay que sumar la debilidad en la que está España tras la horrorosa gestión de la pandemia, ante la cual hacemos nuestras las palabras de don Camilo José). Los problemas de balcanización de España se solucionan con más separatismo. Así habló el podemita.   

Y también llega a afirmar: «El problema histórico de los monárquicos es que jamás entendieron España». Como si él la hubiese entendido perfectamente. Como si no fuese un ignorante consumado en cuestiones sobre España (y no digamos sobre geopolítica, por muy lacayo de la élite globalista que se haya hecho con lo de la aliciesca Agenda 2030). Como si él tuviese una filosofía de España o una Idea de nación con un mínimo de rigor. O una teoría del Estado más o menos medio razonable para aferrarse a algo y no a un izquierdismo indefinido que va de ocurrencia en ocurrencia hasta el delirium tremens final. O, por lo que vemos con su cargo en la citada Agenda 2030, a un globalismo aureolar que es tanto como un universalismo abstracto, vacío y, en la práctica, irrealizable pero peligroso en sus finis operis, por muy buena voluntad que se tenga en los finis operantis. Esto lo ha sabido ver muy bien la youtuber Paloma Pájaro en su estupendo Forja 074 titulado «Redefiniendo a Podemos»: https://www.youtube.com/watch?v=z4QHE-VUt4s.

Y como solución final propone: «Hoy la crisis en Catalunya requiere pensar fórmulas, federales o confederales, para afrontar la plurinacionalidad de España como vínculo emocional y afectivo basado en el reconocimiento de las plurales tradiciones de sus pueblos». Se trata del federalismo asimétrico del PSOE. Y si es absurdo hablar de federalismo en un país como España (se federaliza lo que está separado, no lo que ya está unido), todavía lo es más lo de asimétrico, que con todo descaro se trata de pedir la desigualdad entre los españoles: un catalán por el simple hecho de ser de Cataluña, o estar empadronado allí, tiene más derechos que un andaluz. Y eso, aunque no sea un Estado federal porque tal cosa en España es imposible, ya está siendo así de injusto.                  

Asimismo, Podemos ha planteado la derogación del artículo 145 de la Constitución que prohíbe la federación entre las comunidades autónomas. ¿Es que acaso piensan formar un Estado federal con las comunidades autónomas, es decir, como si éstas fuesen Estados independientes y se uniesen para forma la república plurinacional federal? También ha propuesto transformar el Senado en cámara de representación territorial. Esto nos lleva a la conclusión de que el partido de Turrión y Montero es un partido antisistema de bandera autonómica, pero que paradójicamente vendría a ser la quintaesencia del sistema del 78, en particular por prolongar la chapuza de la segunda parte del artículo 2 de la Constitución, donde se «reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas». En esto se apoya Podemos para decir que sus medidas están contempladas en la misma Constitución, de ahí su patriotismo plurinacional y también constitucional setentayochista rupturista y en consecuencia distáxico. Podemos no deja de ser una criatura más del Régimen del 78, como Bildu o ERC. Es puro Establishment

En el programa de Podemos para las elecciones del 10 de noviembre de  2019 se afirmaba: «Al mismo tiempo que dejan una España vaciada, las derechas de Aznar quieren enfrentar a los distintos pueblos de este país. Desde su misma Constitución, este es un país plurinacional en el que la inmensa mayoría de sus pueblos conviven con fraternidad y deben poder elegir su destino. A su vez, hay que tener claro que los problemas no se resuelven a garrotazos ni de manera unilateral; tenemos la tarea de transformar el enfrentamiento en diálogo, porque, para asumir los retos que tenemos por delante, debemos estar juntos y juntas». ¿Las derechas de Aznar? ¿Y por qué no las derechas de Franco?

El 22 de julio de este pandémico 2020 diría Turrión en los Cursos de Verano de la Universidad Complutense (con el logo del Banco Santander detrás patrocinando el evento): «Yo creo que ese horizonte republicano, plurinacional, solidario, para pensar una república -que no es tarea de legislatura sino una tarea histórica de más amplio alcance- creo que se va a ir abriendo paso poco a poco, no como una suerte de nostalgia del pasado. Quien quiera repetir experiencias del pasado no ha entendido cómo funciona la historia. Es normal que los jóvenes digan “yo no entiendo por qué una cosa que se decidió de manera indirectísima hace más de 40 años tenga que suponer para mí que al jefe del Estado o a la jefa del Estado no se le vote. No lo entiendo”. Es lógico que gente de veintitantos años, de treinta y tantos años, de cuarenta y tantos años, pues no entendamos que este país, digamos, no tenga un jefe del Estado que se le elija democráticamente» (https://www.youtube.com/watch?v=lzjNcFHzY6U).

Por nuestra parte diremos que ante el «bloque monárquico» y la república chiripitifláutica plurinacional nos quedamos con lo primero. Aquí seguimos la máxima del filósofo racionalista-materialista Baruch de Espinosa cuando sostenía que es una ley de la razón elegir entre dos males el menor. Más vale una monarquía bananera y corrupta con el Borbón en el trono y los peperos en Moncloa, a una república pluribananera con Turrión, Garzón y Pedro Sánchez como presidente de la misma. Y ojo que esa es la Sodoma y Gomorra hacia la que vamos, si es que la crisis del coronavirus, que en otoño hará surgir sus pavorosos efectos, no hace que el gobierno sociatapodemita caiga. Entonces los problemas pueden ser de una seriedad extrema, si la crisis es tan gorda como parece.    

Las influencias de Otto Bauer 

Los izquierdistas españoles no han asumido la cuestión nacional tal y como la plantearon Lenin y Stalin. Más bien la han planteado como lo hizo el austromarxista Otto Bauer y su concepción de la «autonomía cultural-nacional», que ya en 1913 fue criticada y triturada por Stalin en su obra clásica El marxismo y la cuestión nacional. La concepción de autonomía cultural-nacional fue imprudente para los intereses del movimiento obrero a la hora de ponerla en marcha en Austria-Hungría, al quedar divididos los partidos socialdemócratas hasta en siente partidos  de naciones diferentes, que hizo que «un movimiento de clase unido se desparramara en distintos riachuelos nacionales aislados» (Stalin, El marxismo y la cuestión nacional). 

Así pues, Stalin avisaba de los peligros del nacionalismo particularista excluyente que reducía la conciencia de clase de los obreros, los cuales debían tener para los fines de la revolución una conciencia de clase universal e incluyente. 

Lo que las tesis de Bauer llevaron a cabo fue encerrar a los trabajadores en cúpulas nacionales y por tanto se colmó en el Imperio Austro-Húngaro la insolidaridad entre proletarios al implantarse la insolidaridad entre los partidos socialdemócratas escindidos en sus respectivos intereses nacionales. 

Un político español, aunque le pese, adepto a las tesis de Bauer es el separatista gallego José Manuel Beiras, muy admirado por Turrión. De hecho en las últimas elecciones gallegas los votantes separatistas han preferido votar al original que a la copia, y ello ha supuesto el desplome de los morados con cero diputados. 

En los países occidentales, y en concreto en España, es inasumible, y todavía más ya bien empezado el siglo XXI, hablar de «autodeterminación»(como si Galicia o Cataluña fuesen colonias decimonónicas). En este sentido el podemismo se aproxima más al austromarxismo y al krausismo que al bolchevismo. Estas son las consecuencias de no haber entendido el «abc del marxismo», como diría Lenin. De hecho implica no haber captado absolutamente nada. Es estar en la higuera, o en Babia. Y es más, en posicionarse de parte de los separatistas. Luego no es sin más cretinismo parlamentario o de asamblearios universitarios novatos en la política real, sino alta traición; sobre todo cuando se llega a la vicepresidencia del Gobierno y se sigue pensando las mismas necedades; cuando tal pensamiento («repensar España») lejos de solucionar los problemas de los españoles los agravan, y más en un momento tan crítico como el presente.

La crisis del coronavirus

Con la crisis del coronavirus y el consecuente Estado de Alarma que activó el Gobierno, el 14 de marzo se celebró un extraordinario Consejo de Ministros que duró siete horas al que Iglesias Turrión asistió pese a estar en cuarentena a causa el contagio de su compañera sentimental. Turrión se quejó y pidió en una acalorada discusión «independizar» a Cataluña y al País Vasco del Estado de Alarma español. Lo cual quiere decir que el líder morado estaba en el Consejo de Ministros en representación de los separatistas. Es más, este señor es un separatista. ¿Es que alguien a estas alturas lo duda?

El también llamado «marqués de Galapagar» insistió en que las llamadas «comunidades históricas» (como si Castilla no tuviese historia ni Aragón ni Asturias tampoco) podrían ir por su cuenta para frenar el contagio, como si fuesen sustancias metálicas totalmente aisladas del resto de la realidad y sobre todo de la realidad española. 

Los separatistas hablaban de un 155 encubierto, pero se trata del artículo 116 por el que se decreta el Estado de Alarma (como en sus casos se pueden decretar el de Excepción o el de Sitio). Los sediciosos temieron que con dicha medida se hubiese puesto un precedente para imponer otras semejantes en el futuro. Por eso tenían en el Consejo Extraordinario al «jorobado de Galapagar» para defenderles, como buen mamporrero de los sediciosos, como ya lo era antes de meterse en política visitando herriko tabernas y llenándose la boca con el «derecho de autodeterminación de los pueblos». 

Este señor que nos susurra interpretaba que las medidas del Gobierno serían vistas como una invasión y como «un atetando a sus derechos». Es decir, a sus privilegios. El coletudo líder parecía que no podía soportar que los Mozos de Escuadra y la Ertzantza estuviesen bajo la dirección del Ministerio del Interior. Y recordó al Consejo de Ministros que el Gobierno se sostenía por los apoyos de ERC y PNV. Como si lo importante en esos críticos momentos fuese la perseverancia del Gobierno y no la salud de los ciudadanos de la nación y reducir lo máximo posible los daños de la crisis económica que dejase la pandemia, y peor no lo han podido hacer para dejarla en deplorables condiciones (otra vez apelamos a las sabias palabras del autor de La Colmena). 

Pero fue Pedro Sánchez el que zanjó la discusión llamando a la «unidad para vencer al verdadero enemigo, que es el virus» (cosa que como hoy sabemos y ya hemos dicho no se pudo hacer peor). En la rueda de prensa tras el Consejo Extraordinario diría el presidente pensando contra el vicepresidente morado: «El virus no distingue de territorios, ni de ideologías, ni de colores políticos». Hasta una calamidad manifiesta como es el señor del falcón y del buen colchón parece un estadista al lado del tal Turrión.

Con su propuesta, el líder morado estaba exigiendo que no se llevase a cabo la unidad de acción nacional contra la pandemia, lo cual fue tanto como jugar con la salud de millones de personas. 

Contradictoriamente, «el Chepas» (como lo llaman en Moncloa) pidió en el Consejo Extraordinario nacionalizar la sanidad, las eléctricas y los medios de comunicación. ¿Pero cómo se puede pedir nacionalizar nada si no se cree en la nación? ¿Es que se puede nacionalizar sin la esenciaexistenciade la nación política? ¿Acaso Turrión lo que estaba pidiendo era plurinacionalizar la sanidad, las eléctricas y los medios de comunicación?

Los podemitas han demostrado en la crisis tan tremenda que tenemos que no son más que una panda de asamblearios universitarios pasados por la papilla ideológica más aberrante y que están a mil millas de ser líderes de peso para afrontar una situación tan grave como la actual porque francamente les viene excesivamente grande. Son lo último que en estos críticos momentos necesita España. Es más, son innecesarios y perniciosos siempre, no hace falta llegar al extremo al que hemos llegado. 

Si algo ha quedado como el agua cristalina en esta enorme crisis ha sido que es necesario un Estado fuerte, y no un Estado autonómico debilitado por su fragmentación. Y eso se paga con una crisis como ésta, en la que a los errores imperdonables del gobierno sociatapodemita hay que sumar los errores estructurales del Régimen del 78; lo que hace que el crimen del Gobierno sea doble, pues a la falta de previsión se añadió la falta de centralización de la sanidad que ha sufrido el Estado durante estos más de ocho lustros de partitocracia, y se quiso centralizar demasiado rápido con un supuesto «mando único», y de ahí la ineficacia de la gestión (aunque hay que reconocer que en esta crisis los errores coyunturales del Gobierno han sido más determinantes que los errores estructurales del régimen autonómico). Ha hecho falta llegar a una situación tan dantesca para que al menos un sector de la ciudadanía española pueda llegar a comprender lo necesario que es un Estado fuerte: tanto a nivel de dialéctica de clases como a nivel de dialéctica de Estados. O frente a un problema que excede ambas dialécticas, en el sentido de que es un virus y no un problema de convulsión social o una crisis diplomática o, llegando al límite, un ejército invasor (aunque el virus puede llevarnos a eso). Pero es un problema que se aplaca desde medidas de Estado, no desde medidas pueblerinas y autonomistas reduccionistas. Es la estructura del Estado, en dialéctica con su entorno internacional, la que tiene los poderes o el potencial para contener y para tomar medidas de reacción ante una pandemia. Y sin embargo, nuestros políticos, en su inmensa mayoría y no sólo los podemitas, siguen defendiendo el Estado de las autonomías que -según dicen- «nos dimos a nosotros mismos». 

Top