Reseña de «La Paradoja de la Globalización»

Reseña de "La Paradoja de la Globalización". Ricardo Martín de Almagro

Título: “La Paradoja de la Globalización

Autor: Dani Rodrik

Editorial: ANTONI BOSCH, 2012, 368 págs.


Hay lecturas que se hacen obligatorias con el transcurrir de los tiempos. Es decir, libros que con independencia del momento en que se lean van a seguir siendo completamente relevantes y dignos de estudio e incluso análisis. Desde los clásicos Platón o Aristóteles a los modernos (y perniciosos) Adam Smith o (especialmente) Max Weber. Si bien con los primeros encontramos respuestas antropológicas, con los segundos solo se nos exponen ideas que más tarde acabarán siendo tormentos en el transcurso de la historia económica.

También hay lecturas que se ajustan y responden a un periodo más o menos largo de crisis, como pueda ser toda la literatura variopinta que tras el desastre financiero de Lehman Brothers surgió. Tras el shock y con las venideras crisis, tanto la financiera como la segunda oleada en Europa con la crisis de deuda soberana con tema de fondo, empezaron a surgir diferentes escritos que abarcaban tanto aspectos técnicos o económicos hasta otra literatura que, por querer escudriñar la metafísica subyacente a un desplome social, mediante formulaciones más o menos vagas de cuestiones morales o éticas pretendía ahondar en los porqué de tal batacazo.

Por último, encontramos una literatura que lejos de responder a criterios temporales, responde a cuestiones hermenéuticas a la hora de interpretar el establishment de ideas que imperen en un enclave concreto. De tal manera, Dani Rodrik nos viene a traer un análisis histórico de la interpretación y aplicación de aquellas teorías que han sido y son más seguidas actualmente. Si bien el profesor Manuel Montalvo Rodríguez nos exponía que el hecho subyacente a que una teoría económica resulte de mayor actualidad o estudio que otra es en gran parte debido al apoyo que la clase dominante o élite brindaba a dicha filosofía (Historia y alienación de las ideas económicas); el catedrático de Harvard que desarrolla el libro que hoy se reseña lo que nos viene a exponer es una realidad paralela en la que se va a seguir la idea económica que impere. Y, por motivos geopolíticos e históricos, la actualidad se encuentra en el debate o binomio existente entre el globalismo y el patriotismo, entendido en La Paradoja de la Globalización como una mayor intervención estatal que limite el libre mercado transfronterizo, es decir, intervencionismo estatalista.

Dani Rodrik es cada vez más reconocido como un crítico racionalista de la globalización que, si bien se aleja de cualquier sentimentalismo que pudiera nublar el discernimiento o la razón; desarrolla un trabajo de análisis de la historia económica occidental y también de los países emergentes para ir diseñando su “Capitalismo 3.0”, el cual además de ser utópico, también se encuentra cada vez más distante de la realidad ante la complicidad gubernamental de tantos estados occidentales con los oligopolios mediáticos y las BigTech.

Actualmente, nos encontramos en años de globalización descontrolada que lucha desesperadamente por consolidarse en el porvenir de los tiempos, tal vez asustada por las predicciones del Deutsche Bank y otros analistas, quienes veían señales de fatiga que aceleran y hace irremediable el fin de una época para dar paso a otra, la ya bautizada como “Época del Caos o del Desorden”.

Las diferentes opciones políticas que los sistemas democráticos occidentales ofrecen, para ser conocidas, deben estar alineadas con este parecer globalista. De no ser así, desde la calificación de “populismos” hasta la marginación civil actúan como herramientas para acallar aquellas alternativas que pasen por repensar la necesidad o no de dicha globalización.

Por ello, el libro de Dani Rodrik adquiere gran relevancia para los tiempos que corren. Esto es así, porque el profesor norteamericano, desde su criterio racionalista (y de estricto corte materialista), entiende que la endiosada globalización no es un fin, sino un medio para el desarrollo económico de las naciones. Y, como toda herramienta, dependiendo de la especificidad del momento resulta más o menos conveniente. De hecho, el problema reside en endiosar la herramienta y poner al hombre al servicio de ésta. Ya sea por querer defender un libre mercado transnacional sin límites o por querer desarrollar una nación por encima de todo, sendos caminos abocan de manera irremediable al despotismo, ya sea el despotismo de las naciones, ya sea el despotismo de las corporaciones.

Lo que el autor no llegaba a adivinar era la realidad de que la máxima libertad en ciertos mercados junto a un Estado “leviatanizado” arrastra a un despotismo que comparte con el libre mercado la universalidad de su tiranía. Por ello, resulta de vital trascendencia en el porvenir de los pueblos tener presente que dar o recortar libertad de mercado es conveniente o no en función del momento histórico, pero jamás deben ser una opción o su contraria dogmas que cieguen y empujen al ser humano a poner sus esperanzas en ideas que incluso en la praxis fallan. Porque, al igual que ocurre con el marxismo, las ideas no dejan de ser ensoñaciones que, pese a tener unos mínimos racionalistas, difícilmente van a dar la respuesta que traiga el bienestar y próspero porvenir de los hombres de manera definitiva, como mucho gozan de un tiempo de vigencia y validez antes de oxidarse y quebrarse por su propia obsolescencia. Por ello, frente a fanatismos ideológicos, en política económica tiene más sentido un pragmatismo basado en el sentido común que busque el desarrollo social (no confundir aquí con cualquier guiño socialista) y no el lucro individualista que hoy caracteriza al hombre.

En la Historia de la Humanidad, y con mayor énfasis a partir de la Modernidad, vemos cómo han existido imperios que se han sucedido, traduciéndose en una globalización más o menos extensa, y que después se han desgranado en reinos, condados, marquesados, principados, etc., trayendo consigo políticas económicas que rayan un intervencionismo cuyo único fin era el fortalecimiento interior. Era lógico, al dueño de un reino le interesaba hacerse sólido internamente si después aspiraba a dominar otros territorios. Pocos gobiernos se han visto que siendo débiles por dentro favoreciesen las tendencias globalistas del momento. La prosperidad de las naciones excepcionalmente ha surgido del globalismo, si bien la tendencia histórica normal ha sido siempre una: sistemas aduaneros severos hasta que el mercado interno estuviera en disposición de poder competir o dominar mercados extranjeros. Bien lo demuestran la Inglaterra de la Revolución Industrial o Estados Unidos tras las guerras mundiales, estando ambos sistemas económicos caracterizados por una misma hoja de ruta: primero, una elevada presión aduanera. Una vez alcanzado un nivel óptimo de desarrollo industrial, facilitar el libre mercado y demás puentes globalistas especialmente con aquellas naciones que estuvieran un peldaño por debajo; todo ello para dominar mercantilmente a éstas y poder combatir de tú a tú a aquellas que pudieran disputarles ser la siguiente potencia mundial. Por ello, no deja de ser llamativo a la vez que revelador, que tanto Inglaterra como Estados Unidos, tras seguir esta hoja de ruta, sean precisamente los países referentes a la hora de tratar el libre mercado y las finanzas internacionales.

La última idea jugosa para destacar dentro de La Paradoja de la Globalización es el trinomio político de la economía mundial. Este trinomio está compuesto por tres partes, a distinguir:

  • Hiperglobalización, entendida esta como la globalización sin límites, la consecución (o cuasi consecución) de un libre mercado absoluto.
  • Nación – Estado, entendiendo ésta como la soberanía del gobernante y su administración en un determinado territorio y sobre una sociedad concreta. También ha de entenderse como la fuerza para hacer prevalecer sus intereses y poder mostrarse independiente o incluso dominador en el ámbito de las relaciones económicas internacionales.
  • Política democrática, que aquí Daniel Rodrik la entiende en el sentido que el liberalismo da a la democracia, concibiéndola de una manera sufragista e igualitaria mediante la cual la voluntad de un ciudadano se reduce a un voto, constituyendo así una voluntad popular que legitime las libertades civiles, cuya expansión se da tras la Declaración de Derechos de Virginia en 1776.

De esta manera, el autor defiende que los tres puntos no podrán coexistir al mismo tiempo. De hecho, la única nación que puntualmente se ha podido acercar a ello ha sido Estados Unidos, que en ningún momento y de manera simultánea ha estado hiperglobalizada, ha sido soberana o ha sido democrática hasta su máximo exponente[1].

Por extensión de estos conceptos, analiza el desarrollo de China y de cómo ésta está favorecida (y también está favoreciendo) por una economía mundial hiperglobalizada dadas las ventajas competitivas (que rallan la lesa humanidad) que su sociedad trae consigo tras años de sometimiento marxista. Sin embargo, pese a que el gigante asiático es el máximo exponente actual de la Nación – Estado, la política democrática se resiente dada la ausencia de libertad que existe dentro de sus fronteras. Aquí, el autor cae en un error neoliberal de no ser capaz de distinguir entre democracia y libertad, ya que la segunda ha sido vaciada de contenida a la par que la primera era engordada con la definición que conlleva el hombre libre. Por ello, la trampa moderna de nuestros días es creer que se es libre por vivir en democracia, que ser libre es como ser demócrata, y eso no es así. Sin embargo, esto se sale de la lectura estricta de La Paradoja de la Globalización y no seguiré aquí desarrollando esta idea.

También se acuerda de la Unión Europea, si bien está hiperglobalizada y goza de sistemas democráticos liberales, es verdad que la concesión competencial en favor de entes comunitarios ha dejado a las naciones vacías, figurando casi como una mera cáscara, siendo así otro ejemplo de que estos tres factores de la economía mundial no se pueden dar simultáneamente.

Al final, lo que Robrik viene a exponer se puede resumir en que la traducción globalista que traería consigo el libre mercado tan idealizado viene a ser más bien un peligro para los estados o para las sociedades, cuando no para los dos, debido a que se ha desarrollado un puritanismo por parte de los liberales fervorosos que les impide traer a colación las penurias que este afán globalizador trae consigo. Dicho de otra manera, el Estado y los pueblos actúan como un contrapeso natural contra las desmesuras de los ánimos globalistas.

Por último, el profesor norteamericano se niega a tirar la toalla y ofrece la revolución que sería un renovado e idealizado Capitalismo 3.0, el cual de aplicarse supondría una nueva globalización, pero con unos principios que limitasen el alcance de ésta a aquellas naciones que no siguieran los estándares democráticos que él considera oportunos. Es decir, que tras una obra estudiando fallos recurrentes del capitalismo y la globalización ofrece como solución más capitalismo y más globalización. Como es de esperar, los estudios nacientes de escuelas económicas de origen liberal y raíz materialista difícilmente van a ser capaces de cuestionar que la máquina que proponen no funciona. En lugar de ello, prefieren buscar justificaciones que actúen como una innovación para el artefacto, pese a que el mismo por su mera razón de ser y su corto alcance está predestinado a morir incluso antes de su renovación o renacimiento.

Por ello, la solución a los problemas del capitalismo y la globalización no es la enumeración de una serie de principios vagos para darle algo de color a un óleo que no conoce más que una escala de grises esparcidos por su lienzo. Si lo que realmente buscásemos fuera darle respuesta al hombre, no nos empeñaríamos en repensar y diseñar sistemáticamente un sistema capitalista que, como materialista que es, nace con la predisposición a autodestruirse o consumarse en sus mismas contradicciones.

Ese es el motivo por el cuál resulta entristecedor ver que una obra tan útil acabe con una propuesta cuya pobreza solo se equipara a la decepción generada en el lector. Rodrik ofrece respuestas ilusionantes para el liberal acólito de las teorías modernistas, ese mismo que se empeña en creer que el libre mercado funciona pese a la evidencia de que las crisis económicas más graves, injustas y alargadas en el tiempo vienen de épocas que se caracterizaron por dar libertad de más a las empresas y la usura, y bien lo demuestra la crisis financiera que en 2008 estalló con la caída del Lehman Brothers y el dominó que desató, llevándose a Northern Rock, a Merril Lynch y por último afectando a los pueblos de las maltratadas naciones.

Por todo esto, se arroja como solución la no solución, el inmovilismo con maquillajes de cambio revolucionario, a la espera de males endémicos que están por llegar (más todavía cuando impacté con plenitud tanto el shock económico del coronavirus o cuando los estados o bancos centrales por su excesiva deuda pública vean comprometidos su solvencia y fiabilidad). Todo esto es comprensible en civilizaciones cuyos foros se construyen entorno a las ocurrencias (porque ni merecen ser llamadas ideologías) que nacen entorno a la concepción materialista de la vida.

Si el materialismo histórico es la raíz de una mala hierba que brota y rebrota para asfixiar el florecer del jardín, ¿no sería más propicio arrancar esos matorrales infectos y con ceniza restaurar la fertilidad de la tierra? Solo así podríamos algún día volver a ver en nuestro solar desde sencillas pero alegres amapolas hasta esbeltos rosales o frescos lirios. Reflexionando, solo llego a discernir como un avance el rechazo radical del materialismo para abrazar concepciones vitales superiores y que no se supediten exclusivamente al carpe diem del tiempo vivido. Tal vez -por no afirmar con absoluta rotundidad- la mejor solución para los males desatados por el libre mercado y su glotona hija, la globalización, no sea otro que el sentido común y juicioso del que ve las consecuencias no a uno, dos o tres años vista; sino que las estudia con el sentido de la trascendencia, ese mismo sentido que le recuerda su paso fugaz por la tierra y el debido bien que se supedita al particular. Es decir, el hombre que aspira y persigue el bien común con un ánimo trascendental y verdadero, consciente del fenómeno que es el Hombre en el mundo. Solo así, y por ningún otro camino alternativo, podrá verse el intervencionismo o la globalización como herramientas más o menos convenientes en el momento concreto. Todo lo que esta norma no siga, solo desembocará en el sufrimiento y la frustración social que empuja la publicación de escritos críticos pero al mismo tiempo autojustificativos, escritos como La Paradoja de la Globalización.


[1] Si bien la administración de Obama pudiera invitar a pensar lo contrario. Sin embargo, no procede aquí y ahora proceder con un estudio histórico y sociopolítico de una época que se vende con muchas luces pero que alberga infinitamente más sombras y recovecos. Solo la perspectiva de los siglos facilitará realizar esta labor.

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