Título original: Akelarre
España, 2020. Duración. 90 min.
Dirección. Pablo Agüero
Guión. Pablo Agüero, Katell Guillou
Música. Maite Arrotajauregi, Aránzazu Calleja
Fotografía. Javier Agirre Erauso
Reparto. Amaia Aberasturi, Àlex Brendemühl, Daniel Fanego, Jone Laspiur, Daniel Chamorro, Iñigo de la Iglesia, Yune Nogueiras, Elena Uriz, Asier Oruesagasti, Garazi Urkola, Irati Saez de Urabain, Lorea Ibarra
Productora. Co-production España-Argentina-Francia; Sorgin Films, Tita Productions, Kowalski Films, Lamia Producciones, La Fidèle Production
5 Goyas 5, ese fue el botín obtenido por la película Akelarre en la gala más famosa del cine español, resultado que se ha visto acompañado por un exitoso estreno en la plataforma Netflix, en la que, un día después de su estreno, alcanzó el tercer puesto mundial. El género aquelárrico goza de buena salud. Dirigida por el argentino Pablo Agüero, Akelarre sitúa su acción en un lugar costero de las Vascongadas en el que unas mozas son detenidas, torturadas y juzgadas por su supuesta participación en un aquelarre. El encargado de dirigir el proceso es el juez Rostegui, enviado a esas tierras para extirpar la herejía que tiene en el Demonio y en las ceremonias que en torno al gran cabrón, al parecer, se celebran en un lugar del que los hombres, cazadores de ballenas, se ausentan durante grandes temporadas. De entre los muchos desajustes históricos que se suceden en la cinta, sobresale el hecho de que sea un juez civil el enviado por el rey de España, en lugar de ser un inquisidor quien se ocupe de estas lides demoniacas. Pareciera que Agüero, insuperable apellido para alguien encargado de filmar la superstición, se hubiera hecho eco de las peculiares teorías del visitador francés Pierre de Rosteguy de Lancre, que consideraba que la obediencia y sumisión al diablo constituían un crimen de lesa majestad, lo cual facultaba a la justicia del rey a intervenir. A su entender, la brujería era un delito contra el Estado, pues suponía abandonar al señor político y acogerse al satánico. Se trataba, en definitiva, de una traición al rey, por la lealtad mostrada hacia un príncipe extranjero, hiperuránico: el diablo.
Más allá de estas cuestiones, en absoluto menores si de lo que se trata es de acercarse a este fenómeno de un modo riguroso, Akelarre presenta una sociedad de mujeres vascas, violentadas, incluso forzadas, por hombres castellanos, insensibles a la riqueza lingüística que tienen ante sí, pues cuando escuchan hablar a las muchachas en vascuence, les piden a gritos que hablen en cristiano. Sorprende que en un entorno rural en el cual hasta el sacerdote se expresa en vascuence, las chicas, que hablan euskera batua, es decir, un artificioso idioma confeccionado a mediados del siglo XX, son capaces de manejar los complejos términos empleados por la justicia regia. A estas irregularidades hemos de añadir evidentes anacronismos, pues durante el juicio se cita a Santa Teresa, que fue beatificada en 1614 y canonizada en 1622, es decir, años después de 1609, año en el que si sitúa la película.
Hechas estas consideraciones, lo más sorprendente de Akelarre es el comportamiento del juez, que se mueve por impulsos puramente sexuales, seducido por la belleza y las fantásticas narraciones de la protagonista, que en mitad del interrogatorio, al que ha llegado con la cabellera cortada a la abertzale usanza, llega a experimentar un orgasmo que parece evocar al de Meg Ryan en Cuando Harry conoció a Sally. Entregado a los encantos de la joven, el juez, que prácticamente traía escritas unas sentencias para las que sólo se buscaba una rápida justificación, retrasa el veredicto, hasta casi hacer descarrilar el juicio. La inicial severidad pasa a un segundo plano cuando la acusada se compromete a recrear el aquelarre para saciar las ansias libidinosas del togado y, por otro lado, ganar tiempo para que los salvadores marineros regresen a lomos de la marea alta propiciada por la luna llena.
Se llega de este modo a la ceremonia, en la cual el propio juez, tras morder un hongo alucinógeno ofrecido por la mano de la presunta bruja, llega a participar en una extática danza tras la cual, las muchachas huyen hasta situarse al borde de un precipicio y desaparecer sin que en la pantalla aparezcan sus cuerpos destrozados en el acantilado. Un «vuelan», pronunciado por Rostegui, cierra la película, dejando en el aire la posibilidad de tal maniobra o una lectura más poética o, por mejor decir, más psicologista, característica esta que impregna una producción que hará las delicias de negrolegendarios de todo pelaje, especialmente de aquellas que dicen ser las hijas de las brujas que, al parecer, no pudimos quemar quienes no nos tragamos los cuentecillos de empoderadas brujas y lúbricos jueces.