Reseña de «La sociedad abierta»

Reseña de "La sociedad abierta". José Vicente Pascual

Título: «La sociedad abierta. Condena turbomundialista contra los pueblos»

Autor: Diego Fusaro

Editorial: Ed. EAS, 2020, 295 págs.


Fusaro y su crítica del capitalismo, un antagonismo confuso

Por cortesía de mi amigo Manuel Quesada, alma mater de la editorial EAS, he leído durante los últimos días con mucha atención y agradecimiento La sociedad abierta, ensayo del filósofo italiano Diego Fusaro. Debo confesar que mi expectación era grande porque las únicas noticias que tenía sobre el “fenómeno Fusaro” hasta el momento eran algunos artículos aparecidos en prensa de distintas tendencias —o sea, de oídas—, y un par de entrevistas. La sociedad abierta es el primer libro suyo que leo, y seguramente no será el último porque el panorama que plantea y el terreno de debate que deja abierto me ha parecido apasionante. Lo cual no empece, naturalmente —tiquismiquis que es uno—, para que me surjan algunas objeciones al núcleo de esta obra y, supongo, el corpus general del desarrollo teórico de este tratadista. Y como el asunto tiene su enjundia y su poca dificultad, lo mejor es ir por partes.

Fusaro se autodefine como marxista. Su análisis de las actuales  contradicciones de clase y la explotación de los “precarios” por las élites “turbomundialistas” resulta en efecto, o al menos me lo parece, impecablemente marxista. Condensa muy bien su diagnóstico sobre las características de la explotación y alienación capitalistas contemporáneas en párrafos como el que sigue: “”Por eso hoy, el fanatismo económico de la civilización consumista,  para imponerse de manera absoluta y sin trabas, debe imponer el paradigma del individuo absoluto, sin vínculo social y sin comunidad, sin familia y sin Estado: debe desestimar el mundo de la vida, aniquilar el Estado y la familia, el trabajo estable y la educación escolar y universitaria. Debe producir un paisaje social de-socializado formado por átomos desarraigados y sin identidad, sin vínculo social. Debe hacer que cada realidad sea “líquida” (Bauman) y a largo plazo, flexible y vacilante, siempre una cabeza reprogramable y re-definible por las necesidades de producción e intercambio”. Aún echando de menos en este esbozo tan lapidario del paisaje la tendencia casi obsesiva de las élites mundialistas y la izquierda woke por dotar de “identidad” a los múltiples “colectivos” en que están empeñados en dividir a la sociedad —remedo chapucero pero publicitariamente rentable de las antiguas clases sociales—, me muestro de acuerdo, lo dije antes y me repito, con esta descripción del problema por parte de Fusaro; el turbomundialismo, como él lo llama, tiene un objetivo nítido: degradar el concepto de sociedad y la praxis cotidiana de lo colectivo hasta convertirnos a todos en un rejuntado de personas sin arraigo, consumidores sin alma condenados a un destino de pura durabilidad estadística en un mundo en el que somos elementos por completo prescindibles. Lo digo por tercera y última vez: de acuerdo.

En tal sentido, me parece especialmente lúcida su crítica de la “competitividad sin fronteras” realzada por el mundialismo como un valor importantísimo, “solidario”, “progresista” y zarandajas semejantes. Para Fusaro, El objetivo “no es equiparar a los no-cuidadanos con los ciudadanos”, sino, al contrario, “igualar a los ciudadanos con los no-ciudadanos. Anular el concepto mismo de ciudadanía”.

Continúa en esta línea la serie de artículos y entrevistas que componen este libro: la necesidad de una teoría revolucionaria para un movimiento revolucionario que encarne “la razón populista” y revierta los fundamentos del nuevo orden mundial mundialista. Para ello, siguiendo al Gramsci de las Tesis de Lyon(1926), “hace falta más que nunca reunir y conducir todos los elementos que, de una forma u otra, estén comprometidos con la revuelta contra el capitalismo”, a fin de favorecer “una opción general de todas las fuerzas anticapitalistas”, más allá de la derecha y la izquierda. (Lo de “más allá de la derecha y la izquierda” es cosecha de Fusaro, lógicamente; Gramsci se habría abierto las venas antes que escribir esa frase).

Como ya hemos entrado en el terreno de lo práctico, veamos qué alternativa proponen Fusaro y su partido de reciente creación, VOX-Italia (no confundir con el genuino hispano porque no tienen mucho que ver). Ante todo: recomenzar desde la Nación. Afirma Fusaro que “La única manera de proteger los intereses reales del precariado  como clase de la globalización, a pesar de su heterogeneidad, es empezar de nuevo. El interés nacional: el interés de la Nación como unión solidaria de trabajadores y pequeñas empresas locales; del sindicato de las clases que viven de su trabajo, contra el parasitismo del capital financiero y la aristocracia financiera desarraigada. El interés nacional es el de la reacción cultural, económica, monetaria y política al interés globalista de la aristocracia financiera sin fronteras”.  Y por si hubiera dudas sobre el sentido y alcance de estas propuestas, el coralario se impone de propio peso y lógica: “Valores de derechas, ideas de izquierda”. Valores correctos: raíces, país, honor, lealtad, trascendencia, familia, ética. Ideas de izquierda: emancipación, derechos sociales, libertad material y formal igualitaria, dignidad del trabajo, socialismo democrático en la producción y la distribución.

En suma, una declaración “rojiparda” de manual por más que Fusaro y sus seguidores huyan de ésta y de todas las etiquetas.

Mas Diego Fusaro es un teórico talentoso, un erudito, conoce el marxismo como si lo hubiese escrito y sabe perfectamente —lo sabe, insisto—, que la caracterización y crítica que hace del “capitalismo” es solamente parcial. Para él, al menos en este libro, parece que el capitalismo fuese sólo y solamente el capitalismo financiero, especulador y globalista, el que deslocaliza industrias nacionales, suplanta la economía basada en el binomio mercancía/valor por el artificio contable sin sustento real monetario —en la medida en que el dinero o es trabajo acumulado o es una engañifa—; ese mismo capitalismo global que sustenta el “Estado profundo” y favorece la sustitución de las clases trabajadoras nacionales por masas amorfas de inmigrantes cuyas únicas ambiciones vitales se centran en rebañar las migajas del estado del bienestar edificado en occidente gracias al esfuerzo de las clases trabajadoras durante un más de un siglo.

Todo eso lo sabe.

También sabe que el capitalismo no es una forma de explotación sino un sistema de producción, el cual se basa fundamentalmente —no únicamente—, en la propiedad privada de los medios de producción. De tal modo, las “pequeñas empresas locales” que describe como elementos integrables en su modelo de hegemonía “anticapitalista”, son puramente empresas capitalistas, por muy pequeñas y muy locales que sean. Es más, la propia lógica del capital, si las cosas marchan conforme a los deseos del empresario y los inversionistas, hará que esas “pequeñas empresas locales” acumulen activos, crezcan y se conviertan con el paso del tiempo en grandes empresas no-locales, y sus beneficiarios, accionistas y demás codicias asociadas anhelarán trascender su condición laboriosa productiva para instalarse en el nirvana especulador del capital financiero.

No se puede impugnar la totalidad de un sistema productivo, el capitalismo, y simultáneamente propugnar como elemento alternativo una parte de ese sistema convenientemente domesticado. O sirve o no sirve. Las dos cosas al mismo tiempo parece algo imposible, por no decir absurdo.

Claro está que Fusaro no va a dejarse atrapar en semejante contradicción. Se muestra partidario de la “regulación” por parte del Estado de los agentes económicos para evitar estos excesos, que el capitalismo “amigo”, amable, pequeño y local, traicione su condición de “sentido común” (Gramsci) —no crean ustedes que lo del “sentido común” lo han inventado en Vox-España—, para dejarse tentar y finalmente convencer por las ansias mundialistas y avarientas, deshumanizadas y salvajemente desestructurantes de las élites financieras. Esa es la solución que nos presenta Fusaro: poner coto al desmán económico con los medios políticos del Estado —otra idea muy gramsciana, por cierto—.

Resumiendo:

-El interés nacional por encima de todo.

-La colectividad por encima del individuo y el individualismo.

-La familia como elemento nuclear imprescindible de la sociedad.

-Las religiones de trascendencia como factores culturales integradores y estabilizadores de primer nivel.

-La pequeña empresa local y el sindicato de trabajadores como ejes vertebradores de una economía socialista, democrática, solidaria e igualitaria.

¿A ustedes no les suena todo esto a lo mismo que a mí me suena?

De Marx a Gramsci y de Gramsci al “sentido común”. Perfecto.

Pero hallemos calma y repasemos conceptos: ¿Fusaro, “marxista”?

Voy a ser honesto y declarar ahora mismo que llevo tanto tiempo sin arrimarme a un libro “marxista” (ni parecido), que a lo mejor mis ideas sobre el tema están obsoletas y por completo equivocadas. El mismo Fusaro refuta estas impresiones mías, que me figuro idénticas en muchísimos de quienes lo hayan leído: “Para mí, fascismo y antifascismo se sitúan hoy en el mismo plano: una forma idiota que utiliza el capitalismo para distraer a las masas”.

Como dicen en La Coruña: “Será”.

Debo reconocer, a este respecto, que cuando mi amigo Manuel Quesada me confidenció qué personaje de la política española estuvo a punto de hacerse cargo de uno de los prólogos al libro de Fusaro (recomiendo encarecidamente el de Francisco José Fernández Cruz-Sequera), quedé medio noqueado por el detalle y, sobre todo, por lo que implica: al final, “no importa de qué color sea el gato; lo que importa es que cace ratones”.

No se pierdan La sociedad abierta. Les dará mucho que pensar, y todo bueno.

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