Reseña de «Mitos actuales al descubierto»

Título: “Mitos actuales al descubierto”

Autor: Javier Barraycoa

Editorial: 1ª edición de Ed. Fides, Tarragona, 2020. 192 págs.

A propósito Del Libro De Javier Barraycoa, Mitos actuales al descubierto

Ediciones Fides ha reeditado el libro de Javier Barraycoa Mitos actuales al descubierto. De Javier siempre me han sorprendido (agradablemente) dos cosas; una es su capacidad de trabajo: es capaz de enclaustrase y escribir un libro en dos o tres meses. Como yo he invertido en cada libro un año y medio (por termino medio) es una cualidad que admiro profundamente. La otra es la radicalidad de sus escritos; con puño de hierro en guante de seda, Javier golpea, con eficacia tremenda, la banalidad, la estupidez y la superficialidad de este mundo posmoderno que nos ha tocado vivir.

Mitos actuales al descubierto es un libro antisistema, muchísimo más que No Logode Naomi Klein o cualquier otra obra con pretensiones revolucionarias escrita desde la izquierda. De forma sistemática los mitos de la posmodernidad son repasados y “deconstruidos” a partir de un método que nos recuerda un poco a Foucault, Deleuze o Derrida, pero con mayor claridad expositiva: la corrección política, el culto acrítico a las ONGs, el ecologismo manipulado, el cientificismo, el timo del arte contemporáneo, las mitologías sexuales, la globalización, la sociedad de consumo…son diseccionados cuidadosamente, mostrando no solamente la falacia de su argumentación, sino las nefastas consecuencias de su actuación.

Georges Sorel sostenía que lo importante de los mitos no era su “verdad” o “mentira”, sino su capacidad movilizadora. Así, para el autor francés, el mito de la “huelga general” era un elemento fundamental para la movilización de los trabajadores. Ramiro de Maeztu, en su libro Don Quijote, Don Juan y la Celestina. Ensayos de simpatíanos habla de mitos católicos, extraídos de la literatura hispana, cuyo fin es la movilización de los españoles para la regeneración de España y la construcción de una nueva hispanidad, en base a la fusión del Amor, del Poder y del Saber.

Sin embargo, los mitos posmodernos son diferentes, pues en realidad no persiguen la movilización, sino la inmovilidad, envuelta en una falsa conciencia de movilización. Así cualquier burguesito consumista, desde el sofá de su casa, puede hacerse la ilusión de que está “cambiando” el mundo, haciendo una transferencia desde su móvil a cualquiera de las innumerables ONGs que “trabajan para un mundo mejor”. Cualquier adolescente, que cambia de móvil cada seis meses y que consume productos fabricados en países del tercer mundo en condiciones de casi esclavitud, puede hacerse la ilusión de que está “salvando el planeta”, acudiendo a cualquier “performance” ecologista. 

Una de las causas, seguramente la más importante, de este “doblepensar” hay que buscarla en el pensamiento políticamente correcto, al que Javier dedica un interesante análisis. De este fenómeno hay que destacar dos aspectos: la creencia de que cambiando el lenguaje se cambia la realidad seria uno; la autocensura que provoca en los individuos seria otro.

Con respecto a la primera cuestión, Javier cita a Georges Orwell, quien en su obra Politics an the English Lenguageseñala la capacidad de la clase dirigente inglesa para transformar la comprensión de la realidad a través del lenguaje, pero sin alterar la propia realidad. En su novela 1984expresó, en la Neolengua, la versión literaria de este mecanismo de dominación.

Creo que nos podemos remontar mucho más atrás para encontrar las raíces de este fenómeno. Como ocurre con muchas otras cosas, lo que se desarrolla en la Posmodernidad aparece ya en potencia, de forma embrionaria, en la Modernidad. El siglo XVII alumbra un giro copernicano en el pensamiento humano, que se inicia en Descartes y concluye en Kant y en Hegel: el idealismo. Las cosas reales dejan de ser tales para convertirse en objetos del pensamiento. Ser es ser pensado. La Realidad se desrealiza, pues es nuestra conciencia la que dibuja esta realidad.

Al ser el lenguaje la expresión más prístina del pensamiento no debe extrañarnos que, de algún modo, sea el lenguaje el que de forma a la realidad exterior, y, por tanto, que cambiando el lenguaje se cambie la realidad. 

Pero en el paso de la Modernidad a la Posmodernidad ha sucedido otro fenómeno no menos importante: el individuo racional de Descartes y Kant, el sujeto político de la Modernidad, ha sido sustituido por el post individuo. En él lo importante no es tanto el pensamiento como el Deseo. Es el Querer, y no el pensar, lo que conforma la realidad: Ser es Ser deseado. El lenguaje, más que del pensamiento, es la expresión del deseo. 

De aquí arranca este “postidealismo” de la posmodernidad: los deseos confirman la realidad exterior. La unificación de “ser” y “pensar” ha sido sustituida por “ser” y “desear”, y como el deseo se expresa en palabras, cambiando el lenguaje cambiamos el mundo. Como “deseamos” que desaparezcan las discriminaciones, estas desaparecerán al dejar de usar un lenguaje “discriminatorio”. Como “deseamos” que desaparezcan las diferencias entre lo sexos, estas desaparecerán cuando usemos un lenguaje “no-sexista”. El problema es que la realidad sigue existiendo, independientemente de los deseos de los seres humanos, y, periódicamente, vuelve por sus fueros.

La otra gran cuestión relacionada con este pensamiento políticamente correctoes el de la autocensura. El ser humano es gregario por naturaleza: tiende a identificarse con lo que cree “todo el mundo”, es decir, lo que cree la mayoría o con aquello que, sin ser mayoritario, es hegemónico. A lo que más tememos es a la exclusión, a la muerte social. Entonces aparece la autocensura y, lo que es peor, la heterocensura. Nos callamos lo que pensamos por miedo a la exclusión social que acecha al disidente. Pero además contribuimos a la exclusión social del disidente (aunque estemos de acuerdo con él) por temor a que se nos asocie con el mismo. 

Mucha gente opina que el aborto es un asesinato, que no tenemos porque mantener a los adolescentes que nos envían desde Marruecos o que la “ideología de género” es una inmensa sandez, pero raramente mantendrá estas opiniones en una conversación, no sea que lo etiqueten de carca, racista, xenófobo u homófobo. En esto consiste la autocensura. Pero además evitaremos relacionarnos con las personas que ya han sido etiquetadas de esta manera, no sea que nos confundan con ellas y nos coloquen en el mismo saco: en esto consiste la heterocensura.

Otra interesante reflexión de Javier en su libro se refiere a la ciencia, o mejor, a la imagen social de la ciencia. Considerando que mi profesión ha sido, y sigue siendo, la enseñanza de las ciencias (me gusta más el plural), es un tema que me interesa particularmente. La situación de las ciencias en nuestra época no deja de ser paradójica: por un lado se nos repite machaconamente que estamos en la era de la ciencia y de la tecnología (lo cual no impide que las supersticiones estén a la orden del día (tierraplanismo, astrología, etc.). Por otra parte, y fruto de una educación científica deficiente (y de una divulgación aun peor, normalmente en manos de periodistas indocumentados) los conocimientos científicos de la mayoría de los ciudadanos dejen mucho que desear, no solamente sobre contenidos, sino sobre los propios mecanismos con los que funcionan las ciencias.

El resultado de todo ello es que la mayoría de la gente de la ciencia solo ven los resultados, en forma de artefactos tecnológicos o de avances médicos. La conciben como una especie de magia, de ahí que al científico lo ven como una especie de mago a taumaturgo, en que la bata blanca ha sustituido al gorro puntiagudo. Aparece el fetichismo de la “bata blanca” y la “expertocracía” de la que nos habla Javier, que aparece tanto en las declaraciones de los políticos (“consultados los expertos…..”, como si ello les eximiera de responsabilidades) hasta los mantras de la publicidad (“está científicamente demostrado…”). 

El fenómeno de la Globalización también es analizado por Javier. Muy certera su comparación de la utopía neoliberal, expuesta por Fukuyama en su libro El fin de la Historia y el último hombre, con la utopía marxista. Ambas nos anuncian un inevitable “final feliz”, con la disolución del Estado y la desaparición de las contradicciones. No es casualidad que muchos de los pensadores “neocons” americanos, que sostienen estas ideas, procedan del trotskismo. Tanto en un caso como en otro, los resultados no se parecen en nada a las promesas: la utopía marxista desembocó en un estado totalitario y policial, y la utopía neoliberal va camino de un estado mundial que, si por una parte privatiza todo lo privatizable, por otra no deja de aumentar el control sobre los ciudadanos, no solamente sobre los cuerpos sino también sobre las mentes.

Evidentemente no son estos temas citados los únicos que encontramos en el libro. Las ONGs, la pseudoecología, los orígenes progresistas del racismo, el consumismo y otras cuestiones pasan también por el tamiz crítico. Mi objetivo era solamente ofreceros un pequeño “tast” de este magnífico libro, e incitaros a su lectura.

Espero haberlo logrado.

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