Mientras la política nacional está instalada en la abúlica parsimonia de una casta que se sabe intocable, vemos cómo, por otros lares, tienen lugar interesantes controversias que ponen en jaque los fundamentos del sistema. Nos referimos al debate que se está produciendo en Italia entre la sangre y el suelo.
Poniéndonos en antecedentes, debemos saber que, actualmente, la ciudadanía italiana se adquiere por el llamado ius sanguinis: una persona adopta la nacionalidad de sus antepasados, independientemente de su lugar de nacimiento. Ahora, la élite mundialista trabaja para llegar al melting pot (crisol de razas), por lo que los políticos italianos se han propuesto aprobar, por ley, el denominado ius soli, que permitirá otorgar la nacionalidad a todos los hijos de inmigrantes que nazcan en Italia, así como un ius cultural que regalará la ciudadanía a menores extranjeros que hayan frecuentado la escuela italiana durante, al menos, un período de cinco años. Poco importa que la mayoría de los italianos estén en contra de tal proyecto, ya que las ordenes vienen impuestas de arriba. Usando la tergiversación y el humanismo plañidero, los políticos italianos defienden el cambio de ley en virtud de una pretendida defensa de los intereses de los inmigrantes, ocultando el hecho de que, con el actual ius sanguinis, los residentes legales en Italia tienen todos los derechos, negándoseles únicamente el voto en las elecciones locales, cuando se les puede conceder tal derecho sin necesidad de naturalizarlos y modificar toda la ley.
En un principio, nos encontramos ante una devaluación del concepto de ciudadanía (el cual se ha convertido, ya, en políticamente incorrecto), dado que éste refuerza la coherencia y la homogeneidad de la comunidad y no casa, así, con la implantación del mundialismo que defiende el establishment; al considerarse la ciudadanía como un principio excluyente, deja de tener cabida en la cosmopolis que andan construyendo. No obstante, como ha dicho Theresa May, «si crees que eres un ciudadano del mundo, en realidad eres un ciudadano de ningún sitio. No entiendes lo que significa la palabra ciudadano»; y es que “ciudadanía” no sólo significa derechos, sino también obligaciones, y obligaciones con una comunidad en contrato, no con la humanidad en abstracto. Ya Aristóteles se cuestionaba “¿quién es el ciudadano?”, y, él mismo, nos respondía, de forma atemporal: “No depende sólo del domicilio el ser ciudadano, porque aquél lo mismo pertenece a los extranjeros domiciliados”. Como es lógico, el concepto de ciudadano fue variando con el tiempo, y, durante la Ilustración, constituyó el ariete con que se terminaría por desmontar el Antiguo Régimen, al enfrentarse, cara a cara, al concepto de súbdito: ser ciudadano implicaba, como se ha dicho, una serie de derechos y obligaciones que se tenían con una comunidad en concreto… por eso, en esta última etapa de la modernidad, ya se considera algo superado, sobre todo —como dice Christopher Lanch—, por una élite que no tiene arraigo ni apego a sus comunidades y vive en la aldea global de la que nos hablaba Marshall McLuhan. Por todo esto hemos asistido, desde la década de los años 70 del siglo pasado, a una reasignación de los derechos de los extranjeros residentes en los diversos Estados, otorgándoseles a los mencionados muchos de los reconocimientos sociales, económicos y políticos que eran propiedad de los ciudadanos. Evidentemente, la devaluación del concepto de ciudadanía, que permite que un nativo tenga los mismos derechos que un extranjero, es el objetivo pretendido para poder llegar al siguiente paso en la hoja de ruta de los mundialistas.
Volviendo al caso italiano, comprobamos cómo el proyecto de ley presentando por el Partido Democrático de Matteo Renzi ha encontrado la oposición de la Liga Norte, el Movimiento 5 Estrellas, CasaPound, la berlusconiana Forza Italia, etc., y ha provocado ya una monumental bronca en el Senado (dada la posición obstruccionista de la Liga Norte); por otra parte, Beppe Grillo apuesta por un ius europeum, argumentando que el cambio en la concesión de la nacionalidad en Italia terminará afectando a toda la Unión Europea; el actual comisario europeo de Inmigración, Asunto Internos y Ciudadanía, Dimitris Avramopouluos, tan intervencionista con el Grupo de Visegrado con el asunto de los refugiados, afirma ahora que los temas de ciudadanía son de exclusiva competencia nacional.
La concesión indiscriminada de la nacionalidad, que convierte en ciudadanos a personas que nada tienen que ver con la cultura autóctona y que hasta la odian, se ha revelado como algo perjudicial y fuente de inseguridad para la vieja Europa. Hemos de revisar y rearmar el concepto de ciudadanía, y ponerlo en valor frente a la depreciación a que ha sido sometido por los mundialistas.