Veblen, autor estadounidense de origen noruego, desmostró que las clases altas, principalmente con poder, muestran su estatus con un forma diferente de consumo basada en la ostentación y no en el sentido práctico. Algo que llamó “consumo ostensible”. En contraste, lo práctico, implica un sentido de utilidad y, por lo tanto, de potencialidad productiva. Y lo que define a las clases más altas es su completa carencia de cualquier relación con la producción. Pero no solamente en el consumo, que es realmente una condición secundaria. Las actividades definitorias de las clases son entre la producción o el servicio y la ostentación. Mientras el currito debe producir, las clases superiores se dedican a actividades con un sentido antagónico. Pero desde el origen de los tiempos. Es la diferencia que marca a los individuos entre su capacidad productiva y lo que Veblen trata como capacidad para la «proeza». O hazaña. El individuo con la capacidad innata para la proeza, tiende a imponerse sobre los demás, que forman la masa productora. Además, Veblen lo liga a una cuestión parcialmente biológica, pues entiende que en sociedades cazadoras-recolectoras, la función productiva de recolección es una función femenina, mientras que la caza se reserva a los miembros más aptos de sexo masculino, sirviendo de antesala a lo que es la proeza que les marca como clase superior.
Podemos utilizar diferentes referencias históricas. La nobleza feudal no tenía función productiva alguna, su labor era la guerra y la defensa. Proezas, no hay duda. Pero eso se reserva para momentos puntuales. La nobleza, especialmente cuánto más arriba se encontraba, se encontraba con mucho tiempo libre. Tiempo libre que jamás dedicaría a producir, porque no les era propio. De ahí, la explicación de Veblen sobre que las clases altas rechazan la función productiva en cualquier momento, invirtiendo sus energías y tiempo en actividades sin aparente carácter productivo pero altamente competitivas. Sirva de ejemplo la caza. Porque a pesar de que la caza conlleva poder obtener carne, dicha actividad se centra más en una cuestión de estatus, sociabilidad y predación. Especialmente en la actualidad..
Eso me lleva a ligar esa teoría toscamente esbozada, con nuestra sociedad. Podría centrarme en la clásica referencia de que aquellas actividades con nula producción pero alta competitividad y ociosidad, son las más respetadas y altamente remuneradas. Véase el fútbol. Pero no es mi intención tratar al fútbol de élite predadora. Aunque ciertamente el carnicero del barrio contribuye más a alimentar y mantener la sociedad que la LFP. Pero no voy a meterme en ese tema. Sólo es un ejemplo muy obvio, aunque no es mi objeto de análisis.
El objeto de análisis va por dos supuestas clases separadas que tienen en común su carácter predador respecto a la mayoría de la sociedad productora, con claros indicios de consumo de ostentación y actividades de ocio apartadas completamente de cualquier elemento productivo.
Hablo de la casta política y de lo que, utilizando términos marxistas, sería el lumpenproletariado. Dos clases o grupos sociales, en apariencia, muy diferentes, pero con claros indicios de corresponderse a la misma clase ociosa de la que trataba Veblen.
Porque seamos claro, el político promedio no produce nada. Nada tangible. Y producir problemas y absurdos legales no entraría en ninguna clase de servicio. Pero extraer sus recursos de la predación a los demás, les resulta una actividad muy propia. Tan propia como al grupo de mamarrachos subsidiados que obtienen sus recursos de fondos públicos y de robar a la población.
Del mismo modo, a esa casta política jamás se la verá invirtiendo su tiempo libre en tareas productivas. Más bien se la verá utilizando recursos públicos para toda clase de ocio elitista. Y ese lumpenproletariado tutti-frutti del que me gusta hablar, se dedicará a ocio criminal sin ninguna productividad, pero con gran carácter predatorio y de ostentación de estatus. Porque ya he dicho alguna vez, que mucha de la violencia que sufrimos a manos de esos marrulleros de importación, es un tipo de ocio y, además, una forma de demostrar superioridad.
Si entendemos que el concepto de clase ociosa de Thorstein se refiere a una parte determinada de la comunidad que vive sin necesidad, es más, con rechazo, hacia el trabajo productivo, pero con un alto carácter predatorio, podemos llegar a varias conclusiones.
1) La clase ociosa, aún pudiendo identificarse con una especie de burguesía industrial dueña de los medios de producción, no tiene inherentemente esa relación y, mucho menos, en la actualidad.
El proceso productivo ha quedado muy descentralizado y con modelos muy dispares. Es difícilmente comprensible meter en el mismo saco al inversor que vive de sus acciones en grandes marcas que producen ropa en grandes centros textiles de Pakistán que al «industrial» que está constantemente en su taller de vaqueros de Albacete. Si bien puede ser que el segundo no tenga un rol «productivo», no rechaza la producción como una función de baja estopa y está en contacto con el proceso productivo. Mientras que el segundo rechaza completamente cualquier relación con usar las manos para otra cosa que no sea levantar el dedo al maitre.
Por lo tanto, en la actualidad, debemos entender o ajustar el concepto de clase ociosa a un sector de la población que rechaza de plano el trabajo productivo y vive de rentas y de funciones que no aportan nada tangible a la subsistencia de la comunidad pero si que hace uso de sus recursos de una forma extractiva. Meta aquí al inversor cortoplacista que hace una jugada para comprar a la baja una empresa en horas bajas, al alto funcionario-asesor sin función específica más que servir de corte a otro sátrapa y, otro caso, que describiré en el punto número 2.
2) La clase ociosa, aunque originalmente ligada a lo que entendemos con clases altas, puede desligarse completamente de esta acepción para incluir a otros sectores, supuestamente marginales, que siguen patrones casi idénticos, pero con una mera diferencia de apreciación social.
Aquel miembro de la clase ociosa más clásica, que vive de rentas, de posesiones y medios herederos, vaya, de pasivo, tiene mucho en común con ciertos sectores que relacionamos con lo más bajo de la sociedad y siempre ligados a la criminalidad.
Pero vamos a ser claros y, manteniendo al margen el ámbito legal. ¿Qué diferencia hay entre el alto cargo público que vive del erario público y se ensaña con trabajadores y pequeños empresarios y el macarra rifeño que se dedica a dañar el barrio de ésos mismos trabajadores y empresarios? Mera apreciación superficial.
Es más ¿Qué diferencia hay entre el inversor de la marca que produce en Pakistán pero mañana en Bangladesh si sale más barato y quien controla el tráfico de alguna sustancia en una comarca determinada? Ambos viven cómoda y pasivamente a costa de la clase productiva. Ambos obtienen sus rentas del trabajo y consumo de las clases productivas. Sea produciendo y comprando vaqueros o cocaína.
Y, del mismo modo, esa clase ociosa tiene una clase subordinada. Da bastante igual ser consejero, CEO o manager decorativo de algún departamento que ser el intermediario, hombre de confianza o sirviente del jefe del cártel. No tienen funciones productivas, tienen una posición consolidada y cómoda y su único sacrificio es deber una servidumbre que, de todos modos, ya asume un trabajador real. Pero con la diferencia, respecto a éstos últimos, en un enorme grado de comodidad y no deber su posición a su capacidad productiva, que en cualquier caso, es nula. Y, también, en el rechazo que les produce la noción del trabajo productivo en sí.
En conclusión, es lógico que el alto cargo de cualquier organismo público o clientelar acabe defendiendo a lo más bajo y criminal, puesto que el marxismo trasnochado no es más que una fachada hueca. Una fachada para mantener al sector productivo de la sociedad, dividido y alienado. Y peor aún, apoyando a sus verdugos. Porque cuando el obrero apoya a un partido de capos con retórica socialista hueca, olvida que le une más con el pequeño empresario que le da empleo. Del mismo modo que a esa élite predatoria le une más con los asaltaviejas de la esquina que duermen en centros públicos.