Todas las criaturas grandes y pequeñas. Sincronías…

Todas las criaturas grandes y pequeñas. Sincronías… Fernando Sánchez Dragó

Ayer por la tarde – la del 22 de noviembre del primer año de la Peste–  terminé de leer Un caserón en Castilfrío, el libro de Satur Napal Lecumberri al que estas líneas, muy breves, pues carezco de tiempo para más, quieren servir de invitación a su lectura. Un par de horas después, ya por la noche y recogido en mi cama, vi el último episodio, por ahora, de una serie televisiva cuyo título es el mismo que aquí campea y que calza de maravilla a lo que hay en el libro. La serie en cuestión está basada en los celebérrimos relatos escritos por James Herriot (pseudónimo de James Alfred Wight…1916-1995), veterinario escocés y hombre de letras, en los que se evocan las aventuras, casi siempre venturosas, vividas por él y otros dos colegas en la campiña, verde, franciscana, mínima y dulce, de su país. Una delicia, similar a la de otra serie: Los Durrell, inspirada en la Triología de Corfú, de Gerald Durrell, hermano menos del autor de El cuarteto de Alejandría

Castilfrío de la Sierra es tan campestre, tan pueblerino (en el mejor sentido de la palabra) y tan entrañable como los escenarios en los que transcurren las dos series literarias y televisivas mencionadas. El paisaje exterior que rodea ese villorrio, hoy casi deshabitado o –vaciado,diríamos ahora – y erguido en la estepa de las Tierras Altas del Llano Numantino (Machado dixit) como un homenaje heráldico de piedra brava a todo lo que el tiempo se llevó, es muy distinto a Corfú y al de Yorkshire, pero el paisaje interior vienen a ser el mismo. 

Por eso hablaba de sincronías…Por eso, y porque escribo este prólogo en mi caserón de Castilfrío, similar en tantas cosas al descrito por Satur –así lo llaman sus amigos, y yo entre ellos– en el beatus illeque usted, lector, quizá esté a punto de iniciar. Otra delicia, por cierto, y no lo digo sólo a cuento y cuenta de esa amistad, incipiente en mi caso, a la que acabo de referirme, sino porque es de ley. 

El autor menciona otro libro, consanguíneo y también escrito por un inglés: Entre limones, de Chris Stewart. Apareció en España hace ya unos cuantos años y tuvo tanto éxito como los de James Herriot y Gerald Durrell. Esperemos que también lo alcance Un caserón en Castilfrío, pues lo merece. 

La prosa de Satur es como el paisaje de esta zona de Soria, la de las Tierras Altas, muy distinta a la pinariega que también, más al oeste, camino ya de Burgos, caracteriza una provincia que linda con otras seis y es por ello crisol de las Españas, a la vez cosmopolita y cosmopaleta, si se me permite un retruécano en el que no hay voluntad de ofensa, sino de elogio. Por algo decía Antonio Machado, siempre él, que en Soria se escucha “clamor de mercaderes de muelles de Levante”. Tierras, éstas, de cristianos viejos, pero también de moros, de judíos, de celtíberos y hasta de romanos. Por aquí han pasado o se han afincado todos, incluso yo, también cosmopaleto y cosmopolita, a quien Satur de pábilo, pábulo y cuartelillo en su libro con la generosidad que le es propia y de la que se benefician todos los vecinos pasados y presentes, de este microcosmos de pan llevar y compartir. 

Decía, o más bien, iba a decir que la prosa de Satur es, como el paisaje que describe, seca, directa, sencilla, briosa y asequible a cualquier lector. Barojiana, digamos, y sé que el adjetivo agradará a quien barojiano se confiesa hasta el punto de haber dedicado un libro –el único suyo que he leído y elogiado con anterioridad a éste– al más fecundo novelista de la historia de nuestra literatura. 

Hay muchos casos, cosas, cosillas, anécdotas, personas y personajes en las páginas de este Caserón pero sus protagonistas son los catalanes, así llamados por todos los vecinos de la aldea, en cuya nómina figura Juan, el patriarca y paterfamilias, Montse, la Magna Mater del clan, y los cinco hijos –tres de ellos nacidos en una sola tacada– que un buen día, bueno de verdad, pasaron por aquí en busca de un cobijo ajeno a las incidencias y asechanzas de la polis, que en su caso era Barcelona, y lo encontraron. 

Protagonistas, sí, pero no sólo…Me atrevo a llamarlos héroes de algo bastante parecido a una hazaña, pues hazaña fue la tarea de reconstruir nada menos que un nuevo hogar en un territorio apache, a primera vista, carente de raíces que fuesen suyas y situado extramuros de cuanto hasta ese momento había sido su trayectoria vital. 

Sitúese lo de apache en su debido contexto, no vaya a ser que se me piquen las gentes de por aquí, que siguen siendo muy suyas, como lo fueron sus antepasados y lo serán, o eso espero, sus descendientes. Cuando yo, hace veinticinco años, instalé aquí mi campamento, huyendo también del tráfago de la ciudad, y reconstruí la única casa que hoy por hoy considero mía, tuve la impresión de que llegaba a un finisterre situado en el Lejano Oeste. Y algo, en efecto de epopeya del Far West tiene el libro de mi amigo Satur. Pieles rojas no hay en él, pero sí cazadores, tramperos, ganaderos, pastores, rudas y duras gentes del agro, párrocos rurales (al menos uno), mastines, lobos, zorros, águilas, milanos, liebres, víboras, ovejas, ratones y gorriones…¡Ah! Y catalanes. 

Baste con esto. Seguro estoy de que al terminar el libro, que es, como el de Fray Antonio de Guevara, Menosprecio de corte y alabanza de aldea, hará suyo el lector lo que cien años atrás escribió otro hombre de pluma enamorado de estas tierras:

«¡Chopos del camino blanco,/ álamos de la ribera,/ espuma de la montaña/ ante la azul lejanía,/ sol del día, claro día!/ ¡Hermosa tierra de España!»

Ese escritor era Antonio Machado, de más está decirlo, y tras él, calzándose las botas de siete leguas de don Pío, mi amigo Satur, que es, como su autor favorito lo fue, médico y que, además, escribe. La sangre del 98 corre por sus venas y la tinta de aquella generación sale de su pluma. Decíamos ayer…

              En Castilfrío de la Sierra, a 23 de noviembre del Año del la Peste. 

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