Un recuerdo, un reconocimiento a Gregorio Salvador Caja

Un recuerdo, un reconocimiento a Gregorio Salvador Caja

(Artículo publicado originariamente en IDEAL de Granada (2021). Revisado y actualizado para su publicación en Posmodernia, 2022)

El 26 de diciembre de 2020 falleció un profesor de mucho coraje, un estudioso que, desde su dimensión intelectual, supo poner en su sitio la lengua española, perdida y confundida frente a la lengua española inventada por la nostalgia del empoderamiento, por la nostalgia de la territorialidad y por la nostalgia de  no sé cuántas cosas más; para esto tuvo que sortear numerosas críticas con su inagotable ironía y con una  dignidad encomiable. Se trata de Gregorio Salvador, nacido en Cúllar (Granada) en 1927, una de las mentes más lúcidas e inteligentes que ha dado la dialectología, la lexicología y lexicografía  españolas a lo largo de su historia. Seguramente para la inmensa mayoría de los españoles su dimensión intelectual y sus aportaciones al conocimiento del habla que utilizamos no les diga nada, ni creo pertinente reseñar en este espacio sus múltiples actividades, como filólogo, dialectólogo, historiador literario,  investigador lingüístico o crítico literario…; como tampoco cabe dar noticia puntual de todos los cargos, honores y recompensas acumuladas a lo largo de su fecunda vida. Baste con decir que en 1986 fue elegido para ocupar el sillón “q” de la RAE y que fue  vicedirector de la misma en el periodo que va desde 1999 hasta 2007.

Sin embargo, quizá, habría que reseñar, en primer lugar, que una de las aportaciones más importantes que nos ha dejado su legado cultural haya sido la coautoría con Manuel Alvar (su maestro y director de su tesis doctoral) y Antonio Lorente en la confección del ALEA (Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía). Se trata de un Atlas geográfico, en donde se aprecia, sobre todo, desde el punto de vista léxico- semántico y fonético las distintas denominaciones que recibían, según las zona,  los instrumentos de labranza, por ejemplo; o la localización geográfica de las distintas modalidades fonéticas en el habla de los andaluces, la Andalucía de la “e, por ejemplo; quizá, las diez vocales existentes en Andalucía oriental (con sus diferentes matizaciones), frente a las cinco de la parte oriental; o, tal vez, las diferencias en el habla entre hombres y mujeres  dentro de una misma localidad e, incluso, dentro del mismo ámbito familiar.

Aún recuerdo hojeando y ojeando aquel inabarcable atlas entre los dedos, extendido sobre  una espaciosa mesa redonda en su Departamento en la Facultad de Filosofía y Letras de Granada (lo que hoy es el Palacio de las Columnas) en donde cerca de dos mil mapas ilustraban con   la mejor exactitud científica del momento las distintas diferencias de hablas que se producían en Andalucía

Los que a mediados de los años setenta tuvimos el privilegio de asistir a la amenidad de sus clases, impregnadas de humanidad y de rigor científico, aprendimos tantas cosas que hoy me aparecen inalteradas en la memoria, como si no hubiera pasado el tiempo, pero, básicamente, porque aún hoy tienen una sofocante vigencia en la actualidad.

D. Gregorio nos enseñó que las cuatro lenguas que hay en España eran una joya cultural y que las lenguas no se reprimían, pues había hablantes en las regiones de Cataluña, Galicia o Vascongadas que eran monolingües receptivos o productivos y otros, incluso, monolingües receptivos y productivos en catalán, gallego, lengua vasca o castellano. Nos enseñó también que en Vascongadas había siete  lenguas distintas: el guipuzcoano, el vizcaíno el alto navarro septentrional, el alto navarro meridional, el suletino, el bajo navarro oriental y occidental;  y, además, también existió el dálmata.  Nos explicaba, con respecto a esta última lengua, que había desaparecido  a mediados del XX con una última mujer que estuvo incomunicada prácticamente por la pérdida del oído y de la vista. Nos trasladaba hipótesis sobre los orígenes de las mismas y nos ilustró documental y geográficamente cómo la comunicación entre los distintos pueblos vascos se hacía poco menos que imposible. De hecho -nos decía- que el padre de Unamuno era guipuzcoano y su madre vizcaína y que sus cuatro abuelos eran, como sus padres vascos, pero que dos de ellos no podían entenderse entre sí, porque eran de distintas localidades y tuvieron que hablar en la lengua materna, es decir, el castellano para poder comunicarse. Por esta razón- reflexionaba D. Gregorio- que la mayoría de los vascos hablaban castellano.

Al formarse el castellano en zona fronteriza con vascongadas, nuestro profesor, siempre atento a la fonética del habla castellana, entendía con firme convicción, que  el País Vaco era el lugar de España donde  el castellano se pronunciaba con más pureza y pulcritud, deshaciendo así distintas mitos, más o menos interesados, que la población, en general, y que los alumnos, en particular, teníamos por entonces en torno a la perfecta dicción o articulación de los fonemas castellanos. Después, con el paso del tiempo, llegué a conocer que en su andadura profesional estuvo durante un tiempo muy vinculada a esa zona geográfica de España, pues ejerció como catedrático de instituto, durante un periodo de seis años en la zona vasca, lo que le habría permitido distinguir con  mucha mayor claridad tal aseveración, ya que D. Gregorio provenía de una variedad dialectal diametralmente distinta.   

Sin embargo, en esta reconstrucción de emociones, potenciadas emocionalmente por la desaparición del inconmensurable  maestro, me asalta  a la memoria algunas teorías que nos llamaba profundamente la atención  y que nos resultaban  novedosas con respecto a la gramática histórica tradicional. Por ejemplo, cuando exponía el influjo que ejerció el “euskera “sobre el castellano en su época de formación (sustrato vasco), se detuvo  especialmente en la pérdida de la “f “ inicial latina ( filium, ferrum, facere, etc…). En principio, el fenómeno era atribuido a la influencia que tuvo una de las lenguas vascas, que carecía de este fonema. Nada nuevo; no obstante,   lo novedoso residía  en la explicación que nos ofreció D. Gregorio. Pareciera ser -decía el maestro- que en aquellas zonas las aguas de aquellos ríos eran muy pobres en flúor, circunstancia por lo que la gente perdía los dientes a muy temprana edad y, por tanto, difícilmente un fonema fricativo e interdental podía articularse. Para entendernos,  para la pronunciación de este fonema se haría necesario que el labio inferior se elevara hacia los dientes superiores, y si estos se habían caído, difícilmente podrían encontrar un punto donde articular el citado fonema; esto es, no se podría articular. Así que, primero se aspiró  y con el tiempo llegó a perderse.

De todo cuanto manifestaba nuestro ilustre dialectólogo, ya en aquella época, había un elemento profundamente perturbador para él: se estaba intentando reconstruir artificialmente una sola lengua vasca del conjunto de las existentes,  cuyo léxico y raíces fundamentales se recogían del guipuzcoano, es decir,  lo que hoy ha dado como  resultado lo que en la actualidad se llama euskera o lengua del pueblo vasco.

De la lengua gallega nos explicaba que se castellanizó demasiado rápido, circunstancia justificada por la emigración del pueblo gallego  a América que se produjo en el S:XVIII, aunque de forma  masiva en el último cuarto del  XIX. Decía, nuestro insigne profesor, que cuando volvían a su tierra, después de mucho tiempo en contacto con los españoles de otras regiones,  ya habían olvidado prácticamente su lengua y hablaban castellano salpicado de variedades gallegas. A pesar de todo, D. Gregorio, no dejaba  pasar por alto el daño tan grande que hizo la prohibición franquista al uso del gallego escrito y, para rematar el estrépito, llegó incluso a estar mal considerada la utilización oral de esta lengua, sobre todo, por determinados sectores de la  burguesía local de la época.

 Por otro lado, haciendo referencia al andaluz, D. Gregorio nos llegó a expresar, hace cuarenta y cinco años, que el andaluz podría ser lengua de futuro, ya que desde el conjunto de hablas andaluzas o hispanoamericanas  se estaban exportando una serie importante de  fenómenos fonéticos al resto de España. Nos hacía observar como muchos de ellos irradiaban muy rápido hasta el norte de la península; todo esto ilustrado con valiosísimos  ejemplos como el yeísmo, la pérdida del fonema “d” entre vocales de algunos sustantivos, adjetivos o participios de forma total o parcialmente. De la misma manera, nos señalaba  la presión que ejercía sobre el castellano  el seseo de los países de habla hispana. Este tema lo trataba extensamente y comparaba nuestras hablas meridionales con los países al otro lado del océano Atlántico. Recuerdo con absoluta nitidez con que gracejo exponía y pronunciaba  fenómenos fonéticos muy frecuentes del habla  que se sucedían la altiplanicie mexicana.  Exponía nuestro profesor que frente a la perdida de consonantes, tan característica del habla andaluza, en aquellos límites de la tierra sucedía el fenómeno fonético contrario; es decir, la pérdida de las vocales. De ahí la dificultad que encontraba el oyente de otras variedades dialectales para la comprensión del mensaje en el habla mexicana.  Tal observación que nos mostraba D. Gregorio era descrita con tanto atino y con tanta gracia que había que escucharlo pronunciando el sintagma nominal: “ministro de asuntos exteriores”, con la pérdida total o parcial de las vocales. 

Era inmenso el repertorio de fenómenos lingüísticos diferenciadores que manejaba, dominaba y nos mostraba en las clases nuestro profesor y, cuya última pretensión, era  diagnosticarlos y describirlos en su momento histórico. A partir de ahí, una vez reconocidos, -decía el maestro- había que buscar la cohesión para evitar la desintegración de la lengua española como ocurrió con el latín y todas las lenguas que nos antecedieron. Nuestro maestro entendía que la lengua española había sido útil, hasta aquel momento, a trescientos millones de personas en aquella época. 

Hoy, en el momento de la muerte de nuestro ilustre granadino, el español es hablado por seiscientos millones de personas, lo que la convierte en la segunda lengua materna del planeta por número de hablantes. De ahí el celo que siempre mostraba D. Gregorio en aras a la unidad de la lengua y su preocupación por los males que la acechaban continuamente. Por esta circunstancia entendía  que la dialectología no tendría utilidad alguna  cuando se utilizara como elemento diferenciador, sin más, frente a los otros, frente a los demás, sino muy al contrario, que adquiriría su verdadero sentido, cuando se pusiera al servicio de la unidad de la lengua española, para evitar los males que supondrían  la dispersión y disgregación de la misma.   

Por otro lado,  también nos explicaba que era absurdo pensar en la creación de una lengua andaluza propia, tal y como algunos habían intentado reconstruir en algunos textos, dado que eran tantas las variedades de habla dentro de un mismo espacio geográfico que haría imposible la transcripción fonética en una sola modalidad para todos los hablantes andaluces. Además -continuaba exponiendo- que la norma escrita castellana impediría que tal aventura pudiera llevarse a cabo, pues, aunque los andaluces orientales abriéramos las vocales finales como elemento diferenciador de los plurales, bien no pronunciando el fonema “s” final de palabra, bien no pronunciando el fonema “r”  cuando era consonante final de los infinitivos , bien cualquier otra consonante final de silaba;  sin embargo, a la hora de escribir, en nuestra conciencia siempre lo tendríamos presente cualquier consonante fuere la que fuere y, por consiguiente, en la lengua escrita siempre plasmaríamos los fonemas consonánticos porque la propia norma lingüística estaba arraigada  inconscientemente en el pensamiento.

Y esto sucedía – continuaba exponiendo-, porque la norma escrita había sido forjada a lo largo de los siglos, no por castellanos, sino por españoles de todas las provincias y por los hispanoamericanos con multitud de aportaciones léxico-semánticas , fonéticas o morfosintácticas y, por consiguiente, había dejado de pertenecer a un determinado espacio geográfico de una comunidad para recibir aportaciones de todas, y su uso fue codificado por los gramáticos y lexicógrafos para enseñarlo en la escuela. Por tanto, el español era para él una koiné lingüística, que demostraba argumentalmente con toda suerte de ejemplificaciones históricas documentadas.     . 

Por esta razón, D. Gregorio, insistía en que para que las lenguas no se dispersaran se hacía imprescindible el uso de la norma y elucubraba de forma anecdótica y simpática con un claro ejemplo milenario, que  hacía referencia al momento en que  se confundieron las lenguas entre los  que laboraban en la Torre de Babel. Con este antecedente nuestro insigne profesor pretendía instruirnos en un principio fundamental en lingüística: la ausencia de la norma contribuye a ladispersión de las lenguas

Incluso llegaba bastante más lejos aún: entendía que cuanto mayor fuera el fondo común idiomático compartido de una lengua  de una determinada comunidad de hablantes y menor fueran las variedades dialectales, mucho mayor serían las posibilidades de comunicación entre los seres humanos y, por ende, de transmisión de conocimientos y de progreso científico, económico y cultural; esto es, lo que en términos lingüísticos se denomina núcleo común y pauta general.Con una oratoria profundamente pacientísima y didáctica se esforzaba en demostrarnos de forma gráfica y siempre documentada la función esencial del dialectólogo, partiendo del hecho de que si la lengua es el instrumento fundamental que tiene el ser humano para entenderse, la función fundamental de aquel, por consiguiente,  debería ser precisar cuáles eran los males que se avistaban en nuestra lengua, para así poner remedio y, consecuentemente,  evitar su desintegración con el paso del tiempo; es decir, para D. Gregorio  manteniendo la cohesión y unidad lingüística  se evitaría la fractura del milagroso sistema de signos con el que nos comunicamos.

En fin, con la desaparición de nuestro ilustre granadino, la memoria de lo que significó en nuestras vidas vuelve ahora más cargada de significado que en aquella época en la que todo era aprender para repetir lo aprendido, y no se trata de engrandecer lo que ya se ha perdido y se ha despojado para siempre de reversibilidad, ni siquiera de enaltecer el pleno sentido que tuvo su vida en la defensa de nuestro idioma y que da sentido a cerca de seiscientos millones de personas; se trata más bien de un reconocimiento íntimo y vehemente, que he sostenido al transcurso de los años, porque su magisterio sobre tantas cosas de lingüística y de dialectología descriptiva han sido hasta hoy una de las grandes posesiones que me han quedado en esta vida, y que nunca he desperdiciado en ningún momento como profesor de Lengua Española.

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