75º aniversario de la bomba atómica (IV)

Tarea Número Uno y Operación Enormoz

Dadas las circunstancias, lo primero que hizo la URSS fue poner en marcha un proyecto de construcción de la bomba atómica, cuyo nombre cifrado era «Tarea Número Uno», encomendado al «Comité Especial» de Lavrenti Beria (quien sustituyó a Molotov), y que venía a ser una especie de «Politburó atómico». Once días después del lanzamiento de la segunda bomba, el 20 de agosto, Stalin firmó la Resolución nº 9.887 del Comité de Defensa del Estado, estableciendo una nueva estructura que se encargaría del proyecto nuclear. A partir de dicha resolución la tarea consistía en garantizar «el desarrollo a gran escala de la exploración en busca de yacimientos geológicos en la URSS, con el objetivo de conseguir material base en bruto para la extracción de uranio… y también para la explotación de los yacimientos de uranio encontrados fuera de la Unión Soviética». Debían garantizar «la eficacia en la organización de la industria del uranio… la construcción de las plantas de energía nuclear y la producción de la bomba atómica» (citado por Roy A. Medvedev y Zhores A. Medvedev, El Stalin desconocido, Memoria Crítica, 2003, pág. 145-146). 

Asimismo, se fundó un supercomisariado secreto, el Directorio Principal del Sovnarkom (PGU), con Boris Vannikov a la cabeza. La institución más grande del PGU era el Directorio Principal del Sistema de Campos de Trabajo dedicados a la Producción Industrial (GULPS), un «gulag atómico» que disponía de 103.000 prisioneros distribuidos en trece campos. También se cedió al PGU el Directorio Principal de los Campos de Minería y Metalurgia (GULGMP), que a su vez se fusionó con la red de trabajo de campos industriales, contando a principios de 1946 con 190.000 prisioneros. La Directiva nº 00932 del NKVD afirmó que dicho sistema unificado de campos de trabajos industriales, que llegaría a ser conocido después como Glavpromstroi, era una «organización especial de construcción para las empresas e instituciones del Directorio Principal» (Medvedev y Medvedev, El Stalin desconocido, pág. 146). Los prisioneros del gulag atómico no podían gozar de permiso para largarse porque portaban secretos de Estado de vital importancia para la seguridad de la Unión Soviética. Los campos de prisioneros del gulag atómico dejaron de ser responsabilidad del NKVD y pasaron a serlo del PGU. 

Aunque ya el 13 de octubre de 1941 el académico Piotr Kapitsa sorprendió a los lectores de Pravda afirmando: «Los materiales explosivos son unas de las armas fundamentales de la guerra… pero en los últimos años se han abierto nuevas posibilidades: el uso de la energía atómica. Los cálculos teóricos nos demuestran que si una bomba contemporánea de gran poder puede destruir todo un barrio, entonces una bomba atómica, incluso una relativamente pequeña, podría destruir una gran capital de varios millones de personas» (citado por Medvedev y Medvedev, pág. 133). 

Según los documentos que se han conservado y las memorias de quienes vivieron por entonces, entre mayo y junio de 1942 Stalin ya era consciente de la posibilidad de construir para la Unión Soviética la bomba atómica. Como afirma Sergei Kaftanov, Stalin sopesó el asunto y dijo: «Nosotros también debemos ponernos manos a la obra» (citado por Medvedev y Medvedev, pág. 137).

El 28 de septiembre de 1942 Stalin firmó la directiva secreta del Comité de Defensa del Estado Soviético (Gosudanstuenny y Komtet Oborony,GKO), del que era presidente, nº 2352 con el título «Sobre la organización del trabajo con el uranio», que esbozó Molotov (vicepresidente del GKO y por entonces responsable del «Proyecto del Uranio») tras consultarlo con los académicos Abram Joffe y Sergei Kaftanov. El uranio era fundamental al la materia prima para la construcción de la bomba. Es significativo que Stalin bautizase el contraataque que cercaría las tropas de von Paulus en Stalingrado con el nombre de «Operación Urano», pues uran significa en ruso tanto uranio como el planeta Urano  (aunque también podría ser por su predilección por el número 7, puesto que Urano es el séptimo planeta del Sistema Solar, aunque la posterior batalla a Stalingrado, que cercó a los alemanes en Rostov del Don, fue llamada en clave «Operación Saturno»). 

Tras el Desembarco de Normandía, los norteamericanos enviaron a un grupo de fuerzas llamado «equipo Alsos» para que evaluasen el material que hallasen en territorio alemán en relación con el uranio y el agua pesada. En los primeros meses de 1945 el equipo Alsos desmanteló y envió a Gran Bretaña dos reactores experimentales que todavía no se habían acabado de hacer de uranio con agua pesada. Uno de los reactores se localizó en Leipzig, ciudad que estaba situada en lo que iba a ser zona de influencia soviética. También se detuvo y se deportó a Gran Bretaña a físicos nucleares alemanes. El NKVD y el instituto de energía atómica de la Academia de las Ciencias que confidencialmente tomó el nombre clave de «Laboratorio nº 2», que se fundó el 10 de marzo de 1943, optó por el mismo objetivo formando también un equipo, aunque lo hizo con algo de retraso. Un grupo de científicos nucleares que sabían hablar alemán fueron a Berlín a mediados de mayo de 1945 acompañados por oficiales del NKVD a las órdenes de Aurami Zaveniagin, adjunto de Beria. El mayor experto en la fabricación de uranio puro, el profesor Nikolaus Riehl (que había nacido en San Petersburgo y vivió en Rusia hasta 1919) decidió colaborar con los soviéticos llevándolos a un pueblo situado al norte de Berlín, donde se encontraba una fábrica de uranio puro para los reactores. Pero la fábrica había sido bombardeada deliberadamente por aviones estadounidenses, los restos que sobrevivieron se desmantelaron y se enviaron a la URSS. También se enviaron casi cien toneladas de óxido de uranio que se hallaron en otro pueblo y otras toneladas que se encontraron en otro lugar.

El 24 de abril de 1945, durante la toma de Berlín, las tropas del Ejército Rojo tomaron el centro nuclear de investigación nuclear nazi, el instituto Kaiser Wilhelm, de donde se apoderaron de 250 toneladas de uranio metálico y 3 toneladas de óxido de uranio. Esto fue muy importante para el desarrollo del programa nuclear soviético. 

En julio de 1945 Reilh, por voluntad propia, se trasladó a un pueblo cercano de Moscú donde transformó la fábrica Elektrostal de Noginsk en una planta de uranio, en donde, según afirmó en sus memorias publicadas en Alemania en 1988, «todo el trabajo lo llevaron a cabo prisioneros, sobre todo soldados soviéticos que habían sido capturados por los alemanes. A su regreso, no se les recibió con flores y bailes… por el contrario, fueron condenados a varios años de confinamiento, acusados de cobardía frente al enemigo» (citado por Medvedev y Medvedev, pág. 143). Elektrostal fue una de las primeras «islas» del gulag atómico, denominada por el NKVD en clave como «Construcción 713». En 1950 se producía una tonelada diaria de uranio y había diez mil presos trabajando. Pero a fin de aumentar la producción se fijó para los presos y los «trabajadores libres» una jornada de diez horas. Entre 1945 y 1955 trescientos científicos e ingenieros alemanes trabajaron en el proyecto de uranio soviético.          

También las minas de Uranio de Sajonia y Checoslovaquia fueron destruidas por bombardeos americanos en 1945 antes de que las tomase el Ejército Rojo (he aquí otro ejemplo de la Guerra Fría ya en la Segunda Guerra Mundial, obviamente visto en retrospectiva, pero ya era algo perentorio una vez eliminado el enemigo común). En Sajonia, pese a dicho bombardeo, se fundó una empresa soviética con capital social llamada Vismut para explotar las minas en las que trabajaban prisioneros de guerra alemanes. Los soviéticos tomaron las minas de Bulgaria, cuyo uranio era de escasa calidad. Según los agentes infiltrados en el Proyecto Manhattan, Frechs y Bruno Portecorvo, Estados Unidos tenía uranio para fabricar varias bombas al mes. Así pues, Stalin ordenó que se buscase uranio por todo su Imperio, hallándose importantes minas más allá de los Urales y en Asia Central, descubrimiento que se mantuvo en el más estricto secreto. De modo que las autoridades soviéticas permitieron que los espías estadounidenses se infiltrasen en Bulgaria para hacer creer a su gobierno que la URSS sólo disponía de una cantidad ínfima de uranio y además de baja calidad para fabricar la bomba atómica.

Tras la Conferencia de Potsdam, Truman creía que los soviéticos tardarían entre quince y veinte años en tener la bomba. Es más, Truman le preguntó a Oppenheiner cuando creía que los rusos tendrían la bomba, y éste le respondió que no lo sabía, a lo que el Presidente le contestó que él sí lo sabía: «Nunca» (citado por Anselmo Santos, Stalin el Grande, Edhasa, Barcelona 2012, pág. 598). Pero ya el 25 de diciembre de 1946 los soviéticos probaron su primer reactor nuclear, y en 1949 por fin pudieron experimentar su primer lanzamiento en Kazajistán.      

El físico danés Niels Bohr propuso que el secreto atómico se compartiese con los soviéticos, a lo que Roosevelt y Churchill se opusieron tajantemente. En septiembre de 1944 británicos y estadounidenses llegaron a unos acuerdos para proseguir con las construcción de «aleaciones para tubos» (nombre en clava para la bomba atómica), y se pidió que se investigase al señor Bohr «para garantizar que no sea responsable de ninguna fuga de información, en particular hacia los rusos». (Véase Robert Gellately, La maldición de Stalin, Traducción de Cecilia Belza y Gonzalo García, Pasado & Presente, Barcelona 2013, pág. 183). 

Sin embargo, la URSS conseguiría la bomba atómica, gracias a un impresionante despliegue de espionaje (Operación Enormoz), cuatro años después que Estados Unidos y once años antes de lo previsto por dicho Imperio, el 29 de agosto de 1949, en la región de Semipalatinsk (en la estepa de Kazajistán), un terreno propicio para realizar la prueba. La primera bomba atómica soviética sería apodada «Primer relámpago», y en Estados Unidos la apodaría «Joe-I», por el Tío Joe: Stalin. Cuando se le anunció al Vozhd tal logro (la explosión tuvo lugar a las 7:00 horas), éste le comentó a un joven confidente llamado Akaki Mgeladze, líder del Partido en Georgia: «Hiroshima ha sacudido al mundo entero. El equilibrio ha sido destruido. Eso no puede ser. Construir la bomba sería eliminar un gran peligro para nosotros. Si estallara una guerra, el empleo de las bombas atómicas dependería de los Truman y los Hitler que estuvieran en el poder. El pueblo no permitirá que semejante tipo de hombres ocupen el poder. Las armas atómicas no pueden ser utilizadas sin incurrir en el peligro de provocar el fin del mundo» (citado por Álvaro Lozano, Stalin. El tirano rojo, Nowtilus, Madrid 2012, págs. 417-418).

«A mediados de septiembre, tras analizar el polvo radiactivo que apareció como consecuencia de la explosión y que se extendía por los niveles superiores de la atmósfera y a lo largo del planeta, los norteamericanos llegaron a la conclusión de que los soviéticos habían realizado una copia virtual de la bomba lanzada sobre Nagasaki. La Unión Soviética no había dado aviso alguno sobre la prueba porque Stalin temía que Estados Unidos pudiera realizar un ataque preventivo contra las instalaciones nucleares soviéticas» (Medvedev y Medvedev, pág. 152). 

Los servicios de inteligencia estadounidenses confirmaron que los rusos, efectivamente, ya disponían de la bomba atómica, cosa que supieron después de la crisis de Berlín y antes de la victoria comunista en China. En 1950 la CIA calculó que los soviéticos emplearon entre 330.000 y 460.000 personas en el proyecto nuclear, y éstas iban desde científicos de primera categoría hasta trabajadores esclavos de los gulags.

Cuando la URSS probó su primera bomba atómica Estados Unidos poseía 300, y «nunca tuvo claro cuántas bombas atómicas habrían sido necesarias para doblegar la voluntad de Stalin» (Jonathan Walker, Operación «Impensable», Traducción de Efrén del Valle, Crítica, Barcelona 2015, pág. 197). 

La Administración Truman creía que la prueba nuclear soviética no podía haber sido realizada sin que los físicos que trabajaron en el Proyecto Manhattan no les hubiesen pasado información a los soviéticos, como efectivamente así fue. Aunque no se trató de una traición o una imprudencia de los físicos estadounidenses sino de una sofisticada infiltración de los científicos soviéticos en el arte del espionaje. En 1949 se llevaron a cabo investigaciones internas que revelaron la presencia de doscientos estadounidenses que espiaban al servicio de la Unión Soviética, infiltrados en todas las secciones del gobierno de Roosevelt, incluso en la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), institución precursora de la CIA. Como decía Napoleón, «un espía en el lugar adecuado vale más que veinte mil hombres en el campo de batalla».

El físico alemán Klaus Emil Julius Fuchs, que emigró a Gran Bretaña huyendo de la represión nazi, era un estalinista convencido que en los primeros tiempos de la Rusia soviética fue operario del Directorio Principal de Inteligencia (Glavnoye Razvedovatel’noye Upravlenie, GRU), que fue fundado por Lenin en 1918 para el control de la inteligencia militar desde las residencias. Fuchs gozaba de una autorización que le permitía trabajar en Gran Bretaña. En 1941 se aproximó al Partido Comunista Alemán, que estaba en el exilio en Gran Bretaña, con la finalidad de transmitir información a la Unión Soviética que Fuchs recopiló en el proyecto Tube Alloys (nombre en clave de la investigación atómica) donde trabajaba. Fuchs recibía instrucciones primero de Simon Davidovich Krener, oficial del departamento militar de la agencia londinense del GRU; pero a partir del verano de 1942 estaría bajo las órdenes de Ursula Beurton. Y cuando las autoridades británicas solicitaron a Fuchs para que trabajase con un grupo de científicos estadounidenses en Nueva York, Fuchs recibió instrucciones de Anatoli Yatskov, agente infiltrado del GRU en el consulado soviético de Nueva York (que usaba como tapadera), para que contactase con Harry Gold (alias Golodnotsky), veterano espía soviético que controlaría a Fuchs durante dos años y medio en sus actividades en el Laboratorio Nacional Los Álamos, en lo que se conocía como «Proyecto Manhattan». Fuchs pasó información sobre fusión y prototipos de la bomba de hidrógeno. Gracias a Fuchs en el Kremlin tenían en 1945 «una imagen general clara» del proyecto Manhattan. (Véase Gellately, La maldición de Stalin, pág. 184). 

Los investigadores estadounidenses no se percataron de la infiltración de la Operación Enormoz hasta 1949, año en que -como sabemos- la URSS realizó su primer ensayo atómico. En 1990 Yatskov afirmó en una entrevista que el FBI había descubierto «a menos de la mitad de la red» (citado por Rupert Butler, Stalin. Instrumentos de terror, Traducción de María José Antón con la colaboración de Julio Marín, Editorial LIBSA, Madrid 2009, pág. 157).

Asimismo, un comunista alistado en el ejército de Estados Unidos, David Greenglass, se infiltró en Los Álamos y, según Harry Gold, pasó información importantísima sobre el Proyecto Manhattan a la inteligencia soviética. Dentro de los Álamos Greenglass estaba en contacto con el operario Julius Rosenberg, agente de reclutamiento del Partido que reclutó al mismo Greenglas que era además su cuñado. Rosenberg, militante radical estalinista,  hizo todo cuanto estaba a su alcance por proporcionar información a los soviéticos a través del consulado de la URSS en Estados Unidos.

Continúa. 

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