8M: Crónica y crítica de la gestión en proceso del Gobierno

En esta crónica crítica no vamos a entrar en diatribas de si tenemos una clase política de lo peor que ha visto nuestra historia, porque estamos en pleno proceso y por consiguiente se trata de una cuestión infecta (ni imperfecta ni perfecta); es decir, in fieri (haciéndose), que va sobre la marcha y por ello está incoado y no completo; y la verdad, en todo caso, es el resultado. Algunos dicen que la gestión de la crisis del coronavirus ha sacado a relucir todas las «lindezas» de esta «infecta e infectada» casta política. También se dice que es el colmo que nos haya tocado vivir la peor crisis con el gobierno más nefasto, mentiroso, inútil e inepto que hayamos conocido al menos durante estos 40 años de partitocracia. Y es señalado como un gobierno de ideólogos, sofistas y niñatos asamblearios universitarios o más bien infantiloides de preescolar que juegan a la revolución, porque -osan a decir- son «comunistas»(así como los adversarios del Gobierno y de sus medios afines son señalados como «fascistas»). Sea como fuere, sí es cierto que se trata de un gobierno que, pese a la propaganda, dista mucho de ser sabio. Como dice Ángel Campos Martínez en su artículo en el especial sobre el coronavirus en El Catoblepas, «este rey -entiéndase rey como presidente del Gobierno- no es el Rey Filósofo de La República» (http://www.nodulo.org/ec/2020/n191p19.htm).Es más bien la eikasíade un cum laude.  

Ahora bien, tenemos que reconocer que la crisis, en las proporciones que a mediados de abril estamos conociendo, es una pesadilla con la que no contábamos hace dos meses; y eso que teníamos y seguimos teniendo, y que incluso se complicarán con la crisis, problemas muy delicados para la eutaxiadel Estado: las capas y ramas del poder por las que se sustenta esa nación política canónica llamada España.

Pero pongamos un poco de orden y hagamos un repaso cronológico a determinados hechos y declaraciones y después sinteticemos una valoración crítica de tales materiales. Aunque, como la historia va para largo, esto es sólo un esbozo del que sería un estudio muy interesante y apasionante si no fuese porque vamos a vivirlo in medias resy sufrirlo en nuestras propias carnes. Y jamás, al menos gente de mi generación e incluso la de mis padres, hemos experimentado algo que se le parezca ni por asomo. Estamos ante el momento histórico más importante de nuestras vidas.

    I. Crónica

El 17 de noviembre de 2019, según el diario South China Morning, que ha tenido acceso a documentos del gobierno chino, se contagia en Wuhan (Hubei, en pleno centro de China) la primera persona, un hombre de 55 años, de SARS-CoV-2, un nuevo coronavirus que enferma a los seres humanos con una enfermedad que ha sido bautizada como COVID-19. Desde ese día se fueron registrando de uno a cinco casos cada día.

Para el 20 de diciembre ya había 60 personas contagiadas. Pero no sería hasta el día 31, con 180 casos, cuando los médicos supieron que estaban lidiando con una nueva enfermedad. El 7 de enero las autoridades chinas confirman que se trata de un nuevo virus que la OMS llamaría inicialmente 2019-nCoV. 

El 11 de enero la Comisión de Salud Municipal de Wuhan anuncia la primera muerte. Se trata de un hombre de 61 años que había muerto dos días antes por insuficiencia respiratoria a causa de una neumonía severa. Al parecer, la víctima había estado en el mercado de mariscos de Wuhan. La segunda víctima murió el 17 de enero. Dos días después ya había tres muertos y 139 positivos (siempre según cifras oficiales, de dudosa exactitud). 

El 14 de enero la Organización Mundial de la Salud (OMS), el organismo sanitario de las Naciones Unidas, lanza un tuit en el que asegura que «las investigaciones preliminares de las autoridades chinas no han hallado evidencia clara de transmisión humano-humano del nuevo coronavirus identificado en Wuhan, China». Si bien no había evidencias sí había indicios. Y dos semanas antes las autoridades de Taiwán tenían sospecha de que sí se transmitía, pero no había ninguna certeza.

El 22 de enero Wuhan anuncia el cierre de sus aeropuertos y estaciones de ferrocarril al aumentar el número de muertos a 17 y al confirmarse 547 contagios. Al día siguiente, dada la creciente propagación del virus, se restringen viajes a ciudades cercanas a Wuhan y la Oficina de Cultura y Turismo de Pekín suspende todas las celebraciones a gran escala del Año Nuevo Lunar.    

Entre el 22 y el 23 de enero China puso en cuarentena a los 11 millones de habitantes de Wuhan. Sin embargo la OMS no declaró al nuevo coronavirus «emergencia de salud pública global», pues todavía era una cuestión regional china (prueba de que la potencialidad de propagación del virus se subestimó desde el principio). E incluso a los pocos días señalaba la transparencia del gobierno chino, pese a que hubo denuncias de descontrol que fueron inmediatamente reprimidas.

El 24 de enero se dan los primeros casos en Europa, en concreto en Francia. Para el 27 de enero ya habían fallecido más de 100 personas en China. La primera muerte fuera de China se daría en Filipinas el 2 de febrero.  

El 30 de enero la OMS emitió su alerta de emergencia internacional por el coronavirus. Al día siguiente el ínclito Fernando Simón, «especialista» en epidemias y pandemias, llegaría a decir que en España «habrá algún caso como mucho». El 3 de febrero la OMS y la Unión Europea avisaron al gobierno de España de que hiciese compras adicionales preventivas de mascarillas, guantes, gafas protectoras, respiradores, batas quirúrgicas, camas y otros materiales sanitarios. La OMS informaba que «las medidas de prevención y control» son «absolutamente esenciales para garantizar que los trabajadores sanitarios estén protegidos». Al parecer, en Moncloa nadie tomó nota. Y otro problema es la falta de medicamentos como kaletra, azitromicina, corticoides, etc.; lo que hay que considerar otra falta de previsión y de atención (el Gobierno mientras tanto dialogaba con los separatistas y se volcaba con las concentraciones del 8 de marzo).

El 11 de febrero la OMS, con 1.000 muertos en China (cifra oficial, que no real), declaraba al coronavirus -en palabras de su director general: el etíope, antiguo comunista y sospechosamente pro-chino Tedros Adhanom Ghebreyesus-como «enemigo público número uno del mundo». Y añadía: «Si no actuamos con urgencia habrá más casos y más costes… Más allá del número de casos y muertes que cause, el problema es el gran trastorno político, económico y social que supone. Y un virus puede ser una amenaza más seria que cualquier acción terrorista».  

El 12 de febrero John Hoffman, organizador del Mobile World Congress, anunció la cancelación del evento que se iba a celebrar en Barcelona entre el 24 y el 27 de febrero. Este congreso está considerado la feria tecnológica más importante del mundo, y se calcula que iban a asistir unas 100.000 personas. La cancelación no gustó ni al Gobierno, ni a la Generalidad ni al Ayuntamiento. Las vicepresidentas Carmen Calvo y Nadia Calviño y el ministro de Sanidad Salvador Illa, así como Quin Torra y Ada Colau, básicamente coincidían en sus declaraciones: «No hay ninguna razón de salud pública que impida celebrar un acontecimiento de esas características en nuestro país». Gracias a la previsión y prudencia del señor Hoffman no se celebró un evento tan multitudinario, con gente de todo el mundo; y si hubiese dependido de la decisión de nuestros políticos la bomba viral hubiese sido aún más explosiva (lo que hubiese repercutido en España y en otros países).  

El 14 de febrero Hoffamn reflexionaba en El País: «El miedo [al coronavirus] nos obligó a suspender el Mobile… La pregunta es: ¿qué dirá la historia? ¿Tomamos la decisión correcta? Creo que sí. Si nos tomamos realmente en serio la salud y la seguridad de nuestros expositores, trabajadores y de la comunidad, no había otra opción» (https://elpais.com/economia/2020/02/14/actualidad/1581682044_534644.html). Por entonces 1.000 personas habían muerto a causa del virus. Como reflexiona el 29 de marzo Pablo Ordaz en El País, un diario no precisamente enfocado para publicar «bulos» de «extrema derecha», «En estas largas jornadas de confinamiento habrían servido para comprobar de forma palpable hasta qué punto se ignoró la amenaza del virus, incluso hasta mucho después de que empezara a matarnos. El toque de atención que supuso -o que debería haber supuesto- la anulación del Mobile desapareció enseguida de las portadas. Hubo de pasar una semana y media hasta que las noticias que llegaban de Italia -primeros fallecidos, multiplicación de los contagios, cierre de los colegios en el norte, alerta de la OMS ante una pandemia inminente- volvieran a acaparar la atención» (https://elpais.com/sociedad/2020-03-28/cronica-de-una-epidemia-que-nadie-vio-venir.html).

Los 27 socios de la Unión Europea concluyeron el 13 de febrero: «Vigilar el riesgo de desabastecimiento de medicamento y equipos importados desde China». Sin embargo, el ministro de Sanidad, el filósofo Salvador Illa, llegaría a decir: «España tiene suficiente suministro de equipos personales  de emergencia en este momento». En «este momento» (mediados de febrero) había suministros sin el virus funcionando, pero en «este momento» (mediados de abril) el virus está funcionando a toda máquina y ya han muerto 13 sanitarios y hay 20.000 contagiados por no aprovisionar dichos suministros, señor ministro. 

El 24 de febrero el director general de la OMS afirmaba que lo que estaba ocurriendo ya más allá de China (sobre todo en Irán, Corea del Sur e Italia) era «muy preocupante» por el «repentino» aumento de contagios (2.704), aunque no muchas muertes (23); sin embargo afirmaba que no se podía hablar de pandemia, y daba un mensaje tranquilizador: «por el momento no estamos presenciando la propagación mundial incontenible de este virus, y no estamos presenciado una enfermedad grave o muertos a gran escala». Y añadía: «Este virus puede ser contenido. De hecho, hay muchos países que han conseguido exactamente eso». Y sostenía que lo que podía observarse era una serie de epidemias en diversos lugares que afecta a los países de diferentes maneras. Pero cuando se le preguntó si el virus tenía «potencial pandémico» respondía sin dudarlo: «Absolutamente, lo tiene». Y matizaba que la palabra pandemia «ahora no se ajusta a los hechos» y «ciertamente puede causar miedo». Y aun así daba un aviso a navegantes: «Este es un momento para que todos los países, comunidades, familias y personas se concentren en prepararse. No vivimos en un mundo binario, en blanco y negro. No es ni lo uno ni lo otro. Debemos concentrarnos en la contención mientras hacemos todo lo posible para prepararnos para una posible pandemia».

Del 23 al 25 de febrero en Italia se disparan los casos de contagio de 5 a 152. En la región de Lombardía se confinan diez pueblos alrededor de Codogno, por cuyo hospital pasó en dos ocasiones el primer paciente italiano en enfermar. El 23 de febrero se había suspendido el célebre carnaval de Venecia. El día 25 El País ponía el siguiente titular en su portada: «La OMS pide al mundo que se prepare para un pandemia». Pero a finales de febrero la política española estaba envuelta por diatribas que ahora nos parecen nimias e insignificantes, incluso absurdas y ridículas: Casado e Iturgaiz, Arrimadas e Igea, Ábalos y Delcy… España en Babia.

El 28 de febrero Vox propuso al Gobierno que cerrase las fronteras y que prohibiese la entrada de personas procedentes de China e Italia, por entonces los dos países más afectados por el virus. El país transalpino ya tenía 800 contagiados. El Gobierno no echó el cierre hasta el 17 de marzo. ¿Tan sectarios son estos politicastros para no atender a una propuesta prudente simplemente porque viene de Vox? 

El 2 de marzo el Consejo de la UE publicó un informe avisando de las «importantes incertidumbres» que podía ocasionar el coronavirus. Pero tal advertencia el Gobierno de España se la pasó por el arco del triunfo y continuó animando a la gente a que se manifestase «por  los derechos de la mujer» el 8 de marzo. Un informe del Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades con fecha del 3 de marzo aconsejó «evitar actos multitudinarios innecesarios».

El 13 de febrero murió en Valencia la primera persona por coronavirus en España, cosa que no se supo hasta el 3 de marzo. Lo extraño del caso es que se trataba de una persona que había viajado a Nepal, cuando en ese país supuestamente no había llegado el virus. El 4 de marzo muere en el País Vasco la segunda persona y se confirman 200 positivos; en Italia la cosa se dispara a 107 muertos y 3.000 contagiados. El 5 de marzo murió la tercera persona.  

A principios de marzo, antes del 8M, el Gobierno, en sus arcana imperii, ya le veía las orejas al lobo a causa de la multiplicación de contagios, pues en la primera semana del mes se pasó de 50 a 600 contagiados y de 1 fallecido a 17. El Gobierno procuró comprar dos millones de mascarillas a China; pero resulta que la mercancía (junto a otros dos millones que compró Italia) hizo escala en el puerto francés de Marsella y el nudo logístico de la ciudad de Lyon, donde se retuvieron durante quince días. Si ya el 5 de marzo (o incluso antes, porque ese día llegaron a Francia) el Gobierno había hecho tal encargo, eso quiere decir que sabía que lo del coronavirus era ya algo serio, y sin embargo dejó que se celebrasen las manifestaciones del 8M (y por consiguiente todas las demás aglomeraciones). Es más, incluso las alentó. Es decir, en secreto se va preparando para la pandemia y en público se agita a las masas a que asistan a las manifestaciones a sabiendas del riesgo de contagio. 

48 horas antes de la marcha femiprogresista el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, que dirige Fernando Simón, y la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios advirtieron de lo peligroso que podrían resultar las marchas para la expansión del virus. Y sin embargo el 7 de marzo Simón dice: «Si mi hijo me pregunta si puede ir a la manifestación del 8-M le diré que haga lo que quiera». 

La misma mañana del 8M el gobierno italiano tenía confinadas a unas 16 millones de personas. ¿No era este dato más que obvio para suspender las manifestaciones y todas las demás aglomeraciones y poner en marcha el confinamiento? ¿No habían suspendido los italianos el carnaval de Venecia ya el 23 de febrero? 

Pero todavía hay más, ¡y esto ya es impresionante! Hay un vídeo que muestra cómo desde la cabecera socialista de la manifestación de Madrid se oye una voz dando órdenes: «¡Que no se besa! ¡Que no se besa!» (https://www.youtube.com/watch?v=m3T2V3FyH6c). Es decir, mientras se aconsejaba no besar, se animaba a la masificación y por consiguiente surgieron las infecciones y las consecuentes muertes. Para colmo, en las imágenes puede verse a la ministra Celaá con guantes de látex. Iban preparadas porque el Gobierno alertó a su personal una semana antes que a la población. Y sin embargo buena parte de la cabecera de feministras quedó contagiada, junto a la señora del doctor de dudoso cum laude (no se contagió la que llevaba guantes de látex, mujer precavida…). «¡Madrid será la tumba del machismo!», gritaban con infantil entusiasmo las feministras. Más bien el feminismo, o mejor dicho la tontería, puede ser la tumba de Madrid y de España.

Asimismo, el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias recomendó a aquellos que tuviesen tos o fiebre que no acudiesen a la manifestación y además aconsejó a los asistentes que evitasen contagios lavándose las manos o no tratar de toser a la gente (consejo este último que -como muestran unas imágenes- no siguió del todo la feministra mayor del Reino). Pero los casos asintomáticos , al no mostrar signos de enfermedad, fueron los que más contribuyeron a expandir la enfermedad, y la mayoría de los contagiados son asintomáticos, y éstos fueron a las manifestaciones (y otros eventos). 

La manifestación fue todo un éxito, aunque con menor afluencia que en 2019, con una asistencia de 120.000 personas en la de Madrid, según la Delegación del Gobierno de la comunidad autónoma; y 50.000 en Barcelona, según la Guardia Urbana. Madrid y Barcelona son los dos principales focos de la pandemia en España, y así hubiese sido de todos modos sin necesidad de las manifestaciones, pues son las ciudades que más visitas reciben. Pero tal vez sin las manifestaciones ahora no estarían sufriendo tanto. 

La mañana del 9 de marzo el Gobierno insiste en tranquilizar a la población y no alarmarla, y sostenía que lo grave estaba pasando en Italia. Simón Decía: «Es un problema a nivel europeo, centrado obviamente en Italia, que tiene ya bastante por encima de los 7.000 casos; lo cual, con las medidas que están tomando tendríamos que ver un posible descenso de casos». Pero por la tarde, con 1.204 positivos y 24 fallecidos, la Administración Sánchez da un giro o una vuelta del revésa los planes y programas de su gestión pero sobre todo de cara al público; porque -como hemos visto- ya entre bambalinas iba preparando el asunto; aunque alentar las manifestaciones y por tanto consentir las demás aglomeraciones complicaba llevar a cabo con eficacia tales labores. Por entonces había 28 fallecidos y 1.200 positivos, lo que era más del doble que el día anterior, siendo Madrid el epicentro de la pandemia. Y hay que suponer que no sólo por las manifestaciones sino porque Madrid es la ciudad más poblada de España y obviamente iba a ser allí, si no se confina al personal, donde iba a multiplicarse el virus (así como Barcelona es la segunda ciudad más infectada). Fueron los gobiernos de la Comunidad de Madrid y la de la Rioja las primeras en ordenar el cierre de los centros educativos en todos sus niveles. El Gobierno ni siquiera se preocupó dar esa orden para toda España.

Ahora bien, ¿cuándo decretó el estado de pandemia la Organización Mundial de la Salud? Pues no sería hasta el 11 de marzo, es decir, tres días después del día de la mujer, cuando había 120.000 contagiados y 4.500 muertes en 114 países afectados. «Pandemia no es una palabra que se use a la ligera», advirtió el director de la OMS del fenómenoque teníamos y que ahora tenemos presente con mucha más fuerza.

Finalmente el 14 de marzo, un mes después de la primera muerte, el Gobierno decreta el Estado de Alarma, pone en marcha el confinamiento y la Administración Sánchez se convierte en «el mando único». Pero otro error del Ejecutivo fue anunciar el Estado de Alarma dos días antes de aplicarlo, pues eso hizo que un buen número de ciudadanos se moviese por todo el país, la mayoría desde Madrid (el epicentro de la pandemia en España) a otros puntos de la nación. Eso sin duda facilitó la expansión del virus.

Con el Estado de Alarma en marcha el Gobierno empezaría a comprar en masa guantes y mascarillas en el mercado chino, aunque hasta el día 15 estuvo exportando tests de coronavirus. 

El 21 de marzo el ministro astronauta Pedro Duque dejó escapar en rueda de prensa que «los investigadores españoles empezaron a trabajar de forma intensa en cuanto se conoció esta enfermedad durante el mes de enero». Aunque -como hemos visto- por entonces la propia OMS no daba señales de alarma, pero sí dio avisos de aprovisionamiento de material sanitario. 

    II. El día de la mujer: el pecado original del Gobierno

Es de justicia poética el doble contagio de Irene Montero: promotora e icono o «icona» del 8M y -como hemos dicho- feministra mayor del Reino; aquella que insta a la Unión Europea a que tome una medida «antifascista» y«valiente» contra la COVID-19 (no existe la UE para llevar a cabo una acción conjunta contra la pandemia, y lo ridículo sería que existiese para luchar contra el fascismo). Sola e infectada quiero llegar a casa (y sola e infectada está). Como diría el gran filósofo Baruch de Espinosa, es doblemente enferma y miserable

También es justicia poética el contagio del director de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, el mismo que decía («Simón dice…») que aquí no pasaría nada, que todo estaba en orden. Aunque es posible que el contagio de Simón sea un engaño para encubrir una purga, porque ya era un escándalo que estuviese ahí después de decir lo que dijo y errar en los pronósticos más que una escopeta de feria. Pero sigue trabajando telemáticamente, por tanto será cierto que se ha coronavirizado. Desde aquí le deseamos una pronta descoronavirización, pero no para volver a sus labores sino para que continúe en el confinamiento como un ciudadano ejemplar, a falta de haber sido un epidemiólogo ejemplar.  

El Gobierno y sus corifeos periodísticos alentaron las manifestaciones del 8M y tachaban de «alarmistas» a los que supieron ver venir el coronavirus. Y decían que «el machismo mata más que el coronavirus» (y es discutible que los crímenes que los hombres llevan a cabo contra sus mujeres sea por machismo, pues esos hombres no tienen por qué odiar a las mujeres en general, sino en la mayoría de los casos a su mujer en particular; lo que desde luego es igualmente reprobable).

Sin embargo los mismos que se reían de la amenaza que ya tenemos encima, y a ver cómo salimos de ésta, hace pocos meses no se cortaban un pelo cuando proclamaban a los cuatro vientos la «emergencia climática», cogidos de la manita de la quinceañera Greta Thumberg (que según las malas lenguas es la niña de Soros, que no de Rajoy). En Podemos ya sabemos que estaban más por la «alerta antifascista» que por la «alerta anticoronavírica»; aunque, corrigiendo a su coletudo líder, pues el hombre da para lo que da, sería «alerta fascista» y para nuestro caso «alerta coronavírica». Pero los que se llevan la palma son los separatistas de Compromís, que preguntaron si el Ejecutivo tenía la posibilidad de declarar el «estado de excepción por terrorismo machista» (https://www.larazon.es/familia/estado-de-excepcion-si-pero-para-protegernos-de-los-que-nos-gobiernan-FA24530764/). 

A la verdadera emergencia se la menospreció e incluso ridiculizó («¡Coronavirus, oé!)», hasta que fue demasiado tarde y se activó el Estado de Alarma. ¡Cuánto más prudente hubiese sido hacerle caso a los «alarmistas»! ¡Cuántas vidas se hubiesen salvado! Pues no cabe duda de que el 8M permitió que se consintiesen todas las demás aglomeraciones, fue clave para que explotase el número de contagios. Es decir, que quede claro: no estamos diciendo que fue exclusivamente por las manifestaciones en sí, sino por ser un acto que el Gobierno no quería prohibir y si no se hacía lo propio tampoco se podían censurar las demás aglomeraciones. Aunque también contribuyó a la multiplicación de contagios el retraso en el cierre de fronteras (en un país donde se reciben muchas visitas extranjeras), que se realizó el 17 de marzo (cuando -como hemos visto- el 28 de febrero Vox exigió que se ejecutase esa medida). 

Si en vez de haber surgido el virus con la manifestación del 8 de marzo de por medio hubiese sido con el 12 de octubre y con un gobierno del PP o del «trifachito» en Moncloa éste no hubiese durado ni medio telediario. Pero es cierto que el PSOE puede darle lecciones de propaganda al PP y a quien se ponga hacia su derecha, como ya lo mostró del 11 al 14M de 2004. 

Es cierto que el 8M se celebró en países de nuestro entorno (Portugal, Francia, Grecia, pongamos por caso, obviamente no en Italia). No obstante, en Francia no hubo mucha asistencia por amenaza de lluvia y también por temor al coronavirus; de hecho, ya el 29 de febrero, con 73 infectados y 2 muertos, el Gobierno prohíbe las aglomeraciones de más de 5.000 personas. 

En Grecia están empezando a celebrar el día de la mujer y al respecto no tienen una tradición como la nuestra y por tanto no se correspondía con una manifestación tan masiva como la de España. El gobierno griego ordenó medidas de distanciamiento social mucho antes que cualquier país europeo.  

En Bruselas tan sólo se reunieron para festejar el día de la mujer 6.300 personas, según cálculos de la Policía. En Alemania el ministro de Salud, Jens Spahn, animó a que se cancelasen todas las manifestaciones de 1.000 personas por la amenaza coronavírica (cuando había 939 casos de contagios y ninguna muerte). En Rusia, que desde la caída de la URSS el día Internacional de la Mujer Trabajadora ha perdido mucho prestigio, no hubo manifestaciones ni huelgas, aunque sí movilizaciones puntuales en distintas ciudades por activistas y ONGs (que son anti Putin). 

Pero en España, que es donde más se avivó la polémica de si se debía celebrar o no el 8M, porque aquí tal fecha tiene más importancia que en los demás países del mundo, se llevó a cabo la manifestación porque no sólo tenemos a los políticos más europeístas, sino también a los más feministas o más bien a los más imbuidos en la locura objetiva de tendencia globalista que es la ideología de género. Una de las múltiples formas en las que los globalistas de las grandes finanzas angloamericanas y de la UE se han infiltrado en los partidos y movimientos de izquierda indefinida. Son «globalistas con rastas», como dice la youtuber materialista Paloma Pájaro en su lúcido Forja 70 donde pulveriza las patrañas progubernamentales del podemizante blog digital Spanish Revolution, uno de los pocos náufragos civiles del 15M; el náufrago político es Podemos, últimamente más conocido como Unidas Pandemias. (https://www.youtube.com/watch?v=2aUdEwE91UE&t=2s). 

¿Por qué hubo tanto empeño en que se celebrase el 8M por parte de las autoridades con 613 casos de contagios confirmados y 17 muertos? ¿Por qué tenía que celebrarse sí o sí pese a la amenaza, que no declaración oficial de la OMS, de pandemia? Por dos cuestiones fundamentales: la primera por motivos ideológicos y electoralistas (pues este gobierno parece que invierte más tiempo en la propaganda que en la gestión). Y la segunda, que es la que da la clave del asunto, por motivos económicos; porque ellas y ellos son femilistas y femilistos que a través de chiringuitos feministas, o más exacto sería decir feministoides, viven de las subvenciones estatales y de las que dan las Comunidades Autónomas, lo que quiere decir que contaban con la complicidad de los otros partidos; ya que no es cosa exclusiva del PSOE y de Podemos. Y ese dinero no crean ustedes que va destinado exclusivamente para ayudar a las víctimas. 

De modo que el 8M se celebró por motivos sectarios y lucrativos. Aprovechando la idiocia y el sectarismo de muchos «y de muchas», porque los chiringuitos «y chiringuitas» feministoides «y feministoidas» son sinónimo «y sinónima» de lucro «y de lucra». Como dice con ingenio Federico Jiménez Losantos, «no es el Covid-19, sino el Covid-8M».

Si el Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades alertaba de que no se llevasen a cabo actos multitudinarios innecesarios, eso era inadmisible para el Gobierno, porque para éste el 8M no es un acto multitudinario innecesario sino de extrema necesidad de cara a la propaganda y al reconocimiento de algunas femilistas y femilistos subvencionados. 

Todo indica a que el Gobierno estaba bien informado, pese a lo incierto de la potencialidad del virus (que hay que insistir que siempre se la ha infravalorado). Pero la ideología y llenar los bolsillos tiró más que la salud pública y la economía nacional. También pueden existir otros motivos que al que esto escribe se les escapan. Aunque hay que reconocer que si bien era preocupante nadie esperaba la inmensidad de las circunstancias que tenemos encima, que son tan colosales como terroríficas. 

¿Esta gestión de la crisis se puede diagnosticar como imprudencia de lesa patria? Si es así hay que añadir que si la previsión -porque lo sabían- y la falta de acción -sobre todo el consentir e incluso alentar las aglomeraciones- fue el colmo de la imprudencia, la gestión de la crisis tampoco le va a la zaga. Es decir, aunque la situación es harto compleja, tanto en cuestiones de génesiscomo de estructura, a esperas del resultado, no se puede decir que la gestión está siendo todo un éxito, y es obvio que es manifiestamente mejorable. 

¿Es que acaso el Gobierno no vela por los intereses de los españoles sino más bien por sus réditos políticos? Si es así nos llevará de derrota en derrota hasta la derrota final. Confiemos en que al menos tengan un mínimo de patriotismo y no todo sea traición y odio a España. También habría que exigirle lo mismo a la oposición. Que tanto Gobierno como oposición tengan por una vez visión de Estado, esta hora tan crítica lo exige, porque si no vamos directo en pocos meses o en pocos años a la bancarrota y a la distaxia.  

Asimismo, hay que advertir que Iglesias Turrión no está aprovechando la crisis para imponer el comunismo, como están sosteniendo gratuita e insistentemente voxianos, peperos y periodistas de derecha. Se trata de un diagnóstico que no puede estar más errado. Más acertado está el periodista italiano Ferdinando Giugliano, que afirma que lo que el líder morado intenta es «explotar la emergencia sanitaria para impulsar su agenda radical de nacionalidades». Es decir, haciendo de mamporrero o de burro de Troya de los separatistas (pues no llega a caballo, ni siquiera a mulo ni a pequeño pony).   

En una situación tan mastodóntica un gobierno que pone más peso en el momento nematológicode la propaganda que en el momento tecnológicode la Reapolitikes puro humo, de ahí, en cuestiones fundamentales, su ineficacia ante problemas reales y su nulidad ante unos acontecimientos tan desbordantes: lo más grave en cuatro décadas de partitocracia, aunque también es lo más grave que ha pasado en el mundo desde la Segunda Guerra Mundial (y ya podemos decir que la crisis es peor que la del crack del 29). Con este gobierno España tiene muy difícil salir viva de la crisis, aunque con otro cualquiera también (por no hablar del absurdo que sería afrontar esta situación y la que viene con el Estado de las autonomías o más bien autonosuyas, y no digamos ya con el cansino separatismo, aunque esos problemas seguirán ahí, ni el virus nos librará, o tal vez sí, quién sabe).

Es muy lamentable pero hay que insistir en esta hipótesis que además es de sumo realismo político: es muy difícil que España salga viva de esta crisis. Porque en la misma -por usar palabras de la vicefeministra Carmen Calvo- nos va la vida. No queremos alarmar, pero es un hecho de que el oficialismo sociatapodemita se reía del alarmismo de los que estaban avisando o simplemente mejor informados (aunque ya sabemos que también lo estaba el Gobierno) y al llegar la pandemia se activó el Estado de Alarma. ¡Pues toma alarmismo! El alarmismo de los alarmistas, valga la expresión, era prudente. Y la posición sectaria y -por cierto- negacionista aunque hipócrita del Gobierno más su enorme y rutilante batallón de tertulianos (ya fuesen ingenuos o impostores), con tal de que se celebrase la niñatería del 8M, ha sido de suma imprudencia y nos va a costar nuestro bienestar, nuestras riquezas y es posible que la nación en general. 

Aunque quién sabe si a la larga eso lo podríamos perder igualmente sin que se hubiese celebrado el 8M, pues el virus está siendo mucho más potente de lo que los mismos «alarmistas» alertaban. Como hemos dicho, de un modo u otro todos lo hemos despreciado y ninguneado. Y ahora todo es coronavirus. Ya no podemos decir aquello de «Después del 11M todo es 11M». Ahora es: «Después del coronavirus todo es coronavirus».

¿Consintió el Gobierno el 8M, junto a las demás aglomeraciones, sólo por propaganda y por dinero? ¿O hay algún otro motivo que no sabemos o ni siquiera podemos saber? ¿O simplemente se consideró que era grave pero que se podría frenar en poco tiempo y que en ningún momento se pensó que íbamos a llegar a tales extremos? En tal caso el Gobierno pecó de laxismo.

¿Hay razones suficientes, dada la extrema gravedad de la situación, que el Gobierno dimita y se organice un gobierno de concentración nacional, como ha propuesto Vox? ¿Supondría esto una enmienda a la totalidad? Nada sale de la nada y las prolepsisse basan en las anamnesis. Pero, ¿actuaría con mayor prudencia dicho gobierno? ¿Y quién presidiría ese gobierno? ¿González? ¿Aznar? ¿Rosa Díez? ¿Por qué no Zapatero? Suena a ocurrencia. Si quieren hacer un gobierno de concentración nacional que se pongan ellos mismos a trabajar en construir un pacto entre todos los partidos «nacionales» y no nos vengan con viejas glorias y con cuentos de superhéroes, que el tiempo apremia.

    III. Crítica   

Hay que dejar muy claro que criticar al gobierno sociata-podemita la gestión de la crisis, aunque ésta esté en curso, no es traición ni crimen de lesa patria. Criticar no es impertinente, de hecho es inevitable en casos así y ni siquiera tan grandes, pues siempre se ha hecho en la política menuda y ordinaria del día a día. ¿Acaso la falta de crítica haría que el Gobierno gestionase mejor la crisis? Ahora bien, lo importante no es la formade esa crítica sino la materiade la misma. Es decir, criticar, ¿para qué? Porque una mala crítica en un momento tan delicadísimo puede ser también una colosal imprudencia. Y la oposición tampoco puede presumir mucho de crear constelaciones de ideas y propuestas que sean sinónimo de buena crítica. 

Por nuestra parte consideramos que es necesario criticar porque muchas de las medidas que tomó el Ejecutivo y otras que se están tomando han agravado la crisis; aunque es cierto -como señaló Sánchez el 9 de abril en el Congreso- que a esta cita «todo occidente ha llegado tarde». Pero, al parecer, España es el país donde proporcionalmente hay más muertes e infecciones (350 muertes por cada millón de habitantes y en los momentos más críticos 30 muertos por hora). Aunque como todos los países mienten sobre las cifras tampoco es un dato que se sepa a ciencia cierta. 

Si el Gobierno trata de censurar las críticas no lo hace por salvar vidas y evitar más infecciones, que no estamos diciendo que se niegue a ello, sino por salvarse a sí mismo y gestionar la crisis hasta el final y después, salga lo que salga, venderla como un éxito; y medios tiene de sobra para hacerlo. También pretende actuar penalmente contra los «bulos» (ya lo podrían haber llamado «coronabulos»). ¿Es que pretenden hacernos creer que toda crítica es un bulo, que muchas -por ser más bien acríticas- desde luego que lo son? Pero, ¿acaso no es este gobierno un bulo en sí mismo? ¿Y no lo son también los partidos de la oposición? ¿Tal vez no lo son los respectivos medios de comunicación afines, salvo -claro está, y en todas partes cuecen habas- honrosas excepciones? ¿Sería posible que en medio de una pandemia estemos viviendo en una bulocracia? ¿O lo hemos estado siempre y ahora nos damos cuenta?

Y hablando de bulos, fíjense que la imprudencia del Gobierno incluso la reconocen progresistas militantes talibanes del izquierdismo fundamentalistamás retroantifranquista negrolegendario como Antonio Maestre, que llega a escribir el 10 de abril: «Ha pasado un mes desde la celebración de la masiva movilización del 8 de marzo y con lo que sabemos ahora es una obcecación inútil seguir defendiendo que estuvo bien celebrarla. Es comprensible defender que antes de ese fin de semana se decidiera que no había llegado el momento epidémico adecuado para decretar la prohibición de eventos masivos, pero ya no. Tampoco se puede defender que no había información suficiente para decidir que ese fin de semana debían anularse todos los eventos masivos, desde la manifestación del 8M, pasando por los eventos deportivos o el mitin de VOX en Vistalegre» (https://amp.lasexta.com/el-muro/antonio-maestre/parar-espana-antes-marzo-fue-error_202004075e8c45f2b328c60001428919.html).

No hay que dejar de criticar tampoco a la oposición, pues el mitin matutino de Vox fue un error indefendible; Ortega Smith, Macarena Olona y el líder Abascal a los pocos días darían positivo. En el Gobierno sí lo sabían y actuaron con dolo o con laxismo alentando la celebración de la fiesta femiprogresista (aunque sigo teniendo la mosca detrás de la oreja pensando que no fue sólo por dinero e ideología, que hay algo más; será por arrebatos conspiranoicos que a veces me inspiran). 

Sin embargo en Vox no lo sabían y actuaron con pardillismo celebrando el mitin. ¿Cómo es que un periodista como Iker Jiménez estaba mejor informado que un partido político que es la tercera fuerza de un país como España? ¿No será porque el bueno de Iker supo buscarse informados asesores? ¿Es que en Vox no tienen a gente estudiando asuntos internacionales, gente especializada en inteligencia, en geopolítica, bioterrorismo y cosas por el estilo? Es más, ¿por qué se fiaron del Gobierno? ¿No era que éste vivía en la mentira permanente? 

Al menos Vox pidió perdón por su lamentable error, aunque nadie ha dimitido. Pero en el Gobierno nadie ha salido a disculparse. ¿Y por qué? Porque no fue un error por falta de información (ya hemos visto que sabía la gravedad del asunto, al menos con la referencia de Italia, que no eran pocos los horrores que se estaban viviendo). Cuando había 11.000 muertos sobre la mesa el ministro Marlaska afirmó que el Gobierno no tiene «ningún motivo para arrepentirse de nada». ¡Con un par! ¡Claro que sí, el que se arrepiente de lo que ha hecho es doblemente enfermo y miserable!

Los apologetas del Gobierno afirman que en otros países también se está haciendo mal, luego al menos ya están reconociendo que se está llevando a cabo una gestión manifiestamente mejorable. El gobierno de Italia, como el de España, tardó 30 días en confinar a la gente desde que se produjo la primera muerte por Covid-19. Pero eso no impide que se pueda criticar al Gobierno, igual que se puede criticar a los gobiernos extranjeros que han cometido errores a su modo y según sus circunstancias. Mal de muchos, consuelo de tontos

Aunque no todos los gobiernos lo han hecho mal, porque ahí tenemos los ejemplos de una exitosa gestión que están realizando los gobiernos de Grecia y de Rusia (así como los de Corea del Sur y Taiwán y, aunque sea un país muy pequeño, el de El Salvador, que con sólo cuatro casos se puso a la población en cuarentena). Y no creemos que sea porque griegos y rusos sean cristianos ortodoxos, ni que el desastre de Italia y España se deba a que sean países católicos. Comparando los casos de España y Grecia (que tiene oficialmente 8 muertos por cada millón de habitantes), tiene más que ver que en el país heleno no hay gobiernos regionales o autonómicos ni tampoco un gobierno de coalición enfrentado por intereses de diversa índole o por guerra de egos, ni tampoco partidos como Podemos que inflados de ideología discrepan de tecnócratas y de expertos. Aunque sí celebraron el 8M, pero -al parecer- no tienen una tradición tan arraigada como aquí y es más bien una manifestación menor.

También lo está haciendo sorprendentemente bien nuestro vecino Portugal. Con sólo 435 muertos y 15.472 contagiados, un número de muertos 13 veces inferior al de España (escribimos esto la noche del 12 al 13 de abril). El gobierno del socialista Antonio Costa parece como la vuelta del revésdel gobierno sociatapodemita de Sánchez y Turrión, pues al parecer su gestión está siendo una cadena de aciertos, frente a la cadena de errores o de acciones manifiestamente mejorables del gobierno español. Y la diferencia es tan abismal que los 1.214 kilómetros de frontera entre Portugal y España parecen que se comportan como una especie de cortafuegos para el SARS-CoV-2. Los portugueses supieron poner con anterioridad medidas drásticas de contención desde que el 2 de marzo tuvo el primer caso en Lisboa, es decir, cuando la pandemia no golpeaba con fuerza pero ya estaba presente. El gobierno luso tuvo muy en cuanta su frágil sistema de salud pública e hizo muy bien en no confiarse lo más mínimo (no como aquí que íbamos sobrados). No hubo manifestaciones masivas el 8M porque las autoridades no las alentó. Y el 13 de marzo se decretó el Estado de Alarma, un día antes que el gobierno español. Asimismo no hay roces entre el primer ministro, el socialista Antonio Costa, y el presidente de la república, el conservador Marcelo Rebelo de Sousa; como sí los hay entre Sánchez y Turrión (casi se podría decir entre la Administración Sánchez y la Administración Turrión). 

La prensa progresista defiende al Gobierno trayendo la figura del «Capitán a posteriori», de la serie de animación House of Park: «el listo que sabe todo lo que había que haber hecho» (https://www.publico.es/tremending/2020/03/23/coronavirus-capitan-a-posteriori-el-superheroe-para-todos-los-que-saben-lo-que-habia-que-haber-hecho/). Pero ya hemos demostrado que algo de la que está cayendo, si bien no se podía calcular con exactitud, se sabía a priori, y eso lo delata las acciones encubiertas que hacía el Gobierno una semana antes del 8M. Y cualquiera que estuviese bien informado podría preverlo, ni siquiera había que mirar a la lejana China sino a la siempre tan cercana Italia. No me refiero ya a cualquier ciudadano de a pie (que también podría), como el que esto escribe (que, debo confesar, consideraría conspiranoico al que me hubiese dicho hace más de un mes que íbamos a tener un panorama tan terrorífico). Incluso puede decirse que hubo«capitanes a priori» e «ignorantes a priori», y también «traidores a priori» (y seguramente a posterioriin medias res). Y si no son traidores son el colmo de la estulticia (u otra cosa que no alcanzo a comprender; porque, insisto en ello, tengo la sospecha de que el 8M se llevó a cabo por algo más que tener prestigio y gozar de privilegios, no todo se reduce a tener fama y dinero).

No queremos dar a entender que la acción del Gobierno sea genocida (o gerontocida) ni exageraciones sensacionalistas sometidas a fines electoralistas de determinados partidos políticos y medios afines que disparan munición de contrapropaganda maniquea frente a la propaganda igualmente maniquea y simplista del Gobierno (contraria sunt circa eadem). Vox exagera cuando acusa al Gobierno de ser responsable de todas las víctimas y de todo el mal que hoy inunda España, como si el sanchismo hubiese construido España y los errores solo fuesen coyunturales a la gestión del actual gobierno y no fuesen también, e incluso cabría decir que fundamentalmente, estructurales al Régimen del 78; es decir, el régimen autonómico descentralizador y también desindustrializador. Sería más acertado decir que las acciones y omisiones del Gobierno han sido más propias de un acto de imprudencia temeraria. Pero hemos visto que con meses de anterioridad observaba lo que estaba pasando en China, aunque se veía como algo muy lejano y desde luego la información era confusa, como también estaba distorsionada la información que aportaba la OMS; pero después, con los acontecimientos de Italia, se iría viendo cada día con más meridiana claridad que a lo que podríamos enfrentarnos era algo muy gordo. Lo primero hay que reconocer que es muy confuso, y China se mostró opaca; y la OMS, pese a sus advertencias, fue ambigua. Pero lo segundo, ya al final, al menos desde que se suspendió el carnaval de Venecia, venía siendo obvio. 

Y debió prepararse para lo que pudiese venir como corresponde a todo Estado que se precie al disponer de servicios de inteligencia, analistas de política internacional, experto en epidemias y pandemias, etc. Cosas de las que no tiene que estar al tanto un ciudadano de a pie (como fue el caso de un servidor, que simplemente estaba en la higuera ninguneando todo el problema).

    IV. Desindustrialización y descentralización     

Mucho se llenan la boca sociatas y podemitas con los recortes del PP en la sanidad pública, como si el PSOE no hubiese hecho recortes, incluso más escandalosos; como los que sin ir más lejos ha hecho Sánchez precisamente este mismo año, recortando 1.200 millones; y como si el PSOE no fuese un partido corrupto, más que el PP. De hecho, el zapaterismo dejó un déficit de 16.000 millones de euros en sanidad. Esto se lo callan como meretrices, como también cierran sus maravillosos picos sobre la desindustrialización de España que puso en marcha el PSOE para mayor gloria de sus socios alemanes, de la City y del otro lado del Atlántico (es cierto que el PP cuando gobernó también continuó vendiendo la patria, y no sólo a Europa y los yanquis sino también a los separatistas, más o menos como el partido de la dudosa honradez y del risible centenario).

Tampoco nadie de la izquierda mediática y gubernamental se queja de la descentralización de la sanidad en España, que fue lo primero que se descentralizó cuando se crearon esas pirañas orteguiana y absurdamente llamadas «Comunidades Autónomas» (una terminología metafísica, por cierto: el autóses el principio de todas las sustantificaciones, y nos recuerda al barón de Münchhausen cuando se agarraba de sus propios cabellos para no caerse). 

La pandemia nos viene cuando tenemos un grado de descentralización altísimo y con un Ministerio de Sanidad sin medios internos, y para más inricon una sanidad pública dividida en 17 trozos. ¿Cómo podemos afrontar la situación pandémica sin articulación de todos los medios de los que dispone un país? Cuando con la pandemia se ha querido recentralizar la sanidad se han impuesto muchas dificultades. La desarticulación sistemática sanitaria está haciendo que no podamos afrontar esta crisis con mejores garantías, y más tiempo costará acabar con el virus. Pese a que el presidente del gobierno diga sandeces como que «nuestro sistema de salud pública es extraordinariamente sobresaliente para este tipo de crisis».  

La desarticulación ha sido determinante para tomar medidas respecto al confinamiento; de ahí que no se le pueda echar toda la culpa al sanchismo-turrionismo. Con 17 estaditos o reinos de taifas no se puede hacer frente a una pandemia con la suficiente eficacia y rapidez. Con razón se quejan los proveedores chinos de mascarillas al tener que enfrentarse al caos de negociar con 17 administraciones diferentes y reclaman un único canal de comunicación. 

De momento España tiene 20.000 sanitarios infectados, por eso The New York Time, periódico progresista, habla de «Sanitarios Kamikazes»,señal de que en absoluto estábamos preparados para afrontar algo así (aunque es cierto que también ha sido un lastre la gestión del actual gobierno al no proveer a los médicos con dicho material cuando disponía de información para hacerlo). He ahí, entre otras cosas, los peligros del autonomismo, sin menospreciar los del sanchismo y el turrionismo (por no hablar de la escoria separatista).

    V. Final

Presumiblemente por los errores estructurales del Régimen del 78 y coyunturales del gobierno sociatapodemita esta pandemia nos va a pasar factura de una manera considerable con respecto al menos los países de nuestro entorno. Deutsche Bank ha calculado que la economía española sufrirá un colapso del 20% y por tanto será la potencia europea más castigada por la crisis que ya está aquí. Aunque está por ver cómo se sale de la pandemia; pues, si es incierto el futuro tras la crisis sanitaria, también lo es el tiempo de duración de la misma, y si habrá un rebrote que obligue a un segundo confinamiento e incluso a un tercero. 

Ya sería el colmo del surrealismo español que este gobierno tuviese la «ironía» de levantar el Estado de Alarma el 15M y para celebrarlo se manifiesten todos «y todas» los indignados «e indignadas» en la Puerta del Sol infectándose y vuelta a empezar. Del 8M al 15M: la Sodoma y Gomorra hacia la que vamos, sería un gran título para esta tragiquísima comedia. Lo que no sería en absoluto de extrañar, porque con este gobierno se va al disparate hasta el final, hacia el terraplanismo político. Y la oposición tampoco deja mucho que desear. 

Y a saber lo que nos encontraremos cuando salgamos de la crisis sanitaria (que por lo que parece muchísimo va a costar). Se habla mucho de una «nueva normalidad», términos en los que Sánchezinsistió muchísimo el 9 de abril en su discurso de la prolongación del Estado de Alarma en el Congreso. Pero la nueva normalidad ¿no será más bien una nueva anormalidad?   

Entre el confinamiento y los aplausos a las ocho de la tarde, y las caceroladas en contra del Gobierno una hora después, somos, momentáneamente, la España vaciada y la España de los balcones. Esa está siendo nuestra incierta y extraña normalidad. Y lo más penoso es que esta historia continuará.  

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