Últimamente estamos asistiendo a una formidable ofensiva ideológica e informativa, alentada por EEUU y los centros de poder globalistas, en contra de la Rusia de Putin. Los medios de comunicación cipayos no paran de repetir, machaconamente, una serie de mantras, donde la Rusia actual aparece como un infierno dictatorial, donde se persigue a los “disidentes”, a los homosexuales y a los inmigrantes. Para los neoliberales de derechas, Rusia sigue siendo comunista. Para los neoliberales de izquierdas, la Rusia de Putin es una especie de reencarnación del “fascismo”.
Sin embargo, esta actitud agresiva de Biden no es nada nuevo. Desde tiempo inmemorial, mucho antes de la Revolución Comunista, el angloimperio se ha enfrentado a Rusia por razones geopolíticas. Inglaterra primero y EEUU después (su sucesor), como potencias talasocráticas, han visto en Rusia un enemigo a abatir, independientemente del régimen político.
LA GUERRA DE CRIMEA
La guerra de Crimea fue un conflicto que entre 1853 y 1856 libraron el Imperio ruso y el Reino de Grecia contra una liga formada por el Imperio otomano, Francia, el Reino Unido y el Reino de Cerdeña. La desencadenó la política inglesa, decidida a impedir la influencia de Rusia sobre Europa, ante la posibilidad de que el Imperio otomano se desmoronase, y se disputó fundamentalmente en la península de Crimea, en torno a la base naval de Sebastopol. Se saldó con la derrota de Rusia, que se plasmó en el Tratado de París de 1856.
Desde finales del siglo XVII, el Imperio otomano se hallaba en decadencia y sus estructuras militares, políticas y económicas no fueron capaces de modernizarse. A consecuencia de varios conflictos, había perdido los territorios al norte del mar Negro, entre ellos la península de Crimea, de los que se había adueñado Rusia. Esta deseaba socavar la autoridad otomana y asumir la protección de la abundante minoría de cristianos ortodoxos de las provincias otomanas europeas. Francia y el Reino Unido temían que el Imperio otomano se transformase en vasallo ruso, lo que hubiese trastornado el equilibrio político entre las potencias europeas.
El primer ministro británico lord Palmerston fue un actor decisivo en el desarrollo de esta política antirrusa, que ya seria una constante en la política exterior británica, continuada después en el siglo XX por Halford John Mackinder, uno de los creadores de la ciencia geopolítica, ideólogo del tratado de Versalles y del apoyo inglés a los rusos blancos.
EL HEARTLAND O “CORAZÓN DE LA TIERRA”
El concepto geopolítico de Heartland fue introducido por Mackinder[1], y ligado a la existencia geográfica de cuencas endorreicas, es decir, grandes cuencas fluviales que desembocan en mares cerrados (Mar Caspio, Mar Negro). Heartland procede del inglés heart (corazón) y land (tierra), siendo quizás «tierra nuclear» o «región cardial» las traducciones castellanas más aproximadas. El Heartland es la suma de una serie de cuencas fluviales contiguas cuyas aguas van a dar a cuerpos acuáticos inaccesibles para la navegación oceánica. Se trata de las cuencas endorreicas de Eurasia Central más la parte de la cuenca del Océano Ártico congelada en la Ruta del Norte con una capa de hielo de entre 1,2 y 2 metros, y por tanto impracticable buena parte del año ―salvo para rompehielos de propulsión atómica (que sólo la Federación Rusa posee) y similares embarcaciones.[2]
La regla de oro de Mackinder podría traducirse como «Quien una a Europa con el corazón de la tierra, dominará el corazón de la tierra y por tanto la Tierra». El Heartland carece de un centro neurálgico claro y puede definirse como un gigantesco y robusto cuerpo en busca de un cerebro. Dado que entre el Heartland y Europa no hay barreras geográficas naturales (cadenas montañosas, desiertos, mares, etc.), la cabeza más viable para el Heartland es claramente Europa, seguida a mucha distancia por China, Irán e India.
La marcha de la humanidad europea hacia el corazón de Asia culminó cuando la cultura griega se introdujo en la mismísima Mongolia: hoy el idioma mongol se escribe con caracteres cirílicos, de herencia greco-bizantina, significando que la caída de Constantinopla en realidad proyectó la influencia bizantina mucho más al Este de lo que los emperadores ortodoxos jamás hubieran podido imaginar. Sin embargo, la tarea de Europa no termina aquí, ya que sólo Europa puede acometer la empresa que convierta al Heartland en el potente espacio cerrado profetizado por Mackinder.
Para poder profundizar en el tema, es necesario familiarizarnos con la cosmogonía mackinderiana, que dividía el planeta en varios dominios geopolíticos claramente definidos.
• La Isla Mundial es la unión de Europa, Asia y África, y lo más parecido que hay en las tierras emergidas a Panthalasa u Océano Universal. Dentro de la Isla Mundial se encuentra Eurasia, la suma de Europa y Asia, que es una realidad tanto más separada de África desde la apertura del canal de Suez en 1869, que permitió que el poder marítimo envolviese a ambos continentes.
• El Heartland no precisa ya de introducción. La teoría mackinderiana parte de la base de que el Heartland es una realidad geográfica en el seno de la Isla Mundial, del mismo modo que la Isla Mundial es una realidad geográfica en el seno del Océano Mundial.
• El Rimland, también llamado Creciente Interior o Marginal, es una enorme franja terrestre que rodea al Heartland y que consta de las cuencas oceánicas anexas al mismo. Pentalasia, los Balcanes, Escandinavia, Alemania, Francia, España y la mayor parte de China e India, se encuentran en el Rimland.
• La Creciente Exterior o Insular es un conjunto de dominios ultramarinos periféricos, separados de la Creciente Interior por desiertos, mares y espacios helados. África subsahariana, las Islas Británicas, las Américas, Japón, Taiwán, Indonesia y Australia se encuentran en la Creciente Exterior.
• El Océano Mediterráneo (Midland Ocean) es el Hearlandt del poder marítimo. Mackinder definía el Océano Mediterráneo como la mitad norte del Atlántico más todos los espacios marítimos tributarios (Báltico, Bahía de Hudson, Mediterráneo, Caribe y Golfo de Méjico). Recordemos que las mayores cuencas fluviales del mundo son las que desembocan en el Atlántico —después vienen las del Ártico y sólo en tercer lugar vienen las cuencas del Pacífico.
Obsérvese que estas ideas geopolíticas han servido de guía en la estrategia y política exterior inglesa. Tanto en Primera como en la Segunda Guerra Mundial la diplomacia británica consiguió impedir una alianza Alemania- Rusia que habría unido Europa con el Heartland. De hecho, Mackinder, lejos de ser un simple intelectual, fue una persona muy comprometida con la diplomacia y la política exterior inglesa. Fue uno de los ideólogos del tratado de Versalles, cuya finalidad era la neutralización política y militar de Alemania. También fue uno de los ideólogos del apoyo inglés a los rusos blancos, en su lucha contra los bolcheviques. La finalidad era fragmentar Rusia en una serie de pequeños estados feudatarios del Imperio Británico, aunque la victoria bolchevique frustró este plan.
LA GUERRA CIVIL RUSA (1917-1923)
Aunque esta guerra civil fue un conflicto interno, la geopolítica y los vínculos contrapuestos con potencias extranjeras jugaron un papel considerable[3]. Combatieron los rojos (bolcheviques) contra los blancos. El bloque bolchevique tenía una clara identidad ideológica, política y geopolítica. Eran marxistas, apostaban por la dictadura del proletariado y geopolíticamente se orientaban hacia Alemania y en contra del Entente (Inglaterra, Francia, EEUU).
En contraste el bloque blanco no era uniforme, ni ideológica ni políticamente. Reunía desde socialistas revolucionarios hasta monárquicos zaristas, pero desde el punto geopolítico tendía a apostar por la alianza con Francia e Inglaterra. Solo pequeños segmentos de este movimiento mantenían una orientación proalemana, como era el caso del líder cosaco Krasnov y el ejército del norte.
Mackinder, el principal ideólogo del apoyo británico a los blancos, estaba convencido de que, debido a la disparidad de este bloque, en caso de victoria, provocaría una segmentación de Rusia en pequeños estados, pues cada general o “señor” de la guerra acabaría en erigirse en fundador de un nuevo estado. La estrategia inglesa para la desmembración de Rusia seguía, paso a paso, a la empleada de Hispanoamérica después de la independencia de España. Allí tuvo éxito y lo que podría haber sido una gran plataforma continental se desmembró en innumerables pequeños estados enfrentados unos con otros.
En Rusia no fue así. La victoria de los bolcheviques frustró las pretensiones inglesas. Mackinder era perfectamente consciente de que, después de esta victoria, la URSS iba a ser una gran potencia, tal como ocurrió.
Después de la II Guerra Mundial, los EEUU toman el relevo a Inglaterra como vanguardia del angloimperio. La Guerra Fría no fue solamente (aunque también) un enfrentamiento entre el liberal-capitalismo, representado por EEUU (y sus aliados/vasallos Inglaterra, Francia y Alemania), y el socialismo marxista o comunismo real, representado por la URSS. El componente geopolítico fue también muy importante.
COLAPSO DE LA URSS
Los cambios en la URSS empezaron con la ascensión de Gorbachev al cargo de secretario general del PCUS. La situación que encontró no era nada buena. La derrota y humillación en Afganistán planeaba sobre la sociedad soviética. El coche social, económico e ideológico empezaba a pararse. La economía se resentía de los gastos militares y de la ineficacia de la estatalización absoluta. La cosmovisión marxista había perdido todo su atractivo, e incluso los partidos comunistas occidentales se desmarcaban (al menos de cara a la galería) de la URSS y proclamaban su “eurocomunismo”.
Gorbachev debía tomar una posición sobre la estrategia futura de la URSS, y lo hizo adoptando como fundamento las teorías de la convergencia[4]y empezar la aproximación al mundo occidental a través de concesiones unilaterales. Esta política, que recibió el nombre de perestroika, partía de la base de que Occidente debía responder a cada concesión con movimientos análogos a favor de la URSS. Es evidente que no fue así.
La perestroika fue una cadena de pasos dirigida hacia la adopción de la democracia parlamentaria, el mercado, la glasnost (transparencia) y la expansión de las zonas de libertad cívica. Pero en los países del bloque oriental y en la periferia de la misma URSS estos cambios fueron percibidos como manifestaciones de debilidad y concesiones unilaterales a Occidente. Empezaron los movimientos secesionistas en la republicas bálticas, en Georgia y en Armenia.
Después del fracasado intento de golpe de estado de 1991, dirigido por los sectores más conservadores del PCUS, la ascensión de Boris Yeltsin fue imparable. El 8 de diciembre de 1991 se reunió con los presidentes de Bielorrusia y de Ucrania en el bosque de Bialowieza, donde se firmó un acuerdo para la creación de una Comunidad de Estados Independientes, lo que significaba, de facto, el fin de la existencia de la URSS. Sin embargo, a partir de aquí se pone en marcha un proceso que amenaza, no la existencia de la URSS, ya extinta, sino de la propia Rusia.
Parecía que el sueño de Mackinder iba a ser puesto en práctica. Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia, Ucrania, Moldavia, Armenia, Georgia, Azerbaiyán, Yugorrusia y Daguestán inician sus procesos de independencia. La declaración de Yeltsin, realizada en Ufá el 6 de agosto de 1990 pasó a la historia: “Tomad tanta soberanía como podáis engullir”. Las nuevas repúblicas apelaban (¡cómo no¡), al derecho a la autodeterminación de los pueblos. Así, por ejemplo, en la constitución de la republica de Sajá, adoptada el 27 de abril de 1992, se declaraba “Un gobierno soberano, democrático y jurídico, fundada en un derecho del pueblo a la autodeterminación”.
La política nacional de la propia Federación Rusa fue establecida por Ramzán Abdulatipov[5]y por Valery Tishkov[6], los cuales defendían sin tapujos la conversión de la Federación en una confederación, con completa separación de las republicas nacionales.
Especial impacto tuvo el conflicto de Chechenia. Desde 1990, y al abrigo de las tendencias autodestructivas que operaban en Rusia, habían surgido diversos movimientos nacionalistas, destacando el Congreso Nacional del Pueblo Checheno, dirigido por Dzhondar Dudayev, antiguo general de las fuerzas aéreas soviéticas. El 8 de junio de 1991 Dudayev proclamó la independencia de Chechenia, iniciándose un largo conflicto armado, que se complicó con la intervención del fundamentalismo islámico.
LA REACCIÓN
Ante todos estos acontecimientos, amplios sectores de la opinión pública rusa comienzan a ser conscientes de que las políticas de Yeltsin llevan a la destrucción de Rusia. A todo ellos hay que sumar un tremendo caos económico, que ha hundido en la miseria a la mayoría de la población, mientras que unos cuantos oligarcas se han enriquecido con las privatizaciones salvajes. En septiembre y octubre de 1993 estalla una revuelta, que tiene como centro el propios Soviet Supremo (el parlamento). El 4 de octubre, unidades militares leales a Yeltsin, acaban con la revuelta, bombardeando el Soviet Supremo.
Las fuerzas políticas que se han unido contra Yeltsin son muy varias: comunistas, nacionalistas y partidarios de la monarquía zarista ortodoxa. Pero todas tiene algo en común: la defensa de la soberanía de Rusia y el Eurasianismo. Esta coalición de fuerzas será la que dará apoyo a la emergencia de Vladimir Putin y al renacimiento de Rusia. Pero este ya es otro tema.
[1]En su obra The Geographical Pivot of History publicada en 1904
[2]Alsina Calvés, J. (2015) Aportaciones a la Cuarta Teoría Política. Tarragona, Ediciones Fides, pp. 110-112.
[3]Dugin, A. (2015) La última guerra de la Isla Mundial. La geopolítica de la Rusia contemporánea. Tarragona, Ediciones Fides, p. 38.
[4]Teorías que emergen entre 1950 y 1960 (Sorokin, Gilbert, Aron) según las cuales, a medida del desarrollo tecnológico, los sistemas capitalistas y socialistas formarían un grupo cada vez más próximo, es decir, tendían a converger.
[5]Presidente de la Cámara de las Nacionalidades
[6]Presidente del Comité Estatal de la Federación Rusa sobre nacionalidades.