Título: «La historia empieza en Sumer»
Autor: Samuel Noah Kramer
Editorial: Alianza; Edición (2010) 408 páginas.
He pasado las semana santa en compañía de esta delicia divulgativa, La historia empieza en Sumer, un libro publicado en 1956 (primera edición en España, 1957), que continua vigente en cuanto a su descripción histórico/antropológica de la civilización sumeria y conserva mucha más alma e interés que tantos ensayos sobre el asunto como se han escrito y llevado a librerías desde aquellas fechas. La profesora Eva Tobalina, autoridad indiscutible en historia antigua y experta en las civilizaciones mesopotámicas, en alguna de sus interesantes conferencias—YouTube— recomienda la lectura de este ensayo para conocer los usos y costumbres sociales de los sumerios, su visión del mundo y de la vida, sus virtudes y sus defectos… y para comprobar cómo la humanidad que forjó aquella remotísima civilización —la primera de la que tenemos noticias por escrito, es decir, la que inaugura la historia en estricto sentido—, era tan parecida a la actual como un huevo frito al as de oros de la baraja española.
Codiciosos, vitalistas, apetitivos, aduladores, sagaces en el comercio y despiadados en la guerra, apabullados ante el poder de los dioses y temerosos ante la persuasión coactiva de la corona, declarados enemigos de los recaudadores de tributos… Los sumerios se asemejaban tanto a nosotros porque la estirpe humana ha sido capaz de evolucionar espectacularmente en el terreno de los conocimientos y la tecnología, y a cada nuevo paso le correspondía un avance en materia de organización y “humanización” de nuestras interacciones entre individuos así como en las relaciones de los sujetos/súbditos/ciudadanos con el Estado; pero la índole del homosapiens, la naturaleza profunda de nuestro ser, es la misma que 4500 años adC.
Los sumerios construyeron una poderosa civilización con ladrillos. Los templos, los palacios, las grandes mansiones de los opulentos, las fortificaciones militares, las casas de los particulares, las imprescindibles y vitales conducciones del agua, todo estaba facturado con barro, adobe y ladrillos. Los constructores de edificios y los fabricantes de ladrillos eran los artesanos más demandados y, por supuesto, los más ricos de la sociedad sumeria. Seguro que esto les suena de algo; con la ventaja añadida de que aquel emporio, que se sepa, no sufrió ninguna crisis inflacionaria ni conoció los efectos económicos devastadores de ninguna burbuja inmobiliaria.
Samuel Noah Kramer, sumerólogo, autor de este maravilloso ensayo —insisto en ello, libro fundamentalmente divulgativo—, es un asiriólogo de primer nivel, uno de los expertos mundiales más reconocidos sobre las civilizaciones mesopotámicas y, sobre todo, un agudo y preciso traductor de la escritura cuneiforme, aquella primera caligrafía humana que hoy nos sorprende por el orden, capacidad de concisión y exactitud en los conceptos inscritos en las famosa tablillas de barro. Enamorado de su trabajo hasta el último día —falleció en 1990, a los 93 de su edad—, dotado de un exquisito sentido del humor, decía que “el sumerólogo es el ejemplo perfecto del hombre que sabe mucho sobre muy pocas cosas”, por cuanto su campo de investigación es tan reducido como la historia y detalle arqueológico del Creciente Fértil entre, aproximadamente, 4500 y 1100 adC. Su personalidad y proyección pública es la del erudito investigador minucioso, apasionado, incansable en la búsqueda de huellas decisivas en el pasado, así como su traducción e interpretación conforme a la descriptiva establecida contemporánea sobre los objetos estudiados, Noah Kramer es paradigma del sabio que autoriza su dictamen, en primer lugar, por el rigor y honestidad de su trabajo, incluso antes que por la calidad del mismo.
Si hablamos con arqueólogos e investigadores actuales, sacaremos entre otras conclusiones que hay mucho divismo suplantando al conocimiento, apariencia en vez de voluntad, arribismo académico en lugar de trabajo serio, promoción mediática sustituyendo a las publicaciones fundadas en estudios serios… Desde cierto punto de vista, la “moda” de la historia —cuanto más antigua mejor— ha degradado los estudios históricos para reemplazarlos por divagaciones más o menos espectaculares que sean capaces de llamar la atención del gran público, acrítico por definición. Por esa razón, por ejemplo, el antiguamente prestigioso Canal Historia de tv se dedica hoy en día a emitir documentales sobre el origen extraterrestre de los constructores de pirámides y la infiltración de alienígenas annukakis —por cierto, de origen sumerio—, en el decurso de la civilización humana. Que un estudioso de la talla de Noah Kramer, en 1956, fuese capaz de escribir y popularizar un libro tan exitoso y tan popular como La historia empieza en Sumer, denota una vez más que en el terreno de lo excelente no caben atajos ni ocurrencias; la cuestión parece simple: apetecemos una cultura de primer nivel, magistralmente divulgada, o rebajamos los contenidos para su fácil digestión por muchedumbres cuyo principal problema al enfrentarse a un libro es el poco interés que tienen en leerlo. Como suele suceder en estos casos, cuando la disyuntiva se presenta simple los resultados se muestran complicados; pues no hay nada más difícil que deconstruir el conocimiento depurado por especialistas y convertirlo en puro entretenimiento, sin exigir mínimo esfuerzo por su parte a las gentes que deberían beneficiarse de aquel resultado. O divulgación de expertos —difícil, sólo posible para autores como Noah Kramer, por ejemplo—, o alienígenas edificando pirámides. No hay otro camino.