En 1989 pudimos observar la caída del Muro de Berlín, símbolo visible de una serie de profundos cambios sistemáticos que desembocarían en lo que hoy conocemos como Globalización. La Globalización es uno de esos términos más fáciles de usar que de definir. Según David Held; “La globalización implica actualmente dos fenómenos distintos. En primer lugar, sugiere que muchos eslabones de la actividad política económica y social adquieren una envergadura mundial y, en segundo lugar, sugiere que ha habido una intensificación de niveles y de interrelación dentro y entre estados y sociedades.” Por lo que es más apropiado hablar de globalizaciones debido a las diferentes dimensiones. Arjun Appadurai da importancia a los cinco planos o dimensiones de flujos globales que denomina: a) el paisaje étnico; b) el paisaje mediático; c) el paisaje tecnológico; d) el paisaje financiero y e) el paisaje ideológico. La forma irregular y fluida de estas cinco dimensiones produce crecientes dislocaciones entre los diversos paisajes debido a la mera velocidad, escala y volumen de estos flujos. En definitiva la globalización está caracterizada como una circulación de capitales, mercancías, ideas y personas de forma generalizada.
Pero no debemos olvidar que la globalización es heredera de los mitos e imaginarios de la Modernidad: el individualismo, el igualitarismo, el universalismo y el progresismo, en el sentido de sostener que la evolución social es automática e inevitable lo que popularmente se conoce como mito del progreso. Esta visión del mundo se ha impuesto de manera homogénea a todo el planeta gracias a las formas de dominación y legitimación que llegan a penetrar en todos y cada uno de los ámbitos personales y colectivos; de una manera más totalizante que los antiguos imperios donde se ignoraba los espacios domésticos, familiares mientras no supusieran un quebranto de la hegemonía económica-política de las antiguas elites. Por eso no resulta sorprendente que en este ambiente de victoria ideológica en 1989 Francis Fukuyama proclamara el fin de la Historia en que los cálculos económicos, la solución de los problemas técnicos, la preocupación por el medio ambiente y la satisfacción de las demandas refinadas de los consumidores sustituirán a la bravura, el coraje, la imaginación y el idealismo en unos tiempos tristes según el propio politólogo. Por otra parte Rosa María Rodríguez Magda afirma que la globalización es el nuevo metarrelato al entender que se ha producido un cambio de paradigma que define como Transmodernidad también en 1989.
Como podemos observar la globalización es un Hecho Social Total como diría Marcel Mauss que se nos presentaba como inevitable dentro de la concepción teleológica de la historia que ya ha llegado al fin de los tiempos.
Pero en la Aldea Global, término desarrollado por Marshall McLuhan, la utopía no tarda en convertirse en una distopía. La globalización significó el comienzo del fin del Estado de Bienestar y el aumento de la desigualdad. Fenómeno conocido como “The Great U-turn”, término propuesto por Barry Bluestone y Bennett Harrison para designar el aumento de la desigualdad y la bajada de los salarios que se estaba empezando a producir en 1988.
La deslocalización propició la desindustrialización de Europa y Norteamérica al llevar a países con menores costes sociales y económicos la producción, Jeremy Rifkin suma a esto el desarrollo tecnológico para exponer que el número de personas desempleadas o infraempleadas ha aumentado con el agravante de que esos puestos de trabajo van a desaparecer. Podemos observar la quiebra de la clase media con la aparición del precariado del que habla Guy Standing caracterizado por la pérdida de los derechos sociales, la incertidumbre laborar y la inestabilidad económica esto sumando al declive de la vieja clase obrera nos muestra el crecimiento del proletariado de los servicios como otro factor determinante de la globalización en los sociedades postindustriales.
La inestabilidad se democratiza como el smog y afectar a todos por igual según Ulrich Beck la modernidad se confronta con la las consecuencias no deseadas de sus propias acciones, el sueño de la razón crea monstruos como en el grabado de Francisco de Goya, el individualismo se ha radicalizado y universalizado remplazando los viejos vínculos como la comunidad, la familia, la fe o la clase por el triunfo absoluto del yo puro. Pero este nuevo individuo no es más libre sino que vive atenazado por la inseguridad, la ambigüedad y la incertidumbre. Ya decía Aldous Huxley: “A medida que la libertad política y económica disminuye, la libertad sexual tiende, en composición, a aumentar.” Ya que otro problema añadido tal como denuncia Cristopher Lasch es la rebelión de las elites políticas, intelectuales y culturales que tiende a separarse y formar un mundo aparte con sus propias realidades y preocupaciones alejadas de las de la gente común a la que se trata con una mezcla de desdén y aprensión o directamente como un obstáculo a la imparable marcha del progreso. Los deplorables como los definió Hillary Clinton, los perjudicados por la globalización imperante.