Título: “Nosotras y vosotros. Feminismo equitativo”
Autor: María José Ibáñez
Editorial: Ediciones Fides, 2022. 174 páginas
Vivimos en una sociedad donde los medios de comunicación, cada día más apesebrados, vomitan propaganda un día sí y otro también, donde ante un acto de violencia es más importante la etiqueta (machista, homófoba) que la víctima, y que si no se le puede poner etiqueta carece de interés. Vivimos en una sociedad en la que, cuando un hombre comete un crimen se habla de “violencia heteropatriarcal estructural”, pero si el crimen lo comete una mujer (o un inmigrante) nos dicen que es un caso aislado, que no hay que criminalizar a ningún colectivo.
Tenemos una ley “integral contra la violencia de género” en la cual un mismo acto es considerado delito o solamente falta en función del sexo de quien lo ha cometido (lo del precepto constitucional de la no discriminación por sexo parece que ha pasado a la historia). Tenemos una ministra de Igual…da que denuncia la “sexualización” de la mujer (¿), pero que quiere sexualizar la infancia, en una apología descarada de la pederastia.
Estamos bombardeados por un supuesto “lenguaje inclusivo”, desautorizado por la Academia, que es una autentica agresión a la lengua española (y a la catalana), cuando no al sentido común y al propio sentido del ridículo. Se normalizan las estupideces como los “niños, niñas y niñes”.
En medio de este panorama, aparece el libro de Maria José Ibáñez Nosotras y vosotros. Feminismo equitativo, claro, conciso, asequible. Una prosa elegante y directa, un español bien cuidado (no en vano la autora es filóloga y profesora de lengua y literatura española), pero, sobre todo, la demostración de que se pueden defender los derechos de las mujeres y su integración en la vida laboral sin que para ello las mujeres tenga que dejar de ser mujeres, y sin caer en histerias hembristas.
Entre los muchos temas que aborda el libro, me voy a centrar en dos: las distintas olas (o versiones del feminismo), y la ideología “queer” o de genero como muerte del feminismo, en cuanto niega la existencia real y objetiva de hombres y mujeres.
En la entrevista que tuve el honor de realizar a Maria José para la revista La Emboscadura(publicada en el nº 11, febrero de 2022), y que aparece en el libro (pp. 139 y sig.), la autora nos habla de cuatro olas de feminismo, reivindicando las dos primeras y rechazando las dos últimas. La primera ola se inicia en el siglo XVIII y llega hasta la consecución del derecho al sufragio. Cita como mujer representativa a Mary Wollstonecraft, que exigió igualdad de derechos jurídicos. Subraya la autora: no derechos diferentes, que serían privilegios, sino iguales: sufragio, solicitud de divorcio, custodia de los hijos y herencia de propiedades.
Una segunda ola la sitúa en torno a 1960. Como muy representativa cita a Betty Friedan y sus seguidoras, que lucharon por el derecho a la educación, a la baja por maternidad, al subsidio de desempleo, los derechos reproductivos y a la seguridad de las mujeres dentro y fuera del matrimonio.
La autora sitúa a la tercera ola en torno a 1980 y a la cuarta en torno a 2010. Aquí ya se empieza a hablar de “patriarcado estructural”, de “techos invisibles”, y, en general, de una visión maniquea, donde se asimila la “bueno” a lo femenino y lo “malo” a lo masculino. La cuarta ola cabalga ya en la irrupción de las redes sociales, con una retorica de puro y simple odio al hombre, lo que ha sido calificado como hembrismo. Palabras como” privilegio masculino” (en paralelo al supuesto “privilegio blanco”), “patriarcado” u “heteropatriarcado” se usan de manera indiscriminada. Recuerdo haber escuchado al inefable Farreras, de la no menos inefable Sexta, hablar de “terrorismo machista”.
Mención aparte merece la irrupción de la ideología de género, de lo que nos ocuparemos más adelante.
Entre la tercera y la cuarta ola se ha producido la emergencia del llamado “mayo del 68”. El fenómeno vino precedido por la aparición de la Escuela de Frankfurt, que se empieza a gestar en los años anteriores a la II Guerra Mundial en la República de Weimar, pero que alcanza su máxima influencia en la década de los 60, y cuyo representante más paradigmático fue Herbert Marcuse.
Los pensadores de esta escuela eran todos de formación marxista, aunque la mayoría militaron en la socialdemocracia alemana y no en el partido comunista, pero realizaron una crítica tan profunda del marxismo que lo vaciaron de contenido. Su tesis era que la clase obrera se había aburguesado y perdido su potencial revolucionario, y, en consecuencia, había que buscar nuevos “sujetos” revolucionarios en las minorías oprimidas y/o que por su forma de vida cuestionaran el “estatus quo”: mujeres, homosexuales, inmigrantes, estudiantes. De hecho, se iniciaba el camino del abandono de la lucha de clases y el inicio de las llamadas “luchas parciales”.
Estas ideas fueron la base teórica del llamado “mayo del 68”, revueltas estudiantiles en muchas universidades de Europa y Estados Unidos. Aunque el movimiento surge en las universidades “progres” americanas, como Berkeley, tuvo especial repercusión en Francia. Hay que señalar que, en el país galo, el movimiento fue impulsado por situacionistas (anarquistas), trotskistas y maoístas, pero que nunca tuvo el apoyo del PCF fiel a Moscú.
Este movimiento tuvo muy poco de revolucionario. Respondía a las exigencias del capitalismo de generar nuevos hábitos de consumo, y combatir la moral tradicional, que se había convertido en un obstáculo para el hiperconsumo masivo. Las bases para el consumismo, el hedonismo y el nihilismo que caracterizan a la posmodernidad se empiezan a consolidar en este movimiento.
Las mujeres, junto a los homosexuales, los inmigrantes y los estudiantes, iban, pues a convertirse en los nuevos “sujetos revolucionarios”. Laclau, el ideólogo de cabecera de Pablo Iglesias (y a mi entender un falso populista) definió al “Pueblo” como este conjunto de luchas parciales. De aquí la vulgarización podemita de “la gente”, expresión que no significa nada, pues tan “gente” es el votante de Podemos como el de Vox.
Sin embrago, ninguno de estos grupos piensa realmente en hacer ninguna revolución, pues un revolucionario, del color que sea, piensa en el conjunto de la sociedad, y, en realidad, el integrante de cualquiera de estos grupos piensa solamente en si mismo. Todas sus políticas van encaminadas exclusivamente a la obtención de privilegios, es decir, de “derechos privados”. Todas sus reivindicaciones van encaminadas a que, únicamente por pertenecer a uno de estos grupos se les otorguen “derechos” que se niegan al común.
Otra característica de estos grupos, o más exactamente, a lo lobbies que se atribuyen la representación de estos grupos, es la intolerancia. Ante cualquiera que disienta de sus afirmaciones se niegan a debatir y exigen su cancelación y su silencio. La primavera pasada tuve la ocasión de asistir a la presentación del libro Nadie nace en un cuerpo equivocado, de José Errasti y Marino Pérez Álvarez, en la barcelonesa Casa del Libro. La presentación tuvo que ser interrumpida, pues un grupo de “activistas trans” amenazaba con quemas la librería si la presentación continuaba. La Policía, en lugar de defender nuestro derecho a la reunión, supongo que obedeciendo ordenes, nos dijo que no podía garantizar nuestra seguridad, y no conmino a abandonar la sala. Los “activistas” no pasaban de 50.
En su búsqueda de privilegios, estos grupos acaban chocando entre sí. Así podemos ver, en la actualidad, el enfrentamiento entre algunos sectores del feminismo con los activistas “queer” o de la ideología de género. Y con ello vamos a entrar en la segunda parte de mi intervención.
La teoría “queer” o ideología de genero arranca de una particular interpretación del posestructuralismo francés, cuyos representantes más destacados fueron Derrida, Lacan y Deleuze. Una de sus principales ideólogas ha sido Judith Butler, profesora en el Departamento de Literatura Comparada y Estudios de la Mujer de la universidad de California, en Berkeley. Tiene un buen currículo académico, pero es evidente que carece de formación tanto científica como filosófica. Toda su teoría se fundamenta en el principio posmoderno de negación del conocimiento objetivo y de la imposibilidad de la verdad, aunque sea parcial. En otras palabras, la negación radical de la revolución científica que tuvo lugar en Europa entre los siglos XVI y XVII.
La ideología “queer” representa, de forma casi arquetípica, al post-individuo de la posmodernidad. La modernidad, que nace que el liberalismo clásico, tomaba al individuo como sujeto. Este individuo era el racional-cartesiano, que de alguna manera ya rechazaba la objetividad de la realidad exterior, pero creía que esta realidad se podía conformar a través de la razón. Con la posmodernidad aparece una nueva versión del individualismo radical, el post-individuo que niega de forma radical la objetividad de esta realidad exterior y cree que la puede conformar con sus deseos y sentimientos.
La ideología “queer” se asienta sobre la negación radical de la realidad biológica, para la cual existen dos sexos en la especie humana, el masculino y el femenino. Hay un sexo cromosómico (combinación de los cromosomas XX en la mujer y XY en el hombre), el cual, durante el desarrollo embrionario determina un sexo hormonal, que a su vez determina un sexo genital, y unos caracteres sexuales secundarios.
Pero además, en la ideología “queer” encontramos una especie de vago espiritualismo. Cuando alguien afirma “soy una mujer atrapada en un cuerpo de hombre” ¿Quién es el sujeto? ¿una especie de “cuerpo astral” que va flotando por ahí hasta encarnarse?
Si la ideología “queer” fuera solamente una ideología no pasaría nada. También hay terraplanistas. Lo grave es que se ha convertido en una ideología oficializada, con capacidad de sancionar y perseguir a los que no la comparten. Así vemos como la sanidad pública se pone al servicio de toda clase de aberraciones, donde hay personas, a veces adolescentes, que son mutiladas y hormonadas, para que su “sexo” coincida con su “género”. Tarea, por otra parte, inútil: se puede alterar quirúrgicamente la apariencia del sexo genital, y se puede interferir químicamente en el sexo hormonal, pero el sexo cromosómico sigue presente. Estas personas tienen que hormonarse de por vida, con el subsiguiente negocio que ello significa para las multinacionales farmacéuticas.
Mención aparte serían los “arrepentidos”, los que se han sometido a mutilaciones y luego quieren volver atrás. Dejar de hormonarse es fácil, reconstruir unos genitales mutilados es ya mucho más difícil.
Para la ideología “queer” no existen realmente hombres ni mujeres. Como todo depende de los sentimientos y los deseos han llegado a identificar más de 90 “géneros” distintos, y hablan de “sexo asignado”, como si el llamar niño o niña a un recién nacido no dependiera de la observación de sus genitales.
La negación de la existencia objetiva de mujeres ha hecho que amplios sectores del feminismo se posicionaran contra la ideología “queer”. Pero en lugar de asistir a un debate, hemos asistido a una carrera de odio, de descalificación y de procesos judiciales. Hemos visto como el Partido Feminista era expulsado de Izquierda Unida por sus posicione críticas con la ideología “queer”, y hemos visto a una de sus máximas dirigentes, Lidia Falcón, ser denunciada por “delito de odio” por el lobbie “trans”, por su oposición a la ideología de género.
Si no piensas como yo me “ofendes”. La posmodernidad en cuatro palabras.