¡Quiero votar la independencia de Tennessee!

A tenor del adoctrinamiento en el secesionismo separatista

 “Los políticos, por el contrario, se cree que se dedican a tender trampas a los hombres, más que a ayudarles, y se juzga que son más hábiles que sabios. Efectivamente, la experiencia les ha enseñado que habrá vicios mientras haya hombres…

… un estado político que no ha eliminado los motivos de sedición y en el que la guerra es una amenaza continua y las leyes, en fin, son con frecuencia violadas, no difiere mucho del mismo estado natural, en el que cada uno vive según su propio sentir y con gran peligro de su vida”.

Spinoza. Tratado político. Alianza Editorial, Madrid, 1986, pp. 79 y 119.

   Son muchos los acontecimientos que han sucedido en los últimos meses en esa parte de España que es la región catalana. Cada día nos levantamos y nos acostamos con nuevas noticias, y como si nuestra vida fuera ya formateada por un programa informático o televisivo, al modo del cinematográfico “El show de Truman”, la frontera entre lo virtual y lo que no lo es, entre las apariencias falaces y las veraces, es cada vez más indiscernible. Pues hemos asistido a un intento de secesión, por parte de los gobernantes de la Generalidad catalana, orquestado desde un “Matrix” que se viene fraguando desde los años ochenta.

¿Qué se puede argumentar que no haya sido expuesto ya? Desde el mundo entorno que envuelve y determina las circunstancias de cada ciudadano español, en sus quehaceres cotidianos, el bombardeo mediático ha sido y es aún constante. De toda ese abigarrado conjunto de imágenes y sombras, por decirlo al modo platónico, nos interesa reflexionar sobre una cuestión que es “parte formal” del contexto de génesis y justificación de dicho secesionismo separatista, en lo referente a la conformación de la ideología y mentalidad de cierta parte de la población española residente en Cataluña. Nos referimos a la “cuestión docente”, pues llamarla “educativa” sería ya mucho presuponer. Y si en las últimas semanas los rotativos han acogido en sus tribunas y en su sección de opinión para los lectores, gran cantidad de reflexiones académicas y mundanas sobre la “cuestión catalana”, muchas de ellas de juristas peritos en sus análisis, sería una osadía tediosa por mi parte abundar en argumentos que ya han sido bien construidos y que forman parte del ágora periodística al alcance de todo lector interesado. Por razones de claridad y sistematismo filosófico quiero destacar las de mis buenos amigos Pedro Insua, Iván Vélez, Pablo Huerga y José S. Tortosa (entre otros), pues sus certeras reflexiones obedecen a las dos mejores virtudes que Ortega encarecía en quien filosofa: la claridad y el sistema, pues la primera es la cortesía del filósofo así como la segunda es su honradez. Sumarme a su esclarecedora tarea sería para mí un honor.

Y si tratamos de la cuestión docente en España (y la región catalana, la comunidad autónoma que es Cataluña es hoy por hoy una parte formal de la nación política española), tendremos pues que reiterar algunas de las tesis y testimonios que ya hemos expuesto en los últimos años en otros medios. Para combatir el secesionismo, y discúlpeseme la osadía de citarme a mí mismo, publiqué yo en la revista digital El Catoblepas el artículo titulado “España desde «El Monreal», España desde «El Carbayu»: Sobre paisaje, paisanaje, país y la Idea de Nación” (disponible en http://www.nodulo.org/ec/2014/n148p10.htm). Entre otros temas se argumentaba, siguiendo a Unamuno, que no hay inconveniente en usar la expresión “país”, en relación con las de paisaje y paisanaje y como sinónimo de Región o Comunidad Autónoma, si queda claro que la Nación Política es España. Pero sucede que la mayoría de los políticos de oficio usan “país” y “nación” como sinónimos y sin ningún rigor, y no distinguen entre los diferentes significados conceptuales del vocablo Nación: étnica, cultural, política, etc. Asimismo y sobre el tema del estado de la Enseñanza en Secundaria y Bachillerato también hemos hecho en dicha revista las denuncias que nos han parecido más pertinentes, en lo tocante a la influencia del pernicioso “Pensamiento Alicia” y del “Fundamentalismo Democrático” en el ámbito de la Educación reglada. Sobra decir que estos conceptos los puso en circulación el filósofo Gustavo Bueno (1924-2016), para denunciar algunas de las deficiencias de la sociedad política española en los últimos lustros.

A grosso modo recordaremos que se criticaba la anomia moral, disfrazada de panfilismo eticista, que lleva instalada ya muchos años en la vida en las aulas, lo cual implica anular la autoridad del profesorado, rebajar y mucho los niveles de exigencia académica, que la administración educativa y muchos padres traten a los profesores casi siempre como presuntos culpables (ante los suspensos) y a los alumnos como seres angelicales a los que hay que mimar, consentir y aprobar de forma lo más fácil posible para que no se “traumaticen”. Y todo ello implementado a través del discurso pseudocientífico, y por ende ideológico, de los pedagogos y psicólogos instalados en las estructuras de los partidos políticos y de los sucesivos gobiernos.

Pero lo más grave viene ahora. Tras el intento de golpe de estado secesionista en la comunidad catalana, salta la liebre de que en las aulas gobernadas y gestionadas por la Generalidad se lleva décadas adoctrinando a los alumnos en el separatismo y en el odio a España.

Ante esta conjetura habría que preguntarse ¿a qué llamamos adoctrinar?, ¿sucede lo mismo en las demás comunidades autónomas que forman España?

La Real Academia Española de la Lengua, en su web, define “adoctrinar” como “inculcar a alguien determinadas ideas o creencias”, e “inculcar” es “repetir con empeño muchas veces algo a alguien”, y de forma más precisa (en su tercera acepción), “infundir con ahínco en el ánimo de alguien una idea, un concepto, etc.” Asimismo “doctrina” es la “enseñanza que se da para instrucción de alguien”, también es “norma científica, paradigma” y, de forma principal, “conjunto de ideas u opiniones religiosas, filosóficas, políticas, etc., sustentadas por una persona o grupo”.

El diccionario en las anteriores definiciones ya diferencia entre ideas y creencias (como bien nos enseñó Ortega), pero desde las coordenadas del Materialismo Filosófico, tal y como las desarrolla Bueno al estudiar El mito de la felicidad (2005), sabemos que aunque la distinción entre teorías, doctrinas y concepciones es compleja y borrosa, para que una doctrina sea verdadera doctrina (y esto con independencia de que sea doctrina verdadera), tiene que apoyarse en un conjunto ordenado y riguroso de ideas, y su vez éstas en el entretejimiento de conceptos, que a su vez se asientan y se gestan a partir de los fenómenos, de los hechos.

Ahora bien, inculcar durante muchos años a los alumnos de la región catalana que Cataluña no es una parte de España, que su geografía, su economía, su historia, etc., en el pasado y en el presente, no forman parte de España, no es ni siquiera una doctrina en el sentido riguroso que hemos recogido. Es un conjunto de nebulosas, míticas y perniciosas creencias irracionales. De ahí que la palabra “adoctrinar” tenga en su uso cotidiano el sentido peyorativo que todo el mundo entiende. Si además los alumnos se forman la impresión emocional, como vivencia, de que la comunidad catalana es robada y oprimida por el resto de España y de los españoles, estamos ante un delirio psicológico y una maldad moral cuyas consecuencias políticas y sociales estamos ahora soportando. Y esto no ha hecho más que empezar si este cáncer delirante hace metástasis en el resto de las regiones de España.

Pero si nos cuestionamos que esta situación en la Enseñanza pueda darse en clave vasca, gallega, andaluza, etc., lo que nos traemos entre manos no es ya la supervivencia de la Constitución del 78, y del orden político y gubernamental hasta ahora vigente en España. Lo que nos traemos entre manos es la propia supervivencia de España como nación política, su Eutaxia.

Creo que era Nietzsche quien afirmaba que la locura es rara en los individuos, pero que en los pueblos, y según a que época histórica nos refiramos, es algo que puede convertirse en habitual. Que haya que explicar lo obvio y hasta luchar por ello, es un signo de que estamos en un periodo de decadencia, como ya sabía Chesterton.

Al parecer en nuestra piel de toro hay personas que han olvidado que son catalanas porque son españolas, y no a la inversa, que son vascas porque son españolas, y no a la inversa, que son gallegas porque son españolas, y no a la inversa, o que son asturianas porque son españolas, y no a la inversa… y así sucesivamente. Y este tipo de olvido o de delirio no se “cura” con una determinada dosis de neurolépticos, pues estamos hablando de la salud moral de los españoles, de su conciencia cívica.

Ahora bien si, como sospechamos, todo el batiburrillo de leyes educativas que hemos ido teniendo en España desde finales de la Transición, con sus significativos matices autonómicos, nos han abocado a esta situación, es que bastantes cosas funcionan mal en la sociedad civil y política española (y no sólo catalana). Y hace tiempo que hemos constatado que, tras tanta legislación educativa, no hay más que el empeño cortoplacista de mantener a la población anestesiada bajo formas hedonistas que se venden como “progres”. El bachillerato es lo que antiguamente era la EGB, la Universidad cumple la función del bachillerato de antaño y la verdadera especialización universitaria supone que haya que pagar unos costosos “masters” que no están al alcance de todas las familias. Tantas cadenas televisivas y las “nuevas tecnologías” son para mucha población española no nuevas formas de acceder al conocimiento y a la verdad, sino formas de alienación: control ideológico, engaño manifiesto y manipulación tendenciosa de amplios sectores de la ciudadanía.

Para un profesor de Filosofía con bastantes años de oficio, como el que esto escribe, y que tiene por profesión ser experto en transmitir “doctrinas” a los adolescentes, en el sentido más noble de la expresión (teoría de las Ideas de Platón, doctrina del Motor Inmóvil de Aristóteles, doctrina de las “Cinco vías” de Santo Tomás para la demostración de la existencia de Dios, teoría del “Cogito” cartesiano o de la alienación en Marx, etc.), resulta muy descorazonador que algunos de los que han sido sus alumnos, y precisamente no los más brillantes académicamente, acaben apuntándose a un partido político para ver si así se “colocan”.

Que alguien pueda “aprender a echar mítines” en un cursillo acelerado para vivir de la cosa pública, olvidando por qué Sócrates se enfrentaba a los sofistas y por qué razón Platón inició la filosofía académica, es un panorama que resulta muy poco edificante. Pues uno puede llegar a tener la impresión, y más en estos días otoñales tan propensos a la melancólica nostalgia, de que en España, y en los últimos tiempos, las personas menos cualificadas en actitud y aptitud entran en la política no con la firme voluntad de servir a España, sino de que España les sirva a ellas.

Por otra parte la oscurantista ideología de la Leyenda Negra antiespañola y el “Mito de la Cultura”, que convierte en identitario cualquier contenido de la cultura extrasomática por trivial o común que éste sea, junto con el nihilismo posmoderno que reniega de toda idea de verdad en aras de la “voluntad de poder y de parecer”, en esta era de la postverdad, son los elementos que conforman emocionalmente a la ideología del nacionalismo secesionista y a su supremacismo mas irracional y peligroso. Para colmo de males la recién estrenada película “Oro”, de Díaz Yanes, con historia y guion de Pérez-Reverte, viene a ensañarse en el tópico más visceral y grosero, por psicologista, al presentar a los conquistadores españoles como unos matachines cegados por la codicia y la lujuria. Comparar, como se ha hecho, la empresa española con la fallida guerra de Vietnam y lo que ésta supuso para los Estados Unidos, es no tener ni idea de Historia ni de Filosofía de la Historia. Pues puestos a buscar analogías, siempre dudosas, sería mucho más pertinente comparar el ortograma imperial español, por ejemplo la gesta de Hernán Cortés, con el desembarco de Normandía.

Así pues, si estamos en una auténtica decadencia en España, pero también en buena parte de Europa (en lo que en pasadas centurias se llamaba la Cristiandad), es porque se han perdido los referentes intelectuales sólidos, conceptuales e ideales, y desde instancias económicas y políticas se fomenta y reina un pánfilo emotivismo consumista y hedonista. Si por esto fuera, los que nos criamos en el tardofranquismo y primeros años de la Transición, cuando España era ya en muchos aspectos (por ejemplo a través del cine y la incipiente televisión), una parte del imperio cultural estadounidense, tendríamos que gritar que queremos votar la independencia de Tennessee, que era la patria chica de Davy Crockett, “el rey de la frontera, que cazó su primer oso con sólo tres años en la verde tierra de la libertad”, como se canta en la balada de la película de Disney interpretada por Fess Parker, actor que los niños de aquellos años veíamos entusiastas en la no menos famosa serie televisiva “Daniel Boone”.

Frente a risueñas leyendas rosas yanquis o tétricas leyendas negras antiespañolas (y de las últimas está bien nutrido el separatismo catalán), es necesario reivindicar la verdadera racionalidad filosófica que ha conformado lo mejor de España y de Europa. Esa que han intentado cargarse Zapatero y Rajoy o que han prostituido los dirigentes autonómicos. Y para ello, y neutralizar así el pernicioso sucedáneo posmoderno que a buen seguro algunos compañeros destilan en las aulas (de Nietzsche a Vattimo pasando por Heidegger), es necesario luchar por recentralizar la Enseñanza en toda España y desarrollar un bachillerato serio en tiempo, forma y contenidos. Cuestión ésta muy difícil, pues para mucha gente los políticos que tenemos son parte del problema y no de la solución.

Acabamos citando a Platón, por boca de Sócrates, cuando éste en la República (libro V, 462c-462d) interpela a Glaucón diciendo: “Cuando la mayoría de los ciudadanos se pronuncia como un solo hombre sobre un determinado tema: esto es cosa mía, esto no es cosa mía. ¿No constituye eso la marca del mejor gobierno?— Glaucón — Del mejor con mucho”. Creo que esta reflexión sigue siendo útil para nuestro presente infecto y espero, amables lectores, que a ustedes les parezca lo mismo.

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