¿ Y ahora qué?. Cataluña: De la galbana al gatopardismo ( II )

«No es que el pueblo sea ingrato, o inculto. Es que el Sistema hace todo lo posible para apartarlo de la nobleza de los seres y de las cosas. Le enseña a identificarse sólo con la mediocridad en todos los niveles» (Yasmina Khadra, de su novela «Lo que sueñan los lobos»)

EL CLAN DE «LOS SORAYOS».

Si algunas características definitorias pueden atribuirse en una primera aproximación «analítica» al Gobierno de M. Rajoy, son estas: su vacuidad ideológica, su imagen tenebrosa y la instintiva y espontánea antipatía que suscitan sus miembros sin excepción. Más que nunca, un gabinete confeccionado a imagen y semejanza de M. Rajoy. Todo un compendio de eso que se ha dado en llamar «marianismo», difícil de superar. Reunir semejante colección de personajes chocantes, ceñudos, ariscos, repelentes, aguafiestas o directamente siniestros, según los casos, hubiera resultado tarea ímproba para casi cualquiera que no respondiese por M. Rajoy. No obstante, ya se sabe cuán fácil se reconocen «los iguales»….  Lo que resulta paradójico (incluso, inexplicable), es que la designación de tal elenco de «alegrías de la huerta» ni tan siquiera se vea disculpada, en la inmensa mayoría, por una cualificación profesional deslumbrante para el desempeño del cargo. A «alguien» se le ha ido la mano con el «perfil bajo» y lo ha acabado convirtiendo en «subterráneo»…

Y al frente de la «cuadrilla», como «capataz» (o «capataza») de la misma, M. Rajoy ha colocado a su «hembra alfa», Soraya Sáenz de Santamaría.

La trayectoria de esta mujer refleja de manera esclarecedora, la forma en que se configuran los ámbitos de Poder e «influencia», y las cúpulas de los partidos políticos en España: teniendo por principal norte el celebérrimo lema «marxista» (de Groucho, por supuesto) «estos son mis principios, pero si no les gustan, tengo otros». En el caso de Sáenz de Santamaría la máxima parece haberse seguido a rajatabla. «Sin ideología conocida», atestiguan respecto a ella Gabriela Bustelo y Alejandra Ruíz-Hermosilla, coautoras de la biografía no autorizada «La Vice-presidenta». Lo cierto es que, sorteando los procelosos avatares derivados de una estructura de naturaleza desconfiada, encorsetada y endogámica como la del PP, su sprint hasta la cúspide del Gobierno no puede menos que ser calificado de meteórico.

En el año 2.000, una «muchachita de Valladolid», con unas oposiciones a la Abogacía del Estado recientemente aprobadas, aterrizaba en Madrid al reclamo de que el PP buscaba «asesores jurídicos». En menos de cuatro años una semidesconocida, candidata en el puesto 18 de la lista electoral del partido por la circunscripción de Madrid, ya ocupaba un escaño en el Congreso de los Diputados…

A partir de ese momento, comienza la «escalada» definitiva. Amparada por Trillo y desde muy temprano por M. Rajoy, se abre paso en la selva excluyente del «aparato» pepero. En el siguiente período legislativo ya es la portavoz del Grupo Parlamentario Popular. Y desde el 2.011 es Vicepresidenta del Gobierno y mano derecha de su mentor, M. Rajoy. En este tiempo ha aprovechado para acaparar cada vez más poder, para eliminar a sus enemigos internos, marginándolos o purgándolos según conviniera, y para rodearse (y de paso, rodear a su jefe) de una cohorte de fieles a su persona: los «sorayos». Este «clan» de incondicionales navega en idéntica «nadería» ideológica que su «lideresa»; es un grupo de «estómagos políticamente agradecidos», que constituyen una barrera infranqueable para cualquiera que desde dentro pretenda acceder al «círculo del poder», aceptando su papel absolutamente subalterno a cambio del «oropel» y lo que este pueda deparar a presente o a futuro… Establecido el blindaje, se salvaguarda la esfera en la que realmente se ejerce la «potestas» , formada únicamente por dos personas, Sáenz de Santamaría y… naturalmente, M. Rajoy, encantado con ese estado de cosas que le evita todo tipo de presiones, urgencias o exigencias en aquello que más incomoda y violenta su naturaleza: tomar decisiones. No; ni es, ni ha sido ajeno el Presidente a las maniobras de su Vicepresidenta. Soraya no mueve un dedo sin encomendarse a M. Rajoy, pese a que en su momento se fantaseara en el «entorno» con una presunta «Operación Menina», encaminada a moverle la silla en beneficio de la susodicha (por cierto; el nombrecito elegido para la «conspiración» no deja de tener su gracia… y su alta dosis de «mala leche», muy en la línea de la que desde siempre ha «gastado» para sus ajustes de cuentas cainitas la derecha «política» española…).

«No se puede pasar de becaria a Vicepresidenta». La frase se atribuye a María Dolores de Cospedal, indisimulada rival política de Sáenz de Santamaría, derrotada en la pugna de «influencias» por esta, y relegada a un papel secundario en el Gobierno, pese a ocupar el otrora importante Ministerio de Defensa. Soraya le ha «sustraído» hasta el CNI, la principal «fuente de poder» que aparejaba la cartera (ya se sabe: información es poder…). Pese a no ser Cospedal un ejemplo de nada que no sea la inanidad de la casta política española, su opinión sí refleja el sentir de los «aparaticks» del partido, que han visto como a «la hora del reparto» una recién llegada los ha adelantado por la derecha.

Mucho más ácido y expresivo se ha mostrado el lenguaraz ex-ministro de Exteriores, García-Margallo (otro «genio», dicho sea de paso y uno de los defenestrados por enfrentarse a «Pitufina», como él mismo la llamaba). Respecto a la vacuidad ideológica de la Vicepresidenta afirmaba con rotundidad: «Cuando Soraya llegó a Madrid en el año 2.000, si hubiera sido el PSOE quien buscaba asesores jurídicos en vez del PP, Soraya habría aterrizado en el PSOE, donde se habría instalado con absoluta tranquilidad». Y añade: «Si tú le preguntas en qué cree políticamente, no hay manera. Yo no he sabido nunca en qué cree».

Un observador externo y algo más «imparcial», Juan Carlos Girauta, portavoz de Ciudadanos, opina de ella que «tiene la misma consideración que Rajoy respecto de la lucha de ideas. Es decir: Cero».

El objetivo de este bosquejo «socio-político» del «sorayismo» (o del «marianismo», que vienen a ser la misma cosa…), es situarnos y referenciarnos para entender muchas de las claves de la actuación gubernamental ante la crisis abierta por el secesionismo en Cataluña.

Gabriel Tortella, coautor entre otros de «Cataluña en España. Historia y Mito», nos pone en la pista: » La idea de Rajoy de poner a Soraya a lidiar el toro catalán es típicamente rajoyesca. Está puesta ahí para continuar la tradicional política contemporizadora de los gobiernos españoles y para no tomar una sola decisión valiente y de principios para no irritar a los catalanes y hacer toda clase de concesiones con sonrisitas misteriosas». Porque no olvidemos que Sáenz de Santamaría, además de Vicepresidenta del Gobierno, es Ministra de la Presidencia y (desde el 4 de noviembre de 2.016) para las Administraciones Territoriales de España, ratificando ese afán acaparador de poder y protagonismo por su parte y el desmedido interés de M. Rajoy por vaciar de contenido las funciones ministeriales y concentrar todas las «materias sensibles» en manos de su alter ego Soraya, como si no confiara en nadie más. La gestión efectuada por ambos de la deriva secesionista en Cataluña ha resultado, como iremos viendo, tan desastrosa como cabía esperar de personajes con semejante catadura moral y política.

TEORÍA DEL SIMULACRO

Decía Jean Baudrillard, al intentar definir la «sociedad simulacro» y describiendo la suplantación de la realidad por una hiperrealidad construida a base de simulacros característica del mundo globalizado, que «El simulacro no es el que oculta la verdad. Es la verdad la que oculta que no hay verdad. El simulacro es verdadero». En otras palabras, en una sociedad como la actual, donde «todo» es simulacro y una «hiperrealidad» virtual desplaza a lo «real», la cuestión es aceptar la prevalencia del simulacro sabiendo que «es» precisamente «simulacro»; como en el «mito de la caverna» platónico, se difumina la discriminación entre lo que es sombra y la imagen corpórea, entre lo «aparente» y lo «real»; el problema se categoriza como engaño cuando se pretende hacer pasar por verdad lo que no es otra cosa que mero simulacro. Trasladando la teoría desde la esfera de las ideas hasta un plano mucho más «prosaico», esto es exactamente lo que ha ocurrido en Cataluña tras el golpe de Estado secesionista, con la supuesta aplicación por parte del Gobierno de España del artículo 155 de la Constitución: se ha intentado hacer creer que se ha «intervenido» la Autonomía catalana, cuando realmente lo que se ha producido es un «simulacro» de intervención.

Pese a las proclamas triunfalistas de los «sorayos» y del propio M. Rajoy, pese al acompañamiento «coreográfico» de Ciudadanos y el PSOE, pese a la connivencia culpable de la mediocracia alentando con furibundo despliegue de sus «armas de comunicación masivas» lo que eufemísticamente bautizaron como un «155 blando», pese a la llantina hipócrita de los secesionistas por el autogobierno «secuestrado» y la farisaica «indignación» de los podemitas, lo que se ha producido en Cataluña ha resultado ser una monumental impostura. Ni se ha aplicado el 155, ni se ha intervenido la Autonomía, ni se ha corregido uno solo de los factores desencadenantes de la deriva secesionista, ni se ha hecho otra cosa que convocar apresurada e irresponsablemente unas elecciones cuyo único y desastroso efecto ha contribuido a legitimar las posiciones de los independentistas. Entretanto, se ha perdido un tiempo precioso y se han dejado pasar un sinfín de oportunidades para atajar de raíz el golpismo de los secesionistas; se ha dilapidado una auténtica fortuna en la adopción de medidas del todo ineficaces, cuando no disparatadas; se ha provocado un daño irreparable a la imagen de España en el exterior, con una Diplomacia incapaz de gestionar la entrega de los «prófugos» de la Justicia y un Estado mendicante, en actitud lacayuna, buscando una palmadita en el hombro por parte de los «amos» europeos, a sabiendas de que únicamente el vil interés de estos continúa sosteniendo la enclenque posición española; se ha transferido a los Tribunales la resolución de un problema que, sin perjuicio de las ulteriores resoluciones judiciales pertinentes, siempre ha tenido un carácter eminentemente político, que exigía enérgicas, inmediatas y definitivas respuestas políticas, que los jueces y magistrados, por más que se les fuerce y se les coloque en el disparadero, no están en condiciones de ofrecer,( por la propia naturaleza de su función y sus atribuciones), además de erosionar gravemente con ello, el concepto mismo de la independencia judicial, cada vez más en entredicho; y lo más importante de todo, se ha infligido un perjuicio sin parangón a la Nación española, a su Soberanía, a la convivencia entre sus miembros y a su Historia común. Este es el balance de «logros» del Gobierno de M. Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría en la gestión de la crisis catalana, la consecuencia directa de su mediocridad, de su pasividad, de su frivolidad y de su irresponsabilidad.

Gobernar no es esconderse detrás de los jueces, mandar a otro a cumplir la obligación que a uno le incumbe, agazaparse tras los recursos ante los Tribunales como si no fuera posible hacer otra cosa, como si el Gobierno de una Nación careciera de las herramientas necesarias para cumplir su cometido; gobernar no es llenarse la boca de «Estado de Derecho», de «Constitución» y «Defensa de la Democracia» y después, retorcer el Derecho, invocar la Constitución como si gozara de poderes mágicos capaces de solventar cualquier conflicto al conjuro de su nombre o intoxicar a la gente intentando hacerla creer que vive en una Arcadia próspera y feliz; gobernar no es vivir en la improvisación, siempre a remolque del adversario, sin iniciativa, como si la resolución de los problemas fuera cosa de otros.

Gobernar es ser plenamente consciente de que se está cumpliendo una misión histórica, que reclama continuidad con el pasado, entendido como convivencia, esfuerzo común, sacrificio y lucha compartidos, que las generaciones precedentes nos han legado para que lo preservemos, lo mejoremos si es posible, y lo transmitamos como preciada herencia a nuestros descendientes. Gobernar requiere voluntad, firmeza y criterio en la forma de afrontar el presente, para garantizar proyección y permanencia en el futuro. Gobernar es prestar a la comunidad una permanente vocación de servicio. Gobernar es tener convicciones y principios, creer en lo que se dice y defender lo que se piensa, afrontar las dificultades y tomar decisiones sin importar las consecuencias que puedan derivarse para uno mismo, si con ello se favorece el beneficio general. Gobernar es mantener en todo momento «sentido del Estado», colocando por encima de cualquier otra cosa el interés nacional, el bien común, la justicia, la equidad y la unidad del pueblo al que se sirve y al que se deben rendir cuentas.

COMO UN MONO CON UNA NAVAJA

Reza una muy conocida y jocosa expresión coloquialmente empleada para retratar a personas irreflexivas, cuyas acciones usualmente imprudentes acaban por acarrear consecuencias inesperadas (e indeseadas) para ellos mismos y con mayor asiduidad para los demás, «es más peligroso que un mono con una navaja». En el sainete catalán, adjudicar el rol de primate empuñando el cuchillo a alguno de los «actores» políticos intervinientes resulta tarea inesperadamente compleja por lo disputado de la elección, dados los «méritos» acreditados por unos y otros para optar a la «nominación». Hemos glosado con anterioridad el cúmulo de desatinos perpetrados por M. Rajoy y la ínclita Soraya, unas veces por separado y otras en inimitable dueto. Igualmente, podríamos recrearnos en la amplia galería de dislates atribuibles al numeroso reparto de protagonistas de la tragicomedia que a diario, y en sesión doble (o triple), viene representándose en el escenario de Cataluña. Finalmente nos hemos decantado por Puigdemont que, en cerrada contienda hasta los instantes finales, ha logrado batir a todos sus adversarios merced a sus últimas (o tal vez «penúltimas…) actuaciones y alzarse con el «galardón». Ciertamente, su repertorio de despropósitos resulta apabullante.

Decía Churchill que «un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema». La cita se ajusta como un guante al perfil de Puigdemont. Que es un fanático ofrece poca duda. Que su fanatismo se retroalimenta de la tibieza, el oscurantismo y la negligencia de quienes debieran haberle parado los pies hace meses, menos aún.

El mono no esgrime la navaja si previamente alguien no la ha dejado a su alcance. Y aún cabe la posibilidad, tras ese primer error, de arrebatarle el instrumento cuando todavía permanece cerrado y la hoja oculta. Lo que no admite disculpa de ninguna especie, es dejar que el animal se familiarice con él, explore sus potencialidades y termine encontrando la forma activar el artilugio…

Puigdemont no era otra cosa que un «parche» improvisado por el secesionismo para contentar a los ultramontanos de la CUP y dispensar a Artur Mas de su particular «Gólgota». Quienes le han dado «alas» a sus delirios de grandeza son aquellos que han permanecido impasibles mientras iba haciendo crujir uno tras otro los siete muelles de «la albaceteña». Rasgarse las vestiduras ahora, correr a refugiarse bajo las togas y continuar transitando de ocurrencia en ocurrencia, al son marcado por la incompetente «Virreina», constituye un ejercicio supremo de estulticia. Pero ya sentenciaba Chesterton que » un liberal podría ser definido aproximadamente como un hombre que si pudiera hacer callar para siempre a todos los que engañan a la humanidad con solo mover su mano en un cuarto a oscuras, no la movería».

Puigdemont continuará con su «circo de tres pistas» porque NADIE desde el Gobierno de España tiene una mínima noción de en qué consiste GOBERNAR, qué es un ESTADO SOBERANO y en definitiva, qué es ESPAÑA. Seguiremos acumulando disparates: ora investidura telemática, ora Gobierno Simbólico. Un «hooligan» de sí mismo, instalado en Bruselas, poniendo en jaque a una Nación. Tenía razón Chesterton; no cabe esperar que M. Rajoy o sus «sorayos» muevan la mano en la oscuridad…

El esperpento prosigue su inefable singladura. Un Gobierno impotente, con un concepto miserable del Estado, persiste atrincherándose tras los jueces, eludiendo sus obligaciones primarias sin que NADIE le exija responsabilidades por ello. El resto de fuerzas «constitucionalistas» siguen a lo suyo. ¿Qué es «lo suyo»?. Hay que poner en duda hasta que ellos lo sepan: ausentes por incomparecencia. Eso sí, el «Estado de Derecho», la «Constitución» y bla, bla, bla. Podemos por su parte continúa perdido en el laberinto de sus prejuicios, en esa enfermedad ya senil de la izquierda española, que le impide reclamar para sí un carácter nacional. Por otro lado, es rehén de la demagogia infantiloide de Colau y sus adláteres, empeñados en hallar la cuadratura del círculo en la cuestión catalana. ¿El independentismo?. Bien, gracias. ERC, con Junqueras en la cárcel y la estrafalaria Rovira al timón, perdidos entre el análisis de su fracaso electoral y cómo quitarse de encima a Puigdemont sin que la «parroquia» los tache de traidores. Si la solución depende de la monjil Rovira, que Dios los coja confesados… La CUP sigue esperando el momento de la «Revolución», como aquellos soldados japoneses de la II Guerra Mundial, que perdidos en la jungla no se habían enterado que la guerra había terminado hacía años. Y claro, el «hombre del momento» es por supuesto, Carles Puigdemont, el genuino Rey de la Comedia (o mejor, President, que ya se sabe las susceptibilidades que despierta el tema monárquico entre los independentistas). Hasta el momento, él marca la hoja de ruta de cuantos participan en el desaguisado catalán. Increíble, pero cierto. No importan la monumental «boutade» de lo whatsApp´s, evidenciando la sarta de engaños y la doble moral del secesionismo; tampoco, haberse «cargado» su partido en beneficio propio; incluso la ruina que sus desvaríos han acarreado a la economía catalana se pasa por alto; y por supuesto, a nadie importa en absoluto el ridículo mundial que para España y para la propia Cataluña, están suponiendo sus bufonadas. Hasta tal extremo maneja la situación, que se ha erigido en árbitro indiscutido de la elección de Presidente de la Generalitat y de la posibilidad de una nueva convocatoria electoral en caso de que las opciones no satisfagan sus excéntricas exigencias. El independentismo le perdona todo y si hubiera unas nuevas elecciones (nada descartable con el «Dúo Sacapuntas», M. Rajoy-Soraya, gestionando el asunto) le auparían a la victoria a costa de ERC con toda seguridad. A día de hoy, únicamente una inhabilitación vía judicial para ser candidato lo evitaría. Él lo sabe y por eso no le tiembla el pulso al exigir a sus «socios» de ERC ser el candidato a investir, o en su defecto, crear una estructura paralela de poder en Bruselas y colocar un (o una) títere como President «nominal» en Barcelona. Entretanto, ¿qué hace el Gobierno?. M. Rajoy, esperar, como es su costumbre. Y la Virreina de Cataluña, maquinar, intentando buscar un resquicio legal que le permita por enésima vez, lograr que los jueces le «saquen las castañas del fuego» y así poder colocar otro remiendo efímero con el que ganar tiempo. Teniendo en cuenta que su última «genialidad» fue forzar la convocatoria a toda prisa de unas elecciones cuyo previsible resultado parecía ser la única en ignorar, poco o nada bueno cabe esperar. De esta mujer puede afirmarse que sus iniciativas siempre están a su altura… Con ellas ha logrado otorgar a Puigdemont, huido tras fracasar su intentona golpista, una legitimidad a través de los votos que lo devolvió al centro de la escena política.

¿Y ahora qué?. Es la gran pregunta. La que se formula cualquier español consciente. Las pertinaces «meteduras de pata» de M. Rajoy y de Sáenz de Santamaría no invitan al optimismo precisamente. Algunas voces ponderan la actuación de los jueces y creen ver en ello una presencia vigorosa del Estado. Se equivocan gravemente. El Poder Judicial ni puede, ni debe suplantar al Ejecutivo. Menos aún estar supeditado a este, como ocurre en cierta medida en nuestro sistema, donde los órganos judiciales son designados por los políticos. Una sociedad sana y debidamente estructurada requiere un Estado sólido, con legitimidad y prestigio para tomar decisiones y hacerlas respetar. Y donde cada uno de los poderes que lo conforman, ejerzan sus funciones y asuman sus responsabilidades. Nada de esto se está produciendo ahora mismo en España. El Régimen del 78 está periclitado; aquejado de aluminosis ideológica y víctima de sus propias contradicciones. Es preciso poner fin a la farsa que está viviéndose en Cataluña cuanto antes. Y corregir definitivamente el rumbo de un Sistema a la deriva. No basta con seguir achicando agua y taponando grietas. La nave demanda con urgencia un casco nuevo.

 

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