¿El Cristianismo se ha evaporado en la civilización de consumo? La profecía de Pasolini

La profecía de Pasolini. Diego Fusaro

Pasolini, con su habitual mirada profética, fue de los primeros en descifrar con lucidez el alcance real del cambio telúrico que atravesaba la sociedad ab imis fundamentis. Señaladamente, al entender cómo la sociedad de consumo no sólo no estaba fundada sobre el cristianismo, sino que debía anularlo para poder imponerse ella misma como la única religión permitida. Cuando, en 1973, las ciudades italianas fueron literalmente invadidas por carteles publicitarios de jeans con la fórmula abiertamente desacralizadora «no tendrás otro jeans aparte de mí«, Pasolini comentó el incidente con un mordaz artículo titulado Análisis lingüístico de un slogan.

En particular, las fotos utilizadas por el anuncio mostraban respectivamente: un vientre femenino y unos blue jeans desabrochados de manera provocativa, acompañados de la inscripción «no tendrás otro jeans aparte de mí«; y un trasero de mujer seguido de la escritura «el que me ama me sigue”. Finalmente, “Jesus jeans” era el nombre del producto publicitado de modo tan disruptivo para la época. El credo cristiano era retorcido y manipulado para la promoción de uno de tantos productos del nuevo credo ateo y consumista de la civilización capitalista que, precisamente en esos años, estaba abandonando su fase dialéctico-burguesa para pasar a la absoluta-posburguesa. Se transitaba desde una sociedad “con mercado«, fundada todavía sobre la auctoritas religiosa, a una sociedad «de mercado«, centrada únicamente en la auctoritas de la forma mercancía que, como tal, debía reducir todo –incluso la religión misma- al rango de mercancía circulante. El mensaje originariamente cristiano era no sólo inmanentizado, profanado y privado de su peculiar remisión a la esfera de la trascendencia. Con movimiento sinérgico, se refuncionalizaba en sentido liberal-consumista, desalojando de facto al Dios de los Cielos y reemplazándolo por la nueva divinidad de los mercados y la cornucopia de bienes comercializados por ella en la esfera de la circulación capitalista.

En realidad, el artículo de Pasolini no se detiene en las imágenes utilizadas para los carteles y, por tanto, en el aspecto propiamente erótico del mensaje, aunque el «consumismo sexual» y el hedonismo burgués fueran sin duda temas que trató con precisión en otros lugares. En este caso, el análisis pasoliniano se dirige hacia las palabras empleadas en los carteles y hacia los mensajes transmitidos con ese réclame. El lenguaje de la civilización de los mercados es homologado e hipersimplificado, ya que debe ser accesible a todos en la forma cosificada de un bien de consumo: el eslogan se erige así como un registro privilegiado de la industria cultural y de la sociedad del espectáculo, que reduce el lenguaje mismo a expresividad estereotipada y tecnificada. Cada particularidad y cada nuance son destruidas en beneficio de una subcultura indiferenciada y homogeneizada, que rebaja y simplifica todo en nombre de un aparente interclasismo para consumidores cualitativamente indistintos. La civilización del capital justifica y promueve la homologación llamándola «igualdad», al tiempo que, paradójicamente, hace cada vez más desigual a la sociedad subsumida bajo la homologación alienante de las mercancías.

La expresividad publicitaria coincide con la abolición de toda expresividad. El nuevo violento modelo lingüístico, estereotipado y homogeneizado, ha disuelto todo género de diversificación social y cultural, de modo que pueda hacerse universal y utilizable por todos. En el caso específico de los blue jeans, el anuncio emplea en forma de eslóganes, conceptos y fórmulas tomados de un imaginario religioso deliberadamente distorsionado y profanado, en los que el mismo Cristo se convierte en brand comercial, función expresiva de ese único Dios –el mercado, precisamente – que la civilización de consumo reconoce y venera. Aunque los carteles publicitarios fueron rápidamente retirados por la autoridad pública, tras un artículo de protesta de las instituciones católicas aparecido en «L´Osservatore Romano», las tendencias y coordenadas del futuro desarrollo del capital estaban fijadas. La fabula docet ha evidenciado que la Iglesia, que inicialmente podía tener la ilusión de poder frenar el avance del nihilismo consumista, pronto se vería arrollada hasta desaparecer, convirtiéndose ella misma en un brand publicitario entre tantos otros. A juicio de Pasolini la Iglesia se equivocaba gravemente, engañándose con la posibilidad de poder servirse del régimen liberal-consumista como se había aprovechado del fascista. No hubiera sido posible ningún equivalente de los Pactos de Letrán con la civilización neohedonista del consumo. Eso habría conducido al cristianismo a su disolución. El mundo liberal-consumista, de hecho, estaba dispuesto a fundarse en sí mismo, sobre su propia nada estructural, liberándose por completo del apoyo de la Iglesia, sobre el cual también se había fundado hasta aquel momento el imperio del capital.

El anterior capitalismo burgués, que encontraba una de sus legitimidades superestructurales en la religión cristiana, y que con ella podía establecer ese nexo de mutuo reconocimiento y apoyo que culminó en los Pactos de Lateranenses de 1929, estaba evolucionando hacia una nueva figura: en concreto, hacia un capitalismo absoluto posburgues de “nada más que mercancías y nada más que consumidores”, que se aprestaba a “dar pasaporte”, junto con la burguesía, también a la religión cristiana. En palabras de Pasolini, “el fascismo ni siquiera ha arañado a la Iglesia, mientras que hoy el Neocapitalismo la destruye”. En el cartel publicitario de los blue jeans, Pasolini pudo reconocer una última prueba más que añadir en refrendo de su tesis, según la cual la civilización de consumo era incluso más totalitaria que el fascismo: la camisa negra en cuyo interior el segundo constreñía los cuerpos, no pudiendo conquistar las almas, devenía superflua en el reino alienado del consumismo, donde el alma misma es controlada de forma totalitaria. Si el fascismo había tenido que llegar a un pacto con la Iglesia y con el cristianismo, tratando de servirse de ambos y, en todo caso, sin poder deshacerse de ellos, la civilización del consumo podía ahora desterrarlos definitivamente, profanando sus símbolos y sus mensajes. No sólo el nuevo hedonismo liberal-consumista del anarcocapitalismo para consumidores desinhibidos ya no necesitaba más del cristianismo: podía fácilmente burlarse de él y ridiculizarlo, manipulando su vocabulario e imaginario en forma publicitaria. Ya no había ninguna necesidad de una «alianza» entre trono y altar, entre religión y poder, puesto que el poder consumista, intrínsecamente totalitario, ya no la necesitaba: él mismo podía desempeñar también el papel de la religión «divinizando» sus productos, tal como lo había hecho con los blue jeans publicitados usando el tradicional léxico cristiano. A partir de ese momento, la guerra declarada por el consumismo a la religión de la trascendencia y a la Iglesia misma fue abierta e imparable, destinada a pasar por la profanación y culminar en la desacralización:

“De hecho, no hay contradicción más escandalosa que la que existe entre la religión y la burguesía, siendo esta última lo contrario de la religión […] el fascismo era una blasfemia, pero no socavaba a la Iglesia internamente, porque era una falsa nueva ideología. El Concordato no ha sido un sacrilegio en los años treinta, pero lo es hoy, porque el fascismo ni siquiera ha arañado a la Iglesia, mientras que hoy el Neocapitalismo la destruye. La aceptación del fascismo fue un episodio atroz: pero la aceptación de la civilización capitalista burguesa es un hecho definitivo, cuyo cinismo no es sólo una mancha, la enésima mancha en la historia de la Iglesia, sino un error histórico que la Iglesia pagará probablemente con su declive”.

Según el análisis de Pasolini, la Iglesia es culpable de haber subestimado al neocapitalismo y de no haber sabido prever el carácter epochemachend de tal cambio («un hecho definitivo»). El nuevo poder, en efecto, no se ha limitado a actuar externamente, encontrando un equilibrio y un acuerdo con la altera pars. Por el contrario, se ha infiltrado en las conciencias y en las tramas del tejido social, dominándolas y modificándolas profundamente, triunfando donde hasta el poder represivo y autoritario del fascismo había fracasado. Pasolini reconoce en el caso particular del eslogan de los blue jeans de Jesus, los signos prodrómicos de un debilitamiento cada vez mayor de las instituciones de lo sagrado, que se indignan y se oponen con firmeza a los carteles publicitarios ofensivos, pero que ya no tienen realmente el poder de frenar el avance del nuevo espíritu desacralizante del nihilismo consumista.

Ese avance, que apenas se ha iniciado, para Pasolini está destinado a desembocar en un aniquilamiento integral del cristianismo: la Iglesia parece condenada a perder su papel relevante y a sobrevivir, en la mejor o en la peor de las hipótesis según el punto de vista que se asuma, como elemento folclórico y ceremonial, privado de autonomía propia y de capacidad para colonizar las conciencias y a una sociedad en fase de descristianización. El hecho de que, en 1973, los carteles de blue jeans fueran retirados de circulación tras la queja de la Iglesia, no constituyó más que un contratiempo momentáneo, en ningún caso interpretable como una posible inversión de tendencia. El camino de la profanación y la desacralización ya había sido tomado y los años venideros sólo representarían una aceleración de este proceso.

Desde otra perspectiva podría argumentarse, siguiendo los pasos de Pasolini, que ni siquiera el comunismo histórico novecentesco consiguió eliminar a la Iglesia, al menos no con el éxito que está logrando el ateísmo radical de la civilización de consumo. Baste rememorar que el propio Stalin, por un lado, autorizó la elección de un patriarca en Moscú (exigiendo, no obstante, la colaboración de la Iglesia Ortodoxa con el sistema político) y, por otro lado, explotó abiertamente la religión como cemento nacional. A diferencia del fascismo, que debió buscar un compromiso con la Iglesia, y a diferencia del comunismo, que es en sí mismo una Iglesia secularizada, que ha proyectado la salvación en el espacio inmanente de la sociedad sin clases, el capitalismo absoluto-totalitario -y sólo él- no va a tener ninguna necesidad interna o externa de la religión y de la Iglesia: no tiene ninguna necesidad «interna» de ellas, ya que se basa en un completo nihilismo relativista y es, a este respecto, autosuficiente y, por ende, intrínsecamente hostil a la idea de verdad, tanto en su sentido filosófico como en su sentido religioso; además, no tiene ninguna necesidad «externa», ya que su poder ahora es tan persuasivo, omnipresente y desenfrenado que ya no tiene que depender del apoyo de otras fuerzas que aún no hayan sido sometidas.

Con arreglo al proceso ya observado por Pasolini, el nuevo nexo que caracteriza al régimen del capital absolutus en sus evoluciones últimas, toma forma según el plano inclinado que lleva a la propia religión católica a la desacralización y a la amistad perversa, y en posición subordinada, con el régimen consumista. «El caso de los jeansJesus‘ -escribió Pasolini- es un signo de todo esto», de cómo el nuevo poder -ya no clerical-fascista, sino hedonista y consumista- puede ahora desechar el poder espiritual: «El Poder no tiene más necesidad de la Iglesia, y por consiguiente la abandona a sí misma”. De hecho, vuelve a escribir Pasolini, «el mundo ha sobrepasado a la Iglesia», ha ido todavía más lejos.

Pasolini vio en acción el asalto al cielo emprendido por el market system no solamente en el anuncio de los jeans, sino también en la figura partidista de la Democracia Cristiana (DC). En ella, la referencia a la Iglesia y a la trascendencia era, de hecho, puramente nominal, por tratarse de un partido totalmente integrado en el nuevo orden inmanentista del poder pragmáticamente capitalista. Con la DC –se argumenta en las Cartas luteranas– “los votos católicos serán finalmente democratacristianos: es decir, ya no garantizados y gestionados por la Iglesia Católica, sino directamente por el Poder económico”, que incluso todavía puede formalmente, por pura conveniencia, autodenominarse cristiano. Y prosigue Pasolini: «privada de toda sombra de pensamiento político, la Democracia Cristiana ha gobernado según los modelos pragmáticos -y por tanto evidentemente miméticos, genéricos e inertes- del capitalismo occidental: mezclando diabólicamente estos modelos con aquellos otros espirituales de la Iglesia». En suma, con la DC y con su ateísmo líquido, se hace operativa una fuerza política que emplea la llamada a la trascendencia como un simple instrumento para ocultar y legitimar la propia adhesión integral al modelo del capitalismo por parte de unas masas todavía educadas en sentido cristiano. Es de acuerdo con esta clave hermenéutica que puede interpretarse la llamada «derrota» de aquella anomalía que fue el pontificado del recientemente fallecido Ratzinger, acusado de no asimilarse y no resultar afín al nuevo marketing de un catolicismo sin trascendencia y sin vocación teológica. A modo de síntesis, como hemos tratado de demostrar extensamente en nuestro libro La fine del cristianesimo. La morte di Dio al tempo del mercato globale e di Papa Francesco (2023) (El fin del cristianismo. La muerte de Dios en el tiempo del mercado global y del Papa Francisco), la «encrucijada» profetizada por Pasolini es encarnada actualmente, por un lado, por la Iglesia de Ratzinger, que resiste a la nada de la civilización de consumo y lo hace defendiendo la tradición y la trascendencia; y, por otra parte, por la neo-iglesia poscristiana y liberal-progresista de Bergoglio, que disuelve el cristianismo en la fe low cost y en las misas smart, provocando efectivamente el suicidio del cristianismo al que aludía Pasolini.

En confirmación de la profecía de Pasolini puede citarse, entre otros casos, una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de 2012. El Tribunal ha legitimado y defendido el uso de símbolos religiosos en la publicidad. En concreto, una empresa lituana había utilizado la imagen de Jesús y María para patrocinar su nueva línea de ropa, recibiendo una multa por ello: esta sentencia fue juzgada por el Tribunal Europeo como lesiva para la libertad de expresión de la propia empresa.

Con esto, se puede dar por cumplida la profecía de Pasolini: el Jesús cristiano ha sido derrotado en el enfrentamiento con el Jesús capitalista. El nuevo espíritu del capitalismo hedonista y desacralizante, dispuesto a mutar lo divino mismo en una estrategia publicitaria, ya estaba del todo implícito en aquel slogan aparentemente provocador y fácilmente neutralizable, que Pasolini había sabido descifrar con profética lucidez y que hoy, en el marco del mundo post-1989, se multiplica hipertróficamente en una variedad caleidoscópica de carteles y anuncios, representando de hecho el nuevo sistema simbólico dentro del cual se mueve el hombre occidental en cosificación integral. Es por este motivo que, otra vez conforme al análisis de Pasolini, el nuevo espíritu del poder, que en un principio se había mostrado «competitivo con el religioso», estaba destinado a «tomar su lugar a la hora de proporcionar a los hombres una visión total y única de la vida”, despojada de toda sacralidad y de toda conexión con las razones del alma y con las regiones de lo eterno.

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