La Idea filosófica de Imperio es diametralmente opuesta a la Idea apolítica de Género Humano, como se plantea desde el anarquismo (o incluso desde el comunismo tal y como se canta en el ya citado himno de la Internacional al referirse a la misma como el Género Humano). La esencia del Imperio rebasa el Estado y su justificación efectúa un regressus a formulaciones metapolíticas (sean filosóficas, teológicas o incluso biológicas, como era la raza aria en la Alemania nazi). Estas formulaciones metapolíticas rebasan las categorías jurídico-políticas por las que se organizan los Estados; pero a su vez se requiere el progressus sobre el campo político para establecer relaciones de la política real de un determinado Imperio (su paz política y militarmente implantada, es decir, la paz de un determinado Imperio frente a otros Imperios, otros Estados o incluso sociedades prepolíticas). «Es decir, el Imperio busca en los Estados ya en marcha, orientándolos a un fin común metapolítico que lo justifica, determinada coordinación entre los mismos» (Insua, 2013: 28). El Imperio supone una existencia política problemática, puesto que no se trata ya de una categoría jurídico-política sin más, pues si así fuese no podría explicarse su esencia ni su existencia. De modo que un determinado Imperio no es un simple Estado sino más bien un sistema de Estados regidos por una norma común, la cual es impuesta por una parte, es decir, por un Estado que será el hegemónico en dicho sistema. «La URSS, por ejemplo, conservó sobre el papel, en las constituciones jurídicas (en las tres que se elaboraron “con la segunda constitución redactada tras la Revolución aparece la URSS”), el carácter hegemónico de Rusia sobre el resto de repúblicas en cuanto que Rusia es la única república que recibe la consideración de “federativa” teniendo el resto (Ucrania, Bielorrusia, Lituania, Letonia, Estonia…) la condición de “federadas” (véase la Constitución de 1977, de Brezhnev, la última antes de la “Perestroika”)» (Insua, 2013: 28-29).
Ya desde los tiempos del Imperio Macedónico liderado por Alejandro Magno se concibió la Idea de Imperio como «dominio universal». De hecho Alejandro pretendía dar la vuelta al mundo partiendo desde la India, por lo que se vio impedido por sus generales y soldados que se negaron a tomar dicho país.
El materialismo filosófico distingue entre el imperialismo depredador y el imperialismo generador. Esta clasificación se puede poner en correspondencia con la distinción aristotélica entre politikés y despotikés, así como también con la distinción entre «gobierno civil» y «gobierno heril» de Ginés de Sepúlveda en el siglo XVI.
¿Cuáles son las diferencias entre un modelo y otro de Imperio? Por Imperio depredador leemos en el Diccionario filosófico: «Tipo de norma fundamental que preside las relaciones uni-plurívocas que las sociedades políticas pueden mantener entre sí. La norma del imperialismo depredador propone a la sociedad de referencia X como modelo soberano al que habrán de plegarse las demás sociedades políticas y, en el límite, tenderá a anexionarlas bajo su tutela. Es la norma del colonialismo. Las demás sociedades políticas sólo existirán, para la de referencia, a título de colonias, susceptibles de ser explotadas. La norma es poner a las demás sociedades al servicio de la sociedad imperialista. Como ejemplo canónico en la Antigüedad cabría citar el Imperio Persa de Darío. Como ejemplo de la Edad Moderna al imperialismo inglés u holandés, en tanto que aquel se regía por la regla del exterminio, en sus principios americanos, o por la del gobierno indirecto en sus finales del imperio africano y asiático. Como ejemplo de la norma del imperialismo depredador en la Edad Contemporánea es obligado citar a la norma de la Alemania nazi del III Reich, basada en los principios de la superioridad de la raza aria» (García Sierra, 2000: 578).
Y por imperio generador: «Imperialismo generador es un tipo de norma fundamental que preside las relaciones uni-plurívocas que las sociedades políticas pueden mantener entre sí. La norma del imperialismo generador es la de la intervención de una sociedad en otras sociedades políticas (en el límite: en todas, en cuanto imperio universal) con objeto de “ponerse a su servicio” en el terreno político, es decir, orientándose a “elevar” a las sociedades consideradas más primarias políticamente (incluso subdesarrolladas o en fase preestatal) a la condición de Estados adultos, soberanos. La norma del Estado, por tanto, es generar Estados nuevos, y la dialéctica de esta norma es que ella, o bien habrá de cesar al cumplirse su objetivo (transformándose en una norma de tipo II) o bien habrá de cesar si se llega a la constitución de un estado universal único, a la creación de la clase de un solo elemento, que podría simbolizarse en la Ciudad o Estado universal (la Cosmópolis de los estoicos). Los ejemplos más notorios en la Antigüedad que cabría citar son: el Imperio de Alejandro Magno y el Imperio Romano (al menos en la medida en que su norma fundamental se considere expresada en los célebres versos de Virgilio: Tu regere Imperio populos, romane, memento). No es nada fácil mantener esta norma emic como criterio de interpretación de la historia del Imperio romano, que habitualmente suele ser interpretada, incluso desde el materialismo histórico, como ejemplo eminente de imperialismo depredador. Ni se trata de negar la justeza de la interpretación, según el tipo III, de la historia de Roma en la mayor parte de su trayectoria; se trataría de evaluar de qué modo influyó, sin embargo, la norma estoica (por ejemplo, considerando la concesión del título de ciudad -con Senado, &c.- a diversos municipios del Imperio en la época de Caracalla). El ejemplo más notorio de imperialismo generador en la época moderna es el del Imperio español, y en ello cabría establecer la diferencia entre su imperialismo y el imperialismo inglés coetáneo. Tampoco se trata aquí de ignorar las prácticas depredadoras del imperialismo español, pero sería absurdo considerarlas como derivadas de su norma fundamental, teniendo en cuenta que estas prácticas fueron continuamente vistas como transgresiones de la norma fundamental, ya desde la época de la Conquista (Las Casas, Montesinos, Vitoria, Suárez). Como ejemplos de sociedades políticas regidas en nuestro siglo por la norma IV hay que citar, desde luego, a la Unión Soviética, por un lado (en cuanto impulsora de los movimientos de liberación nacional, y esto sin perjuicio de sus prácticas depredadoras) y a los Estados Unidos de América por otro (en tanto se presentan como garantes de la defensa de los derechos humanos y de las democracias, y esto dicho con las mismas reservas que hemos aplicado a la Unión Soviética)» (García Sierra, 2000: 578-579).
La distinción entre Imperio generador e Imperio depredador es una distinción con fundamento in re. Imperio generador y depredador son dos tendencias normativas dialécticas no maniqueas, pues se definen en el escenario de la política real de la dialéctica de clases y la dialéctica de Estados, y en el que se relacionan las diversas sociedades políticas en continua polémica y alianzas mediante el poder militar, el poder federativo y el poder diplomático. Por ello la distinción Imperio generador/Imperio depredador no es una distinción axiológica o moral y ni mucho menos -insistimos- maniquea, pues en todos los Imperios hay campos de tumbas, en todos hay dolor y muerte
El Imperio generador no es absolutamente generador, también es necesariamente depredador. Y el Imperio depredador no es absolutamente depredador, también ha de llevar algo de generador. Todo Imperio generador o depredador implica necesariamente depredación y violencia, aunque no toda depredación y violencia implica la construcción de un Imperio generador. Si el imperialismo generador tiene la voluntad de incorporar a las sociedades conquistas al estilo de vida junto a las infraestructuras de la metrópoli y la norma por la que se rige busca la acción benefactora sobre las sociedades que domina al tratar de elevar a los habitantes de los territorios conquistados de la situación de inferioridad a la de asociación, el imperialismo depredador no tiene voluntad de incorporación.
El Imperio generador es un Imperio de tipo sinalógico que, a medida que va avanzando como Imperio, va construyendo una totalidad atributiva, esto es, una totalidad cuyas partes están conectadas las unas con las otras, ya de modo simultáneo o ya de modo sucesivo. El Imperio generador trata, pues, de dirigir otras sociedades políticas y desarrollarlas, es decir, es una alternativa que genera una civilización determinada incorporando a los salvajes y a los bárbaros a dicha civilización. El Imperio generador orienta su política hacia la comunicación de bienes y, en consecuencia, de conocimientos. En última instancia los planes y programas de todo Imperio generador consisten en que los territorios integrados (provincias, y no ya colonias) alcancen la forma de Estados soberanos.
En cambio, el Imperio depredador es de tipo isológico y no construye dicha totalidad atributiva, sería más bien una totalidad distributiva. De modo que el Imperio depredador es un Imperio que establece una relación de asimetría: colonias/metrópolis; frente al Imperio generador que busca una continuidad simétrica en la legislación de las provincias (que -como decimos- ya no serían colonias): ya a nivel administrativo, judicial, legislativo, etc. En el caso del Imperio Español, las Indias no se concibieron, ni siquiera desde el principio, como colonias sino como partes integrantes de la propia Monarquía Hispánica; puesto que España, allende la península, seguía siendo España, como así se llegaría a reconocer en el artículo primero de la Constitución de 1812 («la Pepa») de las Cortes de Cádiz: «La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios».
Así como hemos hablado de dialéctica de clases y dialéctica de Estados ahora cabría hablar de dialéctica de Imperios, como fueron los casos en la antigüedad entre el Imperio Macedónico y el Persa, en la modernidad entre el Imperio Español y el Francés en la Guerra de Independencia o, en el siglo XX, entre el Imperio Estadounidense y el Imperio Soviético durante los años de la Guerra Fría. Como bien se ha dicho, «cualquier política imperial ha sido vista, por parte del imperialismo rival, como imperialismo depredador, no pudiéndose resolver el asunto en este terreno de la pugna ideológica sino, más bien, por la vía de los hechos, esto es, por la política resultante efectiva ex post facto de la acción imperial» (Insua, 2013: 41). Y añade Don Pedro: «Así, Darío caracteriza a su joven rival Alejandro como “destructor de ciudades”, sin embargo, la multiplicación de “alejandrías” producidas por el orbe de la expansión macedonia, y por los reinos sucesores (“antioquías”…), algunas de las cuales aún sobreviven actualmente, hablan en sentido contrario a esta impugnación de Darío sobre la obra de Alejandro (¿alguien podría decir, sin embargo, cuántas ciudades fundó Darío?)» (Insua, 2013: 41- 42).