Título: La última batalla de Blas de Lezo
Autor: Mariela Beltran; Carolina Aguado
Editorial: Edaf, 2018. 580 págs.
El pasado lunes, 11 de junio, se presentó a la prensa la última batalla de Blas de Lezo. Los profanos en la materia podrían pensar que esta afirmación peca de visionaria, pero muchos de los lectores saben por dónde va el tiro que acabo de pegar. Blas de Lezo, oficial de la Armada española del siglo XVIII, ejemplo de superación y patrón de la dignidad con la que sobrellevar una existencia difícil, salió del ostracismo hace ya algunos años para regocijo de todos aquellos que necesitábamos un ídolo. Y no me refiero a Messi o Ronaldo; estaba pensando en aquellos hombres recios que alumbraba España cuando aún quedaban pilares morales sobre los que sustentar la nación. La cuestión que nos lleva a poner sobre la mesa, como si de un juego de palabras se tratase, la última batalla de Blas de Lezo, no es sólo la elaboración de un estudio concienzudo de los antecedentes, circunstancias, medios materiales y desarrollo de la Batalla de Cartagena de Indias, sino la superación de las fabulaciones que rodean la figura del marino. Porque si algo nos caracteriza a los españoles es la capacidad de odiar y amar, insultar y alabar y aplicar toda clase de antagonismos sin mesura; no tenemos término medio, lo queremos todo o nada. Pero he aquí que nos encontramos ante un personaje al que no hace falta inventar ni tampoco endiosar, Blas de Lezo hizo tanto con tan poco, que su sola verdad basta para elevarlo sobre el pedestal de la memoria. Esta verdad es lo único que necesitaba Lezo para que le devolvieran al lugar del que le apeó injustamente y con cierta mala leche, el virrey que estaba al mando de la plaza de Cartagena, y que sobrevivió lo suficiente como para falsear los acontecimientos, causa de que durante algunos años el insigne marino estuviera en el más ignominioso de los olvidos. Llegados a este punto de ensalzamiento y denostación, de mitificación y agravio, han tenido que llegar dos historiadoras a sacar la verdad a la luz, y también los colores a algún que otro novelista, que amparado en la licencia artística, ha contribuido a falsear una historia, que no necesita de aderezos. Mariela Beltrán y Carolina Aguado, ya nos mostraron hace algunos años la realidad histórica de Blas de Lezo, en una exposición que le dedicó el Museo Naval y que batió records de visitantes. Las otrora comisarias de aquella muestra, vuelven a poner sobre la mesa un necesario rigor histórico, adquirido después de seis años de profundas investigaciones. Han removido Londres, Paris, Lima o Washington para llegar a las fuentes documentales originales. Han ordenado datos, cartas, crónicas, diarios de a bordo, noticias de prensa de la época. Han tirado del hilo con cada descubrimiento inédito, hasta llegar a dos documentos trascendentales. Si se acuñaron monedas antes de la batalla, o si el Rey Jorge II prohibió hablar de la derrota, dejaremos que sea el lector quien lo descubra a través de las 540 páginas que conforman el libro, pero hay dos documentos que trascienden a esta reseña y que se hacen necesarios desvelar. Por una parte tenemos una memoria que Blas de Lezo escribió de su puño y letra antes de marchar a Cartagena de Indias, y donde daba instrucciones a su esposa y a cada uno de sus hijos de cómo gobernarse en la vida si él no regresaba de aquel destino incierto. Una carta que revela al héroe en su intimidad, el Lezo hombre, esposo y padre, que deja todo dispuesto antes de su partida. Y por otra parte, sale a la luz la carta que su hijo Fernando envía al colegio de Guardiamarinas de Cádiz, informando del lugar exacto donde está enterrado su padre. Después de 277 años esperando, Blas de Lezo reaparece en la sociedad española, con el honor restituido y, gracias a Mariela Beltrán y Carolina Aguado, con la esperanza de que la recuperación de sus reliquias se convierta en una de las actuaciones más dignas que pudiera realizar la sociedad española. Y es que esa es la última batalla ganada del invicto Blas de Lezo, la verdad sobre su memoria.