Nos encerraron como ganado en marzo de 2020 por nuestro bien. Nos encogimos de hombros. Mataron a miles con protocolos médicos homicidas en hospitales y residencias, intubaciones, sedaciones, triajes de guerra, prohibición de usar antinflamatorios, prohibición de autopsias; ¡los expertos sabrán! Nos mintieron de forma burda y convulsiva desde el primer día, la OMS, las autoridades sanitarias, los gobiernos; embustes justificados por el bien común. Nos multaron por ir a trabajar, nos sancionaron por sobrevivir, nos cerraron los negocios al insulto desde el balcón de asesino, insolidario, irresponsable; ¡que nos vais a matar a todos! Los periodistas nos torturaron con su propaganda delirante, su intimidación delincuente, sus consignas distópicas; primero criminalizaron a los chinos, a los murciélagos, a los pangolines, y luego a los hosteleros, a los juerguistas, a adolescentes y niños. Nos obligaron a ponernos un asqueroso trapo en la boca a modo de bozal, a meternos palitroques PCR hasta el corvejón; nos hicieron perrerías por el placer de hacerlas, sin consentimiento previo ni disculpas posteriores. Todo lo que perpetraron contra nosotros, confinamientos, multas, detenciones, amenazas, señalamientos, agravios, abusos, calumnias, coacciones… fueron ilegales, inmorales, injustificables, inconstitucionales, indecentes; nosotros tragamos como imbéciles.
Hasta que al final de ese mismo año, empezamos a entender de qué iba este rollo; siniestro, tétrico, lúgubre. Todo este despliegue de disparates culminaba con la campaña masiva de introducción de eso en nuestro cuerpo. Pzifer nos mintió: 95% de eficacia con pauta completa; y luego el resto, Moderna, AstraZeneca, Janssen y toda la pandilla basura; mentían. El gobierno nos volvió a mentir: alcanzaremos al ansiada inmunidad de rebaño con el 70% con la pauta completa; mentira. La OMS nos mintió sobre mentira y mentira: dos dosis eran suficientes; luego una tercera de refuerzo; luego no la recomiendan, luego sí, y ahora la gente ha perdido la cuenta de si lleva tres, cuatro, cinco o seis dosis de eso; requetemintieron en ráfaga. Y continuaron los dislates y contradicciones: pincharon a los niños cuando solo unos meses antes dijeron que ellos carecían del receptor AC2 que hacía desarrollar la enfermedad; impusieron un pasaporte sanitario a pesar de que los vacunados contraían la enfermedad ,y aún asintomáticos, según sus propios desquiciantes datos, contagiaban a todo quisqui; empezaron a conjugar dosis de diferentes farmacéuticas, incluso diferentes plataformas; pasaron de conservarse tan solo en sofisticados congeladores de temperaturas inferiores a -60ºC, a hacer la vista gorda transportándolas en neveritas portátiles cutres playeras; empezaron a vacunar en estadios de fútbol, en el coche parado en un drive-in, en carpas con DJ´s… Regalaban noches de hotel, descuentos en conciertos, gramos de marihuana… Cualquier despropósito valía para obedecer sin rechistar el irracional comando de vacunar, vacunar y vacunar, sin cuestionarse, sin titubeos. Todo aquel que dudara de la validez y coherencia de esta sarta de sandeces era señalado con las etiquetas reservadas a la peor escoria de sociedad: negacionista, voz para los nazis que encubrían el holocausto; y conspiranoico, un neologismo derivado de una enfermedad mental, sinónimo de loco anormal, en definitiva.
En este agresivo ambiente de señalamiento y fustigación, en diciembre de 2020, un cargo de la importancia del presidente de la Asociación Española de Vacunología, Amós García Rojas (foto arriba; destacar cómo las autoridades sanitarias lucen siempre un aspecto tan insalubre y desagradable) afirmó: “O nos vacunamos o acabamos en una UCI o muertos, no hay otra opción”. Si esto lo declara un youtuber o yo mismo carecería de credibilidad, pero que lo diga la máxima autoridad española en Vacunología y un expresidente de Unicef, suponía una sentencia de muerte para aquellos que ya habíamos decidido no meternos ese mejunje hasta que no nos aclararan muchos interrogantes. García Rojas había dictado mi sentencia: o muerto o moribundo.
Y pasó el tiempo. Los que en estos dos años y medio hemos vivido peligrosamente, como irresponsables negligentes temerarios, nos hemos visto sorprendidos por un considerable empeoramiento de la salud en nuestro entorno: unos cuantos han muerto por diversas causas, trombosis, accidentes cerebro-vasculares, arritmias cardiacas, cáncer; otros cuantos tuvieron que recibir cuidados médicos, intensivos o no, por parálisis facial, herpes zóster, enfermedades autoinmunes, problemas oftalmológicos, neuro-degeneración precoz, miocarditis, desórdenes hormonales, erupciones cutáneas, desvanecimientos repentinos, cansancio crónico, tos crónica, amigdalitis crónica, recurrentes constipados y procesos gripales… En dos años y medio el sistema sanitario ha registrado un evidente empeoramiento general de la salud de la población, y un alarmante aumento de la mortalidad, inexplicado aún, salvo por la absurda derivación de que en verano hace calor y en invierno hace frío. Se supone que es una buena noticia que la maldición que nos lanzó García Rojas no se haya cumplido, pero ¿alguien va poder reparar este abuso de autoridad, esta chulería sanitaria, esta desfachatez manifiesta?
Septiembre de 2023. Se adelanta la campaña de vacunación covid en España, conjugada además con la de la gripe. De una u otra forma, yo debería estar muerto, bien según la ciencia representada por García Rojas, bien por el deseo sádico de la voluntad política de querer eliminar cualquier pensamiento crítico disidente. El caso es que yo estoy vivo, muy vivo, vivísimo, coleando cada vez que puedo, peligrosamente sano. Como yo, miles de españoles que se negaron a seguir tragando con todo este bodrio. ¿Cómo lo explica este señor de batracio y repulsivo aspecto? Este 15 de septiembre, Amós García Rojas declaraba a propósito de la campaña de vacunación: «No haberse vacunado en estos tres años es un ejercicio de estupidez superlativo». Traducción a la chiflada neolengua post covidiana: que los que no se vacunaron no tenían otra opción que morir pero que, si a estas alturas siguen con vida, es porque son muy estúpidos.
Prefiero seguir viviendo en esa estupidez superlativa, los años que sean, a colaborar en esta cobarde operación de manipulación y engaño contra la humanidad.