Los vergeles donde, en sueños, veo
Las aves más traviesas cantar,
Son labios—y toda tu melodía
De palabras nacidas de labios.
Tus ojos, en el cielo del corazón consagrados,
Luego caen desoladamente,
¡Oh, Dios! sobre mi mente fúnebre
Como luz de estrellas sobre un paño mortuorio.
¡Tu corazón, tu corazón!—Despierto y suspiro,
Y duermo para soñar hasta el día
De la verdad que el oro nunca podrá comprar—
Con las bagatelas que sí puede.
Edgar Allan Poe
Una de las reflexiones más perspicaces y relevantes provenientes de Xavier Zubiri[1] atañe a cómo en las percepciones sensibles experimentadas por el ser humano, lo que realmente se percibe es la autenticidad de la realidad; es decir, siente que aquello que le impacta es algo intrínseco y no meramente una influencia externa. De esto se colige que el rasgo que distingue la inteligencia, y que otorga a la experiencia humana su cualidad distintivamente humana en contraposición a lo meramente animal, es esencialmente una inteligencia perceptiva. Con todo, la inteligencia denominada concipiente por Zubiri se orienta a crear conceptos a partir de lo que percibimos con los sentidos, mientras que la inteligencia sentiente percibe la realidad directamente a través de impresiones, donde sentir y entender son dos partes de un mismo proceso de captar la realidad.
Volveremos a esto algo más adelante, cuando traigamos a colación a Heráclito. Antes debemos prestar atención a Ezra Pound[2], poeta maldito donde los haya, que tuvo la lucidez de acuñar la noción logopoeia[3] para señalar el uso de la palabra en poesía no solo por su significado directo, sino por lo que tiene de apelación a la inteligencia, antes que a las sensaciones, como en una «danza de la inteligencia entre las palabras y las ideas». Este hallazgo de Pound es radicalmente sagaz, por cuanto que apunta a la capacidad de la poesía para, tomando distancia de la literalidad en todos los aspectos del contenido poético, diferenciarse de los predicados mediadores de la forma, incidiendo al lector debe ser inducida encontrar el contenido en el ángulo periférico de su percepción, en los correlatos preconscientes de la representación prosódica.
La poesía, así entendida, es el arte de evocar procesos cognitivos preconscientes en la mente del lector. Por ello, es imperativo que el poema se centre en esa concepción preconsciente, produciendo el efecto de elevación en la mente del lector. En este sentido, el papel del poema, tanto en su forma como en su efecto, es comparable a la labor de una partera. Es el descubrimiento, en la forma concentrada del poema, de la concepción preconsciente del poeta lo que provoca el efecto del poema en la mente del lector. Así, una concepción preconsciente en sí misma produce el efecto de una nueva concepción en el lector, que se manifiesta como un nuevo tipo de conocimiento en la mente del lector, asimilable a un proceso mental nuevo; más auténtico y elevado. De metanioa, podríamos decir.
Por todo ello, la razón no es en este escenario sino aquel proceso mental creativo, en tanto que actividad creativa preconsciente, que ha alcanzado una deliberada conciencia de sí mismo, no como mero constructo verbal, sino como realidad manifiesta. Merced a esto, lo poético no requiere moralizar ni asumir una función didáctica explícita, sin que esto signifique en modo alguno que no tenga una dimensión moral. Antes al contrario, cabe decir que la verdadera moralidad de la poesía radica en su capacidad para habilitar un cambio en el pensamiento, no sólo por su función de partería cognitiva, sino también al purgar la mente del pathologos[4] (creencias y prejuicios erróneos o ilusorios sobre la realidad), hasta el estado del logos[5]. No significa esto, sin embargo, que otras categorías poéticas propuestas por Pound, como la melopoeia[6] carezcan de eficacia en la revelación mediata de ideas que no es meramente logos, cuanto silogismo.
Por el contrario, podemos relacionar la melopoeia de Ezra Pound con el teólogo Erich Przywara, quien utiliza el término ritmo para describir cómo cada visión filosófica refleja la naturaleza de la conciencia como una tensión entre su «autosuficiencia (inmanencia)» y su «expansión más allá de sí misma (trascendencia)». Según Przywara, los sistemas metafísicos, más que estructuras estáticas, son fluctuaciones entre estos polos, que generan una dinámica rítmica, oscilante. De ahí que sostenga que toda metafísica implica una dualidad de esencia y existencia, en la que los ritmos metafísicos son la relación entre estos polos; una oscilación entre el devenir del ser y el ser en el devenir, que manifiesta la búsqueda de la unidad del ser y el devenir, que Przywara expresa como «esencia en y más allá de la existencia», donde «esencia-en-existencia» corresponde a la actualidad de la criatura y «esencia-más-allá-de-la-existencia» a su potencialidad, una relación que el teólogo alemán distingue de la lógica y de la dialéctica, y sugiere que la analogía del ser [7]supera estas alternativas al permitir la coexistencia de dos niveles, la inmanencia y la trascendencia, representando de este modo el ritmo real de la metafísica, como oscilación entre esencia y existencia, entre lo finito y lo infinito.
Sin embargo, y aun siendo esto harto relevante, es la índole de la melopoeia la que nos permite reconectar con el pensamiento de Heráclito, al que, ahora sí introducimos en la discusión para reforzar la tesis central de este escrito, consistente en que el hombre es primero, y a un nivel más fundamental, animal poético, y sólo entonces, animal político. Nos basaremos para este empeño en la traducción de Heidegger del fragmento nº 50 de Heráclito, “Nicht mir, sondern dem Logos hörend, ist weise mit dem Logos zu sprechen, dass alles eines ist”, que nosotros traducimos como “No a mí, sino al logos escuchando, es sabio decir, conforme al logos, que todo es uno”, que nos permite entender mejor el ya aludido concepto de inteligencia sentiente planteado por Xavier Zubiri. Esto es así gracias a que el idioma español comparte con el griego características polisémicas del verbo «sentir» como sinónimo de «oír», pero además de “escuchar” como connotación de prestar oído y hacer propio el mensaje recibido, es decir, de hacer caso. Este significado complementario de «escuchar» denota una aceptación activa y una integración de lo que se ha percibido en el entendimiento y en la acción.
Si, con el filósofo chileno Jorge Rivera Cruchaga[8] convenimos que el logos ha de entenderse como el principio universal que da orden y coherencia a la realidad, debemos entonces reconocer que «escuchar al logos» no alude meramente a una percepción auditiva literal, sino que implica prestar oído y hacer nuestro este principio ordenante. Es decir, Heráclito estaría diciendo que la verdadera sabiduría radica en vivir en conformidad con la realidad fundamental del logos, más allá de aprehender su mensaje, lo que implica incoar el mandato délfico (conócete a tí mismo) para transitar desde el pathologos hasta el noûs, a través de la psyche. Heidegger entendió esto perfectamente, y por eso adoptó la hermenéutica (hermenéuein (ἑρμηνεύειν; interpretar o explicar) para referirse al ser humano como un ente que, constantemente, debe interpretarse y explicarse su mundo y a sí mismo.
La importancia que Heidegger[9] otorgó a la poesía no es fortuita, sino que refleja que, en su esfuerzo consciente por intentar que su ontología mostrase la existencia como la esencia del ser, reivindicando para el ser la identidad esencialmente divina de existencia y esencia, se ve finalmente compelido a recurrir al lenguaje poético de la patrística de san Agustín para descubrir la expresión elevada de la fluctuación entre los polos del “es” y el “no-es” del ser.
[1] Zubiri, X. (1992). Inteligencia sentiente. Ediciones Kairós.
[2] Pound, E. (2008). ABC de la lectura (R. Fernández, Trad.). Ediciones Siglo XXI
[3] Logopoeia es un término desarrollado por Ezra Pound para referirse a la utilización del lenguaje en la poesía de manera que maximiza su capacidad de evocación y significado. Según Pound, la logopoeia se centra en el poder de las palabras para transmitir conceptos complejos y emociones a través de su sonido, ritmo y significado. Es una técnica que busca una alta densidad de significado y una expresión precisa y evocadora mediante la elección cuidadosa de palabras y estructuras.
[4] En su obra “Elementos de Teología” (Proclo. (2006). Elementos de teología (A. Luna, Trad.). Gredos), el filósofo neoplatónico Proclo emplea el término «pathologos» considerándolo como una categoría dentro de su sistema ontológico, que se ubica en un nivel inferior del alma humana. En griego antiguo, «pathologos» se traduce como «afectado por la pasión» o «padecimiento», y Proclo lo aplica a la dimensión del alma que está influenciada por las pasiones y emociones. De acuerdo con su sistema, el alma se divide en tres niveles: noûs (la parte divina, que comprende la realidad inteligible y la unidad), Psyche (el nivel intermedio que alberga el pensamiento lógico, la imaginación, los recuerdos y las emociones), y Pathologos (el nivel inferior, gobernado por las pasiones, deseos y emociones, y donde se encuentran las tendencias instintivas y la influencia del cuerpo físico). El concepto de pathologos en la obra de Proclo guarda una notable similitud con el concepto moderno de lo preconsciente. En la psicología contemporánea, el preconsciente se refiere a un nivel mental que no es inmediatamente consciente pero que influye en nuestro comportamiento y pensamientos, albergando información y deseos que no están presentes en la conciencia inmediata. De manera análoga, el pathologos en Proclo representa un nivel de la mente que, aunque no es plenamente consciente, ejerce una influencia significativa sobre nuestras emociones y acciones.
[5] En la filosofía de Heráclito, «logos» tiene un significado dual: por un lado, es el principio cósmico que mantiene el orden y la coherencia del universo; por otro, es la razón humana que permite comprender y alinearse con este orden universal. Así, el logos representa tanto el orden natural del cosmos como la capacidad racional para percibir y entender ese orden.
[6] Melopoeia, según Ezra Pound, se refiere a la técnica poética que enfatiza el aspecto musical del lenguaje. Consiste en utilizar el sonido y el ritmo de las palabras para crear una calidad musical en el poema, enfocándose en la sonoridad y el efecto estético del verso más que en el significado conceptual. Es la dimensión del lenguaje que busca resonar y emocionar a través de su calidad melódica.
[7] Przywara, E. (2007). Analogía del ser (J. M. Sánchez, Trad.). Editorial Trotta
[8] Rivera, J. (2007). Heráclito el esplendente. Editorial Trotta
[9] Heidegger, M. (2002). «Hoelderlin y la esencia de la poesía». Ediciones Pre-Textos