La guarida del león

La guarida del león. Jasiel Paris
Ha muerto en Gaza en combate Yahya Sinwar, el líder de Hamás. Para muchos un terrorista criminal, para algunos otros un héroe. Al final, un palestino más de entre los cuarenta y pico mil que han muerto en este año de guerra. Un palestino más de tantos otros que se han de sumar a la lista, porque parece que la muerte de este no va a cambiar el curso de la guerra. Sus manos estaban manchadas de sangre de israelíes (no solamente de soldados, también de víctimas inocentes del ataque del 7 de octubre de 2023, así como rehenes posteriormente ejecutados) y también de sangre de palestinos que fueron opositores a su gobierno. Y sin embargo, la guerra en Gaza le ha otorgado la legitimidad social de ser visto como un resistente en una guerra de liberación nacional y, finalmente, muriendo «con las botas puestas» y grabado por un dron, se ha convertido en un icono del martirio en el mundo islámico. Israel estaba convencido de que difundir las últimas imágenes de un hombre sucio, solitario y moribundo iba a ser un éxito propagandístico, pero quizás ha medido mal su hasbará. No cuesta mucho imaginar lo que estarían escribiendo al respecto los grandes poetas palestinos, como Mahmoud Darwish, la poetisa Fadwa Tuqan o el mismo Refaat Alareer, muerto hace menos de un año junto a toda su familia en este mismo conflicto. Habrían compuesto un poema llamado «La guarida del león», que quizás diría así:
Paños palestinos tapan
sus cabezas y sus hombros
mientras tres hombres avanzan
dos delante, atrás el otro
entre lo que fueron casas
y que hoy solo son escombros.

Quien escombró todo aquello
es un ente con mil ojos.
Tiene ojos desde el cielo
que observan todo a su antojo
Ojos que ven por la noche
que son color verde o rojo,
ojos en cada fusil
cada tanque y cada arma.
Cuantos ojos, ¡tiene mil!
y todos miran sin alma.

No se fijan en heridos
ni parpadean al ver
muertos mujeres y niños.
Solo buscan a otros vivos
que cegar y enmudecer.

Ojos de buitre que han visto
pasar a unos tres leones
avanzando entre cascotes
con pañuelos palestinos.

Disparan sus carabinas
destrozando a uno en pedazos
con sus balas asesinas
su mano y parte del brazo.
Pero en las casas vecinas
se refugia en su salón,
el hombre que hizo a las ruinas
ser guarida del león.

Allí se da un tiroteo
hiriendo a los de mil ojos
que resultan ser más flojos
en distancias cuerpo a cuerpo.

Muchos rodean la casa
con las armas bien cargadas.
Al abrirse el ventanal
les reciben dos granadas.
Un rugido de metal
del león en su guarida
les hace saber que va
a vender cara su vida.

Los cobardes traen entonces
a su gran acorazado.
Para matar solo a un hombre
todo un tanque han convocado.

En la turbia fantasía
de ellos es bien sabido
que vale por mil una vida
de alguien del pueblo elegido.
Pero en la realidad más fría,
ese hombre herido y cansado
valió más que los millones
que cuesta un solo blindado.

Gastan un primer disparo
para matar al león
pero águila no mata mosca
ni al gato caza el ratón:
sobrevive al bombardeo
y se sienta en un sillón
malherido entre los restos
de la guarida del león.

Alá concede morir
sentados a los leones
que vivieron siempre en pie
y nunca hincaron rodilla,
como nos dijera el Ché
en tiempos de la guerrilla.

Se va disipando el humo
negro de la explosión
y aún nadie se atreve a entrar
en la guardia del león.

No quieren tentar la suerte
y envían antes a un dron
que encuentra allí que el león
sentado aguarda a la muerte:
en su brazo un torniquete
con un cable ha improvisado,
su pierna se ha desgarrado
y tiene metralla en su vientre.

Y aún así hay en su mirada
algo propio de una fiera
y que deja congelada
la sangre de quien opera
esa máquina volante,
y aun estando alejado
del león y su semblante
se queda paralizado
cual si lo tuviese alante.

El brazo izquierdo aún le vale
para tomar un listón
de madera circundante
en la rota habitación
y como lanza lo blande
y lo arroja en dirección
al dron que tiene delante
cual zarpazo de león.

Con este final gesto clama
antes de ser abatido
que polvo lo harán, mas polvo
de quien nunca se ha rendido.

Vacían haciéndole trizas
toda cuanta munición
hay en fusil y en cañón
de otro tanque que liquida
y bate su posición
reduciendo ya a cenizas
la guardia del león.

Tal fue en ellos el terror
que toda la noche ha pasar
hasta reunir el valor
para entrar a rastrear
la guarida del león.

Y haciendo como furtivos
encuéntranse con sus restos
arrasados pero altivos
y allí le cortan los dedos,
faltando a muertos y vivos,
cual cazador de trofeos.
Y toman de entre la roca
un palo con que esas gentes
fuerzan abrirle la boca
para sacarle los dientes.
Por último sus huesos meten
dentro de una bolsa negra
y su cuerpo lo mantienen
metido en una nevera.

Por toda Gaza reparten
fotos del hombre en su muerte
creyendo desmoralizarles
pero haciéndoles más fuertes.

Los palestinos de Gaza
no ven nada de vergüenza
sino de orgullo de raza
el desafío y la fuerza

contra el dron y su misil
de un palo a modo de arma,
como hicieron antes mil
niños en cada intifada

con palos ante un fusil,
con cada piedra lanzada
ante el poderío hostil
de las máquinas blindadas.

Lo que ven los palestinos
en la muerte del león
es que no murió escondido
cual era la información,
ni disfrazado o vestido
de mujer o de rehén,
como papeles e informes
rumoreaban de él
sino al frente de sus hombres
y cubriéndole la piel
su pañuelo y su uniforme.

Y ahora cuantos lo hayan visto,
todos cuantos palestinos son,
querrán convertir sus casas
en guaridas de león.
Los niños que entre las brasas
sobrevivan la ocupación
querrán que crezcan sus garras,
ser cachorros de león.

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