Zonas de confort criminal

Zonas de confort criminal. Samuel Vázquez

Se habla mucho de la ocupación estos días, a raíz de varios sucesos criminales ocurridos en España alrededor de estos espacios de impunidad legal, auspiciados, no pocas veces, desde el poder político, cuando gobierna la izquierda o los separatistas.

Las casas ocupadas son el epicentro de las zonas de confort criminal que se han ido creando en España con la complicidad, por acción u omisión —es decir, por connivencia o cobardía— de nuestra clase dirigente. Y lo son porque se convierten en espacios donde nadie vigila, donde no hay que firmar un contrato ni entregar un DNI. Algunos todavía se creen el mito del buen salvaje, pero el buen salvaje no existe; o peor, sí existe, lleva machete, sabe utilizarlo y no duda en hacerlo.

Así que una vez acotada la zona de no vigilancia, el primer grupo criminal que tenga arte y parte en ese territorio colocará allí a uno de sus soldados a vender droga, precisamente porque es el mejor sito para venderla, porque nadie vigila. Y entonces aparecerán los clientes de la droga, que empezarán a transformar tu barrio, que cada vez se parece menos a aquel en el que creciste. Algunos de esos clientes no tendrán el dinero suficiente para la mercancía, por lo que los robos con violencia comenzarán a estar a la orden del día. La cosa cada vez peor y el político de turno diciéndote que no pasa nada, que son casos puntuales y que somos uno de los países más seguros del mundo; pero a ti te importan un pimiento el resto de países del mundo, porque tus hijos no viven en Saint Denis, viven aquí, en el barrio, ese que te están robando poco a poco, sin derecho a la queja tan siquiera, pues puede suponer tu inmediata cancelación como peligroso fascista.

Y poco más tarde habrá otros grupos criminales que, ante la bonanza del negocio, decidirán colocar allí también a algunos de sus esbirros a vender, pero la mercancía y el territorio son finitos, de tal manera que comenzarán las disputas, al principio con machetes, y más tarde con pistolas. Tu barrio ya no es tu barrio, dale las gracias al señor concejal.

Se hizo célebre hace unos años un discurso del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, que dejaba entrever que cuando un país estaba quebrado criminalmente es porque quienes gobernaban ese país eran cómplices de la situación, por diversos intereses, que van desde los económicos hasta los políticos, ya que, hay ideologías que sacan mucho provecho del caos, y muy poco del orden.

Y sí, es así; si un país ha llegado a escenarios de degradación criminal alta, es con la complicidad, por acción u omisión, de su clase política. La historia nos demuestra que, con mano firme y actitud, se puede revertir ese escenario, tal como hizo el propio Bukele en El Salvador o Giuliani en 1994 en Nueva York, que pasó de ser la ciudad grande más peligrosa de América, a tener los índices de criminalidad más bajos en menos de una década, con la política de Tolerancia Cero.

El crimen es como una escalera de palacio, no puedes tolerar los comportamientos antisociales de los primeros escalones porque sin coste para ellos, todo el mundo verá recompensa —invitación a seguir subiendo escalones—, con el objetivo último de llegar a los aposentos de los reyes, que es donde querrían dormir todos. Así que los primeros delitos de impacto cuantitativo, pero no cualitativo, darán paso a una escalada criminal de impacto cuantitativo y cualitativo, con la aparición de hechos mucho más violentos en las luchas por el estatus y el poder. No han sabido frenar al principio, y han aparecido los dos grandes monstruos para los que la política criminal occidental no está preparada: la reincidencia y la escalada. Todo está ya perdido y sólo te queda el consuelo de poder vender tu piso e irte a otro lado, pero éste se ha devaluado tanto que no te permite comprarte nada en ese otro lado. Y entonces te preguntas cómo hemos llegado hasta aquí… pues muy rápido. París se perdió en menos de veinte años, Malmoe o Marsella se perdieron en menos de quince años, Estocolmo en menos de diez.

En España ha habido ayuntamientos que han, no sólo consentido, sino propiciado la aparición de estas zonas de confort criminal, entregando a los okupas edificios públicos y dotándolos de materiales sanitarios, agua y luz, a costa todo del contribuyente. Una de las primeras fue la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que llegó a presumir de este tipo de políticas y a recibir a los okupas en su ayuntamiento. No hace falta explicar a nadie cómo está Barcelona hoy.

Nuestro problema es que de las decisiones políticas nadie se hace responsable, aunque cuesten vidas, aunque destrocen barrios. Nadie absolutamente asume responsabilidad alguna por los destrozos causados. No debería haber ejercicio de liderazgo sin asunción de responsabilidad, tomar decisiones es muy fácil si no tienes luego que asumir las consecuencias. Sobre todo, cuando tu posición y tu vida privilegiada te aseguran que las consecuencias las sufrirán otros.

Recuerden que las organizaciones humanas solían estar dirigidas por consejos de sabios, que normalmente se identificaban con consejos de ancianos, aquellos que tenían más conocimiento sobre el entorno cercano de la tribu, allí donde los miembros de esa tribu se desenvolvían. Ahora los consejos de sabios están conformados por tipos como Ábalos o tipas como Irene Montero. La tribu la lidera Pedro Sánchez, deberíamos rezar para agradecer estar todavía vivos.

 

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